Fidel, la alfabetización y la lluvia
Katiuska
Blanco -22 diciembre 2024
José
Martí expresó: “Ser cultos para ser libres” y Fidel Castro Ruz señaló: “Sin
cultura no hay libertad posible”, una misma línea de pensamiento e identidad
por las que Cuba discurre a lo largo del tiempo. Tanto para José Martí como
para Fidel Castro dos premisas eran ineludibles a la realización del ser
humano, el disfrute de la dignidad plena y la ilustración, es decir, del
conocimiento sin el que la primera es imposible.
A
comienzos de 1960 ante los sabios de la Sociedad Espeleológica de Cuba Fidel
analiza los aprendizajes, las enseñanzas recibidas antes del triunfo de enero
de 1959, entre aquellos que habían tenido el privilegio de recibirla:
…
aquí se acostumbraba a enseñar una geografía fría como si el planeta Tierra
estuviese deshabitado, como si en el planeta Tierra y en los picos y en los
valles no morasen seres humanos; una geografía que por algún interés, por algún
interés egoísta, por alguna causa social poderosa, estaba divorciada de otro
elemento esencial y primordial y que es el centro precisamente de ese
escenario, que es el hombre; gracias a los esfuerzos de ese grupo de jóvenes se
pudo escribir una geografía que no estuviese divorciada del hombre que no
estuviese divorciada del guajiro […] del bohío, que no estuviese divorciada de
la familia, que se le enfermaba un hijo y tenía que vender la única vaquita
para poderle brindar precaria asistencia médica.
Es
decir, una geografía también humana. Se nos enseñaban los accidentes de
la naturaleza, pero no se nos enseñaban los tremendos accidentes de la
humanidad; se nos enseñaban las fallas de la naturaleza, pero no se nos
enseñaban las fallas de la sociedad humana; se nos enseñaban los desniveles,
los grandes desniveles de la naturaleza, de la tierra, mas, no se nos enseñaban
los grandes desniveles de la sociedad humana; se nos enseñaban los picos de la
sociedad, pero no se nos enseñaban los pantanos de la sociedad; se nos enseñaba
que había una Ciénaga de Zapata, pero no se nos enseñaba que había mucha
ciénaga social también en nuestra patria. Y que la tarea no era solo de orden
material, sino que era también fundamentalmente una tarea de orden humano. Y si
es interesante la geografía, porque es el escenario donde vive el hombre, el
hombre tiene que ser necesariamente más interesante todavía que la propia
naturaleza donde vive. Y del hombre se nos enseñaba muy poco, de los
problemas sociales se nos enseñaba muy poco, porque en las escuelas, y sobre
todo en las escuelas donde van a estudiar los privilegiados fundamentalmente,
se le ocultaba al joven la verdad humana; se le ocultaba al joven —donde se le
trataba de enseñar memorísticamente una serie de accidentes naturales—, los
accidentes de la realidad social de nuestro pueblo.
Y es
por eso, como si esta época fuera algo así como un amanecer, como un despertar
de conciencia, donde el pueblo empieza a ver con claridad una serie de hechos y
de verdades, que casi asombra que no fuesen evidentes para todos nosotros.
Fidel
es un humanista y por eso consideró siempre que el magisterio y la medicina son
los quehaceres más hermosos y nobles de la Tierra. Martí dijo que los niños son
la esperanza del mundo y habló de los maestros ambulantes, esos que van y
vienen de todas partes para enseñar, para iluminar, para abrir los caminos. La
alfabetización en Cuba de cuya culminación pronto se cumplen 63 años fue
precedida por múltiples esfuerzos revolucionarios en el afán de que el
conocimiento fuera patrimonio popular y luego de realizada, le prosiguieron
ingentes esfuerzos para que el aprendizaje no quedara en saber leer y escribir
por más trascendente y palpable que fuera tal sueño hecho realidad.
¿Y qué
signo tuvo en Cuba?
El
respeto a la persona que iba a ser alfabetizada y el reconocimiento de sus
saberes, costumbres, historia…
El
espíritu a su vez de aprender que debían tener los alfabetizadores, quienes
recibirían el conocimiento más cercano, verdadero del país, en lo social y
natural, en su devenir histórico, demografía, costumbres, diversidad…
El
maestro a su vez era el aula… bastaba la luz del farol, la cartilla, lápices y
libretas, pero si faltaran también, el maestro mismo era todo ello.
