Taller de Lectura n° 69 - Enero de 2015
Una
introducción necesaria
Fidel
reconstruye último combate del Che en prólogo al Diario en Bolivia.
8 octubre 2012
Era
costumbre del Che en su vida guerrillera anotar cuidadosamente en un Diario
personal sus observaciones de cada día. En las largas marchas por terrenos
abruptos y difíciles, en medio de los bosques húmedos, cuando las filas de los
hombres, siempre encorvados por el peso de las mochilas, las municiones y las
armas, se detenían un instante a descansar, o la columna recibía la orden de
alto para acampar al final de fatigosa jornada, se veía al Che -como
cariñosamente lo bautizaron desde el principio los cubanos- extraer una pequeña
libreta y con su letra menuda y casi ilegible de médico, escribir sus notas.
Lo
que pudo conservar de esos apuntes le sirvió luego para escribir sus magníficas
narraciones históricas de la guerra revolucionaria en Cuba, llenas de contenido
revolucionario, pedagógico y humano.
Esta
vez, gracias a aquel invariable hábito suyo de ir anotando los principales
hechos de cada día, podemos disponer de una información pormenorizada,
rigurosamente exacta e inapreciable de aquellos heroicos meses finales de su
vida en Bolivia.
Esas
anotaciones, no escritas propiamente para la publicación, le servían como
instrumento de trabajo para la evaluación constante de los hechos, las
situaciones y los hombres, a la vez que daban cauce a las expresiones, de su
espíritu profundamente observador, analítico, y muchas veces matizado de fino
humorismo. Están sobriamente redactadas y poseen ininterrumpida coherencia
desde el principio hasta el fin.
Téngase
en cuenta que fueron escritas en los ratos escasísimos de descanso, en medio de
épico y sobrehumano esfuerzo físico y de sus agotadoras obligaciones como jefe
de un destacamento guerrillero en la difícil etapa de los comienzos de una
lucha de esta naturaleza, que se desenvolvía en condiciones materiales
increíblemente duras, lo que revela una vez más su estilo de trabajo y su
voluntad de hierro.
En
este Diario, al analizar en detalle los incidentes de cada día, se hacen
constar faltas, críticas y recriminaciones que son propias e inevitables en el
desarrollo de una guerrilla revolucionaria.
En
el seno de un destacamento guerrillero esas críticas se tienen que producir
incesantemente, sobre todo en la etapa en que está constituido sólo por un
pequeño núcleo, enfrentados a condiciones materiales sumamente adversas y a un
enemigo infinitamente superior en número, cuando el menor descuido o la más insignificante
falta pueden resultar fatales y el jefe debe ser exhaustivamente exigente, a la
vez que utilizar cada hecho o episodio, por insignificante que parezca, para
educar a los combatientes y futuros cuadros de los nuevos destacamentos
guerrilleros.
El
proceso de formación de la guerrilla es un incesante llamado a la conciencia y
al honor de cada hombre. El Che sabía tocar las fibras más sensibles de los
revolucionarios. Cuando Marcos, reiteradamente amonestado por el Che, fue
advertido de que podía ser expulsado deshonrosamente de la guerrilla,
respondió:
“¡Antes
fusilado!” Más adelante dio su vida heroicamente. Similar fue el comportamiento
de todos los hombres en los que puso su confianza y a los cuales se vio en la
necesidad de amonestar por alguna u otra causa en el transcurso de la lucha.
Jefe fraternal y humano sabía también ser exigente y en ocasiones severo; pero
lo era en primer lugar y en mayor grado que con los demás, consigo mismo. Che
basaba la disciplina en la conciencia moral del guerrillero y en la fuerza
tremenda de su propio ejemplo.
El
Diario contiene también numerosas referencias a Debray y evidencian la enorme
preocupación que suscitó en el Che el arresto y encarcelamiento del escritor
revolucionario a quien había encomendado una misión en Europa, aunque en el
fondo habría deseado que aquél permaneciera en la guerrilla. Por eso manifiesta
cierta inconformidad, y en ocasiones algunas dudas, sobre su comportamiento.
Che
no tuvo posibilidad de conocer la odisea vivida por Debray en las garras de los
cuerpos represivos y la actitud firme y valerosa mantenida por este ante sus
captores y torturadores.
Destacó,
sin embargo, la enorme importancia política del proceso, y, el 3 de octubre,
seis días antes de su muerte, en medio de amargos y tensos sucesos, consigna:
“Se escuchó una entrevista de Debray muy valiente frente a un estudiante
provocador”, siendo ésta su última referencia al escritor.
Como
en este Diario la Revolución Cubana y sus relaciones con el movimiento
guerrillero aparecen reiteradamente señaladas, algunos pudieran interpretar que
su publicación por nuestra parte constituye un acto de provocación que dará
argumentos a los enemigos de la Revolución y a los imperialistas yanquis y sus
aliados, los oligarcas de América Latina, para redoblar sus planes de bloqueo,
aislamiento y agresión a Cuba.
A
los que así juzgan los hechos, es bueno recordarles que el imperialismo yanqui
no ha necesitado nunca de pretextos para perpetrar sus fechorías en cualquier
lugar del mundo y que sus esfuerzos para aplastar la Revolución Cubana se
iniciaron desde la primera ley revolucionaria promulgada en nuestro país, por
el obvio y conocido hecho de que ese imperialismo es el gendarme de la reacción
mundial, promotor sistemático de la contrarrevolución y protector de las
estructuras sociales más retrógadas e inhumanas que subsisten en el mundo.
La
solidaridad con el movimiento revolucionario puede ser tomada como pretexto,
pero nunca será la causa de las agresiones yanquis. Negar la solidaridad para negar
el pretexto es ridícula política de avestruz, que nada tiene que ver con el
carácter internacionalista de las revoluciones sociales contemporáneas. Dejar
de solidarizarse con el movimiento revolucionario no es negarle un pretexto
sino solidarizarse de hecho con el imperialismo yanqui y su política de dominio
y esclavización del mundo.
Cuba
es un pequeño país de economía subdesarrollada, como todos los que fueron
durante siglos dominados y explotados por el colonialismo y el imperialismo,
situada sólo a 90 millas de las costas de Estados Unidos, con una base naval
yanqui en su propio territorio, que se enfrenta a numerosos obstáculos por
llevar a cabo su desarrollo económico-social. Grandes peligros se han cernido
sobre nuestra Patria desde el triunfo de la Revolución, pero no por ello
conseguirá el imperialismo doblegarla, sin que deban importarnos las
dificultades que una línea revolucionaria consecuente pueda conllevar.
Desde
el punto de vista revolucionario la publicación del Diario del Che en Bolivia
no admite alternativa. El Diario del Che quedó en poder de Barrientos, que de
inmediato entregó copia a la CIA, al Pentágono y al gobierno de Estados Unidos.
Periodistas allegados a la CIA tuvieron acceso al documento en la propia
Bolivia y sacaron copias fotostáticas del mismo, aunque con el compromiso de
abstenerse, por el momento, de publicarlo.
El
gobierno de Barrientos y los más altos jefes militares tienen sobradas razones
para no publicar el Diario, donde se puede constatar la inmensa incapacidad de
su ejército y las incontables derrotas que sufrieron en manos de un puñado de
guerrilleros decididos que en unas pocas semanas le arrebató en combate cerca
de doscientas armas.
Che
describe además a Barrientos y su régimen en los términos a que es acreedor con
palabras que no podrán borrarse de la historia.
Por
otro lado, el imperialismo tenía también sus razones: Che y su ejemplo
extraordinario cobran fuerza cada vez mayor en el mundo. Sus ideas, su retrato,
su nombre, son banderas de lucha contra las injusticias entre los oprimidos y
los explotados y suscitan interés apasionado entre los estudiantes y los
intelectuales de todo el mundo.
En
los propios Estados Unidos el movimiento negro y los estudiantes progresistas,
que son cada vez más numerosos, han convertido en algo suyo la figura del Che.
En las manifestaciones más combativas por los derechos civiles y contra la
agresión a Vietnam, sus retratos son esgrimidos como emblemas de lucha. Pocas
veces en la historia, o tal vez nunca, una figura, un nombre, un ejemplo, se
han universalizado con tal celeridad y apasionante fuerza. Es que el Che
encarna en su forma más pura y desinteresada el espíritu internacionalista que
caracteriza al mundo de hoy y cada vez al de mañana.
De
un continente oprimido ayer por las potencias coloniales, explotado hoy y
mantenido en el retraso y en el subdesarrollo más inicuo por el imperialismo
yanqui, surge esa singular figura que se convierte en aliento universal de
lucha revolucionaria hasta en las propias metrópolis imperialistas y
colonialistas.
Los
imperialistas yanquis temen la fuerza de ese ejemplo y todo lo que pueda
contribuir a divulgarlo. Es el valor intrínseco del Diario, expresión viva de
una personalidad extraordinaria, lección guerrillera escrita al calor y la
tensión de cada día, pólvora inflamable, demostración real de que el hombre
latinoamericano no es impotente frente a los esclavizadores de pueblos y sus
ejércitos mercenarios, lo que les ha impedido hasta hoy darlo a la publicidad.
Pudieran
estar también interesados en que este Diario no se conociera nunca. Los
seudorrevolucionarios, oportunistas y charlatanes de toda laya, que
autoconceptuándose marxistas, comunistas y otros títulos por el estilo, no han
vacilado en calificar al Che de equivocado, aventurero, y cuando más
begnignamente, idealista, cuya muerte es el canto de cisne de la lucha armada
revolucionaria en América Latina. “¡Si el Che -exclaman-, máximo exponente de
esas ideas y experimentado guerrillero, fue muerto en las guerrillas y su movimiento
no liberó a Bolivia, eso demuestra cuán equivocado estaba…!” ¡Cuántos de estos
miserables se habrán alegrado de la muerte del Che, sin sonrojarse siquiera de
pensar que sus posiciones y razonamientos coinciden por entero con los de los
oligarcas más reaccionarios y el imperialismo!
De
este modo se justifican a sí mismos, o justifican a dirigentes traidores que en
determinado momento no vacilaron en jugar a la lucha armada con el verdadero
propósito -según se pudo ver luego- de destruir a los destacamentos
guerrilleros, frenar la acción revolucionaria e imponer sus vergonzosas y
ridículas componendas políticas, porque eran absolutamente incapaces de ninguna
otra línea; o a los que no quieren combatir, ni combatirán jamás, por el pueblo
y su liberación y han caricaturizado las ideas revolucionarias haciendo de
ellas opio dogmático sin contenido ni mensaje a las masas, y convertido las
organizaciones de lucha del pueblo en instrumentos de conciliación con los
explotadores internos y externos, y propugnadoras de políticas que no tienen
nada que ver con los intereses reales de los pueblos explotados en este
continente.
Che
contemplaba su muerte como algo natural y probable en el proceso y se esforzó
en recalcar, muy especialmente en sus últimos documentos, que esa eventualidad
no impediría la marcha inevitable de la revolución en América Latina. En su
mensaje a la Tricontinental reiteró ese pensamiento: “Toda nuestra acción es un
grito de guerra contra el imperialismo… En cualquier lugar que nos sorprenda la
muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado
hasta un oído receptivo y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas”.
Se
consideró a sí mismo soldado de esa revolución, sin preocuparle en absoluto
sobrevivir a ella. Los que ven en el desenlace de su lucha en Bolivia el
fracaso de sus ideas, con el mismo simplismo pudieran negar la validez de las
ideas y las luchas de todos los grandes precursores y pensadores
revolucionarios, incluidos los fundadores del marxismo, que no pudieron
culminar la obra y contemplar en vida los frutos de sus nobles esfuerzos.
En
Cuba, ni la muerte en combate de Martí y de Maceo, a las que siguió más tarde
la intervención yanqui cuando finalizaba la Guerra de Independencia, frustrando
en lo inmediato el objetivo de sus luchas, ni la de brillantes propugnadores de
la revolución socialista como Julio Antonio Mella, asesinado por agentes al
servicio del imperialismo, pudieron impedir a la larga el triunfo de un proceso
que comenzó hace cien años, y nadie en absoluto podría poner en duda la
profunda justeza de la causa y la línea de lucha de aquellos próceres, ni la
vigencia de sus ideas esenciales que inspiraron siempre a los revolucionarios
cubanos.
En
el Diario del Che se pueden apreciar cuán reales eran sus posibilidades de
éxito y cuán extraordinario el poder catalizador de la guerrilla, como él
consigna en sus apuntes. En cierta ocasión, ante los evidentes síntomas de
debilidad y rápido deterioro del régimen boliviano, expresó: “El gobierno se
desintegra rápidamente, lástima no tener cien hombres más en este momento”.
Che
conocía por su experiencia en Cuba cuántas veces nuestro pequeño destacamento
guerrillero estuvo a punto de ser exterminado. Pudo ocurrir así en dependencia
casi absoluta de los azares e imponderables de la guerra, mas, tal
eventualidad, ¿habría dado a nadie el derecho a considerar errónea nuestra
línea y tomarla además como ejemplo para desalentar a la revolución e inculcar
en los pueblos la impotencia? ¡Muchas veces en la historia los procesos
revolucionarios estuvieron precedidos de episodios adversos! Nosotros en Cuba,
¿no tuvimos acaso la experiencia del Moncada apenas seis años antes del triunfo
definitivo de la lucha armada del pueblo?
Para
muchos, entre el 26 de julio de 1953, ataque al Cuartel Moncada en Santiago de
Cuba, y el 2 de diciembre de 1956, desembarco del “Granma”, la lucha
revolucionaria en Cuba frente a un ejército moderno y bien armado carecía de
toda perspectiva y la acción de un puñado de luchadores era vista como quimera
de idealistas e ilusos “que estaban profundamente equivocados”. La derrota
aplastante y la dispersión total del inexperto destacamento guerrillero el 5 de
diciembre de 1956 pareció confirmar por entero los pesimistas augurios… Pero, sólo
25 meses después, los restos de aquella guerrilla habían desarrollado ya la
fuerza y experiencia necesarias para aniquilar aquel ejército.
