Taller de
Lectura # 96 y 97 - Abril y Mayo de 2017
Carlos Lechuga y su historia no
contada de las relaciones Cuba-EEUU
Por: Carlos Lechuga Hevia (Periodista
y diplomático cubano, quien fuera el representante de la Isla en la
Organización de Naciones Unidas (ONU) durante la Crisis de Octubre)
En 2007, Carlos
Lechuga Hevia (1918-2009), periodista y diplomático cubano, quien fuera el
representante de la Isla en la Organización de Naciones Unidas (ONU) durante la
Crisis de Octubre, escribió este ensayo sobre las relaciones Cuba-EEUU hasta
hoy inédito. Lo compartimos con nuestros lectores. Incluimos, ilustraciones
publicadas en la prensa estadounidense en 1902, que reflejan el debate en torno
a la anexión de Cuba y el Tratado de Reciprocidad, que guarda la Biblioteca del
Congreso de ese país.
Charting a New Course
(Trazar un nuevo curso)
Cuba y Estados Unidos son vecinos muy cercanos y por esa
simple realidad geográfica hay muchas esferas—como la económica, la científica
y la cultural– en que ambas naciones pueden complementarse. La extensión
continental de Estados Unidos desde el Atlántico hasta el Pacífico, sus ríos
caudalosos, lagos, valles, cordilleras y climas diversos le infunde seguridad y
optimismo a sus habitantes. A pesar de las reducidas dimensiones de su vecina
isla, su luminosidad, verdor y ese azul del mar Caribe también les inspira
confianza y libertad a sus pobladores.
Además del factor geográfico que los hace compartir el mismo
hemisferio, lazos históricos desarrollados como corresponde a relaciones entre
naciones soberanas e independientes, rendirían provecho para ambas.
Es tan artificial la situación que hoy existe que si Mark
Twain viviera se asombraría al saber que en pleno siglo XXI para un yanqui de
Connecticut sería más fácil visitar la Corte del Rey Arturo, que pasear por las
calles de La Habana, disfrutar de sus playas, respirar el aire dulce de los
campos de Cuba o hacer negocios provechosos para ambos países.
Cuba en las últimas décadas ha obtenido logros considerables
en el orden interno y se ha ganado el respeto internacional tanto por la
defensa que ha hecho de su soberanía como por su política de solidaridad con
otros pueblos, no obstante la hostilidad de los gobiernos instalados en
Washington a lo largo de esos años. Es una verdad evidente de la cual
consideramos que ambos países deben aprender.
Cuba tiene hoy relaciones diplomáticas y consulares con más
países que nunca en toda su historia. Año tras año la Asamblea General de las
Naciones Unidas, que es el foro más representativo de la comunidad
internacional, ha votado por una enorme mayoría, una resolución condenando el
embargo o bloqueo económico impuesto por Estados Unidos a Cuba. E incluidos en
esa mayoría están los aliados comerciales y militares más importantes de Estados
Unidos.
El Papa Juan Pablo II, el 8 de enero del 2005, tres meses
antes de fallecer, al recibir al nuevo Embajador de Cuba, elogió las
realizaciones de Cuba en la atención sanitaria, la instrucción y la cultura. Ya
antes, cuando estuvo en Cuba, reprobó “las medidas económicas restrictivas
impuestas a Cuba desde fuera del país por injustas y éticamente inaceptables”.
Un ejemplo de la ética de Cuba en sus relaciones
internacionales, es que estuvo entre los primeros países en condenar el crimen
del 11 de septiembre en Nueva York, y ahora que tal parece que está de moda el
terrorismo, como si fuera una nueva línea de ropa o de cosméticos, porque se
invoca para justificar cualquier acción explotando el tema frívolamente no
obstante su dramatismo, Cuba puede exhibir un rico expediente de lucha contra
éste porque ha sufrido en carne propia esa violencia indiscriminada con la
muerte de más de tres mil de sus hijos.
El gobierno de La Habana le ha propuesto a Estados Unidos
tres proyectos de acuerdos bilaterales, uno, para combatir el terrorismo, otro
para luchar contra el tráfico ilícito de drogas y el tercero con el fin de
terminar el tráfico ilegal de personas, recibiendo el silencio por respuesta.
En reiteradas ocasiones Cuba ha entregado pruebas al gobierno estadounidense de
actos terroristas contra nuestro país preparado en territorio norteamericano.
Cuba ha ratificado doce instrumentos internacionales para combatir el
terrorismo. Tiene una ley contra actos terroristas y medidas no legislativas
adicionales impiden la libre comunicación e intercambio entre la nación cubana
y parte de la comunidad internacional afianzando así mediante el diálogo
respetuoso para combatir esos actos, ha cooperado con el Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas y el Comité Antiterrorista al presentar informes,
proponer candidatos y ofrecer cooperación técnica y de personal a ese comité, y
con su apoyo a las negociaciones de la Convención General contra el terrorismo.
En octubre de 2001, en plena crisis de Estados Unidos ante el peligro del
ántrax, Cuba ofreció a dicho gobierno cien millones de tabletas de
ciprofloxacina para combatir la amenaza. Son muchas las acciones de Cuba contra
esos actos de ciega violencia que han costado miles de vida, y varios los
ofrecimientos al propio gobierno estadounidense para combatirla. Son hechos
innegables. Estas absurdas negativas por parte de Washington forman parte de su
política de hostilidad con la cual no ha conseguido los propósitos que
persigue, como es notorio. El pueblo cubano posee una larga historia de lucha
por su independencia, su soberanía y su libre albedrío y ha dado muestras
reiteradas de su voluntad de mantener relaciones normales con sus vecinos del
norte, antes y después de aquella aventura de la Guerra Fría.
En el año 1962 el presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, al
hacer uso de la palabra en la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró
que su país estaba dispuesto a negociar por vías diplomáticas normales o por
cualesquiera medios adecuados, las diferencias existentes entre Estados Unidos
y Cuba. Y en aquellos días el Consejo de Ministros del gobierno de La Habana
proclamó que Cuba habría podido indemnizar a los ciudadanos e intereses
norteamericanos afectados por las leyes de la Revolución de no haber mediado
las agresiones económicas y haber estado Washington dispuesto a pactar en un
plano de respeto a la voluntad, la dignidad y la soberanía del pueblo cubano.
Desde entonces todos los años en las Naciones Unidas y en otros foros se repite
que el Gobierno de La Habana desea compensar a los propietarios de las seis mil
empresas y ciudadanos estadounidenses cuyas propiedades fueron nacionalizadas
en los primeros años de la Revolución, y estaría dispuesta ahora a llegar a un
arreglo que tomara en cuenta también las afectaciones económicas y humanas infringidas
a nuestro país por el bloqueo.
La Revolución, con un respaldo popular decisivo, recuperó
los principales recursos del país y en ese proceso de rescate para beneficio de
todas las clases sociales afectó intereses extranjeros. Se indemnizó a todo el
mundo menos a los norteamericanos, que eran los dominantes, porque Washington
lo ha querido así como parte de su estrategia concebida para liquidar el
proceso revolucionario, que es irreversible. Las nacionalizaciones de propiedades
se hicieron de acuerdo con la legislación cubana y la propia Corte Suprema de
Estados Unidos en 1964 , en el llamado caso Sabatini, falló que las
expropiaciones en Cuba tenían el amparo legal de la Doctrina de Acto de Estado
Soberano, el cual concede esas facultades a los estados dentro de su
territorio, pero los estrechos intereses políticos enemigos de Cuba movieron su
influencia en los salones del Congreso e introdujeron una enmienda en el
proyecto de Ley de Ayuda al Extranjero que anuló la decisión del Tribunal
Supremo. La inmensa mayoría del pueblo norteamericano no se enteró de la trampa
que se había ideado como no conoce ahora en todos sus detalles las ocultas
maniobras para perpetuar el bloqueo económico contra la Isla y la prohibición
de viajar a Cuba de los ciudadanos de Estados Unidos aunque cada día son más
numerosas las voces que se alzan contra esa política absurda, inclusive en [i]
el propio Congreso de Washington, en sectores económicos importantes, y en cada
vez más amplias zonas de la ciudadanía que no entienden la razón por la cual se
les impide visitar la vecina isla, pues no tiene argumentos válidos que la
sustente. Uno de esos argumentos de los enemigos de las relaciones normales es
que Cuba amenaza la seguridad nacional de Estados Unidos y aunque es risible
tal afirmación los grupos que apoyan esa política de hostilidad lo esgrimen sin
sonrojarse. En 1999 el Pentágono anunció que “Cuba no es una amenaza militar
para Estados Unidos o para cualquier otro país de la región”, lo que ha
destruido la falsa acusación y alrededor de esa fecha veinticuatro senadores
republicanos y tres ex Secretarios de Estado –Henry Kissinger, Laurence
Eagleburger y George Shultz– le pidieron al gobierno de Clinton que analizara
con personalidades de los dos partidos la situación existente para buscar un
diálogo con Cuba.
En 1999 el Council on Foreign Relations (Consejo de
Relaciones Exteriores), integrado por destacadas figuras republicanas y
demócratas, conservadores y liberales, declararon que era tiempo de abandonar
la vieja y fracasada política. Varios
ejemplos atestiguan la voluntad de sectores en Estados Unidos que quieren
liquidar esa anómala situación. En marzo de 2001 ex diplomáticos del Partido
Republicano anunciaron el establecimiento de una Fundación de Política sobre
Cuba para que se termine el bloqueo económico. Es una fundación no partidista
que intentará educar a los norteamericanos sobre las razones por las que se
debe poner fin al bloqueo y rechazará a los extremistas diciendo que esa política
hostil no ha logrado nada en todas estas décadas y ha dañado a la economía de
Estados Unidos y sus intereses nacionales según expresó la presidenta Sally
Grooms Cowal. “Nuestros negocios, ciudades y puertos pierden millones de
dólares cada año debido al embargo mientras las familias de Estados Unidos y
Cuba se mantienen separadas”, expresó. Cowal es una diplomática de más de
veinte años de experiencia en el Departamento de Estado en administraciones
republicanas. Fue Consejera Política de la misión norteamericana en las
Naciones Unidas durante el gobierno de Reagan, Subsecretaria Asistente del
Departamento de Estado para Asuntos Interamericanos en la administración de
Bush, padre, y embajadora en Trinidad Tobago en el mismo gobierno y con el
presidente Clinton. Como presidente de la Junta de Directores de esa Fundación
está William Rogers, Secretario Asistente de Estado para Asuntos
Interamericanos bajo la presidencia de Gerard Ford.
