Taller de
Lectura N° 92 - Diciembre de 2016
"Táctica y estrategia de la
Revolución Latinoamericana"
(Che Guevara, octubre–noviembre de 1962)
Ensayo publicado en la revista Verde
Olivo, el 6 de octubre de 1968.
La táctica enseña el uso de las fuerzas armadas en los encuentros
y la estrategia, el uso de los encuentros para alcanzar el objetivo de
la guerra.
- Karl von Clausewitz
Hemos encabezado estas notas con la cita de una frase de
Clausewitz, el autor militar que guerreó contra Napoleón, que teorizó tan
sabiamente sobre la guerra y a quien Lenin gustaba citar por la claridad de sus
conceptos, a pesar, naturalmente, de ser un analista burgués.
Táctica y estrategia son los dos elementos sustanciales del
arte de la guerra, pero guerra y política están íntimamente unidas a través del
denominador común, que es el empeño en lograr un objetivo definitivo, ya sea el
aniquilamiento del adversario en una lucha armada, ya la toma del poder
político.
No se puede, sin embargo, reducir a una fórmula esquemática
el análisis de los principios tácticos y estratégicos que rigen las luchas
guerreras o políticas.
La riqueza de cada uno de estos conceptos solo puede medirse
mediante la práctica combinada al análisis de las complejísimas actividades que
encierran.
No hay objetivos tácticos y estratégicos inmutables. A
veces, objetivos tácticos alcanzan importancia estratégica y, otras, objetivos
estratégicos se convierten en meros elementos tácticos.
El estudio certero de la importancia relativa de cada
elemento, es el que permite la plena utilización por las fuerzas
revolucionarias de todos los hechos y circunstancias encaminadas al gran y
definitivo objetivo estratégico, la toma del poder.
El poder es el objetivo estratégico sine qua non de las
fuerzas revolucionarias y todo debe estar supeditado a esta gran consigna.
Para la toma del poder, en este mundo polarizado en dos
fuerzas de extrema disparidad y absoluto choque de intereses, no puede
limitarse al marco de una entidad geográfica o social. La toma del poder es un
objetivo mundial de las fuerzas revolucionarias. Conquistar el porvenir es el
elemento estratégico de la revolución, congelar el presente es la contrapartida
estratégica que mueve las fuerzas de la reacción en el mundo actual, ya que
están a la defensiva.
En esta lucha de características mundiales, la posición
tiene mucha importancia. A veces es determinante. Cuba, por ejemplo, es una
colina de avanzada, una colina que mira al amplísimo campo del mundo
económicamente distorsionado de la América Latina que abre su antena, su
ejemplo hecho luz a todos los pueblos de América Latina. La colina cubana es de
alto valor estratégico para los grandes contendientes que en este momento
disputan la hegemonía al mundo: el imperialismo y el socialismo.
Distinto sería su valor, colocada en otra situación
geográfica o social. Distinto era su valor cuando solo constituía un elemento
táctico del mundo imperialista, antes de la Revolución. No aumenta ahora solo
por el hecho de ser una puerta abierta a América Latina. A la fuerza de su
posición estratégica, militar y política, une el poder de su influencia moral,
los “proyectiles morales” son un arma de tan demoledora eficacia que este
elemento pasa a ser el más importante en la determinación del valor de Cuba.
Por eso, para analizar cada elemento en la guerra o la
política, no se puede hacer extracción del conjunto en que está situado. Todos
los antecedentes sirven para reafirmar una línea o una postura consecuente, con
los grandes objetivos estratégicos.
Llevada la discusión al terreno de América Latina, cabe
hacerse la pregunta de rigor: ¿Cuáles son los elementos tácticos que deben
emplearse para lograr el gran objetivo de la toma del poder en esta parte del
mundo? ¿Es posible o no en las condiciones actuales de nuestro Continente
lograrlo (el poder socialista, se entiende) por vía pacífica?
Nosotros contestamos rotundamente: en la gran mayoría de los
casos, no es posible. Lo más que se lograría sería la captura formal de la
superestructura burguesa del poder, y el tránsito al socialismo de aquel
gobierno que, en las condiciones de la legalidad burguesa establecida llega al
poder formal, deberá hacerse también en medio de una lucha violentísima contra
todos los que traten, de una manera u otra, de liquidar su avance hacia nuevas
estructuras sociales.
