Una canción para la guerra y para la vida
Cubadebate
- Rafael Acosta de Arriba - 20 octubre 2023 -
“A
Bayamo seguramente reservará la Historia una página tan honorable como
gloriosa.
Aquel
pueblo no se reservó nada; todo, absolutamente todo lo ofrendó a la
Revolución”.
Máximo
Gómez
La
decisión de adoptar la fecha del 20 de octubre de 1868 para que representara a
la cultura cubana fue sabia e inteligente. Desde luego que pudo ser otra,
muchos hechos de relieve en el acontecer cultural, histórico y artístico del
país podrían argumentar felizmente una decisión de tal naturaleza, pero pensar
en el momento en que, en medio del fragor de la batalla por la toma de
Bayamo, cuando ya se había logrado la victoria de los patriotas sobre las
fuerzas coloniales y era celebrada por los cubanos con una canción, devenida
himno, fue, es, una elección
acertada.
De
esa manera, toda una cultura, que en lo artístico no es más que una summa de
acontecimientos, obras y autores, y en lo general la vida espiritual de un
pueblo, se vieron emblematizadas por una melodía y una letra, surgidas al calor
de un levantamiento armado en busca de la independencia del país, justo en el
momento en que se fraguó el nacimiento de la Nación.
En otro
momento, describí nuestro devenir cultural, apretadamente, pero desde una
perspectiva más amplia, así:
“La
cultura cubana se forjó sobre la sangre y en la sangre, en el caos de la
conquista y en la esquilmación taína, en la acera empedrada y en el barracón,
en la hamaca y en el zapateo, en las plantaciones de caña y en los cafetales
franceses, en la simiente hispana, africana y china, y en el calor agobiante
del Caribe, en los cabildos negros y en las liturgias masónicas, en La Habana
invadida por los ingleses y en el comercio de rescate, en el descreimiento y en
la superstición, en la péñola del poeta y en el arado del guajiro, en la carga
al machete mambí y la no menos ruda acometida del español. Se forjó, en fin, en
la agonía y en la muerte, en la broma y en la vida. La nación cubana fue, secularmente,
fruto de ambiciones añejas y acerado encono de dignidades cercenadas y pulsos
viriles, de amor desenfrenado y sueños heroicos, y en el momento de la eclosión
surgió irreverente e indócil, levantisca y revolucionaria, en fin,
independiente”.
Puedo
ahora suscribir esa semblanza histórica, escrita hace treinta años. Quizá
habría que agregarle que nació, también, envuelta en las melodías de un
nacionalismo musical y patriótico encabezado en el siglo XIX por figuras del
relieve de Ignacio Cervantes y Manuel Saumell, entre otros reconocidos
autores musicales. Ciertamente, la música aportó un ingrediente esencial a
nuestro ajiaco cultural.
Vayamos
al tema central. Desde el verano de 1867 la canción existía y se tocaba en casa
de su autor, el patriota Pedro Figueredo, Perucho, quien la había
instrumentado a solicitud de los conspiradores que se reunían en su hogar y en
las tenidas masónicas de la Logia ¨Estrella Tropical¨ número 19. Se cuenta por
algunos historiadores que en una de las reuniones conspirativas, Pancho Maceo
Osorio al retirarse, dijo: “Bueno, ya estamos constituidos en comité de guerra,
ahora toca a Perucho, que es músico, componer nuestra
Marsellesa….”, a lo que el aludido respondió, “Mañana, cuando volváis, os
recibiré con el canto de guerra que ha de conducir a nuestras huestes a la
lucha y a la victoria”. No sé si el diálogo funcionó de esa manera tan
ceremoniosa, pero lo cierto es que el patriota cumplió con lo prometido y a la
noche siguiente recibió a los cófrades con las notas de lo que hoy es nuestro
Himno Nacional, entonces en una versión primigenia.
Bayamo
conspiraba activamente contra España y Perucho era de los más influyentes en la
tarea de darle cuerpo al descontento existente entre un grupo de cubanos que ya
no soportaban el férreo control de la colonia. Un descontento, vale decir, que
estaba atravesado por la ideología liberal radical y republicana a la que
estaban adscritos todos ellos. Francisco Vicente Aguilera y Francisco Maceo
Osorio se encontraban en ese grupo de levantiscos bayameses que organizaban el
deseo de libertad. Otro bayamés, Carlos Manuel de Céspedes, deportado a
Manzanillo desde hacía más de diez años, aportaba lo suyo en la villa del golfo
de Guacanayabo. Se iba aproximando el momento de materializar ese malestar y la
canción de Figueredo amenizaba las reuniones previas al levantamiento. En
septiembre, en casa de Perucho, se constituyó oficialmente el Comité
Revolucionario de Bayamo, liderado por Aguilera, Figueredo y Maceo Osorio. En
Manzanillo, Las Tunas, Puerto Príncipe y Holguín, los más decididos también se
organizaban para la insurrección y comenzaron a comunicarse entre todos. El
momento decisivo se aproximaba aceleradamente.
