Círculo de Lectura # 194-5 – Junio - Julio de 2025
“Los oxidados huesos de la
Guiteras ya no aguantan tanto”
28 – Feb – 2025. Tomado del Periódico Girón (Matanzas)
https://giron.cu/2025/02/28/oxidados-huesos-de-la-guiteras/
El salitre, de a poco, se come los viejos huesos del navío. Sus hierros toman la consistencia del coral: agujereados y de un color rojo apagado. Cuando sopla una racha fuerte de viento, pequeñas esquirlas se desprenden de las vigas de apoyo, de las rejillas que funcionan como piso, de las escaleras estrechas con barandas a las que le faltan segmentos. La Guiteras te ametralla como si te odiara. Los fragmentos te impactan en el pecho, en los muslos, en los brazos.
Cuando se escucha tomar fuerza el aire con ese ruido de cuchillas que antecede a una ráfaga fuerte, los trabajadores que laboran en la reparación de la termoeléctrica bajan la cabeza para que los pedazos de óxido no los golpeen en los ojos. Deberían portar gafas para evitar una herida en la córnea; no obstante, en estos momentos no cuentan con dicho equipamiento y solo logran protegerse al estar al tanto de los cambios de humor del viento. Como hacen el movimiento al unísono, parece que le hacen una reverencia a algún dios de la centella y el tizne.
I
Son cerca de las seis de la tarde. El sol se pone por detrás de la ciudad, a unos kilómetros de la Central. El tono rojizo del atardecer se sobrepone al del óxido. Los hierros no lucen ya tanto como un coral, sino que sangran. A unos 40 metros de altura, los técnicos que laboran en la reparación de la caldera acaban de realizar su reverencia después de un soplo violento, y retoman la conversación que quedó en el aire: si cuando lleguen a casa tendrán corriente o no.
Pronto acabará su turno, a eso de las siete; así que hablan sobre darse
una ducha para quitarse el churre y el vanadio de encima, de si bombearon agua
a su zona este miércoles, de comer sin iluminar el plato con la linterna del
celular, de dormir sin que por el calor y los mosquitos den vueltas en el
lecho. Como cada vez que un cubano discute sobre ese tema, después de tres o
cuatro palabras, aparece una mueca de cansancio nacional, seguido por una
plegaria a la Virgen de la Caridad del Cobre —el cobre del cableado eléctrico—
y, por último, un silencio ante las incertidumbres. Allá arriba no es
diferente, lo único que varía es que en las manos de ellos se halla la
posibilidad de que los cortes de la energía disminuyan su duración.
“Imagínate, son 12 horas de trabajo. Salgo a las siete y llego a mi
casa, en Limonar, a las ocho. Me despierto a las cinco de la mañana para coger
la guagua a las seis para regresar aquí”. Víctor Manuel Solórzano Herrera es un
mulato de 1,98 metros que en su adolescencia jugó para el equipo Cuba B de
voleibol. Hace 18 años se contrató en la Empresa de Mantenimiento de Centrales
Eléctricas (EMCE), y ahora se gana la subsistencia como soldador.
Sus botas están destrozadas, con grietas en la suela y con el tejido
sintético descascarado. Instaló en ellas, a lo criollo, un pedazo de cuero,
para que las chispas no les prendan fuego a los cordones. Comenta que el
calzado de alguien que practique su oficio lleva ese tipo de artilugios, pero
aquí no los hay, por lo que toca inventar. “Y ni te fijes en el overol, que no
aguanta un churre ni un descosío más”.
Víctor regresa a soldar un tubo encima de una de las barandas. Este
servirá para “mochetear” un trecho agujereado del complejo sistema de canales y
depósitos que conforman la caldera. Estas mismas fugas provocaron la
desconexión de la planta, unas jornadas atrás. En otras termoeléctricas se
decantan por colocarles un parche a los salideros, pero en la Guiteras
prefieren cercenar el pedazo de tubería averiado y sustituirlo por completo.
Así tardan más; sin embargo, también resultan resistentes durante un tiempo más
prolongado. “Es una señora pasada en años; hay que cuidarla”, me explica Román,
el director técnico de las instalaciones, quien nos acompaña desde que llegamos
al complejo.