La
revolución no se proponía solo la transformación material del país, sino la
creación de nuevas generaciones y desde el comienzo estuvo enfrascada en su
preparación, No se trataba únicamente de desarrollar la economía , la industria
y la agricultura, sino crear una nación que venciera los problemas de
salubridad, desempleo, de injusticias acumuladas por la dependencia a los
Estados Unidos y del sistema capitalista neocolonial, de una nueva
sociedad que forjara dentro de sí a hombres y mujeres bien preparados,
integralmente preparados, que se caracterizaran por su capacitación científica,
pero también por su generosidad humana y vocación solidaria, seres que hicieran
bien su trabajo, se ganaran la vida honestamente, fueran útiles para sí, para
sus familiares y también para sus compatriotas y cualquier ciudadano del mundo.
Se trataba de forjar por la enseñanza una Patria mejor, más feliz y más rica en
todos los sentidos de la vida, material y espiritualmente. En ese mismo
discurso, Fidel afirmó que el futuro de nuestra Patria tendría que ser
necesariamente un futuro de hombres de ciencia, un futuro de hombres de
pensamiento.
El año
1961, fue denominado año de la educación. Cuba en Revolución apostaba a la
educación, no a la fuerza. Resultan verdaderamente contrastantes dos hechos
históricos dados en el mismo año: la invasión militar de fuerzas mercenarias por
Girón apoyadas por los Estados Unidos, y la Campaña de Alfabetización llevada
adelante por la Revolución Cubana con el principio además de movilizar a su
juventud en tarea altruista y hermosa, en pos de la cultura nacional.
Fidel
fue un maestro. Para mí, sus Reflexiones fueron siempre cartas que nos dirigía
a cada uno de los seres humanos de este mundo. Para hablarles hoy, leí una vez
más, la que terminó de escribir el 12 de agosto del año 2016, a las 10 y 34
minutos de la noche. Un hombre con su sabiduría anticipaba que el tiempo iba
acabándosele y a pesar de esa certeza, dedicaba parte de ese bien que se le
agotaba, que se le escurría inexorablemente, para compartirnos sus
experiencias. Pienso, por eso mismo, que condensó su vivir en esos párrafos, donde
no falta un fino hilo de ironía para ponernos en guardia en tiempos agrestes.
Fidel
nos dice en esa carta a qué le da valor en la vida. Nos cuenta: “A los seis
años, una maestra llena de ambiciones, que daba clases en la escuelita pública
de Birán, convenció a la familia de que yo debía viajar a Santiago de Cuba para
acompañar a mi hermana mayor que ingresaría en una escuela de monjas con buen
prestigio. Incluirme a mí fue una habilidad de la propia maestra de la
escuelita de Birán. Ella, espléndidamente tratada en la casa de Birán, donde se
alimentaba en la misma mesa de la familia, la había convencido de la necesidad
de mi presencia. En definitiva tenía mejor salud que mi hermano Ramón –quien
falleció en meses recientes-, y durante mucho tiempo fue compañero de escuela.
No quiero ser extenso, solo que fueron muy duros los años de aquella etapa de
hambre para la mayoría de la población. “Me enviaron, después de tres años, al
Colegio La Salle de Santiago de Cuba, donde me matricularon en primer grado.
Pasaron casi tres años sin que me llevaran jamás a un cine.
“Así
comenzó mi vida. A lo mejor escribo, si tengo tiempo, sobre eso. Excúsenme que
no lo haya hecho hasta ahora, solo que tengo ideas de lo que se puede y debe
enseñar a un niño. Considero que la falta de educación es el mayor daño que se
le puede hacer”.
Luego
Fidel, de súbito, señala: “La especie humana se enfrenta hoy al mayor riesgo de
la historia…” Sin duda, consideraba la educación como antídoto esencial contra
la tragedia o el desastre humano, pero ¿qué educación?
Tengo
que confesar que me impresionan las palabras de Fidel, él, un eterno
inconforme. Todo cuanto hizo le parecía poco y lamentaba la falta de tiempo
para darnos más… Si yo hubiera tenido la oportunidad de conversar con él por
esa fecha, habría podido asegurarle que ese libro ya él lo había escrito, tal
vez estaba, es verdad, disperso en sus propios días y vivencias, en sus
expresadas remembranzas, en discursos, comparecencias e intercambios; pero
escrito estaba, fue todo lo que nos dijo durante años, fue todo lo que hizo en
su vida consciente desde que era muy joven.