Volvamos
a la melodía de Perucho. En la primavera, la iglesia celebraba en la Parroquial
Mayor de Bayamo la fiesta del Corpus Cristie, y su correspondiente Te Deum,
que, según el historiador de la ciudad, Enrique Orlando Lacalle Zauquest, fue
especialmente nutrida de público en ese año 1867. Al frente del servicio
religioso estuvo el Padre Batista y dirigiendo la banda de música el maestro
Manuel Muñoz Cedeño, dos patriotas involucrados en la urdimbre revolucionaria,
al primero Figueredo le había solicitado que instrumentara la pieza. La canción
de Figueredo fue interpretada por vez primera en público y levantó suspicacias
de inmediato en las autoridades españolas, a quienes les costaba trabajo
aceptar esa música como algo de tono religioso. El gobernador de la ciudad, don
Julián de Udaeta, quien había sido ayudante del célebre general y político Juan
Prim, hizo traer a su presencia al maestro Muñoz para que le informara de la
procedencia de la música que había acabado de interpretar y después convocó a
Perucho Figueredo, pero ambos negaron el carácter patriótico de la melodía.
De
acuerdo con otro historiador de Bayamo, José Maceo Verdecia, en julio se dio la
segunda demostración camuflada de la creación musical de Figueredo,
durante las fiestas de Santa Cristina, actividad que sucedió en el local de la
Sociedad Filarmónica, de nuevo ante el gobernador Udaeta y con apoyo orquestal
completo. En
esta ocasión, la autoridad colonial no emitió juicios sobre la pieza musical,
aunque por declaraciones posteriores, estando prisionero de los cubanos,
refirió que nunca dejó de recelar de la misma. La tercera ocasión de
interpretarse en público sería con la ciudad convertida en territorio libre de
España.
La
conspiración prosiguió por todo el verano y en ese ínterin Perucho debió
escribir la letra, pues el mito de que la redactó el propio 20 de octubre sobre
su cabalgadura y en medio del júbilo por la toma de la ciudad, parece muy
fantasiosa y
poco verosímil para quien esto escribe. Casi año y medio separaron el momento
de la confección de la música a que se cantara la canción, ya himno, en las
calles de Bayamo, y me resulta imposible pensar que, en todo ese tiempo,
Perucho no haya redactado las estrofas de la marcha combativa en previsión de
darla conocer en el justo momento.
Perucho,
junto a Aguilera y Maceo Osorio estuvo presente en la denominada bajo el nombre
masónico de Convención de Tirsán, el 4 de septiembre de 1868, que no fue otra
cosa que la reunión de los diferentes grupos confabulados, incluyendo a tuneros
y camagüeyanos, y donde, por primera vez, se le dio cuerpo a la conspiración
coordinada con los patriotas del centro y oriente del país. Poco faltaba para
que prendiese la chispa detonadora de la guerra.
Una
mención puntual a este ilustre patriota, considerado en su momento el alma
romántica de la revolución, es indispensable en el presente texto. Como han
dicho historiadores y familiares, Pedro Figueredo fue un músico consumado,
tocaba distintos instrumentos, aunque sentía predilección por el piano. Era
frecuente que se sentara por las noches ante el teclado y rodeado por sus
jóvenes hijas entonara distintas melodías. Fernando Figueredo, pariente del
prócer e historiador, después de las tres guerras recordó en su discurso en la
Academia de la Historia, en 1920, esta imagen: “Sus hijas todas, educadas en el
regazo del hogar, le acompañaban y secundaban sus gustos por la música,
y, ya a solas, ya tocando a cuatro manos con él, o unas con otras, o ya
cantando, eran de admirar las escenas que alrededor del instrumento se
desarrollaban...”. Un hogar por y para la música, también por y para la revolución,
se podría añadir.
Los
hechos que van desde el 10 de octubre de 1868 a la toma de Bayamo son más
conocidos, por los que solamente los resumiré. Céspedes desiste de atacar
Manzanillo porque recibe información de que los españoles se han pertrechado y
levantado las defensas, seguramente alertados por una delación de alguno de los
complotados. Parte hacia la Sierra de Naguas y en el camino tienen la
escaramuza de Yara, poblado que no pueden tomar y se retiran derrotados. En
Naguas se concentran más hombres, se reestructuró la tropa patriótica y
recibieron el considerable refuerzo de los dominicanos, en particular de Luis
Marcano, a quien se nombró lugarteniente de la fuerza cespedista y cuya
experiencia combativa será sumamente importante en la toma de Bayamo. Parten
los insurreccionados hacia esa ciudad y están ante sus puertas el 18 de
octubre.
Tres
días de fieros combates dieron lugar a la conquista de Bayamo por los
patriotas, el 20 de octubre, diez días después de la mañana de La Demajagua.
Los españoles, que se atrincheraron en el cuartel, resistieron con bravura la
acometida de los mambises. Hubo bajas de ambos bandos. Al proclamarse la
rendición de los soldados colonialistas, el pueblo bayamés, que había
contemplado el combate desde sus casas, se lanzó a las calles a festejar. La
revolución tenía ya una capital. Se dice que el himno, entonces
conocido como el himno de Perucho, se cantó y fue
tarareado de persona a persona, y la letra comenzada a recitarse por lo que se
hizo popular entre los habitantes de aquel pueblo valeroso y patriota. Más
tarde, fue entonado por un grupo de 12 jóvenes bayamesas en la explanada al
frente de la Iglesia Parroquial Mayor, en el acto de bendición de la bandera de
La Demajagua, y esa acción marcó un hito para la cultura cubana. Días después,
el 27 de octubre, la letra original del himno se publicó en El Cubano
Libre, el periódico de la revolución recién creado por Céspedes.
Durante
83 días los patriotas estuvieron radicados en Bayamo, lo que constituyó el
mayor impulso posible al inicio del levantamiento. Desde allí salían los
emisarios a los distintos puntos donde existían fuerzas insurreccionadas y
regresaban para consultar o informar a la dirección libertadora. Tal centro de
operaciones fue fundamental para la consolidación de la revolución. En Bayamo
se firmaron importantes resoluciones patrióticas que atañían a temas tan
relevantes como la abolición de la esclavitud y las relaciones exteriores.
Contaban, pues, los mambises con capital, bandera, himno, Declaración de
Independencia y la determinación suficiente para guerrear contra el dominio
español. Estar en la pelea y vivir en condiciones extremas durante toda una
década es prueba más que suficiente para ponderar la madurez de la revolución
de la Demajagua.
Según
el autorizado criterio del historiador Manuel Moreno Fraginals, una
insurrección que en cuestión de semanas hizo que se levantara en armas una
enorme porción del territorio oriental del país era mucho más que una revuelta.
Los líderes de la misma la convirtieron en una revolución.
Pedro
Figueredo fue un hombre de conducta vertical en su posición independentista.
Existe una anécdota, confirmada por varios testimonios, acerca de los primeros
días de la insurrección, entre el 10 de octubre y antes de la toma de Bayamo,
posiblemente el 15 de octubre, cuando los españoles conformaron una comisión de
ciudadanos notables para que se entrevistaran con los cabecillas levantados en
armas y los disuadieran para que volvieran a sus vidas habituales. Primero, la
comisión se entrevistó con Maceo Osorio, quien no les dio respuesta y la envió
con Donato Mármol, que a su vez se excusó y la remitió a Perucho Figueredo.
Este, que ya había conversado sobre el particular con su amigo y jefe Carlos
Manuel de Céspedes, les dijo con firmeza: “Digan ustedes a Mármol y a Maceo
Osorio, ya que ellos exigen que resuelva yo la situación, que depongan ellos su
actitud, que yo, al frente de los míos, me uniré a Céspedes y con él he de
marchar a la gloria o al cadalso”. Ante esta respuesta, la comisión decidió
disolverse e incorporarse a la insurrección. Perucho cumplió con su palabra, en
el verano de 1870, muy enfermo, fue apresado por una guerrilla española y
fusilado en Santiago de Cuba el 17 de agosto de 1870. El creador del Himno Nacional
se comportó a la altura de cualquier mambí, dio su vida por la causa de la
libertad de Cuba. Cuatro años más tarde cayó Céspedes, en San Lorenzo, Sierra
Maestra, enfrentado a tiros, solo, contra una columna española de élite.