Para
no luchar habrá siempre sobrados pretextos en todas las épocas y en todas las
circunstancias, pero será el único camino de no obtener jamás la libertad. El
Che no sobrevivió a sus ideas, pero supo fecundarlas con su sangre. Con toda
seguridad sus críticos seudorrevolucionarios, con su cobardía política y su
eterna falta de acción, sobrevivirán a la evidencia de su propia estupidez.
Es
notable, como se verá en el Diario, que uno de esos especímenes revolucionarios
que ya van siendo típicos en América Latina, Mario Monje, esgrimiendo el título de Secretario del Partido
Comunista de Bolivia, pretendió discutirle al Che la jefatura política y
militar del movimiento. Y puesto que alegó, además, el propósito de renunciar
previamente para ello a su cargo partidista, a su juicio, por lo visto, le
bastaba el título de haberlo sido para reclamar tal prerrogativa.
Mario
Monje, por supuesto, no tenía ninguna experiencia guerrillera ni había librado
jamás un combate, sin que por otro lado su autoconceptuación de comunista lo
obligase siquiera a prescindir del grosero y mundano chovinismo que ya habían
logrado superar los próceres que lucharon por la primera independencia.
Con
semejante concepto de lo que debe ser la lucha antimperialista en este
continente, tales “jefes comunistas” no han rebasado siquiera el nivel
internacionalista de las tribus aborígenes que sojuzgaron los colonizadores
europeos en la época de la conquista.
Así,
el jefe del Partido Comunista de un país que se llama Bolivia, y su capital
histórica, Sucre, en honor de sus primeros libertadores que eran venezolanos
uno y otro, que tuvo la posibilidad de contar para la definitiva liberación de
su pueblo con la cooperación del talento político, organizador y militar de un
verdadero titán revolucionario, cuya causa por demás no se limitaba a las
fronteras estrechas, artificiales e incluso injustas de ese país, no hizo otra
cosa que entrar en vergonzosos, ridículos e inmerecidos reclamos de mando.
Bolivia,
por no tener salida al mar necesita más que ningún otro país, para su propia
liberación, sin tener que exponerse a un atroz bloqueo, del triunfo
revolucionario de los vecinos. Che era, además, por su prestigio enorme, su
capacidad y su experiencia, el hombre que habría podido acelerar ese proceso.
Che
había establecido relaciones con dirigentes y militantes del Partido Comunista
boliviano, desde antes de producirse en el mismo la escisión, recabando de
ellos la ayuda para el movimiento revolucionario en América del Sur. Algunos de
esos militantes, autorizados por el Partido, trabajaron con él durante años en
diversas tareas. Al producirse la escisión en dicho Partido, se creó una
situación especial puesto que varios militantes de los que habían estado
trabajando con él quedaron ubicados en uno u otro grupo. Pero Che no concebía
la lucha en Bolivia como un hecho aislado sino como parte de un movimiento
revolucionario de liberación que no tardaría en extenderse a otros países de
América del Sur. Era su propósito organizar un movimiento sin espíritu
sectario, para que a él se incorporasen todos los que quisieran luchar por la
liberación de Bolivia y demás pueblos sojuzgados por el imperialismo en América
Latina. Pero en la fase inicial de preparación de la base guerrillera venía
dependiendo fundamentalmente de la ayuda de un grupo de valiosos y discretos
colaboradores que al producirse la escisión habían permanecido en el Partido de
Monje. Fue por deferencia con ellos que invitó, en primer término, a éste, a
visitar su campamento, aunque ciertamente no experimentaba hacia él ninguna
simpatía. Después invitó a Moisés Guevara, líder minero y político que se había
separado de aquel Partido para cooperar en la formación de otra organización, y
que luego también se había marginado de ella inconforme con Oscar Zamora, otro
Monje que hacía algún tiempo se había comprometido con el Che a trabajar en la
organización de la lucha armada guerrillera en Bolivia, rehuyendo después los
compromisos y cruzándose cobardemente de brazos a la hora de la acción, para
convertirse con posterioridad a su muerte en uno de sus más venenosos críticos,
en nombre del “marxismo-leninismo”. Moisés Guevara se unió sin vacilación al
Che, como le había ofrecido desde mucho antes de que éste llegara a Bolivia, le
brindó su apoyo y entregó su vida heroicamente a la causa revolucionaria.
Otro
tanto hizo el grupo de guerrilleros bolivianos que había permanecido hasta
entonces en la organización de Monje. Dirigidos por Inti y Coco Peredo, que
después demostraron ser valerosos y destacados combatientes, se apartaron de
aquél y respaldaron decididamente al Che. Pero Monje, no satisfecho del
resultado, se dedicó a sabotear el movimiento, interceptando en La Paz a
militantes comunistas bien entrenados que iban a unirse a las guerrillas. Estos
hechos demuestran cómo existen en las filas revolucionarias hombres bien
dotados de todas las condiciones necesarias para la lucha, cuyo desarrollo es
criminalmente frustrado por dirigentes incapaces, charlatanes y maniobreros.
Che
fue hombre al que nunca le interesaron personalmente cargos, mandos ni honores,
pero estaba firmemente convencido de que en la lucha revolucionara guerrillera
-fundamental forma de acción para la liberación de los pueblos de América
Latina, partiendo de la situación económica, política y social de casi todos
los países latinoamericanos- el mando militar y político de la guerrilla debía
estar unificado y que la lucha sólo podía ser dirigida desde la guerrilla y no
desde cómodas y burocráticas oficinas urbanas. Y en este punto no estaba
dispuesto a transigir, ni a entregarle a un inexperto seso-hueco de estrechas
miras chovinistas el mando de un núcleo guerrillero destinado a desenvolver en
su ulterior desarrollo una lucha de amplia dimensión en América del Sur. Che
consideraba que ese chovinismo, que muchas veces infecta a los propios
elementos revolucionarios de los diversos países de América Latina, debía ser
combatido como un sentimiento reaccionario ridículo y estéril. “Que se
desarrolle un verdadero internacionalismo proletario -dijo en su mensaje a la
Tricontinental-… la bandera bajo la que se luche sea la causa sagrada de la
redención de la humanidad, de tal modo que morir bajo las enseñas de Vietnam,
de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de Guinea, de Colombia, de Bolivia…, para
citar sólo los escenarios actuales de la lucha armada, sea igualmente gloriosa
y deseable para un americano, un asiático, un africano, y aún, un europeo. Cada
gota de sangre derramada en un territorio bajo cuya bandera no se ha nacido, es
experiencia que recoge quien sobrevive para aplicarla luego a la lucha por la
liberación de su lugar de origen. Y cada pueblo que se libere es una fase de la
batalla por la liberación del propio pueblo que se ha ganado”.
Che
pensaba igualmente que en el destacamento guerrillero participasen combatientes
de distintos países latinoamericanos y que la guerrilla en Bolivia fuese
escuela de revolucionarios que harían su aprendizaje en los combates. A su lado
quiso tener para ayudarlo en esa tarea, junto a los bolivianos, un pequeño
núcleo de guerrilleros con experiencia, que habían sido casi todos compañeros
suyos en la Sierra Maestra, durante la lucha revolucionaria en Cuba, cuya
capacidad, valor y espíritu de sacrificio conocía. De esos hombres ninguno
vaciló en responder a su solicitud, ninguno lo abandonó y ninguno se rindió.
Che
actuó en su campaña de Bolivia con el tesón, la maestría, el estoicismo y la
ejemplar actitud que eran proverbiales en él. Puede decirse que impregnado de
la importancia de la misión que se había asignado a sí mismo, procedió en todo
instante con un espíritu de responsabilidad irreprochable. En aquellas
ocasiones en que la guerrilla cometía algún descuido, se apresuraba en
advertirlo y enmendarlo, consignándolo en su Diario.
Factores
adversos se combinaron increíblemente en su contra. La separación -que debía
ser por unos breves días- de una parte de la guerrilla, donde se encontraba un
grupo valioso de hombres, algunos de ellos enfermos o convalecientes, al
perderse el contacto entre ambos en un terreno sumamente accidentado, se
prolongó durante interminables meses, que ocuparon el esfuerzo de Che en su
búsqueda. En ese período el asma -una dolencia que solía dominar fácilmente con
sencillos medicamentos, pero que faltando éstos se convertía para él en un
terrible enemigo- lo atacó despiadadamente, deviniendo esto en un problema
serio por el hecho de que las medicinas que previsoriamente había acumulado
para la guerrilla fueron descubiertas y ocupadas por el enemigo. Este hecho,
unido al aniquilamiento a fines de agosto de la parte de la guerrilla con la
que había perdido el contacto, fueron factores que gravitaron considerablemente
en el desarrollo de los acontecimientos. Pero Che, con voluntad de acero, se
sobrepuso al malestar físico y en ningún instante su acción aminoró, ni decayó
su ánimo.
Fueron
numerosos sus contactos con los campesinos bolivianos. El carácter de éstos,
sumamente desconfiados y cautelosos, no podía sorprender al Che, que conocía
perfectamente bien su mentalidad por haberlos tratado en otras ocasiones, y
sabía que para ganarlos a su causa se requería una labor prolongada, ardua y
paciente, pero no albergaba ninguna duda de que a la larga lo obtendría.