Este es uno de los temas más debatidos, más importantes
también, y donde quizás nuestra Revolución tenga más puntos divergentes con
otros movimientos revolucionarios de América Latina. Nosotros debemos expresar
con toda claridad nuestra posición y tratar de hacer un análisis del porqué.
América Latina es hoy un volcán; no está en erupción, pero
está conmovida por inmensos ruidos subterráneos que anuncian su advenimiento.
Se oyen por doquier esos anuncios. La Segunda Declaración de La Habana es la
expresión y concreción de esos movimientos subterráneos; trata de lograr la
conciencia de su objetivo, vale decir, la conciencia de la necesidad y, más
aún, la certeza de la posibilidad del cambio revolucionario. Evidentemente,
este volcán americano no está separado de todos los movimientos que bullen en
el mundo contemporáneo en estos momentos de confrontación crucial de fuerzas
entre dos poderosos conceptos de la historia.
Podríamos referirnos a nuestra patria con las siguientes
palabras de la Declaración de La Habana:
¿Qué es la historia de Cuba sino la historia de América Latina? ¿Y qué
es la historia de América Latina sino la historia de Asia, África y Oceanía? ¿Y
qué es la historia de todos estos pueblos sino la historia de la explotación
más despiadada y cruel del imperialismo en el mundo entero?
América Latina, tanto como África, Asia y Oceanía, son
partes de un todo donde las fuerzas económicas han sido distorsionadas por la
acción del imperialismo. Pero no todos los continentes presentan las mismas
características; las formas de explotación económica imperialista, colonialista
o neocolonialista usadas por las fuerzas burguesas de Europa han tenido que
afrontar, no solamente la lucha por la liberación de los pueblos oprimidos de
Asia, África u Oceanía, sino también la penetración del capital imperialista
norteamericano. Esto ha creado distintas correlaciones de fuerzas en puntos
determinados y ha permitido el tránsito pacífico hacia sistemas de burguesías
nacionales independientes o neocolonialistas.
En América Latina, no. América Latina es la plaza de armas
del imperialismo norteamericano, no hay fuerzas económicas en el mundo capaces
de tutelar las luchas que las burguesías nacionales entablaron con el
imperialismo norteamericano, y por lo tanto, estas fuerzas, relativamente mucho
más débiles que en otras regiones, claudican y pactan con el imperialismo.
Frente al drama terrible para los burgueses timoratos:
sumisión al capital extranjero o destrucción frente a las fuerzas populares
internas, dilema que la Revolución Cubana ha profundizado con la polarización
que significó su ejemplo, no queda otra solución que la entrega. Al realizarse
ésta, al santificarse el pacto, se alían las fuerzas de la reacción interna con
la reacción internacional más poderosa y se impide el desarrollo pacífico de
las revoluciones sociales.
Caracterizando la situación actual, la Segunda Declaración
de La Habana dice:
En muchos países de América Latina la revolución es hoy inevitable. Ese
hecho no lo determina la voluntad de nadie. Está determinada por las espantosas
condiciones de explotación en que vive el hombre americano, el desarrollo de la
conciencia revolucionaria de las masas, la crisis mundial del imperialismo y el
movimiento universal de lucha de los pueblos subyugados.
La inquietud que hoy se
registra es síntoma inequívoco de rebelión. Se agitan las entrañas de un
continente que ha sido testigo de cuatro siglos de explotación esclava,
semiesclava y feudal del hombre, desde sus moradores aborígenes y los esclavos
traídos de África hasta los núcleos nacionales que surgieron después: blancos,
negros, mulatos, mestizos e indios, que hoy hermanan el desprecio, la
humillación y el yugo yanqui, como hermana la esperanza de un mañana mejor.
Podemos concluir, pues, que, frente a la decisión de
alcanzar sistemas sociales más justos en América Latina, debe pensarse
fundamentalmente en la lucha armada. Existe, sin embargo, alguna posibilidad de
tránsito pacífico; está apuntada en los estudios de los clásicos del marxismo y
sancionada en la Declaración de los 81 Partidos, pero en las condiciones
actuales de América Latina, cada minuto que pasa se hace más difícil para el
empeño pacifista y los últimos acontecimientos vistos en Cuba muestran un
ejemplo de cohesión de los gobiernos burgueses con el agresor imperialista, en
los aspectos fundamentales del conflicto.