Tengo
que decir, que lo vivido en la niñez, lo sufrido, lo marcó indeleblemente junto
a los que nada poseían y en favor de una educación nueva cuyos componentes
esenciales fueran el amor, el afán de despertar el ansia de conocimiento de
manera integrada acerca de cuanto nos rodea; la enseñanza para vivir plenamente
en el disfrute de la naturaleza y la cultura, del pensar por sí propio; la
noción de la fuerza moral, la importancia de forjar el carácter, la
espiritualidad, el desprendimiento, la bondad y la capacidad de sacrificio; las
martianas ideas del bien y la virtud, todo ello eran las claves de lo que él
consideraba imprescindible en la formación de los seres humanos para la
felicidad, la plenitud, la libertad y la dignidad, en equilibrio, a su
vez, con toda la humanidad y los universos posibles.
Fidel
sentía que eran la bendición de los niños, las personas que prestaban atención
a sus inquietudes, curiosidades, preocupaciones, deseos de saber. Agradeció
infinitamente a todos los adultos que dedicaron tiempo de sus vidas a conversar
con él en su niñez y adolescencia. Pensaba que esa debía ser la actitud
de todos los profesores y como persona consecuente, él mismo practicaba esa
conducta. Una vez le vi explicar en detalle a un niño, la vida cotidiana de
nuestros aborígenes y por una maravillosa ruta, pasar poco a poco, de esas
historias desconocidas y deslumbrantes a las preguntas y probables respuestas
trascendentes sobre la creación del universo, los enigmas de la luz, el espacio
y el tiempo, sobre los confines del cielo y de los sentimientos… yo lo
escuchaba en silencio y recordaba aquella Última Página de José Martí, en cada
número de la revista “La Edad de Oro”.
Esa
Reflexión o carta de Fidel del verano de 2016, cuando nos decía en la primera
línea: “Mañana cumpliré 90 años” se iniciaba hablándonos del remoto y modesto
lugar de nuestra geografía donde nació y desde el mismo comienzo plantea su
inconformidad con el estado de cosas existente en aquella época de sus primeros
asombros… apunta que era un lugar perdido que nunca apareció en un mapa
para luego afirmar que “dado su buen comportamiento era conocido por amigos
cercanos –se refiere a los administradores de los centrales azucareros de
propiedad norteamericana- y luego continúa: “y por una plaza de representantes
políticos e inspectores que se veían en torno a cualquier actividad comercial o
productiva propias de los países neocolonizados del mundo”. Así, sin teorizaciones
ni pedanterías, nos lleva de lo cotidiano a lo político, de lo aparentemente
trivial a lo definitivo, de lo común a lo trascendente. Es el camino que debe
seguir un maestro.
Luego
nos habla de Los Pinares de Mayarí. A mí me conmueve recordar una conversación
que sostuvimos sobre aquellos parajes. En 2012, todavía Fidel se emocionaba al
pensar que había visto allí, árboles de los que estaba poblada Cuba cuando
arribó Colón por primera vez a este Archipiélago. Había que reforestar el país
y una vez y otra, los suelos y el alma de la nación, de sus gentes.
En su
Reflexión nos habla de los pinos de gran tamaño y calidad que se extraían de
allí en decenas de camiones y apunta que no habla de minerales –también
abundantes en el lugar- “que se han convertido en símbolos de los valores
económicos que la sociedad humana, en su etapa actual de desarrollo, requiere…”
Hay una mirada ahí que privilegia el verdor, la frescura y la vida del bosque,
pudiéramos decir también: que ansía la vida natural. De esas fragancias debe
rebosar el espíritu de un maestro, de esa sensibilidad que no deseche la
modernidad o las tecnologías, pero sí prepondere el valor de la naturaleza en
tiempos en que la humanidad vive la depredación del medio y donde una especie
está en peligro: la especie humana y hay que salvarla. En ese mismo 2012,
reunido con intelectuales y artistas llegados a la Feria Internacional del
Libro, desde diversas esquinas del orbe, afirmó que nuestro deber es luchar
hasta el último aliento.
Por la
educación vivió y luchó Fidel. Se habla siempre de la Campaña de
Alfabetización, claro, es la hazaña suprema, pero fue precedida de esfuerzos
que comenzaron mucho antes. No olvido el círculo de estudio que en torno a una
biografía de Marx, se desarrollaba en Guanabo, cuando después del golpe de
Batista en 1952, aún Fidel permanecía semiclandestino, o la Academia Abel
Santamaría en la prisión, o las clases en las casas-campamento en México, o
aquellas que Che Guevara daba a sus compañeros combatientes rebeldes para que aprendieran
a leer y a escribir, o el sueño educativo organizado que se desarrolló en el
Frente del Comandante Raúl en las serranías del norte oriental para enseñar a
los pobladores que no sabían; la conversión de los cuarteles en escuelas,
o la creación de los contingentes de maestros voluntarios y las
diez mil aulas abiertas en 1960, o la fundación de la Imprenta nacional, la
escritura y publicación de libros de texto que abordaran la historia de Cuba y
de Nuestra América sin falacias ni distorsiones neocolonizadoras.