Si
se sigue con cuidado el hilo de los acontecimientos se verá que aun cuando el
número de hombres con que contaba en el mes de septiembre, algunas semanas
antes de su muerte, era muy reducido, todavía la guerrilla mantenía su
capacidad de desarrollo y algunos cuadros bolivianos, como los hermanos Inti y
Coco Peredo, se iban ya destacando con magníficas perspectivas de jefes. Fue la
emboscada de Higueras, única acción exitosa del ejército contra el destacamento
que mandaba el Che, matándole la vanguardia e hiriéndole varios hombres más en
pleno día, cuando se trasladaban a una zona campesina de mayor desarrollo
político -objetivo este que no aparece consignado en el Diario, pero que se
sabe por los sobrevivientes-, lo que les creó una situación insuperable. Ese
avance de día por la misma ruta que venían siguiendo durante varias jornadas en
inevitablemente amplio contacto con los moradores de aquella zona que cruzaban
por primera vez, y la obvia certeza de que el ejército debería interceptarlos
en algún punto, era sin duda peligroso. Pero el Che, plenamente consciente de
esto, decidió correr el riesgo para ayudar al médico que venía en muy mal
estado físico.
El
día anterior a la emboscada, escribe: “Llegamos a Pujio, pero allí había gente
que nos había visto abajo el día anterior, vale decir: estamos siendo previstos
por Radio Bemba…” “El caminar en mulo se hace peligroso, pero trato que el
médico vaya lo mejor posible pues viene muy débil”.
Al
día siguiente escribió: “A las 13 salió la vanguardia para tratar de llegar a
Jagüey y allí tomar una decisión sobre las mulas y el médico”. Es decir,
buscaba una solución para el enfermo, a fin de abandonar aquella ruta y tomar
las precauciones necesarias. Pero aquella misma tarde, antes de que la
vanguardia llegara a Jagüey se produjo la fatal emboscada que llevó al
destacamento a una situación insostenible.
Días
después, cercado en la quebrada del Yuro, libró su último combate.
Impresiona
profundamente la proeza realizada por este puñado de revolucionarios. La sola
lucha contra la naturaleza hostil en que desenvolvían su acción constituye una
insuperable página de heroísmo. Nunca en la historia un número tan reducido de
hombres emprendió una tarea tan gigantesca. La fe y la convicción absoluta en
que la inmensa capacidad revolucionaria de los pueblos de América Latina podía
ser despertada, la confianza en sí mismo y la decisión con que se entregaron a
ese objetivo, nos da la justa dimensión de estos hombres.
Che
dijo un día a los guerrilleros en Bolivia: “Este tipo de lucha nos da la
oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la
especie humana, pero también nos permite graduarnos de hombres; los que no
puedan alcanzar ninguno de estos dos estadíos deben decirlo y dejar la lucha”.
Los
que con él lucharon hasta el final se hicieron acreedores a estos honrosos
calificativos. Ellos simbolizan el tipo de revolucionarios y de hombres a
quienes la historia en esta hora convoca para una tarea verdaderamente dura y
difícil: la transformación revolucionaria de América Latina.
El
enemigo que enfrentaron los próceres de la primera lucha por la independencia,
era un poder colonial decadente. Los revolucionarios de hoy tienen por enemigo
al baluarte más poderoso del campo imperialista, equipado con la técnica y la
industria más moderna. Ese enemigo no sólo organizó y equipó de nuevo un
ejército en Bolivia, donde el pueblo había destruido la anterior fuerza militar
represiva y le brindó inmediatamente el auxilio de sus armas y asistentes
militares para la lucha contra la guerrilla, sino que brinda su aporte militar
y técnico en la misma medida a todas las fuerzas represivas de este continente.
Y cuando no bastan esas medidas, interviene directamente con sus tropas, como
hizo en Santo Domingo.
Para
luchar contra ese enemigo se requiere el tipo de revolucionarios y de hombres
de que habló el Che. Sin ese tipo de revolucionarios y de hombres, dispuestos a
hacer lo que ellos hicieron; sin el ánimo de enfrentarse a enormes obstáculos
que ellos tuvieron; sin la decisión de morir que a ellos los acompañó en todo
instante; sin la convicción profunda de la justicia de su causa y la fe
inconmovible en la fuerza invencible de los pueblos que ellos albergaron, frente
a un poder como el imperialismo yanqui, cuyos recursos militares, técnicos y
económicos, se hacen sentir en todo el mundo, la liberación de los pueblos de
este continente no sería alcanzada.