Recuérdese nuestra insistencia: tránsito pacífico no es
logro de un poder formal en elecciones o mediante movimientos de opinión
pública sin combate directo, sino la instauración del poder socialista, con
todos sus atributos, sin el uso de la lucha armada. Es lógico que todas las
fuerzas progresistas no tengan que iniciar el camino de la revolución armada,
sino utilizar hasta el último minuto la posibilidad de la lucha legal dentro de
las condiciones burguesas. Lo importante, como lo señala la Declaración de los
81 Partidos.
En relación con la forma que han de adoptar los movimientos
revolucionarios luego de tomar el poder, surgen cuestiones de interpretación
muy interesantes. Caracterizando la época, la Declaración de los 81 Partidos
dice:
Nuestra época, cuyo contenido fundamental lo constituye el paso del
capitalismo al socialismo, iniciado por la Gran Revolución Socialista de
Octubre, es la época de la lucha de dos sistemas sociales diametralmente
opuestos; la época de las revoluciones socialistas y de las revoluciones de
liberación nacional; la época del hundimiento del imperialismo, de la
liquidación del sistema colonial, la época del paso de más y más pueblos al
camino socialista; la época del triunfo del socialismo y del comunismo en
escala universal.
El principal rasgo de
nuestra época consiste en que el sistema socialista mundial se va convirtiendo
en el factor decisivo del desarrollo de la sociedad humana.
Se establece que, aun cuando es muy importante la lucha por
la liberación de los pueblos, lo que caracteriza el momento actual es el
tránsito del capitalismo al socialismo.
En todos los continentes explotados existen países en los
cuales los regímenes sociales han alcanzado distinto grado de desarrollo, pero
casi todos ellos presentan la característica de tener fuertes estratos sociales
de carácter feudal y gran dependencia de capitales foráneos.
Lógico sería pensar que en la lucha por la liberación,
siguiendo la escala natural del desarrollo, se llegara a gobiernos de
democracia nacional con predominio más o menos acentuado de las burguesías y,
de hecho, esto ha ocurrido en muchos casos. Sin embargo, aquellos pueblos que
han debido recurrir a la fuerza para lograr su independencia han avanzado más
en el camino de las reformas sociales y muchos de ellos han entrado al
socialismo. Cuba y Argelia son los últimos ejemplos palpables de los efectos de
la lucha armada en el desarrollo de las transformaciones sociales. Si llegamos
a la conclusión de que en América Latina la vía pacífica está casi liquidada
como posibilidad, podemos apuntar que es muy probable que el resultado de las
revoluciones triunfantes en esta región del mundo dará por resultado regímenes
de estructura socialista.
Para llegar a esto correrán ríos de sangre. Argelia, que aún
no ha restañado sus heridas, el Vietnam que sigue sangrando, Angola, luchando
brava y solitariamente por su independencia, Venezuela, cuyos patriotas hermanados
con la causa cubana han demostrado en estos días la más alta y expresiva forma
de solidaridad con nuestra Revolución, Guatemala, en lucha difícil, subterránea
casi, son ejemplos palpables.
La sangre del pueblo es nuestro tesoro más sagrado, pero hay
que derramarla para ahorrar más sangre en el futuro.
En otros continentes se ha logrado la liberación frente al
colonialismo y el establecimiento de regímenes burgueses más o menos sólidos.
Esto se ha hecho sin violencia o casi sin ella, pero debe suponerse, siguiendo
la lógica de los acontecimientos hasta el momento actual, que esta burguesía
nacional en desarrollo constante, en un momento dado entra en contradicciones
con otras capas de la población; al cesar el yugo del país opresor, cesará como
fuerza revolucionaria y se transformará a su vez en clase explotadora,
reanudándose el ciclo de las luchas sociales. Podrá o no avanzarse en este
camino por vía pacífica, lo cierto es que indefectiblemente estarán frente a
frente los dos grandes factores en pugna: los explotados y los explotadores.
El dilema de nuestra época, en cuanto a la forma de tomar el
poder, no ha escapado a la penetración de los imperialistas yanquis. Ellos
también quieren “tránsito pacífico”. Están de acuerdo en liquidar las viejas
estructuras feudales que todavía subsisten en América Latina, y en aliarse a la
parte más avanzada de las burguesías nacionales, realizando algunas reformas
fiscales, algún tipo de reforma en el régimen de tenencia de la tierra, una
moderada industrialización, referida preferentemente a artículos de consumo,
con tecnología y materias primas importadas de los Estados Unidos.
La fórmula perfeccionada consiste en que la burguesía
nacional se alía con intereses extranjeros, crean juntos, en el país dado,
industrias nuevas, obtienen para estas industrias ventajas arancelarias de tal
tipo que permiten excluir totalmente la competencia de otros países
imperialistas y las ganancias así obtenidas pueden sacarse del país al amparo
de negligentes regulaciones de cambio.
Mediante este sistema de explotación, novísimo y más
inteligente, el propio país «nacionalista» se encarga de proteger los intereses
de los Estados Unidos promulgando tarifas arancelarias que permitan una
ganancia extra (la que los mismos norteamericanos reexportarán a su país).
Naturalmente, los precios de venta del artículo, sin competencia alguna, son
fijados por los monopolios.
Todo esto está reflejado en los proyectos de la Alianza para
el Progreso, que no es otra cosa que el intento imperialista de detener el
desarrollo de las condiciones revolucionarias de los pueblos mediante el
sistema de repartir una pequeña cantidad de sus ganancias con las clases
explotadoras criollas y convertirlas en aliados firmes contra las clases más
explotadas. Es decir, suprimir las contradicciones internas del régimen
capitalista hasta el máximo posible.
Como ya dijimos, no hay en América Latina fuerzas capaces de
intervenir en esta lucha económica, y por lo tanto, el juego del imperialismo
es bastante simple. Queda como única posibilidad el desarrollo cada vez más
impetuoso del mercado común europeo, bajo la dirección germana, que pudiera
alcanzar la fuerza económica suficiente como para competir en estas latitudes
con los capitales yanquis, pero el desarrollo de las contradicciones y su
solución violenta en estos tiempos es tan rápida, tan eruptiva, que da la
impresión de que América Latina será mucho antes campo de batalla entre
explotados y explotadores, que escenario de la lucha económica entre dos
imperialismos. Vale decir: las intenciones de la Alianza para el Progreso no
cristalizarán porque la conciencia de las masas y las condiciones objetivas han
madurado demasiado para permitir tan ingenua trampa.
Lo determinante en este momento es que el frente
imperialismo-burguesía criolla es consistente. En las últimas votaciones de la
OEA [Organización de Estados Americanos], no ha habido voces discordantes en
los problemas fundamentales y solo algunos gobiernos han tapado púdicamente sus
desnudeces con el taparrabos de fórmulas legalistas sin denunciar nunca la
esencia agresora, contraria a todo derecho, de estas resoluciones.
El hecho de que Cuba tuviera cohetes atómicos, sirvió de
pretexto para que todos se pusieran de parte de los Estados Unidos: Playa Girón
no ha hecho el efecto contrario. Ellos saben bien que éstas son armas
defensivas, saben también quién es el agresor. Sucede que, aunque no lo digan,
todos también conocen el verdadero peligro de la Revolución Cubana. Los países
más entregados y, por ende, más cínicos, hablan del peligro de la subversión
cubana, y tienen razón. El peligro mayor que entraña la Revolución Cubana está
en su ejemplo, en su divulgación revolucionaria, en que el Gobierno ha podido
elevar el temple de este pueblo, dirigido por un líder de alcance mundial, a
alturas pocas veces vistas en la historia.
Es el ejemplo escalofriante de un pueblo que está dispuesto
a inmolarse atómicamente para que sus cenizas sirvan de cimiento a las
sociedades nuevas y que, cuando se hace, sin consultarlo, un pacto por el cual
se retiran los cohetes atómicos, no suspira de alivio, no da gracias por la
tregua; salta a la palestra para dar su voz propia y única; su posición
combatiente, propia y única, y más lejos, su decisión de lucha, aun cuando
fuera solo, contra todos los peligros y contra la mismísima amenaza atómica del
imperialismo yanqui.