En julio de 2001 la Cámara del Congreso de Washington votó a
favor de una enmienda propuesta por el congresista republicano por Arizona Jeff
Flake prohibiendo al Departamento del Tesoro gastar dinero en la aplicación de
las restricciones decretadas para impedir los viajes de norteamericanos a Cuba.
Se aprobó por 240 votos contra 186 y otra enmienda presentada por el
congresista demócrata Charles Rangel eliminando la aplicación de los mecanismos
legislativos que mantienen el embargo económico fue derrotada por 227 votos
contra 201. Luego, en 2003 en el Comité de la Conferencia Bicameral que
examinaba el proyecto de ley sobre Asignaciones Presupuestarias para los
Departamentos del Tesoro y Transporte ,decidió eliminar la enmienda que abogaba
por una flexibilización de los viajes de los ciudadanos norteamericanos a Cuba
a pesar de que tanto en la Cámara como en el Senado la enmienda había sido
aprobada por una gran mayoría lo que demuestra, que hay una creciente voluntad
de normalizar las relaciones con la Isla pero intereses políticos lo impiden.
Ya que el lobby de emigrantes cubanos que representa sólo a una minoría de los
cubanos que viven en territorio norteamericano tiene aún influencia para
obtener sus propósitos y no les interesa que haya un arreglo entre los dos
países perjudicando los verdaderos intereses de ambos pueblos.
A lo largo de los años se han producido algunas señales por
parte de las máximas autoridades de Estados Unidos de discutir esta situación
anómala pero salvo la iniciativa del presidente John F. Kennedy en 1963 que
parecía encaminarse por cauces normales, las otras se plantearon
equivocadamente tratando de introducir en las discusiones elementos ajenos al
tema en debate, pero Kennedy fue asesinado antes de que se pudiera avanzar en
los contactos y discusiones subsiguientes que se iniciaron en Nueva York. En
las décadas de 1970 y 1980 durante los gobiernos de Ford, Reagan y Carter hubo
algunos contactos entre representantes de La Habana y Washington. El
vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, Carlos Rafael
Rodríguez, se entrevistó en México con Alexander Haig, Secretario de Estado de
Reagan y luego también con Cyrus Vance, Secretario de Estado de Carter cuando
ya se habían abierto las Oficinas de Intereses con personal diplomático de Cuba
en Washington y de Estados Unidos en La Habana. En 1977, Terrence Todman,
Secretario Asistente de Estado para Asuntos de las Repúblicas Americanas visitó
La Habana y firmó un Convenio de Pesca. Asimismo existe un acuerdo sobre
emigración entre los dos países. Son muestras de que es posible establecer
diálogos, nada lo impide. Lo que obstaculiza el tomar acuerdos es,
sencillamente, que no se establezcan condiciones que desconozcan la soberanía e
independencia cubanas como Cuba respeta la de Estados Unidos.
En aquellos años y ahora se levantaron y levantan voces en
el Congreso a favor de unas relaciones normales. Jonathan B. Bingman, del
Partido Demócrata de Nueva York, presentó en la Cámara un proyecto para
terminar el embargo económico contra la Isla. El senador Lowell Weiker Jr.,
republicano de Connecticut, presentó una intención similar.
Una investigación del sentimiento popular en aquel momento,
tomado por la agencia Harris, reveló que el 53% de la población norteamericana
favorecía establecer relaciones normales con Cuba, la Cámara de Comercio norteamericana,
el Consejo Nacional de Iglesias y otros sectores han abogado públicamente por
una solución pacífica del conflicto entre los dos países, pero hay también, por
supuesto, gritos que claman histéricamente tratando de silenciar las
expresiones sensatas, anhelando un desenlace violento de las diferencias que
existen. Son aquéllos que disfrutaron de bienes mal habidos antes del triunfo
revolucionario o elementos terroristas con cuentas pendientes con la Justicia
que esperan regresar a Cuba con el dinero de Washington y su apoyo.
Pero de todos modos continúa la lucha por terminar con esa
situación. Citemos, como ejemplo, las gestiones de un grupo prominente titulado
Americans for Humanitarian Trade with Cuba que apoya una legislación que
permita los viajes. Ésta es una organización auspiciada por la Cámara de
Comercio de Estados Unidos.
Recientemente la Asociación Nacional de Abogados de Estados
Unidos se dirigió al Departamento del Tesoro para rechazar las nuevas
regulaciones establecidas por la Casa Blanca para restringir aún más los viajes
a Cuba, y cortar los contactos de los estadounidenses con Cuba en materia
educativa ya que ellos consideran que es una medida contraria a la tradición de
libertad académica y a los valores de la Primera Enmienda de la Constitución
norteamericana. Critica asimismo la limitación de las visitas familiares de los
cubanos-americanos a Cuba estipuladas cada tres años y por catorce días, aboga
contra las restricciones al derecho de los residentes en Estados Unidos de enviar
remesas a sus familiares y la asociación rechazó también las prohibiciones de
los contactos deportivos. En Tampa se llevó a cabo en el año 2004 una
conferencia titulada National Summit on Cuba, que abordó el mismo problema.
En diciembre del 2006 visitó la Isla la mayor delegación de
congresistas de Estados Unidos desde 1959, año del triunfo de la Revolución, y
se entrevistó con destacadas figuras del Gobierno. El grupo estaba integrado
por cinco legisladores demócratas y cinco republicanos.
Ninguno de los que se oponen a la normalización de
relaciones cuenta para nada en la Historia, como es evidente. Es una minoría
insignificante, repetimos, que tiene la fuerza del dinero en un momento
determinado y nada más, y de la influencia política, que se agota, como ya se
está comprobando. Muchos se preguntan cómo es posible que un país tan poderoso
como Estados Unidos no haya podido rendir a un país tan pequeño como su vecino
tras casi medio siglo de agresiones de todo tipo. Y es que la inmensa mayoría
del pueblo de Cuba se siente plenamente identificado con el proyecto
socio-económico que se desarrolla en el país y complacido por el prestigio
mundial que ha ganado.
Es absurdo que ciudadanos de países como Canadá o de
potencias de Europa y Asia, por ejemplo, para no extender la lista, tengan
relaciones de negocios provechosas con Cuba y que ciudadanos y empresas de
Estados Unidos no puedan tener vínculos normales de negocios con su vecino
cercano o que se les prohíba disfrutar de vacaciones en la isla, que es uno de
los lugares más seguros del mundo de hoy. Los sectores que se oponen a una
solución pacífica del diferendo existente no representan ni los intereses ni
los sentimientos del pueblo norteamericano.
En los primeros meses del año 2005 Cuba firmó importantes
convenios comerciales con países que están a los dos extremos del continente,
al norte con Canadá y al sur con Uruguay y Argentina. Con los Estados Unidos,
su vecino cercano, no se puede comerciar normalmente, es como si quisiéramos
adquirir jamón o arroz en la Luna. Imposible, aunque los cubanos estaríamos
dispuestos a intentarlo.
Con Un financiamiento de 450 cuatrocientos cincuenta
millones de dólares aportados a partes iguales por Cuba y Canadá se ampliaron
la producción en la empresa de níquel en la Isla y la refinería de níquel en
Canadá y permitió que la planta de Cuba produzca 16.000 dieciséis mil toneladas
de níquel más cobalto y en que Canadá reemplazará la tecnología existente en la
refinería de ese país.
En el sur, Uruguay y Cuba iniciaron un intercambio para que
en el cual el país sudamericano suministra a la Isla productos agroalimentarios
y servicios, para recibir de Cuba productos médicos, farmacéuticos, y
biotecnológicos, equipos médicos y transferencia de tecnología. En mayo del
2005 se firmaron en La Habana 84 ochenta y cuatro acuerdos con Argentina en los
sectores de salud, educación, pesca y azúcar.
Al mismo tiempo que se hacían esos convenios Estados Unidos
le dio otro golpe al reducido comercio con Cuba. El Departamento del Tesoro anunció
que en lo adelante los pagos cubanos de las transacciones que se hagan Cuba con
empresas norteamericanas tendrán que hacerse antes que las mercancías se
carguen en puertos estadounidenses, lo cual se aparta de La práctica vigente
estipula de los pagos contra la presentación de documentos. Y el traspaso de la
propiedad al comprador cubano, se hará firme luego de la recepción del pago en
efectivo al exportador estadounidense, lo que entorpece aún más las ventas de
alimentos que ahora, excepcionalmente, se están efectuando.
Como es evidente estas medidas ponen en desventaja a los
productores, transportistas y portuarios de Estados Unidos cediendo terreno a
la competencia de otros países que tienen interés en el mercado cubano. Medida,
por cierto, que ignora la voluntad del Congreso cuando autorizó las ventas a
Cuba.
Aunque le está prohibido a Cuba vender nada en Estados
Unidos, empresas norteamericanas y cubanas continúan lidiando para normalizar
esta situación gracias a lo cual Cuba compra en el mercado estadounidense,
cuando puede hacerlo, venciendo todas las dificultades.
En los mismos días en que el Departamento del Tesoro dictó
las nuevas limitaciones a las transacciones con nuestra pequeña isla, para
regularizar el comercio se suscribió un memorando de entendimiento entre ambos países que Cuba firmó con el
puerto de San Diego en California y con la empresa American Trading Service
para comprar productos alimenticios. El comisionado del puerto de San Diego, Kourosh
Hangafarin, calificó el hecho como un “acontecimiento histórico” y expresó que
ese acuerdo “abre las puertas de San Diego para promover el comercio con Cuba y
aumentar las relaciones con la esperanza de un futuro mejor”.
Simultáneamente la gobernadora de Lousiana, Kathleen
Babinoux Blanco, firmaba en el Hotel Nacional, en La Habana, un acuerdo
comercial por quince millones de dólares en alimentos y dos contratos para la
compra de suero de leche y arroz molinado por un valor de 2.850.000 dólares.
También se firmó un acuerdo con el puerto de Nueva Orleáns por el señor Gary
LaGrange, su director ejecutivo. En diciembre de 200l se había efectuado un
primer embarque de alimentos a Cuba desde el puerto de Nueva Orleáns por un
valor de 2.850.000 dólares.