Considerar
las causas de la revolución de 1868 solamente entre factores de índole
económica es un error garrafal. El 10 de octubre de ese año se cortó el nudo
gordiano de varias contradicciones latentes en la sociedad cubana, entre ellas
la contradicción amo/esclavo, otra, la que configuraba la esclavitud versus
desarrollo económico y una tercera, la existente entre colonialismo e identidad
nacional. Esos antagonismos, irreconciliables todos juntos y cada uno por
separado, funcionaron como círculos secantes que al cortarse daban una idea de
la complejidad del momento en que actuaron los revolucionarios orientales. Esta
última contradicción, la que existía entre el férreo dominio militar y político
de la colonia y los deseos de emancipación de los cubanos, es decir, los deseos
de ser, esencialmente fue una tensión cultural y así debe
considerarse.
La
perspectiva cultural de la revolución cespedista es importante (al margen de
que un movimiento político social de tal envergadura no puede ser otra cosa que
una manifestación cultural), dado el alto nivel intelectual y de cultura
personal de sus líderes, casi todos estudiantes de carreras y profesiones
alcanzadas en otros países de Europa y Estados Unidos, poetas y músicos
que desempeñaron un papel considerable (en el diario de uno de ellos se lee,
“yo no soy poeta, pero amo la poesía”), y también porque el desarrollo de las
letras y las ciencias en las clases más solventes del criollado, muchos
inmersos en la conspiración, eran considerables. Por otra parte, y esto es
sumamente cardinal, la clase media había venido cobrando conciencia política.
Debe tenerse presente siempre que la combinación entre liberalismo radical,
republicanismo y romanticismo, que era la fuente común donde bebieron y se
nutrieron aquellos hombres proa, resultó ser de una gran explosividad.
El
itinerario posterior del himno fue el siguiente, después del incendio de Bayamo
y a la desbandada hacia los montes de sus habitantes, la escritura se pierde y
se atribuye a José Martí haberle encargado al músico patriota Emilio Agramonte
su transcripción al pentagrama, lo que se hizo a partir de los recuerdos de
emigrados bayameses en Estados Unidos. La transcripción fue publicada en el
número 16 del periódico Patria, en Nueva York, el 25 de agosto de 1892.
Esta versión solo contenía las dos primeras estrofas del himno de Figueredo y
son las que integran la versión actual de nuestro Himno Nacional. Según la
historiadora de la música cubana Alegna Jacomino Ruiz, a esa partitura se le
añadieron nuevos aportes a finales del siglo XIX, como el que realizó el músico
y director de banda Antonio Rodríguez Ferrer, comisionado para recibir al
primer contingente militar cubano en arribar a Guanabacoa al término de la
guerra organizada por José Martí. Dice la historiadora: “Esa versión tuvo un
fuerte impacto en los guerreros patriotas y en la población, ya que Rodríguez
Ferrer agregó una diana introductoria de corte marcial, que la partitura
de La Bayamesa no poseía, y era fundamentalmente para lograr
el efecto de llamada, de clarín, indispensable a la dramaturgia musical de un
himno que es, ante todo, una marcha de combate”.
Como se
conoce, en la Convención Constituyente de 1900 dicha versión del himno fue
interpretada y considerada oficialmente como Himno Nacional. La ejecución
estuvo a cargo del maestro Guillermo Tomás, entonces reconocido como uno de los
directores de bandas y orquestas más sobresalientes del país.
Desde
hace varias décadas, cada 9 de octubre, al pie de la estatua de Carlos Manuel
de Céspedes, en la Plaza de Armas, como parte de la celebración por el 10 de
octubre de 1868, la banda de música del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas
entona las dos versiones del himno, una iniciativa del entrañable Eusebio Leal,
Historiador de la Ciudad, y cuya tradición se mantiene viva por sus colaboradores
de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Es una manera muy elocuente de
mostrar a las actuales generaciones el devenir de esa pieza patrimonio cultural
de la nación.
Finalizo
con esta idea del historiador de la música cubana Jesús Gómez Cairo, al
referirse a nuestro Himno Nacional: “Es un llamado eterno a los cubanos
de todos los tiempos para que sigamos siendo como aquellos gloriosos bayameses
que lucharon y murieron por liberar y redimir a Cuba, alcanzando así la gloria
de haber sido los fundadores de nuestra Nacionalidad”.
Por
todas estas razones, que he apuntado aceleradamente, es que considero un gran
acierto haber escogido el 20 de octubre de cada año como Día de la Cultura
Cubana, celebración que data de 1980, cuando se realizó por vez primera.
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