Esto hace vibrar a los pueblos. Ellos sienten el llamado de
la nueva voz que surge de Cuba, más fuerte que todos los miedos, que todas las
mentiras, que los prejuicios, que el hambre secular, que todos los garfios con
que se quiere anudarlos. Es más fuerte que el temor a toda represalia, al
castigo más bárbaro, a la muerte más cruel, a la opresión más bestial de los
explotadores. Una voz nueva de timbres claros y precisos ha sonado por todos
los ámbitos de nuestra América Latina. Esa ha sido nuestra misión y la hemos
cumplido y la seguiremos cumpliendo con toda la decisión de nuestra convicción
revolucionaria.
Podría preguntarse: ¿Y éste es el único camino? ¿Y no se
pueden aprovechar las contradicciones del campo imperialista, buscar el apoyo
de sectores burgueses que han sido aherrojados, golpeados y humillados a veces
por el imperialismo? ¿No se podría buscar una fórmula menos severa, menos
autodestructiva que esta posición cubana? ¿ No se podría lograr, mediante la
fuerza y la maniobra diplomática conjuntas, la supervivencia de Cuba? Nosotros
decimos: frente a la fuerza bruta, la fuerza y la decisión; frente a quienes
quieren destruirnos, no otra cosa que la voluntad de luchar hasta el último
hombre por defendernos.
Y esta fórmula es válida para la América Latina entera;
frente a quienes quieren de todas maneras detentar el poder contra la voluntad
del pueblo, fuego y sangre hasta que el último explotador sea destruido.
¿Cómo realizar esta revolución en América Latina? Demos la
palabra a la Segunda Declaración de La Habana:
En nuestros países se juntan las circunstancias de una industria
subdesarrollada con un régimen agrario de carácter feudal. Es por eso que con
todo lo duras que son las condiciones de vida de los obreros urbanos, la
población rural vive aún en más horribles condiciones de opresión y
explotación; pero es también, salvo excepciones, el sector absolutamente
mayoritario en proporción que a veces sobrepasa el 70% de las poblaciones
latinoamericanas.
Descontando los
terratenientes que muchas veces residen en las ciudades, el resto de esa gran
masa libra su sustento trabajando como peones en las haciendas por salarios
misérrimos, o labran la tierra en condiciones de explotación que nada tienen
que envidiar a la Edad Media. Estas circunstancias son las que determinan que
en América Latina la población pobre del campo constituya una tremenda fuerza
revolucionaria potencial.
Los ejércitos, estructurados
y equipados para la guerra convencional, que son las fuerzas en que se sustenta
el poder de las clases explotadoras, cuando tienen que enfrentarse a la lucha
irregular de los campesinos en el escenario natural de estos, resultan
absolutamente impotentes; pierden 10 hombres por cada combatiente
revolucionario que cae, y la desmoralización cunde rápidamente en ellos al
tener que enfrentarse a un enemigo invisible que no les ofrece ocasión de lucir
sus tácticas de academia y sus fanfarrias de guerra, de las que tanto alarde
hacen para reprimir a los obreros y a los estudiantes en ciudades.
La lucha inicial de reducidos núcleos combatientes se nutre
incesantemente de nuevas fuerzas; el movimiento de masas comienza a desatarse,
el viejo orden se resquebraja poco a poco en mil pedazos y es entonces el
momento en que la clase obrera y las masas urbanas deciden la batalla.
¿Qué es lo que desde el comienzo mismo de la lucha de esos
primeros núcleos los hace invencibles, independientemente del número, el poder
y los recursos de sus enemigos? El apoyo del pueblo; y con ese apoyo de las
masas contarán en grado cada vez mayor.
Pero el campesinado es una clase que, por el estado de
incultura en que lo mantienen y el aislamiento en que vive, necesita la
dirección revolucionaria y política de la clase obrera y de los intelectuales
revolucionarios, sin lo cual no podría por sí sola lanzarse a la lucha y
conquistar la victoria.
En las actuales condiciones históricas de América Latina, la
burguesía nacional no puede encabezar la lucha antifeudal y antiimperialista.
La experiencia demuestra que en nuestras naciones esa clase, aun cuando sus
intereses son contradictorios con los del imperialismo yanqui, ha sido incapaz
de enfrentarse a éste, paralizada por el miedo a la revolución social y
asustada por el clamor de las masas explotadas.
Esto es lo que dice la Segunda Declaración de La Habana y es
una especie de dictado de lo que ha de ser la revolución en América Latina. No
pensar en alianzas que no estén dirigidas absolutamente por la clase obrera; no
pensar en colaboraciones con burgueses timoratos y traidores que destruyen las
fuerzas en que se apoyaron para llegar al poder; las armas en manos del pueblo,
las vastas comarcas de nuestra América Latina como campo de acción, el
campesinado luchando por su tierra, la emboscada, la muerte inmisericorde al
opresor y, al darla, recibirla también y recibirla con honor de revolucionario,
esto es lo que cuenta.
Tal es el panorama de América Latina, de un continente que
se apresta a luchar, y que, cuanto más pronto empuñe las armas y cuanto más
pronto esgrima los machetes sobre las cabezas de los terratenientes, de los
industriales, de los banqueros, de los explotadores de todo tipo y de su cabeza
visible, el ejército opresor, mejor será.
Sobre si la táctica debe ser siempre la acción guerrillera o
es dable realizar otras acciones como eje central de la lucha, se puede
discutir largamente.
Nosotros basamos nuestra oposición a usar otra táctica en
América Latina en dos argumentos:
Primero: Aceptando como verdad que el enemigo luchará por mantenerse en
el poder, hay que pensar en la destrucción del ejército opresor; para
destruirlo hay que oponerle un ejército popular enfrente. Ese ejército no nace
espontáneamente, tiene que armarse en el arsenal que brinda su enemigo, y esto condiciona
una lucha dura y muy larga en la que las fuerzas populares y sus dirigentes
estarían expuestos siempre al ataque de fuerzas superiores sin adecuadas
condiciones de defensa y maniobrabilidad. En cambio, el núcleo guerrillero
asentado en terreno favorable a la lucha, garantiza la seguridad y permanencia
del mando revolucionario y las fuerzas urbanas, dirigidas desde el Estado Mayor
del Ejército del Pueblo, pueden realizar acciones de incalculable importancia.
La eventual destrucción de
los grupos urbanos no haría morir el alma de la Revolución, su jefatura, que
desde la fortaleza rural seguiría catalizando el espíritu revolucionario de las
masas y organizando nuevas fuerzas para otras batallas.
Segundo: El carácter continental
de la lucha. ¿Podría concebirse esta nueva etapa de la emancipación de América
Latina como el cotejo de dos fuerzas locales luchando por el poder en un
territorio dado? Evidentemente no, la lucha será a muerte entre todas las
fuerzas populares y todas las fuerzas represivas.
Los yanquis intervendrán,
por solidaridad de intereses y porque la lucha en América Latina es decisiva.
Lo harán con todas sus fuerzas, además; castigarán a las fuerzas populares con
todas las armas de destrucción a su alcance; no dejaran consolidarse al poder
revolucionario y, si alguno llegara a hacerlo, volverán a atacar, no lo
reconocerán, tratarán de dividir las fuerzas revolucionarias, introducirán
saboteadores de todo tipo, intentarán ahogar económicamente al nuevo Estado,
aniquilarlo, en una palabra.
Dado este panorama americano, consideramos difícil que la
victoria se logre en un país aislado. A la unión de las fuerzas represivas debe
contestarse con la unión de las fuerzas populares. En todos los países en que
la opresión llega a niveles insostenibles, debe alzarse la bandera de la
rebelión y esta bandera tendrá, por necesidad histórica, caracteres
continentales. La Cordillera de los Andes está llamada a ser la Sierra Maestra
de América Latina, como dijera Fidel, y todos los inmensos territorios que
abarca este continente están llamados a ser escenarios de la lucha a muerte
contra el poder imperialista.
No podemos decir cuándo alcanzará estas características
continentales, ni cuánto tiempo durará la lucha, pero podemos predecir su
advenimiento porque es hija de circunstancias históricas, económicas,
políticas, y su rumbo no se puede torcer.