En mayo de 2005 el senador James Jeffords firmó en La Habana
por el Estado de Vermont un convenio por el que se vende a Cuba ganado lechero,
leche en polvo y manzanas. Ya con este Estado se habían establecido relaciones
cuando visitaron Cuba el vicegobernador Brian Dubie y el Secretario de Agricultura
Steve Kerr.
Con el Estado de Alabama se firmó un acuerdo comercial por
veinte millones de dólares y se comprará maderas, papel, pollos y otras
mercancías por ciento setenta millones de dólares. Además, el Senado y la
Cámara de Alabama aprobaron una resolución pidiendo al Congreso de Washington
eliminar las restricciones de viajes y del comercio con la Isla.
Y permítanme una digresión. Por una asociación de ideas me
viene a la memoria unos versos del poeta laureado de Vermont, Robert Lee Frost,
que escribió un poema titulado “A Time to Talk”, que se ajusta a lo que están
exigiendo numerosos sectores de la sociedad norteamericana de que ya es tiempo
de hablar, de negociar las diferencias entre los dos países, de normalizar un
comercio provechoso. Por cierto, el presidente Kennedy cuando falleció Frost,
dijo que el poeta había donado a su país versos que los estadounidenses
disfrutarían siempre. JFK fue asesinado ese mismo año que sugestivamente
también fue el año en que abrió un diálogo con Cuba para normalizar las
relaciones. Regresemos ahora al tema central, que sin agotarlo, podemos añadir
otros datos para compararlos con la situación que hoy existe con Estados
Unidos.
Con China Cuba ha hecho últimamente negociaciones de
distinta índole en inversiones millonarias en distintos campos, créditos,
empresas mixtas, etc. Con Venezuela acuerdos importantes sobre exploración y
explotación de recursos de hidrocarburos en la Zona Económica Exclusiva del
Golfo de México y otras áreas del territorio del de Cuba, producción de acero
inoxidable, proyectos turísticos, explotación y desarrollo de minerales
serpentínicos y niquelíferos, modernización y construcción de puertos en Cuba y
Venezuela y otros acuerdos de gran importancia económica para ambos países. Por
otro lado, nuevos pozos de petróleo se han descubierto en el mar en la costa
norte de La Habana y se estudian proposiciones de negocios con varios países
que han mostrado interés para explotarlos conjuntamente con Cuba.
Está claro que es realmente censurable desde el punto de
vista de los intereses de inversionistas potenciales de Estados Unidos, esa
actitud absurda de Washington protegiendo a los lobbys que se oponen a que se
regularice un estado de beneficio recíproco entre los dos países.
Hagamos ahora un paréntesis para contar lo sucedido en 1962
cuando el presidente Kennedy dictó la proclama 3447 decretando el embargo sobre
todo comercio con Cuba por la que se prohibía la importación a Estados Unidos
de todos los bienes de origen cubano y todos los bienes importados de o a
través de Cuba y de todos los exportados de Estados Unidos a Cuba. Ya dos años
antes, en julio de 1960, el gobierno anterior había cancelado la compra de
700.000 toneladas de azúcar correspondiente a lo que quedaba de la cuota de ese
año en el mercado norteamericano. El azúcar fue asignada a otros países.
Pierre Salinger, que era el secretario de prensa de Kennedy,
narra en sus memorias que el Presidente lo llamó una noche a principios de 1962
y le dijo que tenía necesidad de tener muchos tabacos habanos, “¿Cuántos?”,
preguntó Salinger, “Alrededor de mil”, respondió Kennedy. En aquel momento el
Presidente fumaba tabacos de la marca Petit Upman, recuerda Salinger quien
salió inmediatamente de la Casa Blanca para buscar el encargo.
Al día siguiente el Presidente lo llamó a su despacho para
averiguar si había conseguido los tabacos y le dijo que había comprado un
millar. Entonces Kennedy sonrió e inmediatamente firmó la proclama prohibiendo
que entrara en territorio estadounidense todo producto cubano, “Bravo” exclamó
el Presidente, “ahora dispongo de una reserva suficiente de tabacos y puedo
firmar la proclama prohibiendo en Estados Unidos los productos de Cuba”. [ii]
El episodio revela en primer lugar el buen gusto de Kennedy.
Disfrutaba del mejor tabaco del mundo lo que no podían hacer entonces y no
pueden hacer ahora el resto de los norteamericanos. Aquel capítulo de la
historia entre los dos países nos descubre, por otro lado, que una firma en un
documento oficial precedida de una sonrisa puede castigar a millones de
norteamericanos a no deleitarse con los frutos que ofrece un país cercano, a
sólo noventa millas de sus costas. Con esa misma sonrisa los gobernantes que le
han sucedido han firmado otros documentos prohibiendo también comerciar con
Cuba y limitando los viajes de los cubanos residentes en Estados Unidos a su
país de origen para visitar a sus familiares.
Pero no solamente se ponen obstáculos a los intercambios
comerciales, sino también a los intercambios culturales y científicos, lo que
es inaudito. Todos los ciudadanos de
Estados Unidos y de Cuba, sin excepción, tienen derecho a disfrutar libremente
de la riqueza cultural de ambas naciones como sucedía antes de ponerse en vigor
las medidas discriminatorias contra Cuba y nada justifica que la oposición de
grupos minoritarios lo impidan. Las expresiones artísticas, tan ricas en
Estados Unidos y en Cuba, siempre han gozado de la preferencia de ambos
pueblos. Hoy se ha establecido una muralla artificial para impedir los intercambios
normales tanto en las exhibiciones de artes plásticas como en los espectáculos
musicales, para citar solamente dos ejemplos de los muchos que se pudieran
enumerar, así como para evitar el acercamiento provechoso entre los centros
universitarios y las organizaciones científicas, campo en el cual Cuba ha
logrado significativos avances no obstante las limitaciones económicas que
tiene la Isla actualmente. Increíblemente en Estados Unidos se prohíbe hoy
publicar artículos científicos de cubanos y se les niega la visa de entrada al
país a científicos de la Isla.
Para ilustrar la calidad superior del desarrollo obtenido
por Cuba en las Ciencias apuntemos solamente un hecho, que es el convenio
establecido entre el Centro de Inmunología Molecular de Cuba y la firma de
Estados Unidos CANCERVAX para el desarrollo y producción de vacunas contra el
cáncer producto de la investigación científica del centro cubano. Es un hecho
singular por la cantidad de obstáculos de todo tipo que hubo que vencer debido
al bloqueo establecido contra la Isla. Se trata de una transferencia
científico-técnica de un país pequeño a una gran potencia, lo que, como se
sabe, es inusitado que se produzca en el mundo. Pero ese convenio es sólo un
ejemplo. Hay otros en el sector de nuevas tecnologías productivas y
medicamentos en años recientes como la vacuna de Haemophilus y la vacuna
cuádruple DPT-Hepatitis, las de veinte nuevos fármacos genéricos, entre ellos
tres que se suman a los productos para el tratamiento del SIDA, una vacuna
terapéutica de factor de crecimiento contra el cáncer del pulmón, donde el
diseño de la planta para producirla, su construcción y operación son totalmente
cubanos. Son conquistas, indudablemente, del material humano formado en los
años de Revolución.
Esta situación anormal en que se hallan las relaciones se
puede calificar de ridícula sin caer en exageraciones. En sentido general la
política estadounidense está siguiendo las mismas pautas que siguió cuando
estaba en todo su vigor la Guerra Fría y el mundo no hubiera cambiado
radicalmente. No tiene originalidad y es anacrónica en todo sentido. Hoy, como
sabe cualquiera menos algunos personajes en Washington y en Miami, el paisaje
político en todos los continentes no se parece en nada al que existía cuando
triunfó la Revolución en Cuba. Por otro lado la Unión Soviética desapareció del
mapa mundial y Cuba hace años ha demostrado con creces que se sostiene y avanza
no obstante todos los obstáculos que se ponen en su camino, con soluciones
propias, siguiendo su propia ruta independiente y con su prestigio intacto. Los
obstáculos a cualquier intento de normalizar los vínculos entre los dos pueblos
poniendo las ambiciones de unos pocos sobre la fortuna de la comunidad y que
cada vez que se da un paso positivo por modesto que sea se invente alguna
medida para dar marcha atrás al proceso que se inicie para arribar a un acuerdo
recuerda situaciones parecidas antaño. Parece increíble que grupos minoritarios
puedan lograr sus estrechos propósitos contra los intereses de las mayorías a
las que se les oculta el origen de las maniobras que hacen. Quienes tienen la
influencia suficiente para lograr esos fines son aquellos que se beneficiaron
de la situación que existía antes del triunfo de la Revolución en Cuba que
logran por caminos tortuosos la complicidad de sectores influyentes en los
Estados Unidos.
Iluminemos la Historia que para muchos en los Estados Unidos
está oculta. Cuando ya la lucha insurreccional en Cuba avanzaba hacia la
victoria, en Washington se decidió no respaldar más a Fulgencio Batista, a
quien habían apoyado durante los años de crímenes y latrocinios que había
estado en el Poder y a quien el embajador en la Habana, Earl T. Smith, abrazó
hasta el último momento aún después que sus superiores en el Departamento de Estado
le habían comunicado que era necesario que Batista abandonara las costas
cubanas. Smith, un viejo amigo de Palm Beach, de John F. Kennedy, le dijo una
vez a quien después sería presidente que “el embajador norteamericano era la
segunda persona más importante de Cuba”.[iii] Sin que el embajador Smith lo
supiera, a principios del mes de diciembre de 1958, la Agencia Central de
Inteligencia autorizó a William D. Pawley que viniera a Cuba para hablar con
Batista y convencerlo de que debía renunciar por ser evidente que las fuerzas
revolucionarias iban a triunfar y era necesario impedir que Fidel Castro tomara
el Poder. Pawley se entrevistó después en la Casa Blanca con el presidente
Eisenhower, de quien era amigo al igual que de Batista, y le confirmó la recomendación
de la CIA.
Al llegar Pawley a La Habana Smith todavía se encontraba en
Washington y visitó a Jim Noel, jefe del centro de la CIA en la capital cubana
a quien impuso de su misión. Este personaje, Pawley, tenía inversiones en Cuba
desde hacía muchos años, había sido embajador en América Latina y teniendo
negocios en China se convirtió en colaborador de Chiang Kai-Shek. El día 9 de
diciembre Pawley fue a Palacio y le informó al asombrado Batista que Estados
Unidos no podían seguir apoyándolo y que era imperioso que renunciara para que
una Junta Cívico-Militar ocupara el gobierno con el fin de impedir el triunfo
de la Revolución. Le prometió que podía ir a vivir en la residencia que tenía
en Daytona Beach, en la Florida, y que se respetarían sus intereses. Después el
enviado de la Casa Blanca tuvo un encuentro con Gonzalo Güell, Primer Ministro
de Batista, a quien trasladó el mismo amargo mensaje.
Al día siguiente le tocó el turno a un funcionario del
Departamento de Estado para darle la mala noticia a ese gobierno que nació de
un golpe de Estado fomentado en los cuarteles militares y que derrocó a un
gobierno constitucional cuando el país se preparaba para unas elecciones. Esta
vez quien recibió la advertencia fue el Primer Ministro, que todavía no se
había recuperado del golpe recibido de Pawley. Quien trasladó el mensaje en
ésta ocasión fue Daniel Braddock, Encargado de Negocios de la Embajada, pues
Smith continuaba dando vueltas por Washington. Batista tiene que irse, le dijo.
Ya no había dudas.
Al fin los funcionarios superiores del embajador Smith le
dijeron que debía regresar a La Habana y decirle a Batista que no tenía otra
alternativa que abandonar el país. Su régimen estaba derrotado. El Ejército
Rebelde no solamente había vencido a su ejército sino que contaba con un gran
apoyo popular y era necesario impedir que le Revolución triunfara. La solución
según el criterio de Washington, le manifestó Smith, a Batista en entrevista su
residencia campestre, es que dejara el cargo, renunciara, para darle paso a una
junta compuesta por civiles y militares. Batista comprendió que no tenía otro
camino que obedecer al gobierno de Estados Unidos y preguntó al embajador si
podría vivir en su casa de Daytona Beach. No, por ahora, dijo Smith, y le
sugirió que viajara a España [iv]. Era el 17 de diciembre de 1958. Fidel Castro
entró en la Habana el 8 de enero de 1959.
Al año siguiente, el 25 de enero de 1960, el presidente
Eisenhower reunido en la Casa Blanca con el Secretario de Estado Christian
Herter y otros colaboradores, expresó que si la Organización de Estados
Americanos no cooperaba con él para “remover a Castro” entonces Estados Unidos
impondrían un embargo económico a Cuba porque, según dijo, “si el pueblo de
Cuba tiene hambre entonces arrojará a Castro del Poder”.
Estos hechos reflejan la historia de Cuba en su época
republicana hasta el primero de enero de 1959. Los Estados Unidos dominaban la
economía y la política del país. Una voz como la de John F. Kennedy, en un
discurso pronunciado el 6 de octubre de 1960 durante la campaña electoral, en
un banquete ofrecido por el Partido Demócrata en la ciudad de Cincinnati, Ohio,
dijo lo siguiente:
En 1953 la familia media cubana tenía un ingreso de seis pesos a la
semana. Del 15 al 20 por ciento de la fuerza de trabajo estaba crónicamente
desempleada. Sólo un tercio de las casas de la Isla tenían agua corriente y en
los últimos años que precedieron a la Revolución de Castro este abismal nivel
de vida bajó aún más al crecer la población, que no participaba del crecimiento
económico. Solo a 90 millas estaban los Estados Unidos –su buen vecino– la
nación más rica de la Tierra, con sus radios, sus periódicos y películas
divulgando la historia de la riqueza material de los Estados Unidos y sus
excedentes agrícolas. Pero en vez de extenderle una mano amiga al desesperado
pueblo de Cuba, casi toda nuestra ayuda fue en la forma de asistencia en
armamentos, asistencia que no contribuyó al crecimiento económico para el
bienestar del pueblo cubano; asistencia que permitió a Castro y a los
comunistas estimular la creciente creencia que Estados Unidos era indiferente a
las aspiraciones del pueblo de Cuba de tener una vida decente. De una manera
que antagonizaba al pueblo de Cuba usamos la influencia para beneficiar los intereses
y aumentar las utilidades de las compañías privadas norteamericanas que
dominaban la economía de la Isla. Al principio de 1959 las empresas
norteamericanas poseían cerca del 40 por ciento de las tierras azucareras, casi
todas las fincas de ganado, el 90 por ciento de las minas y concesiones de
minerales, el 80 por ciento de los servicios y prácticamente toda la industria
del petróleo y suministraba dos tercios de las importaciones de Cuba.
Y continuó describiendo el cuadro de esas realidades:
El símbolo de esta ciega actitud está ahora en exhibición en un museo
de La Habana. Es un teléfono de oro sólido obsequiado a Batista por la Compañía
de Teléfonos. Es una expresión de gratitud por el aumento excesivo de las
tarifas que autorizó el Dictador cubano a instancias de nuestro Gobierno. Y a
los visitantes del museo se les recuerda que Estados Unidos no dijo nada sobre
otros eventos que ocurrieron el mismo día que se autorizó el excesivo aumento
de las tarifas cuando 40 cubanos perdieron su vida en un asalto al Palacio de
Batista. Quizás el más desastroso de nuestros errores fue la decisión de
encumbrar y darle respaldo a una de las dictaduras más sangrientas y represivas
de la larga historia de la represión latinoamericana. Fulgencio Batista asesinó
a 20.000 cubanos en siete años, una proporción de la población de Cuba mayor
que la de los norteamericanos que murieron en las dos guerras mundiales…Voceros
de la Administración elogiaban a Batista, lo exaltaban como un aliado confiable
y un buen amigo, en momentos en que Batista asesinaba a miles de ciudadanos,
destruía los últimos vestigios de libertad y robaba cientos de millones de
dólares al pueblo cubano.
El discurso continuó así:
Aumentamos una constante corriente de armas y municiones a Batista
justificándola en nombre de la defensa hemisférica cuando en realidad su único
uso era aplastar la Oposición al Dictador y todavía, cuando la guerra civil en
Cuba estaba en todo su apogeo –hasta marzo de 1958– la Administración continuó
enviando armas a Batista, que la usaba contra los rebeldes aumentando el
sentimiento antinorteamericano y ayudando a fortalecer la influencia de los
comunistas. Por ejemplo, en Santa Clara, Cuba, hay hoy una exhibición
conmemorando los daños causados en la ciudad por los aviones de Batista en
diciembre de 1958. Lo más destacado de la exhibición es una colección de
fragmentos de bombas con la inscripción debajo de dos manos apretadas que dice
Mutual Defence –Made in USA–…aún cuando nuestro Gobierno detuvo el envío de
armas, nuestra misión militar permaneció para adiestrar a los soldados de
Batista para combatir a los revolucionarios y se negaron a irse hasta que las
fuerzas de Castro estaban en las calles de La Habana. [v]
A lo largo del siglo xx en la Isla hubo varios intentos de modificar
esa situación pero esos movimientos no pudieron triunfar. Es verdad que en los
Estados Unidos siempre sectores de la población se han manifestado a favor de
mantener relaciones normales con Cuba respetando su independencia pero casi
nunca han logrado influir en las decisiones de los gobiernos de Washington
donde han primado otros intereses políticos. Esa es una realidad enmascarada
por algunos medios de comunicación del país. Esta situación irracional no
contempla los intereses permanentes de los dos pueblos vecinos que se
beneficiarían de un clima de relaciones normales en todos los campos, el
económico, el cultural, el científico, el de la colaboración en la ancha gama
de todas las actividades humanas. Sin duda la vecindad geográfica es un factor
de mucha importancia para el desarrollo normal de todas esas actividades. No
hay ningún argumento válido que pueda desmentir esas afirmaciones. Los miles de
ciudadanos estadounidenses que han visitado Cuba en todos estos años de guerra
económica desafiando las restricciones impuestas por Washington lo atestiguan
claramente. A ellos no se les puede ocultar la verdad de la situación en la
Isla.
Cuando expirando el siglo XIX Estados Unidos le declaró la
guerra a España se produjo un agrio debate en el país entre las recién nacidas
fuerzas imperialistas y aquellos sectores que se oponían a la aventura. El
pueblo cubano llevaba muchos años luchando por la independencia contra la
potencia colonialista española con la simpatía de la mayoría del pueblo
norteamericano pero quienes realmente ejercían el poder se lanzaron a la guerra
con el propósito de dominar otras tierras y ocuparon también Puerto Rico,
Filipinas y otras islas del Pacífico, ejerciendo el protectorado sobre Cuba.
Nunca reconocieron la beligerancia del ejército de los patriotas cubanos, que
fue un factor decisivo de la victoria militar norteamericana contra los
españoles en el territorio insular. La historia no se puede olvidar. Los
pueblos tienen derecho a que no se les oculte la verdad.
Haciéndose eco de ese sentimiento popular a favor de la
independencia de la Isla el Congreso de los Estados Unidos aprobó una
Resolución Conjunta en 1898, sancionada por el Presidente, por la cual se
resolvía que “el pueblo de la isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e
independiente” y declarando que los Estados Unidos “no tienen deseo ni
intención de ejercer soberanía, jurisdicción o dominio sobre dicha isla,
excepto para su pacificación y afirmando su determinación , cuando ésta se haya
conseguido, de dejar el gobierno de dejar el dominio de la isla “a su pueblo”.
En esa Resolución Conjunta el Gobierno de los Estados Unidos exigía al Gobierno
de España que renunciara inmediatamente su autoridad y gobierno en Cuba y
retirara de su territorio sus fuerzas militares y navales.
Y empezó la guerra hispano-cubano-americana en abril de 1898
que culminó con la derrota de España al firmarse la paz entre Madrid y
Washington en agosto del propio año lo que dio paso a la primera intervención
de los Estados Unidos en Cuba en enero de 1899. Grandes zonas de opinión en los
Estados Unidos expresaban su simpatía por la causa de la independencia de Cuba
y admiraba la prolongada lucha librada por los patriotas cubanos. Quizás
ilustre ese sentimiento dos ejemplos de esa actitud con respecto al drama
cubano de la época. Uno de ellos tuvo como escenario la primera guerra de
independencia que iniciada en 1868 duró diez años de heroísmos y dificultades
de todo tipo. Algunos norteamericanos lucharon en las filas cubanas y uno de
ellos, que alcanzó el grado de General en el Ejército Libertador y por sus
aptitudes militares y valentía se ganó el respeto y la admiración de los
cubanos es un buen ejemplo. Se trata de Henry M. Reeve, que había nacido en
Brooklyn, New York, el 4 de abril de 1850. Llegó a Cuba en una expedición
financiada por emigrados cubanos y desde mayo de 1869, fecha en que pisó las
costas cubanas, hasta 1876 en que murió en un combate participó en varios
cientos de hechos de guerra y tiene un lugar destacado en la Historia de Cuba.
Señalemos que Reeve combatió por la independencia de Cuba 22 veintidós años
antes de que su país declarara la guerra a España.
El otro ejemplo que refleja también esa expresión generosa
que surge del pueblo estadounidense es el caso de una mujer, Clara Barton,
presidenta de la Cruz Roja de los Estados Unidos. En l897, durante la última
guerra de independencia en Cuba, el gobierno español aplicó una política
genocida que causó la muerte por hambre y enfermedades a miles de cubanos,
mujeres, niños, ancianos, al concentrar en las ciudades sin alimentos ni
medicinas a los pobladores del campo. Clara Barton se conmovió por la tragedia
y organizó en los Estados Unidos un Comité de Ayuda a Cuba enviando a la Isla
alimentos, medicinas y ropas con donativos del pueblo norteamericano. Visitó
también el país y gestionó que no se paralizara la ayuda cuando se estableció
por su gobierno el bloqueo naval de la Isla en abril de 1898.
Fuerzas políticas muy influyentes lograron que en la
práctica quedara anulada la Resolución Conjunta del Congreso que hemos
mencionado y cuando los cubanos, en una Asamblea Constituyente en 1901
convocada para fundar una República libre e independiente, regulando entre
otras disposiciones las relaciones entre los dos países, se propuso en el
Senado de los Estados Unidos una enmienda a una legislación interna, aprobada
por 24 votos de mayoría de un total de 253 legisladores de los cuales 137
votaron en contra, lo que obligaba a Cuba con la advertencia de que si no se
incluía el texto del acuerdo en la Constitución que se estaba discutiendo en la
Habana no se retirarían de Cuba las tropas de los Estados Unidos. Es lo que se
conoce como Enmienda Platt por el nombre del senador que la propuso, Orville H.
Platt. La disposición hubo que incorporarla en el texto constitucional cubano
para definir las futuras relaciones entre Cuba y los Estados Unidos y por ella
se establecía el derecho de los Estados Unidos a intervenir en la Isla y a
vender o arrendar a los Estados Unidos las tierras necesarias para instalar una
base naval que es la que todavía existe, la Base Naval de Guantánamo, porque
cuando años después, en 1933, se anuló la Enmienda Platt, no se pudo lograr la
eliminación de la concesión de la base naval.
Después de esa guerra los Estados Unidos ocuparon
militarmente a la Isla en dos ocasiones más y sus intereses financieros y
económicos en general, que ya estaban presentes en los últimos años de la
dominación española, obtuvieron una preponderancia enorme en sectores claves de
la vida del país otorgándole un reducido espacio a la minoritaria alta
burguesía cubana en la explotación de las riquezas y en el manejo cómplice de
la vida política.
Firmada la paz y ocupada la Isla por las tropas
estadounidenses había que reconstruir el país postrado por los estragos del
conflicto bélico. Muchos centrales azucareros estaban destruidos así como las
vegas de tabaco y las haciendas ganaderas. Los pocos y malos hospitales que
dejaron los españoles y las pocas escuelas requerían atención. Había muy pocas industrias
en el país. Era urgente atender la alimentación de la población y el
saneamiento de pueblos y ciudades así como mejorar el sistema de enseñanza. El
gobierno de Washington tuvo que enviar alimentos y asociaciones caritativas de
Estados Unidos hicieron también por su cuenta donaciones de alimentos.
Disminuyó el desempleo por la actividad que se desarrolló pero también empresas
norteamericanas empezaron a ocupar puestos preponderantes en la economía. El
teléfono, el telégrafo y la electricidad eran novedades después de siglos de
colonia española. Pudiéramos dibujar una imagen y decir que se saltó del burro
a la bicicleta, de los garbanzos españoles al ham steak y como los anglicismos
empezaron a introducirse en el habla, el pastel se convirtió en cake, y todavía
sigue vigente el vocablo.
Como era natural la influencia de los ocupantes de la Isla
se extendió a todos los sectores, entre ellos al cultural. La música fue una de
las esferas abiertas a una mutua influencia pero el one-step, en el baile, no
pudo derrotar al danzón cubano. El jazz sí penetró con éxito y recibió además
una fuerte influencia de la música afrocubana. Pocos años después de terminada
la intervención ya había en Cuba numerosos jazz bands.
En esta historia saltemos hasta el año 1959 cuando triunfó
la Revolución en la Isla. Los distintos gobiernos estadounidenses, desde 1959,
han mantenido el embargo, o bloqueo, o guerra económica contra Cuba, sin
alcanzar el objetivo propuesto, aunque causando muchos perjuicios al pueblo de
la Isla. A lo largo de estos años se han alzado voces en el Congreso de
Washington y en organizaciones norteamericanas de distinta filiación para que
se ponga fin a esa guerra contra Cuba…
El gobierno cubano calcula que los daños y perjuicios a la
economía cubana debido al embargo, en todos estos años, alcanza la suma de 80
mil millones de dólares por ingresos dejados de percibir, pérdidas por la
reubicación geográfica del comercio, afectaciones a la producción y los
servicios, el bloqueo tecnológico, afectación a los servicios de la población,
afectaciones monetarias financieras, e incitación a la emigración y fuga de
talentos.
Según el informe de Cuba a las Naciones Unidas sobre la
resolución titulada “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y
financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba” que se ha
aprobado reiteradamente por la Asamblea General como hemos señalado, de no ser
por esa política contra el pueblo cubano las inversiones directas
norteamericanas en el país durante el período comprendido entre 1990 y el año
2002, en una primera etapa de tres a cinco años, las inversiones hubiesen
podido tener un comportamiento mínimo de 100 millones de dólares anuales,
llegando a alcanzar la cota superior de 400 millones al año teniendo en cuenta
el valor de las inversiones norteamericanas en Cuba a finales de los años 50 y
el flujo de inversiones directas de Estados Unidos a países del Caribe
(República Dominicana y Costa Rica) que podrían servir de referente
comparativos para la economía cubana según un estudio realizado por el Centro
de Investigación de la Economía Internacional y el Centro de Estudios de la
Economía Cubana. Dicho monto es casi el mismo valor que lo invertido por otros
países en la economía cubana a partir de 1990, que ha permitido el desarrollo
de ramas y sectores importantes como el níquel, petróleo, turismo y
telecomunicaciones entre otros. Hay otro informe importante sobre el mismo tema
que es el de la Comisión de Comercio de Estados Unidos en el año 2001, que incorpora
una estimación de los flujos netos que acudirían a la economía cubana “en
ausencia de sanciones de Estados Unidos”, según aclara, y que a pesar de la
subestimación del mercado cubano , esa Comisión de Estados Unidos fijó el monto
anual del flujo de inversiones directas de Estados Unidos a Cuba entre 20 y 40
millones de dólares anuales y aún sobre esa base las inversiones dejadas de
realizar en un período de diez años alcanzaría entre 200 y 400 millones de
dólares.
Estudios realizados por The Battle Group, con sede en
Washington, a mediados del 2002, concluyeron que de levantarse el bloqueo, las
restricciones de los viajes a Cuba –que ahora son más severas– viajarían
anualmente a la Isla 2.8 millones de norteamericanos. El documento, titulado
The Impact on the U.S. Economy of Lifting Restrictions on Travel to Cuba
analiza el beneficio económico que recibirían las líneas aéreas, agencias de
viajes y turoperadores norteamericanos si fueran abolidas dichas prohibiciones.
Unas relaciones normales entre los dos países, con nexos
históricos de todo tipo a lo largo de los años, sería de beneficio para ambos
pueblos sin duda alguna pero lo que sucede es que prevalecen intereses
políticos de grupos influyentes que, por lo menos hasta ahora, han determinado
el curso a seguir por sucesivos gobiernos.
En 1962, cuando quedó liquidada la llamada Missile Crisis,
en el seno del gobierno norteamericano se discutieron varias acciones a seguir
con Cuba, entre ellas la expresada en un memorandum de McGeorge Bundy, Asistente
Especial para la Seguridad Nacional del presidente Kennedy, de fecha 4 de enero
de 1963, exponiendo la idea de explorar un acercamiento con el gobierno de la
Habana. Después, el 24 de abril, de acuerdo con documentos desclasificados,
Bundy manifestó en reunión en la Casa Blanca que la política de los Estados
Unidos debería basarse en llegar a un acuerdo con el gobierno cubano pero no se
llegó a ninguna conclusión porque otra tendencia favorecía continuar con los
actos hostiles contra la Isla. Poco antes de su muerte en 1996 Bundy expresó en
una entrevista que “deseábamos ver qué es lo que se podía hacer con Castro”.
Kennedy, dijo Bundy, “pensaba que valía la pena hacer una exploración que
pudiera conducir a algo” y agregó Bundy que Kennedy “era suficientemente fuerte
para explorar caminos sin riesgos políticos peligrosos”.
Aquella era una época de la Guerra Fría en la que las
relaciones internacionales fluctuaban entre un enfrentamiento violento entre
los dos campos contendientes y un acomodamiento de sus posiciones en algunas
esferas, entre una pugna de influencias políticas en el campo internacional y
la competencia armamentista y Cuba quedó en el centro de esa contienda batida
por todos los vientos, afectada por su conflicto particular con los gobernantes
norteamericanos, no con el pueblo norteamericano. Las relaciones entre
Washington y la Habana empeoraban. En un informe del Comité Selecto sobre
Asesinatos del Senado de los Estados Unidos en 1975 se revela que en 1963 la
unidad de la CIA conocida con el nombre de Task Force W continuaba realizando
actividades encubiertas contra Cuba revelando las distintas formas posibles
para darle muerte al dirigente cubano y, por otro lado el Departamento de
Defensa seguía preparando planes de contingencia para derrocar al gobierno de
Cuba. Otras medidas también se pusieron en vigor para reducir las operaciones
económicas y comerciales que hacía Cuba y limitar los viajes de los ciudadanos
norteamericanos a la vecina Isla. Se aprobó también un programa de sabotajes en
Cuba a plantas eléctricas, refinerías de petróleo y centrales azucareros a
ejecutar entre noviembre de 1963 y enero de 1964.
El Gobierno de La Habana denunció en Naciones Unidas que el
8 de enero se había revelado en Washington que la delegación estadounidense
ante la Organización tenía instrucciones de apelar a todos los recursos con el
propósito de obstaculizar el proyecto previamente aprobado del Fondo Especial
de la Organización para una estación central experimental agropecuaria en Cuba.
El Secretario de Estado Dean Rusk declaró en ese mismo mes en el Congreso que
su gobierno nunca había prometido no invadir a Cuba.
En ese clima incierto se inauguró en septiembre de 1963 la
XVII Asamblea General de las Naciones Unidas con una agenda que reflejaba ese cuadro
complejo y en los debates que tuvieron lugar sobre el gran número de temas de
la agenda, Cuba y Estados Unidos se enfrentaron en algunos de los puntos en
discusión. Era la primera asamblea después de la crisis de los cohetes
nucleares y expresamos cuando ocupamos la tribuna que Cuba hubiera querido unir
su voz a la corriente de opinión dominante que contemplaba la situación
internacional con optimismo pero que las realidades que afrontaba Cuba no
permitían tal optimismo. Cuba seguía siendo víctima de una política agresiva y
recitamos la larga lista de ataques que había sufrido el país durante todo el
año. Ya días antes, el 23 de ese mes de septiembre, se nos había acercado en el
Salón de Delegados de la Asamblea ,que como siempre estaba llena de diplomáticos,
periodistas, políticos y curiosos ,una periodista de la cadena de televisión
ABC, llamada Lisa Howard, amiga de Kennedy, para decirme que el embajador
William Atwood, de la delegación norteamericana, deseaba hablar conmigo antes
de irse al día siguiente para Washington y que ella había organizado una
reunión en su casa, agregando que era la mejor ocasión para encontrarme con
Atwood.
En ese momento William Atwood ocupaba el cargo de embajador
de los Estados Unidos en Guinea y se encontraba en Nueva York asesorando a la
delegación de su país. Era amigo del presidente Kennedy y del embajador en
Naciones Unidas Adlai Stevenson. A ambos había escrito discursos cuando
aspiraban a la Presidencia de los Estados Unidos. Era un periodista destacado,
editor de la revista Look y después del periódico Newsday. Me sorprendió la
invitación pues en esos días la agresividad de Estados Unidos contra Cuba
estaba en todo su apogeo y en la sesión de la Asamblea General que estaba
funcionando, las posiciones que mantenían los dos países en temas importantes
de la agenda siempre eran contradictorias.
Como muestra de ello citemos que meses antes el gobierno de
Kennedy había ordenado que los embarques financiados por los Estados Unidos no
utilizaran barcos extranjeros que tocaran puertos cubanos, haciendo así más
duro el embargo. Las acciones de los terroristas cubanos que salían de puertos
norteamericanos continuaban efectuándose. Washington le retiró sus pasaportes a
un grupo de estudiantes que visitó la Isla y se congelaron en los bancos los
fondos cubanos.
Lo que no sabíamos, pues se reveló después en documentos
desclasificados, es que el gobierno de Kennedy, en aquellos días había enfriado
sus relaciones con algunos de los grupos de terroristas cubanos residentes de
en los Estados Unidos. Ignorábamos asimismo las discusiones en la Casa Blanca
sobre el memorando de Mc George Bundy.
De todos modos la atmósfera en las relaciones entre los dos
países estaba muy enrarecida y las presiones diplomáticas sobre países de
América Latina y Europa para poner obstáculos al comercio con Cuba y restringir
los viajes a la Isla no habían cesado.
En el mes de enero de ese año se había anunciado en
Washington la constitución de un grupo intergubernamental para coordinar las
acciones que se llevaban a cabo contra Cuba. Presidía ese grupo el
subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, Sterling J. Cotrell, a
quien se conocía como experto en trabajos clandestinos, experto en guerra de
guerrillas en Vietnam y Lao. En ese nuevo grupo estaban representados el
Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia, entre otros departamentos del
gobierno.
El primer informe que hizo Cotrell a McGeorge Bundy decía
que el Departamento de Defensa “favorecía todavía un aumento de las presiones
políticas, económicas, psicológicas y militares contra Cuba” y días antes el
Comité Ejecutivo Ex Com del Consejo Nacional de Seguridad se había reducido y
adquirido el nombre de Grupo Permanente para formular la política con respecto
a Cuba. Allí estaban presentes Robert Kennedy, John McCone, Robert McNamara,
McGeorge Bundy y Theodore Sorensen. Bundy también dirigía otro grupo que
examinaba las acciones clandestinas.
El 8 de Julio el Secretario del Tesoro congeló todos los
bienes cubanos en el país prohibió toda transferencia de dólares a Cuba
efectuada a través de terceros países, concedió un plazo de sesenta días a
terceros países para que cortaran su comercio con Cuba si no querían ser objeto
de represalias económicas y comerciales y algo inaudito, el Departamento del
Tesoro congeló también los fondos de la Misión diplomática cubana en Naciones
Unidas y las cuentas bancarias de sus miembros en flagrante violación de la
Carta de las Naciones Unidas que garantiza los privilegios e inmunidades de los
diplomáticos en el desempeño de sus funciones. Al congelar esos fondos también
se congeló la contribución de cincuenta mil dólares para pagar la contribución
voluntaria de Cuba para el Programa Ampliado de Asistencia Técnica de la
Organización.
Era evidente que todavía no había un acuerdo con respecto a
la política con Cuba. Se iba de un lado al otro. Unas veces ganaban terreno los
que querían continuar hostilizando a la Isla y por otro lado aquellos que veían
que lo más sensato era establecer un clima de distensión que favoreciera a los
dos países. El historiador y asesor del presidente Kennedy, Arthur M.
Schlesinger, en su libro de memorias de los años en que estuvo trabajando en la
Casa Blanca titulado A Thousand Days publicado en 1965, dice “que tenía la
impresión en el otoño de 1963 de que Kennedy estaba revaluando el problema de
Castro”.
En esa situación de confusión el presidente Kennedy decidió
probar la vía más razonable y civilizada, aquélla que respondía a los
verdaderos intereses de los dos pueblos que es la que hoy todavía, casi medio
siglo después, aconseja la prudencia y la sabiduría, la que interesa a las dos
naciones que es superar una política que tiene hoy mucho menos posibilidades de
alcanzar sus objetivos.
Concurrimos a la cita en domicilio de Lisa Howard en Park
Avenue con una gran curiosidad. La sala estaba llena de invitados. No conocía a
nadie. Me presentaron a dos o tres personas de aquella representación del
variado conglomerado humano que es Nueva York. No recuerdo sus nombres y es
posible que ninguno de ellos prestara atención de quien era yo o Atwood pues
Lisa Howard trató de que no nos identificaran, por razones obvias.
William Atwood resultó ser una persona muy agradable. Con un
dry martín en la mano chocó el vaso con el mío. Sin preámbulo fue al grano. Me
dijo que había sido autorizado por el embajador Stevenson para encontrarse
conmigo y que se iba al día siguiente o ese mismo día para Washington para
hablar con Kennedy y pedirle autorización para ir a Cuba y hablar con Fidel
Castro y explorar las posibilidades de entablar negociaciones con el fin de
normalizar las relaciones entre los dos países. Le respondí que era muy
interesante lo que me decía y, por supuesto, que yo lo comunicaría
inmediatamente a mi Gobierno. Respondió que no lo hiciera hasta que él no
recibiera instrucciones del Presidente. Añadió que su viaje sería sin
publicidad, que iría de incógnito. Los dos aclaramos que estábamos hablando a
título personal aunque era obvio para mí que tal planteamiento tendría que
estar respaldado por una alta autoridad en Washington.
Atwood apuntó que la situación existente entre los dos
países era anormal y que alguien, en un momento dado, tenía que romper el
hielo. Dijo que Kennedy había heredado de Eisenhower el problema de Cuba y que
hasta ese momento no tenía otra alternativa que continuar con esa política.
Añadió que también había heredado el problema de China y de Vietnam. Hizo una
pausa porque Lisa Howard se había acercado pero continuó inmediatamente
expresando que la situación con China estaba congelada y que aunque ellos
comprendían que era absurdo quizás no la podrían cambiar en muchos años.
Regresando al tema de Cuba manifestó que en muchas ocasiones
en conversaciones privadas Kennedy había dicho que no sabía cómo iba a
modificar las relaciones con Cuba reconociendo que ni ellos ni nosotros podían
alterar la situación de la noche a la mañana porque era una cuestión de
prestigio por lo que era muy difícil pero que había que hacer algo, por algo
habría que empezar, agregó. Reconocía que debido a la política interna no era
fácil para ellos porque los republicanos los tenían siempre a la defensiva en
la cuestión cubana. Preguntó sobre la eventualidad de que el gobierno cubano le
permitiera ir a La Habana. Contesté que era muy posible. Inquirió si yo
estimaba que existía un cincuenta por ciento de posibilidades y le dije que esa
era la respuesta correcta. Quiso saber mi opinión sobre las condiciones para
establecer una negociación. No podía adelantarle nada en ese momento y comenté
que era difícil negociar si no terminaban los ataques a Cuba para sabotear su
producción económica, el bloqueo, los vuelos ilegales sobre el territorio.
Había que despejar esa atmósfera enrarecida pero que todo dependía de lo que
ellos pretendieran. Convino que la situación era muy compleja y que comprendía
mi punto de vista. Expresó que el clima político no era propicio. Recordé que
Fidel Castro, después del discurso inaugural de Kennedy cuando asumió la
presidencia, había hecho pronunciamientos que significaban pudiera haber
esperanzas de que se terminara la política agresiva y que después Kennedy lanzó
la invasión de Bahía de Cochinos. Hice memoria del reciente discurso positivo
en la American University y que después, en otro discurso en Berlín había
cambiado el tono.
Le pregunté si Estados Unidos creía que podrían destruir la
Revolución. Contestó que muchas figuras en el Gobierno todavía lo creían. La
Revolución es irreversible, le dije, y reaccionó manifestando que no tenía
dudas de eso y que en el mundo se habían producido muchas revoluciones.