El
propio pueblo norteamericano, que empieza a tomar conciencia de que la
monstruosa superestructura política que rige su país no es ya hace mucho rato
la idílica república burguesa que sus fundadores establecieron hace casi
doscientos años, está sufriendo en un grado cada vez más alto la barbarie moral
de un sistema irracional, enajenante, deshumanizado y brutal, que cobra en el
pueblo norteamericano cada vez más víctimas de sus guerras agresivas, sus
crímenes políticos, sus aberraciones raciales, su mezquina jerarquización del
ser humano y el repugnante derroche de recursos económicos, científicos y
humanos de su desmesurado aparato militar, reaccionario y represivo, en medio
de un mundo en sus tres cuartas partes subdesarrollado y hambriento.
Pero
sólo la transformación revolucionaria de América Latina permitiría al pueblo de
Estados Unidos ajustar sus propias cuentas con ese mismo imperialismo, a la vez
que en la misma medida la lucha creciente del pueblo norteamericano contra la
política imperialista podría convertirlo en aliado decisivo del movimiento
revolucionario en América Latina.
Y
si esta parte del hemisferio no sufre una profunda transformación
revolucionaria, la enorme diferencia y desequilibrio que se produjo a
principios de este siglo entre la pujante nación que se industrializaba
rápidamente, al mismo paso que marchaba por la propia ley de su dinámica social
y económica hacia cumbres imperiales, y el haz de países débiles y estancados,
sometidos a la coyunda de oligarquías feudales y sus ejércitos reaccionarios,
en el balcanizado resto del continente americano, será apenas un pálido reflejo
no ya del enorme desnivel actual en la economía, en la ciencia y en la técnica,
sino del espantoso desequilibrio que, a pasos cada vez más acelerados, en
veinte años más, la superestructura imperialista impondrá a los pueblos de
América Latina.
Por
ese camino estamos llamados a ser cada vez más pobres, más débiles, más
dependientes y más esclavos de ese imperialismo. Esta sombría perspectiva
afecta en grado igual a los pueblos subdesarrollados de <199>frica y
Asia.199>
Si
las naciones industrializadas e instruidas de Europa, con su Mercado Común y
sus instituciones científicas supranacionales, se inquietan ante las
posibilidades de quedarse rezagadas y contemplan con temor la perspectiva de
convertirse en colonias económicas del imperialismo yanqui, ¿qué le depara el
futuro a los pueblos de América Latina?
Si
frente al cuadro de esta situación real e incuestionable, que decisivamente
afecta al destino de nuestros pueblos, algún liberal o reformista burgués, o
seudorrevolucionario charlatán, incapaz de la acción, tiene una respuesta que
no sea una profunda y urgente transformación revolucionaria que pueda hacer
acopio de todas las fuerzas morales, materiales y humanas de esta parte del
mundo y lanzarlas hacia adelante, para recuperar el atraso económico y
científico-técnico de siglos, cada vez mayor, con el mundo industrializado, del
que somos tributarios y lo seremos cada vez más, y en especial de Estados
Unidos; y además de la fórmula, el camino mágico de llevarla a cabo, diferente
a la concebida por el Che, que barra oligarquías, déspotas, politicastros, es
decir: criados, y a monopolios yanquis, es decir: amos, y lo haga con toda la
urgencia que las circunstancias requieren, que levante entonces la mano para
impugnar al Che.
Como
realmente ninguno tiene respuesta honrada ni acción consecuente que implique
una esperanza real a los casi 300 millones de seres humanos que componen la
población de América Latina, desoladoramente pobres en su abrumadora mayoría,
que serán 600 millones a la vuelta de 25 años, y que tienen derecho a la vida
material, la cultura y la civilización, entonces lo más decoroso sería el
silencio ante el gesto del Che y los que con él cayeron defendiendo sus ideas
con coraje, porque la hazaña que este puñado de hombres realizó, guiados por el
noble ideal de redimir un continente, quedará como la prueba más alta de lo que
pueden la voluntad, el heroísmo y la grandeza humanas. Ejemplo que iluminará
las conciencias y presidirá la lucha de los pueblos de América Latina, porque
el grito heroico del Che llegará hasta el oído receptivo de los pobres y
explotados por los que él dio su vida, y muchos brazos se tenderán para empuñar
las armas y conquistar su definitiva liberación.
El
7 de octubre escribió el Che sus últimas líneas. Al día siguiente, a las 13
horas, en una estrecha quebrada donde se proponía esperar la noche para romper
el cerco, una numerosa tropa enemiga hizo contacto con ellos. El reducido grupo
de hombres que componían en esa fecha el destacamento, combatió heroicamente
hasta el anochecer desde posiciones individuales ubicadas en el lecho de la
quebrada y en los bordes superiores de la misma contra la masa de soldados que
los rodeaban y atacaban. No hay ningún sobreviviente de los que combatieron en
las posiciones más próximas al Che. Como junto a él estaban el médico, cuyo
grave estado de salud se ha señalado antes y un guerrillero peruano también en
muy malas condiciones físicas, todo parece indicar que el Che hizo el máximo
para proteger la retirada a lugar más seguro, de esos compañeros, hasta caer
herido. El médico no fue muerto en ese mismo combate, sino varios días más
tarde, en un punto no distante de la quebrada del Yuro. Lo abrupto del terreno
rocoso e irregular hacía muy difícil y a veces imposible el contacto visual de
los guerrilleros entre sí. Los que defendían la posición por la otra entrada de
la quebrada a varios cientos de metros del Che, entre ellos Inti Peredo,
resistieron el ataque hasta el oscurecer en que lograron despegarse del enemigo
y dirigirse hacia el punto previamente acordado de concentración.
Se
ha podido precisar que el Che estuvo combatiendo herido hasta que el cañón de
su fusil M-2 fue destruido por un disparo, inutilizándolo totalmente. La
pistola que portaba estaba sin “magazine”. Estas increíbles circunstancias
explican que lo hubiesen podido capturar vivo. Las heridas de las piernas le
impedían caminar sin ayuda, pero no eran mortales.
Trasladado
al pueblo de Higueras permaneció con vida alrededor de 24 horas. Se negó a
discutir una sola palabra con sus captores, y un oficial embriagado que intentó
vejarlo recibió una bofetada en pleno rostro.
Reunidos
en La Paz, Barrientos, Ovando y otros altos jefes militares, tomaron fríamente
la decisión de asesinarlo. Son conocidos los detalles de la forma en que
procedieron a cumplir el alevoso acuerdo en la escuela del pueblo de Higueras.
El mayor Miguel Ayoroa y el coronel Andrés Selnich, rangers entrenados por los
yanquis, instruyeron al sub-oficial Mario
Terán para que procediera al asesinato. Cuando éste, completamente
embriagado, penetró en el recinto, Che -que había escuchado los disparos con
que acababan de ultimar a un guerrillero boliviano y otro peruano- viendo que
el verdugo vacilaba le dijo con entereza: “¡Dispare! ¡No tenga miedo!” Éste se
retiró, y de nuevo fue necesario que los superiores Ayoroa y Selnich le
repitieran la orden, que procedió a cumplir, disparándole de la cintura hacia
abajo una ráfaga de metralleta. Ya había sido dada la versión de que el Che había
muerto varias horas después del combate y por eso los ejecutores tenían
instrucciones de no disparar sobre el pecho ni la cabeza, para no producir
heridas fulminantes. Esto prolongó cruelmente la agonía del Che, hasta que un
sargento -también ebrio- con un disparo de pistola en el costado izquierdo lo
remató. Tal proceder contrasta brutalmente con el respeto del Che, sin una sola
excepción, hacia la vida de los numerosos oficiales y soldados del ejército
boliviano que hizo prisioneros.
Las
horas finales de su existencia en poder de sus despreciables enemigos tienen
que haber sido muy amargas para él; pero ningún hombre mejor preparado que el
Che para enfrentarse a semejante prueba.
La
forma en que llegó a nuestras manos este Diario no puede ser ahora divulgada;
baste decir que fue sin mediar remuneración económica alguna. Contiene todas
las notas que escribió desde el 7 de noviembre de 1966, día en que el Che llegó
a Ñancahuazú, hasta el 7 de octubre de 1967, vísperas del combate de la
quebrada del Yuro. Faltan sólo unas pocas páginas que no han llegado todavía a
nuestro poder, pero que por corresponder a fechas en que no tuvieron lugar
hechos de importancia, no altera en absoluto el contenido del mismo.
Aunque
el documento por sí mismo no ofrecía la menor duda acerca de su autenticidad,
todas las copias fotostáticas fueron sometidas a un riguroso examen a fin de
comprobar no sólo dicha autenticidad sino incluso cualquier posible alteración,
por pequeña que fuese. Los datos fueron además cotejados con el Diario de unos
de los guerrilleros sobrevivientes, coincidiendo ambos documentos en todos los
aspectos. El testimonio pormenorizado de los demás guerrilleros sobrevivientes
que fueron testigos de cada uno de los acontecimientos, contribuyó asimismo a
la comprobación. Se llegó a la más absoluta certeza de que todas las
fotografías eran copia fiel del Diario del Che.
Constituyó
una fatigosa tarea desentrañar la letra pequeña y difícil de la escritura, lo
que se realizó con la participación laboriosa de su compañera Aleida March de
Guevara.
El
Diario será publicado en forma aproximadamente simultánea en: Francia, por
Editorial Francois Maspero; Italia, Editorial Feltrinelli; RFA, Trikont Verlag;
EUA, Revista Ramparts; Francia, en español, Ediciones Ruedo Ibérico; Chile,
Revista Punto Final; México, Editorial Siglo XXI; y en otros países.
¡Hasta
la victoria siempre!
Fidel Castro
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