Cuando terminen de darle las suturas de argón al tubo, deberán acceder a
la caldera por un agujero pequeño, de un metro cuadrado, aproximadamente, y
arrastrarse por una serie de túneles angostos, hasta llegar al sitio que
“mochetearán”. Cuando uno se fija en la zona de los codos de los overoles de
los trabajadores, los descubre raspados y sucios de tanto rozar con las paredes
por el poco espacio. Probablemente, la claustrofobia no sea un miedo
espontáneo, sino deja vu (sensación
de haber vivido antes una situación que se está experimentando en el presente)
de una muerte pasada y el correspondiente encierro, bajo tierra, en un cajón de
madera de pino. Víctor cuenta que, para él, además de la opresión en el pecho
por el temor que todos sufren en menor o mayor medida, por su tamaño le es muy
incómodo moverse allá dentro y debe contorsionarse, convertirse en una versión
compacta de sí mismo, a fuerza de escarrancharse y casi dislocar
articulaciones.
Estas maniobras remiten a las películas de espías, cuando el
protagonista se introduce en el sistema de ventilación para infiltrarse en una
base de la KGB soviética. Pero en el cine estos ductos se ven impolutos,
asépticos, podrías comer sobre ellos; no así los de la Guiteras. El coral de la
estructura exterior se ha trasladado también hacia el interior. Sin embargo,
quizá por la oscuridad, allí no luce como tal, sino como una piel infectada,
con pequeñas burbujas de óxido a punto de reventar, y el vanadio como un tumor
de los metales.
Nombrado así por Vanadis, una diosa de la belleza de la mitología
nórdica, esta sustancia nos muestra que incluso lo hermoso y lo útil puede
afectarnos por dentro y por fuera. Se utiliza por su resistencia a las altas
temperaturas, como las que provoca una caldera, pero es tóxico, sobre todo
cuando se inhala. Ocasiona ataques de asma, náuseas y, si se extiende mucho la
exposición, hasta cáncer de pulmón u otras afecciones respiratorias.
Yunier Sierra Carmenate me enseña un pañuelo azul atado a su cuello,
como un vaquero urbano a punto de asaltar el tren de medianoche. “Utilizo esto,
que aguanta un poco más, porque a nosotros nos dan nasobucos que no nos cuida
tanto; aunque esto tampoco resuelve mucho”.
Él es el jefe de brigada de la Emce que se ocupa del área alta de la
caldera. Mientras habla, su teléfono no para de sonar, el principio de La totaila se repite una y otra vez. Tal
vez fuera su mujer, para preguntarle cuándo regresaría a casa o decirle que
había venido la luz después de 11 horas de ausencia o, sencillamente, que lo
extrañaba y ya; cuando hay rotura en la Guiteras, sabe que su marido se
convertirá en un fantasma en su propio hogar, tan etéreo, que podrá atravesar
paredes y muebles como si nunca hubiera estado ahí. Yunier no contesta su
móvil, pero sí, en lo que tararea al Bebeshito, se sube el pañuelo azul hasta
que le cubre la nariz y la boca.
II
Justo en la entrada de la Central Termoeléctrica, hay un cartel con un
retrato de Guiteras y al lado una frase de “Aquí le damos electricidad al
pueblo”. El sol de las cuatro de la tarde corta en diagonal la valla, una mitad
queda en la sombra y la otra con un halo dorado. En el contexto que atraviesa
la nación por estas jornadas, con solo dos o tres horas con corriente, la frase
recuerda un pésimo chiste de humor negro.
En Tony, un hombre guapo, el libro biográfico de Paco Ignacio Taibo II,
se cuenta que Guiteras encendía un cigarro con la punta de otro. No paraba de
echar humo. Abandonó el vicio cuando lo mataron en El Morillo, al otro lado de
la bahía donde ahora se encuentra la termoeléctrica con su nombre. De la misma
manera que al mártir, cuando se observa la chimenea de la Central
Termoeléctrica sin echar humo, algo se muere dentro de uno. ¿La leve esperanza
de una mejoría, quizá?
Dos días antes, en medio de una contingencia energética compleja, la
Central debió salir del Sistema Electroenergético Nacional (SEN). Sonaron las
trompetas del fin del mundo. Si ya nos enfrentábamos a apagones de seis a ocho
horas —en ese mismo momento, los alimentos comienzan a apolismarse y el sueño
plácido deviene privilegio para algunos—, ascendieron hasta las 16 y más. Cada
vez que ello sucede, parece que entramos en un duelo nacional y uno piensa no
tanto en Guiteras, sino en Martí y su poema Dos patrias tengo yo: Cuba y la
noche. Entonces, te percatas de que, de a poco, dejas atrás el archipiélago y
te mudas a las penumbras.
“Si los apagones ahora son de 12 horas por ahí, cuando logremos entrar,
bajarían a seis”, comenta Román Pérez Castañeda, quien nos recibe en el bloque
de edificios donde se ubica la dirección. Es un señor flaco, cuyo overol le
baila encima por lo ancho que le queda, y con un par de espejuelos de luna
llena que hacen equilibrio en una nariz de guadaña. Quizá exagere un poco con
su estimado; no obstante, reconforta en cierta manera su fe en esos viejos
hierros.
La Guiteras, fabricada con tecnología francesa, aporta 240 megavatios
(MW). Debería ascender a más, cerca de unos 320; pero, después de más de 35
años de explotación, se ve limitada su capacidad. En sí, entre las de su tipo,
es la que más ayuda al SEN y le ofrece estabilidad; no obstante, forma parte de
un entramado complejo (la generación distribuida, las patanas, los parques
fotovoltaicos) y su funcionamiento ayuda, pero tampoco resulta un milagro que
nos salvará del insomnio. Su puesta en marcha nos librará por lo menos de un
par de horas del asueto de los amos de casa que se niegan a lavar a puño y
jabón.
Debido a un tratamiento comunicativo erróneo, suele culpársele por los
déficits prolongados, como si dentro de ella cupiera toda la desesperación de
las madres que deben espantar con una libreta los mosquitos de encima de sus
hijos, o de aquellos que se manchan las manos con carbón para poder calentar el
arroz que cocinaron a las cinco de la mañana, apresurados para aprovechar la
hora de “luz” que les tocó por la madrugada.
“Además, mientras estemos parados, para realizar las reparaciones
consumimos 15 MW que no se le da a la gente —al moverse Román en la silla giratoria,
la media luna de sus espejuelos se convierte en cuarto menguante por el ángulo
en que refleja el resplandor de las lámparas en el techo del salón de
conferencias—. Por lo menos no arrancaremos hasta el viernes en la noche”.
El principio de funcionamiento de las termoeléctricas es bastante
sencillo, si se cuenta a grandes rasgos. El combustible se quema en la caldera,
—“como los fogones pique de antaño”, ejemplifica Román—; entonces, el calor
convierte el agua en vapor y así impulsa la turbina. Esta última, al moverse,
genera poder. “A diferencia de los carros, donde la electricidad se transforma
en energía mecánica rotatoria, aquí la energía mecánica se transforma en
electricidad”.
Unos días atrás debieron cesar sus operaciones, al descubrir que por una
rotura en una tubería hacían agua. Naufragaban en alta tierra. Si hubiera
ocurrido en las instalaciones que transportaban el vapor, habrían podido
resistir un poco más. Con las herramientas para medir los parámetros de la
Central, detectaron el error y decidieron detener la generación. En ese
momento, el déficit del país, que en el horario pico rondaba los 1 600 o 1 650
MW, aumentó a 1 800 y más, hasta alcanzar un récord histórico el 12 de febrero.
Después de ello, solo quedaba esperar la caída del SEN como un suceso
inminente.
La caldera en pleno apogeo alcanza los 1800 grados Celsius, suficientes
para quemar cobre y fundir el vidrio templado. Para poder acceder a ella, hay
que esperar por lo menos 24 horas a que se enfríe. En ocasiones, se entra antes
de lo aconsejado a causa de la premura, pero solo para efectuar algún
reconocimiento. A través de los instrumentos de medición de la Central, se
puede saber cuál es el problema, mas no dónde se halla. Con ese propósito, toca
realizar una exploración, incluso, aun cuando se violan protocolos de
seguridad, ya que los metales pueden estar a una temperatura de 45 grados, más
de la necesaria para que te rasguñe la piel —tigre de las selvas entrópicas y
tropicales— si por error rozas con ellos.
La Guiteras resulta un ejemplo de que aquí no creemos en la muerte de
los objetos. La obsolescencia programada es un lujo de los pueblos ricos.
Cuando falla, corresponde echarse a correr para que pueda resistir un par de
meses más; hasta que un día ya, sencillamente, le reviente el corazón-caldera.
Por su peso dentro del SEN, muchas veces se violentan procesos para echarla a
andar con la máxima prontitud; así se alivia la crisis, un poco, pero a largo
plazo puede costarnos la tumba de la termoeléctrica.
III
Mientras salíamos del bloque de edificios donde se halla la dirección,
Román, con su cara de luna nueva al quitarse los espejuelos para limpiarlos en
el overol, explicó que, en el último arreglo, laboraron cuatro brigadas de
aproximadamente 30 personas, que se rotaban cada 12 horas, para poder ponerla a
funcionar en el mínimo tiempo. La Central se detuvo por la fuga en la tubería
de agua; sin embargo, mientras se halle en paro se aprovecha para llevar a cabo
otras acciones de reparación y limpieza, como en las cañerías de vapor o en la
bomba del líquido de la turbina.
La CTE Guiteras cuenta con tres talleres dentro de sus instalaciones:
uno eléctrico, otro relacionado con la automatización de los procesos y el
último mecánico. No obstante, estos no dan abasto para cubrir todas las
necesidades de la planta, por lo que se contrata ayuda externa, por ejemplo, la
Empresa de Mantenimiento a Centrales Eléctricas (EMCE). Esta ahora se encarga
de casi todas las reparaciones necesarias de la caldera.
Después de atravesar un pequeño arco, con aspecto steampunk, con cables
que lo serpentean, válvulas y tuberías como un exoesqueleto, uno contempla en
su grandeza roñosa la mole de hierro —barco encallado en un extremo de la
bahía—, que es en sí donde se genera la electricidad. Allí se nos une Leonardo
La O Quiala, director del subgrupo de la EMCE en Matanzas. El mulato
carniprieto habla bajo, como para no ofender; sin embargo, cada vez que
pronuncia una palabra, para enfatizarla hace un gesto con sus cejas hirsutas.
Contrarresta su tono monótono y cavernario con la agresividad de sus
expresiones faciales.
“Corremos riesgo por la altura, porque trabajamos con fuego; pero se
pueden controlar —comenta de forma neutral—. Llevamos 18 años sin accidentes.
—Aquí se detiene un momento y aclara—: Los muchachos que fallecieron en el
derrumbe de la chimenea hace dos años no formaban parte de nuestra empresa”.
En abril del 2023, varios trabajadores de la Empresa Especializada en
Reparación y Mantenimiento de Chimeneas, perteneciente al Ministerio de la
Construcción, quedaron atrapados después de que colapsara un tabique. Murieron
dos de ellos, Lázaro Montero Pito y Alexis Labrada Junco, en una avalancha de
hollín, nieve negra que te cubre como sudario de difuntos, que se te cuela por
los ojos, por las fosas nasales, que te ahoga en negro.
“La presión se siente”, suelta de repente Leonardo. Tal vez sea una
manera de decir que sí, que existen inseguridades en lo que ellos se dedican,
pero alguien debe hacerlo.
Los afiliados a la EMCE ganan un promedio entre los 17 000 y 19 000
pesos, según se comporten las utilidades y otras formas de estimulación
monetaria. En comparación con el salario de parte de los trabajadores estatales
y de algunas empresas deficientes, representa una suma considerable y una
bagatela con respecto a las ganancias de ciertos cuentapropistas. La cuestión
de cuánto vale una vida —para los egipcios menos que una pluma; para una madre
incluso el paraíso de Dante no será pago suficiente— en Cuba no se encuentra
bien definida. Hablamos de la famosa compensación por peligrosidad que no solo
aplica a los obreros de la EMCE, sino también a bomberos, rescatistas, entre
otros, y que aún no constituye la adecuada.
Sin embargo, si una profesión trae consigo riesgos implícitos, cuando no
se tienen los equipos de protección necesarios, estos se multiplican. Siempre
se deben tener en cuenta las presiones externas que inciden sobre las
importaciones de Cuba y sus forrajeos de recursos. “Tenemos problemas con los
overoles, las botas y otros insumos”, explica Leonardo. Esta vez no alcanzó su
tono neutro, porque sus cejas se elevaron más de lo que bajó su voz.
IV
Hierro. Ruido. Hierro. Zumbidos de moscas de níquel. Hierro. Ruido.
Ruido. Hierro. El sonido de la bahía se cuela por los entresijos y se mezcla
con el de las pulidoras. El mar es una plancha de aluminio que bruñen para
quitarle los oleajes y los óxidos. Hierro. Gritos de baranda a baranda con la
voz a todo hierro para irse por encima del ruido. Parece un reparto
eléctrico.
Estamos en el cuarto piso de la Guiteras, donde se halla un punto para
penetrar a la caldera. Para entrar allí, debes contorsionarte y deslizarte por
un pequeño rectángulo. Entonces, accedes a una cámara amplia. En uno de los
extremos, hay una zanja ancha y profunda que por la oscuridad no se le ve el
fin, supongo que la muerte se le parezca; y en el otro, una pendiente
pronunciada. Al final de esta última, se hallan los tubos a “mochetear”. Para
llegar a ellos, los técnicos deben trepar por una soga hasta alcanzar unas
vigas donde se recuestan los trabajadores. A los que les toque soldar con argón
subirán un poco más y estarán ahí, colgados en un precario equilibrio, hasta
que alguien los sustituya; mientras tanto, suelda que te suelda, con las
chispas a ras de la máscara, como si le reventaran fuegos artificiales en toda
la cara.
Lázaro Milán Midesten, desde lo llano dentro de la caldera, alumbra con
su celular hacia sus compañeros, los cuales se desenvuelven en la cima de la
pendiente. Hay algunas lámparas portables, por aquí y por allá; pero no son
suficientes para iluminar ese ataúd de metal. Ahí la oscuridad parece una
bestia enjaulada, se abalanza contra las paredes, una y otra vez, y se enfurece
con cada embestida, hasta que, sencillamente, cae ella y nos hace caer en la
locura a nosotros.
Por eso, este mulato espigado utiliza su móvil para espantar algunas
sombras y ángulos muertos. Su trabajo consiste en velar por que sus compañeros
cumplan con las medidas de seguridad. En estos momentos, el haz de su celular
se fija en la pequeña abertura de entrada por donde tratan de colar un botellón
de argón. Él pertenece a la EMCE de la CTE Mariel; lo trajeron hasta aquí por
lo urgente de que la Guiteras vuelva en línea y porque las plantillas, tanto
del centro como de la Empresa de Mantenimiento, no dan abasto por las prisas.
Si no se le sueltan los tornillos a Dios o se le cruza algún cable, andará por
aquí hasta el sábado, que podrá regresar con el agotamiento de “los
rotos”.
La EMCE cuenta con Unidad Empresarial de Base (UEB) en casi todo el país.
Por ello, cuando falta personal o se requiere más de la cuenta por una
reparación en específico, suelen trasladarlos de una provincia a otra; a
algunos de forma temporal, mientras duren las reparaciones puntuales, como
Lázaro, y a otros a largo plazo.
Briant Cuba Cabrera tiene 19 años y un tatuaje en su cuello que reza
“Always dream”. Es un muchachito que se deja un pequeño bigote como los dandys
de la década del 30 para lucir más adulto. Hace unos meses vino desde Santiago
para Matanzas. Ahora está albergado en el Canimao, pequeño hotelito de la
ciudad. Solo cada tres o más meses le dan un pase, como si fuera el Servicio
Militar, para visitar su casa. “Es tremendo, hermano, pero hay que tirar
pa’lante”, y luego habla de “las cositas” que dejó, por allá, por Oriente, y
una sonrisa de niño maldito le endiabla la boca. Este jabao flaco, como si no
se hubiera comido toda la comida que la madre le sirvió, ahora comienza sus
andadas en el oficio de arreglar o, mejor dicho, enmendar termoeléctricas.
Adalberto Navarro Prada, por otra parte, hace más de 35 años que realiza
estas labores. Trabajó un par de décadas en Camagüey y siete años aquí en
Matanzas. Durante ese período, lo albergaron en el hotel Guanima, en una
habitación que adaptaron como si fuera un apartamento. Trajo a su esposa y a su
hija, en esos vagabundeos gitanos de quien ninguna tierra es la propia. Solo
hace poco le entregaron una casa en la barriada suburbana del Naranjal Norte.
Este hombre, pequeño y fornido, con antebrazos de Popeye, jefe de área
de la caldera para la EMCE, rememora que antes la Guiteras se desconectaba del
SEN y no se enteraba nadie, porque había unos cuantos cientos de MW de reserva.
Esto les permitía desarrollarse con más calma y solucionar las averías con
precisión. Sobre ellos no estaban posados los ojos mediáticos de un país. No le
habían puesto aún el estigma de los salvadores. Además, después de años de
sobreexplotación, los componentes de la Central se hallan desgastados. También
en los últimos tiempos se ha ido —del país y de la Empresa— demasiado personal
especializado. A causa de esto, deben buscar obreros nuevos todo el tiempo,
donde aparezcan, como resulta el caso de Briant.
Cuando salimos del ataúd de hierro de esa parte de la caldera, el sol comenzaba a ponerse en el horizonte. Agradecimos el espacio abierto después de tanta penumbra, pero uno no puede evitar preguntarse qué tan negro llevará el ánimo quien deba permanecer allí, encerrado, por 12 horas. Faltan cerca de 10 minutos para las seis de la tarde. Román, con sus gafas en luna creciente, señala hacia la cima de la Termoeléctrica. Hacia allá nos dirigimos ahora.
Sobrepasamos hierro y ruido. Hierro. Ruido. Hierro. El murmullo de gato
enfurruñado de las sierras eléctricas. Ruido. La Cariñosa, una viga atravesada
en un tramo de escalera que llaman así porque ha besado a más de uno en la
frente. Ruido. Hierro. Cuando arribas al último piso de la Guiteras, te
percatas de que desde tan alto parece un gran barco de metal que encalló en una
orilla de la bahía de Matanzas.♦
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