Hablando después de la situación electoral Atwood creía que
Barry Goldwater sería el candidato del partido porque Rockefeller había
cometido muchos errores y agregó bromeando que si nosotros estimábamos que
Kennedy era nuestro enemigo no sabíamos lo que sería Goldwater en la Casa
Blanca si ganaba las elecciones.
Tras una pausa para saludar a alguien se refirió a Robert
Kennedy. Expresó que el hermano del Presidente era un individuo de posturas
duras pero que era sobre todo un político y veía las cosas objetivamente. Acotó
que siempre quería ganar en todo lo que se proponía y esto lo dijo en el
sentido que si consideraba que la prolongación de la política que se seguía con
Cuba iba a arrojar un resultado negativo a la larga seguramente cambiaría de
posición. Atwood creía que Kennedy ganaría la reelección pero que la situación
no era fácil y si ganaba por poco margen entonces no podría hacer muchas cosas.
Dijo que le preocupaba la cuestión racial y hablando a título personal me dijo
que a pesar de la posición de Kennedy a favor de los derechos civiles después
de la muerte de seis muchachos en Alabama, se había acusado a Kennedy de no
actuar de modo efectivo en los actos de recordación que se habían efectuado en
varias ciudades.
Me dio la impresión, por lo que dijo después, que Goldwater,
de ser candidato, adoptaría una postura de extrema derecha y entonces los
demócratas quedarían a la mitad del camino en la campaña y no podrían adoptar
una postura muy a la izquierda y como consecuencia de ello los elementos más
liberales se abstendrían de votar.
La conversación con Atwood fue muy interesante y se extendió
por bastante tiempo en un rincón del salón, donde Lisa Howard agasajaba a sus
invitados. Era evidente que Atwood tenía el propósito de que el mensaje que me
estaba trasladando fuera tomado con toda seriedad y se le considerara
positivamente. Días antes de que la periodista me dijera que el embajador
Atwood deseaba hablar conmigo, un miembro de la delegación estadounidense en
las Naciones Unidas, John Case, a quien no conocía y nunca vi, me envió un
recado diciendo que quería hablar conmigo una o dos semanas más tarde pero
nunca se comunicó conmigo. No sé, por lo tanto, si se trataba del mismo asunto.
Años después, en 1975, cuando Atwood compareció ante el Comité Selecto del
Senado para Estudiar las Operaciones Gubernamentales Respecto a las Actividades
de Inteligencia, declaró que ya siendo Embajador en Kenya llamó a Chase, que
seguía trabajando en la Casa Blanca, y le dijo que si las gestiones de las
entrevistas con Cuba continuaban le sugería que John Case o algún otro
funcionario de la Misión continuaran con las gestiones.
Casualmente en la Asamblea de Naciones Unidas que se estaba
celebrando uno de los temas en discusión eran dos proyectos para considerar los
principios del Derecho Internacional concernientes a las relaciones amistosas y
la cooperación entre los estados de acuerdo con la Carta, la obligación de los
estados de respetar la integridad territorial y la independencia política de
otros estados y la obligación de arreglar las disputas por medios pacíficos.
Parecía como si en la Casa Blanca su principal inquilino estuviera pensando en
iguales términos.
Atwood me dijo, como un paréntesis en la conversación que
teníamos, que había comentado a Averell Harriman, Secretario Asistente de
Estado, estando él en Washington, si le parecía bien que tuviera una
conversación conmigo en el edificio de las Naciones Unidas y que Harriman se
mostró intrigado y le sugirió que escribiera un memorando sobre el asunto. John
Kenneth Galbraith, también en ese momento en la capital, de regreso de su
puesto de Embajador en la India para reintegrarse a sus funciones en la
Universidad de Harvard, le había dicho que era mejor hablarle de la cuestión a
Harriman en vez de a Adlai Stevenson porque de ese modo era más fácil que
Kennedy se interesara. De todos modos, de regreso en Nueva York, le mostró el
memorando a Stevenson que le gustó mucho pero le advirtió que “infortunadamente
la CIA estaba todavía a cargo de los asuntos de Cuba” pero ofreció hablar con
el Presidente de la idea. Harriman estaba en Nueva York en ese momento y le dio
también una copia del memorando quien le dijo que él era un poco aventurero y
que le interesaba la iniciativa y que viera a Robert Kennedy pues su aprobación
era esencial. Atwood llamó a Kennedy, según me dijo, y convino con él en verlo
el 24 de septiembre, en Washington.
Mientras tanto Stevenson había hablado con el Presidente de
la iniciativa cuando fue a Nueva York el día 20 para hablar en la Asamblea
General de las Naciones Unidas. Kennedy aprobó la idea e instruyó que la
continuaran explorando. Contó Atwood que Stevenson tenía dudas de que él
hablara con el hermano del Presidente pero que él confió en el instinto de
Harriman pues Robert Kennedy estaba muy comprometido con los asuntos de Cuba y
seguramente esperaba que le consultaran una iniciativa tan importante, además
de tener más que nadie la confianza del Presidente.
Después de esas conversaciones, manifestó mi interlocutor,
habló con Lisa Howard para que organizara el encuentro en su casa para hablar
conmigo. Debo añadir que siempre tuve muy buenas relaciones con Atwood las que
continué seis años después cuando fue a Cuba con su esposa. Ambos habían estado
en Cuba en enero de 1959 cuando Atwood, que era periodista, entrevistó al Jefe
de la Revolución para la revista Look.
El día 24, después de la primera conversación conmigo,
Atwood voló a Washington y se entrevistó con Robert Kennedy a quien le dio el
memorando y le relató la conversación conmigo en Naciones Unidas el día
anterior. Kennedy le dijo que su viaje a Cuba, como yo había sugerido, era muy
riesgoso porque podía filtrarse la noticia y si no se llegaba a un acuerdo los
republicanos iban a acusar al Gobierno de apaciguamiento y demandar una
investigación congresional, pero que consideraba que la gestión valía ser
continuada en las Naciones Unidas y quizás hasta con Fidel Castro en algún
lugar fuera de Cuba. Agregó que consultaría con Harriman y McGeorge Bundy.
El día 27 volví a entrevistarme con Atwood en el Salón de
Delegados de Naciones Unidas y me dijo que era muy difícil para él, como
funcionario, del gobierno, aceptar una invitación para viajar a Cuba pero que
estaba autorizado para negociar con cualquiera que fuera a Nueva York de La
Habana.
En su libro The Twilight Struggle publicado en l987, Atwood
dice que Bundy lo llamó para decirle que Gordon Chase, uno de sus auxiliares,
estaría en la Casa Blanca como contacto para mantenerlo informado y que al día
siguiente almorzó con Jean Daniel, editor de la publicación francesa
L’Observateur quien le dijo que iba a ir a Washington y después a La Habana
para entrevistarse con Fidel Castro. Atwood llamó a Ben Bradlee, que era el
jefe de corresponsales de Newsweek en Washington, para que le hiciera llegar al
Presidente la sugerencia de que hablara con el periodista francés antes de ir a
La Habana. Dos días después lo llamó Chase a Nueva York en demanda de alguna
noticia y él le dijo que todavía no tenía nada nuevo que informarle.
De acuerdo con las revelaciones que hace Atwood en sus
memorias, la atención que se le estaba prestando en Washington a las
conversaciones con Cuba iba en aumento. Atwood tenía informado a Stevenson y a
Chase de todos sus contactos y el 4 de noviembre fue llamado a la Casa Blanca
para hablar con Bundy, quien le dijo que el Presidente estaba más interesado en
el asunto que el Departamento de Estado y le solicitó un memorando que
describiera el orden cronológico de los intercambios que había tenido.
Después, el día l2 lo llamó a Nueva York reiterándole que el
Presidente favorecía una discusión preliminar de la agenda que iba a ser
discutida en cualquier entrevista que se concertara entre un enviado suyo y
otro de Fidel Castro, o bien en Cuba o en las Naciones Unidas. La agenda que se
estaba confeccionando nunca pudo ser discutida. Kennedy les dijo a sus
colaboradores que la examinaría cuando regresara de un corto viaje a Dallas.
Kennedy recibió en la Casa Blanca al periodista francés Daniel
y éste ha publicado que inició el encuentro preguntándole al Presidente si las
ideas contenidas en sus pronunciamientos cuando era senador, de respaldo a la
Revolución Argelina, “habían sido aplicadas fielmente en Saigón y La Habana”.
Sobre Saigón el Presidente dijo que no tenía tiempo de hablar pero que deseaba
referirse a Cuba y continuar la discusión cuando él regresara de la isla.
Comentó que la prensa europea acusaba a Estados Unidos de estar ciegos frente a
la verdadera situación de Cuba pero que él sabía bien lo que sucedía allí. Por
su parte Fidel Castro ha relatado que habló con el periodista francés quien le
dijo que estaba muy bien impresionado con Kennedy y que “traía un mensaje
suyo”. Fidel Castro agregó que no era un mensaje en el sentido formal de la
palabra sino que Kennedy le dijo al periodista que viniera a Cuba y le habló de
la crisis de los cohetes, de los peligros enormes de que estallara una guerra y
que él quería que hablara conmigo, que analizara esta cuestión, que me preguntara
si yo estaba consciente de hasta qué punto había sido grande ese peligro. La
esencia del mensaje es que hablara conmigo largamente sobre esos temas, que
después volviera a Estados Unidos y le informara de la conversación. El
periodista lo interpretó como un gesto, como el deseo de explorar qué
pensábamos sobre todo eso y además establecer una cierta comunicación. Le dijo
que hablara y que volviera a verlo.
El presidente cubano agregó que el periodista francés “ni
terminó de explicarme todo lo que tenía que decirme, porque fue muy temprano,
no recuerdo si eran las 11.00 hora de Dallas. No había llegado siquiera el
mediodía, íbamos a almorzar, y estando en esa conversación llega por radio allí
mismo la noticia de que han atentado contra la vida de Kennedy. Yo interpreté
lo que dijo Daniel como un gesto de Kennedy para establecer alguna
comunicación, algún puente, algún intercambio, porque como Kennedy había
quedado con tanta autoridad dentro de su país, podía hacer cosas que quizás
anteriormente no había hecho. A mi juicio tenía el valor de hacerlo, porque se
necesitaba cierto valor para desafiar estados de opinión en todas esas
cuestiones”. Daniel recordó después que al escuchar la noticia del asesinato de
Kennedy Fidel Castro dijo que esa era “una mala noticia” y que hay “elementos
dentro de Estados Unidos que defienden una política ultrareaccionaria en todos
los campos, tanto en el internacional como en el interno. Y esos son los únicos
elementos llamados a beneficiarse con los sucesos que ocurrieron ayer en
Estados Unidos”.
Por mi parte, como Embajador en las Naciones Unidas,
entregué una nota a la prensa en Nueva York la misma noche del asesinato que
rezaba así:
A pesar de los antagonismos existentes entre el Gobierno de Estados
Unidos y la Revolución Cubana, hemos recibido con profundo desagrado la noticia
de la muerte trágica del presidente Kennedy. Todos los hombres civilizados se
apenarán siempre ante sucesos como éste. Nuestra Delegación ante la
Organización de las Naciones Unidas desea expresar que éste es el sentimiento
del pueblo y Gobierno de Cuba.
Como dato interesante diré que días antes de que Kennedy
hablara en la Asamblea General le confió a un alto dirigente político
extranjero que tenía relaciones con Cuba que en su discurso iba a ser conciliador
y que aunque se vería obligado a hacer una referencia a Cuba porque todavía el
Senado no había aprobado el Tratado con la Unión Soviética y el Reino Unido
prohibiendo las pruebas de armas nucleares en la atmósfera, el espacio exterior
y bajo el agua, suprimiría en su discurso un adjetivo contra Cuba. En la copia
del discurso que se había distribuido antes de la sesión apareció ese adjetivo
pero después fue tachado.
Cuenta Peter Kornbluh, analista del National Security
Archive ubicada en la Universidad “George Washington” en la capital
norteamericana, en un artículo en 1999, que en febrero de 1996 Robert Kennedy
Jr. y su hermano Michael, viajaron a La Habana y se encontraron con Fidel
Castro y como gesto de buena voluntad le entregaron un expediente previamente
desclasificado sobre las gestiones del presidente Kennedy para explorar las
posibilidades de un entendimiento con Cuba. En un memorando ultra secreto
escrito tres días después del asesinato de Kennedy, añade Kornbluh en el
artículo, Gordon Chase apuntó “que el presidente Kennedy pudo llegar a un
entendimiento con Castro y obtenerlo con un mínimo de dificultades domésticas
por su record de haber sido ofensivo con él durante la crisis de los cohetes en
1962”.
Muerto Kennedy e instalado el vicepresidente Lyndon Johnson
en la Casa Blanca, el 29 de noviembre Lisa Howard me trasladó un mensaje de
Atwood en el sentido de que todavía las gestiones no habían sido suspendidas,
que nadie en la Casa Blanca lo había instruido que rompiera los contactos. El 12
de diciembre me llamó Atwood por teléfono para decirme que aún no habían tomado
una decisión en Washington. Por sus memorias sabemos que el presidente Johnson
almorzó en Nueva York con la delegación de su país antes de hablar en la
Asamblea de las Naciones Unidas y en esa oportunidad le dijo a Atwood que había
leído con interés su memorando sobre las gestiones con Cuba, pero sin otro
comentario.
En enero Johnson nombró a Atwood embajador en Kenya y
estando en Washington preparándose para su nuevo destino Chase le confió que
aparentemente no había interés en seguir las conversaciones porque era un año
de elecciones y el Presidente no quería arriesgarse. De esa forma los mismos
intereses políticos que habían impedido hasta ese momento las negociaciones con
Cuba para normalizar las relaciones volvieron a ejercer su poderosa influencia
al margen de los intereses del pueblo, que no ha podido decidir nada con
respecto al asunto en todos esos años. Evidentemente Kennedy intentó avanzar
por una ruta de conciliación. Los estrechos intereses electorales dominaban
antes y dominan ahora la decisión de alterar el rumbo de ese comportamiento
negativo. Nixon, un presidente republicano, inició el deshielo de las
relaciones con Vietnam y reconoció al gobierno de China, países con los que hoy
Estados Unidos tiene relaciones comerciales normales y a los cuales los
ciudadanos norteamericanos pueden viajar sin limitaciones. Cuba es el único
donde la situación anormal sigue congelada sin razón alguna para los propios
intereses de Estados Unidos.
Es muy significativo que la inmensa mayoría de los países,
incluyendo los aliados militares y socios comerciales de Estados Unidos, se
opongan a la guerra económica contra Cuba. Es una situación absurda que empaña
la imagen de Estados Unidos en el mundo. Desde que se presentó en 1992 en la
Asamblea General de las Naciones Unidas un proyecto de resolución solicitando
el cese de esa política, crece el número de países que se oponen a ella. En el
año 2004 fueron 179 gobiernos los que apoyaron la resolución y solamente
cuatro, Estados Unidos y tres pequeños estados clientes suyos se opusieron, en
ese foro que es el más representativo de la comunidad internacional. Y mientras
más se endurecen las medidas contra Cuba mayor es el rechazo universal. Después
de ese acuerdo de las Naciones Unidas se produjo otro igualmente significativo.
Los Jefes de Estado y Gobiernos de todos los países de América Latina y de
España y Portugal reunidos en la XIV Cumbre Iberoamericana declararon lo
siguiente “Reiteramos nuestro enérgico rechazo a la aplicación unilateral y
extraterritorial de leyes y medidas contrarias al derecho internacional como la
ley Helms Burton, y exhortamos al Gobierno de Estados Unidos de América a que
ponga fin a su aplicación”.
En noviembre del 2006, 183 Estados votaron en la Asamblea
General de las Naciones Unidas a favor de la Resolución titulada “Necesidad de
poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados
Unidos contra Cuba”. Nunca se había alcanzado tan abrumadora mayoría, una
cantidad de votos récord desde que fue aprobada por primera vez una resolución
similar. Solamente votaron en contra los cuatro países de siempre, Estados
Unidos, Israel, las islas Marshall y Palau. Y otra victoria de Cuba en el campo
internacional en ese mismo año 2006 fue la obtenida al ser elegida para
integrar el Consejo de Derechos Humanos, órgano establecido para sustituir a la
Comisión de Derechos Humanos. La candidatura de Cuba recibió el apoyo de 135 de
los 191 países miembros de Naciones Unidas, superando los dos tercios de los
Estados miembros. Estados Unidos decidió no presentar su candidatura.
A medida que pasa el tiempo Estados Unidos están más
aislados en su política contra el pueblo cubano. Esa Ley Helms Burton trata de
obligar a todos los países a sumarse al bloqueo económico, comercial y
financiero contra la Isla cortando el flujo de inversiones extranjeras entre
otras medidas agresivas, y con anterioridad a esa legislación se aprobó la
llamada Ley Torricelli que prohíbe el comercio con Cuba a subsidiarias de
compañías estadounidenses en terceros países, además de otras interdicciones.
Por la influencia que tiene Estados Unidos en los organismos
financieros internacionales Cuba no tiene acceso a ellos como todos los países
y la presente administración en Washington ha hecho todavía más férrea la
aplicación del bloqueo.
No hay justificación para esa política que se inició en el
propio año 1959 cuando triunfó la Revolución. El propio presidente Eisenhower
que ya en fecha temprana inició encubiertamente los primeros pasos de enemistad
agresiva, expresó en una conferencia de prensa el 26 de enero de 1960 que “el
gobierno de los Estados Unidos reconoce el derecho del gobierno y pueblo
cubanos de acometer aquellas reformas sociales, económicas y políticas que
considere deseables”. Y es precisamente por esas reformas que Washington ha
adoptado esa conducta inamistosa.
La propaganda oficial de Washington califica esa política de
“embargo” para disimular su verdadera naturaleza y es curioso señalar, aunque
se aseveró en otro contexto, que discutiéndose algunas disposiciones con
relación a Cuba cuando la Crisis de los Misiles, el Secretario de Estado Dean
Rusk le preguntó al Consejero Legal de su departamento, Abram Chayes, cual era
la diferencia entre embargo y bloqueo y se le respondió “que bloqueo era un
acto de guerra y si decimos que es bloqueo se está diciendo que se aplica un
acto de guerra”.[vi]
Cada vez que algún gobierno estadounidense ha dado muestra
de negociar sus diferencias con Cuba intereses políticos y electorales lo han
impedido. Kennedy, como hemos visto, emprendió ese camino, pero también Gerard
Ford y Jimmy Carter, en algún momento, dieron señales de abordar la insólita
situación y en el Congreso también legisladores de ambos partidos han intentado
abolir esa política que perjudica a los dos pueblos.
Ya han pasado muchos años y esa política no ha logrado lo
que se propone y no lo logrará. Cuba seguirá su camino venciendo los obstáculos
que se le ponen y los continuará venciendo. El pueblo cubano ha demostrado de
sobra que no obstante las necesidades que ha sufrido no ha perdido su espíritu
de lucha, ni su alegría y optimismo y cada día son más numerosos los logros que
obtiene en todos los campos y es más cálida la solidaridad que recibe de todo
el mundo. Reconocemos, sin embargo, que la política seguida con más o menos
rigidez por todos los gobiernos que han pasado por la Casa Blanca desde 1959
hasta la fecha tiene el mérito de la constancia, que es una virtud elogiable
sobre todo cuando a pesar del transcurso de los años se ha demostrado que la
línea seguida con tanto empeño no ha dado los frutos que se pretenden. Es un
mérito que se ha ganado una mención digna de figurar en una página del conocido
Libro Guinnes de récords mundiales. En la Historia nunca un fracaso se ha
extendido por tanto tiempo.
Bibliografía
1. Salinger, Pierre. De Mémoire, Editions Denoel, Paris,
1995.
2. Schlesinger Jr., Arthur M.. A Thousand Days, Hougton
Miffin Company, Boston, The Riverside Press, Cambridge,1965.
3. Dorschner, John and Roberto Fabricio. The Winds of
December, Coward McCann and Geoghegan, New York, 1980.
4. Ambrose, Stephen E. Eisenhower, The President, London,
George and Unwin,1984.
5. The Speeches of Senator John F. Kennedy, Presidential
Campaign of 1960.
6. Final Report of The Committee on Commerce, United
States Senate, S.Government Printing Office, Washington, September,1961.
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