¿Qué
había encontrado la Revolución en el campo educativo al triunfar?
Fidel
expresó por entonces: “al pueblo no le vamos a decir cree; le vamos a decir:
lee”.
Todo lo
animaba el principio de que la educación era piedra, base fundamental para una
vida nueva. Fue la sensibilidad por los que no habían podido aprender, lo que
señaló la necesidad de cambiar el destino de Cuba. Así lo revela Fidel en una
carta escrita en 1954, al referirse a la visita que hizo a Birán unas semanas
antes del ataque al Cuartel Moncada. De sus prolongadas estancias en la
capital, volvió allí probablemente en abril de 1953. Recordando ese viaje
escribió después como quien desahoga un sentimiento triste con el deseo de
aliviar, soñar y hacer algo porque la tragedia se desvaneciera para siempre:
“Todo
ha seguido igual desde hace más de veinte años. Mi escuelita un poco más vieja,
mis pasos un poco más pesados, las caras de los niños quizás un poco más
asombradas y ¡nada más!
“Es
probable que haya venido ocurriendo así desde que nació la República y continúe
invariablemente igual sin que nadie ponga seriamente sus manos sobre tal estado
de cosas. De ese modo nos hacemos la ilusión de que poseemos una noción de
justicia. Todo lo que se hiciera relativo a la técnica y organización de la
enseñanza no valdría de nada si no se altera de manera profunda el “status quo”
económico de la nación, es decir, de la masa del pueblo, que es donde está la
única raíz de la tragedia. Más que ninguna teoría me ha convencido de esto, a
través de los años, la palpitante realidad vivida. Aun cuando hubiese un genio
enseñando en cada escuela, con material de sobra y lugar adecuado, y a los
niños se les diese la comida y la ropa en la escuela, más tarde o más temprano,
en una etapa o en otra de su desarrollo mental, el hijo del campesino humilde
se frustraría hundiéndose en las limitaciones económicas de la familia. Más
todavía, admito que el joven llegue con la ayuda del Estado a obtener una
verdadera capacitación técnica, pues también se hundiría con su título como en
una barca de papel en las míseras estrecheces de nuestro actual “status quo”
económico y social.”
Ese
día, mientras escribía, Fidel seguramente pensaba en Paco, en Carlos y Flores
Falcón, Dalia López, Benito Rizo, Genaro Gómez y tantos otros amigos de la
infancia. También en Ubaldo que tenía tan buena memoria y era una lástima su
desconocimiento, en los tíos Enrique y Alejandro, en las niñas del lugar,
crecidas solo para el oficio de esposas y lavanderas. Sus razonamientos
deslindaban lo que se daba por generosidad y lo que debía recibirse por
justicia. En septiembre de 2003, en el centenario de su mamá Lina, Fidel
agradeció a sus padres la oportunidad que tuvo de estudiar, cuando muchos de
aquel paisaje entrañable no habían podido por no contar con recursos, era una
circunstancia de sus amigos de la infancia que le pesaba en el alma y movió sus
energías por transformar Cuba, Latinoamérica y el mundo porque no era posible
la educación para todos sin la justicia para todos.
La
Revolución Cubana es el libro de Fidel sobre la educación, ella recuenta lo
hecho y lo expresado y hay que defenderla y estudiarla para que continúe viva
en su plenitud y especialmente en su obra educativa que es como su corazón; la
Revolución se hizo para la justicia y para la educación, que es lo mismo que
decir para la vida.
Con la
Educación la Revolución es verdadera y sin ella no puede existir o perdurar. La
Educación enraíza la idea de la Patria y con Martí pensamos que Patria es
Humanidad.
El día
que Cuba se declaró Territorio Libre de Analfabetismo, el 22 de diciembre de
aquel 1961 de faroles y cartillas, cayó una lluvia muy intensa en la Plaza de
la Revolución mientras Fidel discursaba. Todos permanecieron allí bajo los
goterones fríos de un invierno que se preludiaba con la misma determinación con
que se había asumido aquella tan hermosa y noble tarea.
(Tomado
de Cubaperiodistas)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario