Taller de Lectura # 66 - Octubre de 2014
“Contra
el burocratismo”
(Febrero de 1963)
Tomado de libro:
Che Guevara Presente: Una antología mínima
Del Centro de Estudios Che Guevara.
Nuestra
Revolución fue, en esencia, el producto de un movimiento guerrillero que inició
la lucha armada contra la tiranía y cristalizó en la toma del poder. Los
primeros pasos como estado revolucionario, así como toda la primitiva época de
nuestra gestión en el gobierno, estaban fuertemente teñidos de los elementos
fundamentales de la táctica guerrillera como forma de administración estatal.
El “guerrillerismo” repetía la experiencia de la lucha armada de las sierras y
campos de Cuba en las distintas organizaciones administrativas y de masas, y se
traducía en que solamente las grandes consignas revolucionarias eran seguidas
(y muchas veces interpretadas de distintas maneras) por los organismos de la
administración y de la sociedad en general. La forma de resolver los problemas
concretos estaba sujeta al libre arbitrio de cada uno de los dirigentes.
Por
ocupar todo el complejo aparato de la sociedad, los campos de acción de las
“guerrillas administrativas” chocaban entre sí, produciéndose continuos roces,
órdenes y contraórdenes, distintas interpretaciones de las leyes, que llegaban,
en algunos casos, a la réplica contra las mismas por parte de organismos que
establecían sus propios dictados en forma de decretos, haciendo caso omiso del
aparato central de dirección. Después de un año de dolorosas experiencias
llegamos a la conclusión de que era imprescindible modificar totalmente nuestro
estilo de trabajo y volver a organizar el aparato estatal de un modo racional,
utilizando las técnicas de la planificación conocidas en los hermanos países
socialistas.
Como
otra medida, se empezaron a organizar los fuertes aparatos burocráticos que
caracterizan esta primera época de construcción de nuestro Estado socialista,
pero el bandazo fue demasiado grande y toda una serie de organismos, entre los
que se incluye el Ministerio de Industrias, iniciaron una política de
centralización operativa, frenando exageradamente la iniciativa de los
administradores. Este concepto centralizador se explica por la escasez de
cuadros medios y el espíritu anárquico anterior, lo que obligaba a un celo
enorme en las exigencias de cumplimiento de las directivas. Paralelamente, la
falta de aparatos de control adecuados hacía difícil la correcta localización a
tiempo de las fallas administrativas, lo que amparaba el uso de la “libreta”.
De esta manera, los cuadros más conscientes y los más tímidos frenaban sus
impulsos para atemperarlos a la marcha del lento engranaje de la
administración, mientras otros campeaban todavía por sus respetos, sin sentirse
obligados a acatar autoridad alguna, obligando a nuevas medidas de control que
paralizaran su actividad. Así comienza a padecer nuestra Revolución el mal
llamado burocratismo.
El
burocratismo, evidentemente, no nace con la sociedad socialista ni es un
componente obligado de ella. La burocracia estatal existía en la época de los
regímenes burgueses con su cortejo de prebendas y de lacayismo, ya que a la
sombra del presupuesto medraba un gran número de aprovechados que constituían
la “corte” del político de turno. En una sociedad capitalista, donde todo el
aparato del Estado está puesto al servicio de la burguesía, su importancia como
órgano dirigente es muy pequeña y lo fundamental resulta hacerlo lo
suficientemente permeable como para permitir el tránsito de los aprovechados y
lo suficientemente hermético como para apresar en sus mallas al pueblo.
Dado
el peso de los “pecados originales” yacentes en los antiguos aparatos
administrativos y las situaciones creadas con posterioridad al triunfo de la
Revolución, el mal del burocratismo comenzó a desarrollarse con fuerza. Si
fuéramos a buscar sus raíces en el momento actual, agregaríamos a causas viejas
nuevas motivaciones, encontrando tres razones fundamentales.
Una
de ellas es la falta de motor interno. Con esto queremos decir, la falta de
interés del individuo por rendir un servicio al Estado y por superar una
situación dada. Se basa en una falta de conciencia revolucionaria o, en todo
caso, en el conformismo frente a lo que anda mal.
Se
puede establecer una relación directa y obvia entre la falta de motor interno y
la falta de interés por resolver los problemas. En este caso, ya sea que esta
falla del motor ideológico se produzca por una carencia absoluta de convicción
o por cierta dosis de desesperación frente a problemas repetidos que no se
pueden resolver, el individuo, o grupo de individuos, se refugian en el
burocratismo, llenan papeles, salvan su responsabilidad y establecen la defensa
escrita para seguir vegetando o para defenderse de la irresponsabilidad de
otros.
Otra
causa es la falta de organización. Al pretender destruir el “guerrillerismo”
sin tener la suficiente experiencia administrativa, se producen disloques,
cuellos de botellas, que frenan innecesariamente el flujo de las informaciones
de las bases y de las instrucciones u órdenes emanadas de los aparatos
centrales. A veces éstas, o aquéllas, toman rumbos extraviados y, otras, se
traducen en indicaciones mal vertidas, disparatadas, que contribuyen más a la
distorsión.
La
falta de organización tiene como característica fundamental la falla en los
métodos para encarar una situación dada. Ejemplos podemos ver en los
Ministerios, cuando se quieren resolver problemas a otros niveles que el
adecuado o cuando éstos se tratan por vías falsas y se pierden en el laberinto
de los papeles. El burocratismo es la cadena del tipo de funcionario que quiere
resolver de cualquier manera sus problemas, chocando una y otra vez contra el
orden establecido, sin dar con la solución. Es frecuente observar cómo la única
salida encontrada por un buen número de funcionarios es el solicitar más
personal para realizar una tarea cuya fácil solución solo exige un poco de
lógica, creando nuevas causas para el papeleo innecesario.
No
debemos nunca olvidar, para hacer una sana autocrítica, que la dirección
económica de la Revolución es la responsable de la mayoría de los males
burocráticos: Los aparatos estatales no se desarrollaron mediante un plan único
y con sus relaciones bien estudiadas, dejando amplio margen a la especulación
sobre los métodos administrativos. El aparato central de la economía, la Junta
Central de Planificación, no cumplió su tarea de conducción y no la podía
cumplir, pues no tenía la autoridad suficiente sobre los organismos, estaba
incapacitada para dar órdenes precisas en base a un sistema único y con el
adecuado control y le faltaba el imprescindible auxilio de un plan perspectivo.
La centralización excesiva sin una organización perfecta frenó la acción
espontánea sin el sustituto de la orden correcta y a tiempo. Un cúmulo de
decisiones menores limitó la visión de los grandes problemas y la solución de
todos ellos se estancó, sin orden ni concierto. Las decisiones de última hora,
a la carrera y sin análisis, fueron la característica de nuestro trabajo.
La
tercera causa, muy importante, es la falta de conocimientos técnicos
suficientemente desarrollados como para poder tomar decisiones justas y en poco
tiempo. Al no poder hacerlo, deben reunirse muchas experiencias de pequeño
valor y tratar de extraer de allí una conclusión. Las discusiones suelen
volverse interminables, sin que ninguno de los expositores tenga la autoridad
suficiente como para imponer su criterio. Después de una, dos, unas cuantas
reuniones, el problema sigue vigente hasta que se resuelve por sí solo o hay
que tomar una resolución cualquiera, por mala que sea.
La
falta casi total de conocimientos, suplida como dijimos antes por una larga
serie de reuniones, configura el “reunionismo”, que se traduce fundamentalmente
en falta de perspectiva para resolver los problemas. En estos casos, el
burocratismo, es decir, el freno de los papeles y de las indecisiones al
desarrollo de la sociedad, es el destino de los organismos afectados.
Estas
tres causas fundamentales influyen, una a una o en distintas conjugaciones, en
menor o mayor proporción, en toda la vida institucional del país, y ha llegado
el momento de romper con sus malignas influencias. Hay que tomar medidas
concretas para agilizar los aparatos estatales, de tal manera que se establezca
un rígido control central que permita tener en las manos de la dirección las
claves de la economía y libere al máximo la iniciativa, desarrollando sobre
bases lógicas las relaciones de las fuerzas productivas.
Si
conocemos las causas y los efectos del burocratismo, podemos analizar
exactamente las posibilidades de corregir el mal. De todas las causas
fundamentales, podemos considerar a la organización como nuestro problema
central y encararla con todo el rigor necesario. Para ello debemos modificar
nuestro estilo de trabajo; jerarquizar los problemas adjudicando a cada organismo
y cada nivel de decisión su tarea; establecer las relaciones concretas entre
cada uno de ellos y los demás, desde el centro de decisión económica hasta la
última unidad administrativa y las relaciones entre sus distintos componentes,
horizontalmente, hasta formar el conjunto de las relaciones de la economía. Esa
es la tarea más asequible a nuestras fuerzas actualmente, y nos permitirá, como
ventaja adicional, encaminar hacia otros frentes a una gran cantidad de
empleados innecesarios, que no trabajan, realizan funciones mínimas o duplican
las de otros sin resultado alguno.
Simultáneamente,
debemos desarrollar con empeño un trabajo político para liquidar las faltas de
motivaciones internas, es decir, la falta de claridad política, que se traduce
en una falta de ejecutividad. Los caminos son: la educación continuada mediante
la explicación concreta de las tareas, mediante la inculcación del interés a
los empleados administrativos por su trabajo concreto, mediante el ejemplo de
los trabajadores de vanguardia, por una parte, y las medidas drásticas de
eliminar al parásito, ya sea al que esconde en su actitud una enemistad
profunda hacia la sociedad socialista o al que está irremediablemente reñido
con el trabajo.
Por
último, debemos corregir la inferioridad que significa la falta de
conocimientos. Hemos iniciado la gigantesca tarea de transformar la sociedad de
una punta a la otra en medio de la agresión imperialista, de un bloqueo cada
vez más fuerte, de un cambio completo en nuestra tecnología, de agudas
escaseces de materias primas y artículos alimenticios y de una fuga en masa de
los pocos técnicos calificados que tenemos. En esas condiciones debemos
plantearnos un trabajo muy serio y muy perseverante con las masas, para suplir
los vacíos que dejan los traidores y las necesidades de fuerza de trabajo
calificada que se producen por el ritmo veloz impuesto a nuestro desarrollo. De
allí que la capacitación ocupe un lugar preferente en todos los planes del
Gobierno Revolucionario. La capacitación de los trabajadores activos se inicia
en los centros de trabajo al primer nivel educacional: la eliminación de
algunos restos de analfabetismo que quedan en los lugares más apartados, los
cursos de seguimiento, después, los de superación obrera para aquellos que hayan
alcanzado tercer grado, los cursos de Mínimo Técnico para los obreros de más
alto nivel, los de extensión para hacer subingenieros a los obreros
calificados, los cursos universitarios para todo tipo de profesional y,
también, los administrativos. La intención del Gobierno Revolucionario es
convertir nuestro país en una gran escuela, donde el estudio y el éxito de los
estudios sean uno de los factores fundamentales para el mejoramiento de la
condición del individuo, tanto económicamente como en su ubicación moral dentro
de la sociedad, de acuerdo con sus calidades.
Si
nosotros logramos desentrañar, bajo la maraña de los papeles, las intrincadas
relaciones entre los organismos y entre secciones de organismos, la duplicación
de funciones y los frecuentes “baches” en que caen nuestras instituciones,
encontramos las raíces del problema y elaboramos normas de organización,
primero elementales, más completas luego, damos la batalla frontal a los
displicentes, a los confusos y a los vagos, reeducamos y educamos a esta masa,
la incorporamos a la Revolución y eliminamos lo desechable y, al mismo tiempo,
continuamos sin desmayar, cualesquiera que sean los inconvenientes
confrontados, una gran tarea de educación a todos los niveles, estaremos en
condiciones de liquidar en poco tiempo el burocratismo.
La
experiencia de la última movilización es la que nos ha motivado a tener
discusiones en el Ministerio de Industrias para analizar el fenómeno de que, en
medio de ella, cuando todo el país ponía en tensión sus fuerzas para resistir
el embate enemigo, la producción industrial no caía, el ausentismo desaparecía,
los problemas se resolvían con una insospechada velocidad. Analizando esto,
llegamos a la conclusión de que convergieron varios factores que destruyeron
las causas fundamentales del burocratismo; había un gran impulso patriótico y
nacional de resistir al imperialismo que abarcó a la inmensa mayoría del pueblo
de Cuba, y cada trabajador, a su nivel, se convirtió en un soldado de la
economía dispuesto a resolver cualquier problema.
El
motor ideológico se lograba de esta manera por el estímulo de la agresión
extranjera. Las normas organizativas se reducían a señalar estrictamente lo que
no se podía hacer y el problema fundamental que debiera resolverse; mantener la
producción por sobre todas las cosas, mantener determinadas producciones con
mayor énfasis aún, y desligar a las empresas, fábricas y organismos de todo el
resto de las funciones aleatorias, pero necesarias en un proceso social normal.
La
responsabilidad especial que tenía cada individuo lo obligaba a tomar
decisiones rápidas; estábamos frente a una situación de emergencia nacional, y
había que tomarlas fueran acertadas o equivocadas; había que tomarlas, y
rápido; así se hizo en muchos casos.
No
hemos efectuado el balance de la movilización todavía y, evidentemente, ese
balance, en términos financieros no puede ser positivo, pero sí lo fue en
términos de movilización ideológica, en la profundización de la conciencia de
las masas. ¿Cuál es la enseñanza? Que debemos hacer carne en nuestros
trabajadores, obreros, campesinos o empleados que el peligro de la agresión
imperialista sigue pendiente sobre nuestras cabezas, que no hay tal situación
de paz y que nuestro deber es seguir fortaleciendo la Revolución día a día,
porque, además, esa es nuestra garantía máxima de que no haya invasión. Cuanto
más le cueste al imperialismo tomar esta Isla, cuanto más fuertes sean sus
defensas y cuanto más alta sea la conciencia de sus hijos, más lo pensarán;
pero al mismo tiempo, el desarrollo económico del país nos acerca a situaciones
de más desahogo, de mayor bienestar. Que el gran ejemplo movilizador de la
agresión imperialista se convierta en permanente, es la tarea ideológica.
Debemos
analizar las responsabilidades de cada funcionario, establecerlas lo más
rígidamente posible dentro de cauces, de los que no debe salirse bajo pena de
severísimas sanciones y, sobre esta base, dar las más amplias facultades
posibles. Al mismo tiempo, estudiar todo lo que es fundamental y lo que es
accesorio en el trabajo de las distintas unidades de los organismos estatales y
limitar lo accesorio para poner énfasis sobre lo fundamental, permitiendo así
más rápida acción. Y exigir acción a nuestros funcionarios, establecer límites
de tiempo para cumplir las instrucciones emanadas de los organismos centrales,
controlar correctamente y obligar a tomar decisiones en tiempo prudencial.
Si
nosotros logramos hacer todo ese trabajo, el burocratismo desaparecerá. De
hecho no es una tarea de un organismo, ni siquiera de todos los organismos
económicos del país; es la tarea de la nación entera, es decir, de los
organismos dirigentes, fundamentalmente del Partido Unido de la Revolución y de
las agrupaciones de masas. Todos debemos trabajar para cumplir esta consigna
apremiante del momento:
Guerra
al burocratismo. Agilización del aparato estatal. Producción sin trabas y
responsabilidad por la producción.
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