Frente a esta táctica y estrategia continentales, se lanzan
algunas fórmulas limitadas: luchas electorales de menor cuantía, algún avance
electoral, por aquí; dos diputados, un senador, cuatro alcaldías; una gran
manifestación popular que es disuelta a tiros; una elección que se pierde por
menos votos que la anterior; una huelga que se gana, diez que se pierden; un
paso que se avanza, diez que se retroceden; una victoria sectorial por aquí,
diez derrotas por allá. Y, en el momento preciso, se cambian las reglas del
juego y hay que volver a empezar.
¿Por qué estos planteamientos? ¿Por qué esta dilapidación de
las energías populares? Por una sola razón. En las fuerzas progresistas de
algunos países de América Latina existe una confusión terrible entre objetivos
tácticos y estratégicos; en pequeñas posiciones tácticas se ha querido ver
grandes objetivos estratégicos. Hay que atribuir a la inteligencia de la
reacción el que haya logrado hacer de estas mínimas posiciones defensivas el
objetivo fundamental de su enemigo de clase.
En los lugares donde ocurren estas equivocaciones tan
graves, el pueblo apronta sus legiones año tras año para conquistas que le
cuestan inmensos sacrificios y que no tienen el más mínimo valor. Son pequeñas
colinas dominadas por el fuego de la artillería enemiga. La colina parlamento,
la colina legalidad, la colina huelga económica legal, la colina aumento de
salarios, la colina constitución burguesa, la colina liberación de un héroe
popular… Y lo peor de todo es que para ganar estas posiciones hay que
intervenir en el juego político del estado burgués y para lograr el permiso de
actuar en este peligroso juego, hay que demostrar que se puede estar dentro de
la legalidad burguesa. Hay que demostrar que se es bueno, que no se es
peligroso, que no se le ocurrirá a nadie asaltar cuarteles, ni trenes, ni
destruir puentes, ni ajusticiar esbirros, ni torturadores, ni alzarse en las
montañas, ni levantar con puño fuerte y definitivo la única y violenta afirmación
de América Latina: la lucha final por su redención.
Contradictorio cuadro el de América Latina; dirigencias de
fuerzas progresistas que no están a la altura de los dirigidos; pueblos que
alcanzan alturas desconocidas; pueblos que hierven en deseos de hacer y
dirigencias que frenan sus deseos. La hecatombe asomada a estos territorios de
América Latina y el pueblo sin miedo, tratando de avanzar hacia la hecatombe,
que significará, sin embargo, la redención definitiva. Los inteligentes, los
sensatos, aplicando los frenos a su alcance al ímpetu de las masas, desviando
su incontenible afán de lograr las grandes conquistas estratégicas: la toma del
poder político, el aniquilamiento del ejército, del sistema de explotación del
hombre por el hombre. Contradictorio, pero esperanzador, las masas saben que
«el papel de Job no cuadra con el de un revolucionario» y se aprestan a la
batalla.
¿Seguirá el imperialismo perdiendo una a una sus posiciones
o lanzará, bestial, como lo amenazó hace poco, un ataque nuclear que incendie
al mundo en una hoguera atómica? No lo podemos decir. Lo que afirmamos es que
tenemos que caminar por el sendero de la liberación, aun cuando éste cueste millones
de víctimas atómicas, porque en la lucha a muerte entre dos sistemas, no puede
pensarse en otra cosa que la victoria definitiva del socialismo, o su retroceso
bajo la victoria nuclear de la agresión imperialista.
Cuba está al borde de la invasión; está amenazada por las
fuerzas más potentes del imperialismo mundial y por ende, por la muerte
atómica. Desde su trinchera que no admite retroceso lanza a América Latina su
definitivo llamado al combate; combate que no se decidirá en una hora o en unos
minutos de batalla terrible, que podrá definirse en años de agotadores
encuentros en todos los rincones del continente, en medio de atroces
sufrimientos. El ataque de las fuerzas imperialistas y de las burguesías
aliadas, pondrá una y otra vez a los movimientos populares al borde de la
destrucción, pero surgirán siempre renovados por la fuerza del pueblo hasta el
instante de la total liberación.
Desde aquí, desde su trinchera solitaria de vanguardia,
nuestro pueblo hace oír su voz. No es el canto del cisne de una revolución en
derrota, es un himno revolucionario destinado a eternizarse en los labios de
los combatientes de América Latina. Tiene resonancias de historia.
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