Taller
de Lectura # 83 - Marzo de 2016
Frei Betto: Descuidar la educación
ideológica, grave error
La Habana (PL) Para el fraile dominico
brasileño Frei Betto, una de las causas principales de retrocesos en gobiernos
progresistas en América Latina es el descuido en la formación ideológica de la
sociedad.
A juicio de uno de los gestores de la
teología de la liberación, no se trata de un fenómeno nuevo ni propio del
continente, pues ya se había dado en la antigua Unión Soviética y en el resto
de Europa del Este.
En una detallada entrevista con periodistas
de Prensa Latina durante su participación en la II Conferencia Internacional
Con todos y para el bien de todos, dedicada a José Martí, Betto defendió esos
criterios a la luz del pensamiento político y antimperialista martiano.
Hemos avanzado mucho en los últimos años, se
logró elegir jefes de Estado progresistas, conquistar conexiones continentales
importantes como la alianza bolivariana, Celac, Unasur, pero se cometieron
errores.
Según precisó, desde el punto de vista
humano lo más fuerte fue no cuidar la organización popular, el trabajo de
educación ideológico y allí entra en juego José Martí porque él siempre se
preocupó por el trabajo ideológico.
Ahora tenemos que hacernos una autocrítica
fuerte y preguntarnos cómo vamos a rescatar esos gobiernos progresistas desde
el punto de vista de países como Venezuela, Argentina, Brasil. ¿Cómo evitar en
Venezuela y Brasil, por ejemplo, la catástrofe de lo que acaba de suceder en
Argentina?.
A una pregunta sobre si retrocesos de esa
naturaleza fueron advertidos en las ideas martianas, Betto responde
positivamente.
Sí. Los retrocesos en una sociedad desigual
significan que hay una permanente lucha de clases. No podemos engañarnos, pues
no se garantiza el apoyo popular a los procesos dando al pueblo sólo mejores
condiciones de vida, porque eso puede originar en la gente una mentalidad
consumista.
En Brasil, ejemplifica, mucha gente ya está
aburrida porque no puede consumir como antes. Yo diría que, con todos los
logros del gobierno del Partido de los Trabajadores con los presidentes Lula y
Dilma, lamentablemente hemos desarrollado una conciencia más consumista que
ciudadana.
¿Cuál es el problema? No se politizó a la
nación, no se hizo un trabajo político, ideológico, de educación, sobre todo en
los jóvenes, y ahora la gente se queja porque ya no puede comprar carros o
pasar vacaciones en el exterior.
Estamos volviendo atrás, sobre todo, porque
no hemos desarrollado una política sostenible; no hemos hecho reforma
estructural, reformas agrarias, tributarias, presidenciales, políticas.
Encauzamos una política buena pero cosmética, o sea, carente de raíz, sin
fundamentos para su sustentabilidad.
Por eso si me preguntan qué va a pasar en
Brasil, yo espero que no pase lo peor, que es el regreso de la derecha al
poder. Ahora depende mucho de Dilma en los próximos dos o tres años.
Pero lamentablemente, por lo pronto, no hay
señal de que va a cambiar la política económica que hace daño a los más pobres
y favorece a los más ricos.
Los periodistas indagan si el consumismo y
la corrupción que denuncia tanto están matando la utopía en pueblos de nuestra
América, como Argentina y otros, y el entrevistado responde con un sí rotundo.
Sí, porque si la gente no tiene perspectivas
de sentido altruista, solidario, revolucionario, de la vida, se va hacia el
consumismo, y eso afecta toda perspectiva socialista y cristiana, que es
desarrollar en la gente valores solidarios. La solidaridad es el valor mayor
tanto del socialismo como del cristianismo.
En la perspectiva capitalista, al contrario,
sustenta, la competitividad y la seducción de ese modo de producción es muy
fuerte. Toda la presión de los medios de comunicación, publicidad, películas,
telenovelas va dirigida a evitar que la gente quiera cambiar el mundo.
Según esos postulados, usted puede cambiar
de camisa, de cabello, de anteojos, de carro o de cerveza, pero jamás cambiar
su realidad política.
Betto insiste en que en eso radica la falla
en gobiernos progresistas, no hicimos un trabajo de base, de formación
ideológica de la gente, a pesar de saber que todos nosotros somos egoístas por
naturaleza, desde niños.
La educación para el amor, para la
solidaridad, es un proceso que hay que desarrollar pedagógicamente, y como eso
no se cuidó desde un primer momento, ahora afrontamos las consecuencias,
lamentablemente, particulariza.
Al abordar el proceso de distopía, es decir,
los intentos de presentar la utopía como algo del pasado, reitera que en los
países como Brasil o Venezuela, los gobiernos se equivocaron al creer que
garantizar los bienes materiales equivalía a garantizar condiciones
espirituales, y no es así.
En ese sentido Betto es también muy agudo en
el caso de Cuba al opinar que el gobierno revolucionario, que ha hecho un
trabajo ideológico de educación política con el pueblo, ha sido demasiado
paternalista según su punto de vista.
Explica que la gente ha mirado a la
revolución como “una gran vaca que le da leche a cada boca”, pero con eso no se
moviliza a la gente para un trabajo más efectivo en la consolidación ideológica
relacionada, por ejemplo, con la producción agrícola e industrial.
También cree, aunque admite poder
equivocarse, que la dependencia de la Unión Soviética llevó a Cuba a acomodarse
un poco, y hoy importa del 60 al 70 por ciento de productos especiales de
consumo y se convirtió prácticamente en una nación que exporta servicios
médicos, educadores, profesionales e importa turistas para conseguir más
divisas.
Tenemos que reflexionar todos para definir
cuál es el camino entre una perspectiva consumista y una paternalista. Y ahí
hay que contar con José Martí, recomienda.
Educación política, participación,
compromiso efectivo con la lucha, adecuación de la teoría y la práctica, es lo
correcto y ahí están los ejemplos de Martí, de Fidel Castro que han vivido
dentro del monstruo, como el caso de Martí, y el de Fidel que proviene de una
familia latifundista y se convirtió en revolucionario.
¿Qué pasó en la conciencia de José Martí y
de Fidel Castro, quienes tenían la oportunidad de hacerse un lugar en la
burguesía pero tuvieron una dirección evangélica para los pobres y asumieron la
causa de la liberación?, se pregunta.
La respuesta es la que va a indicarnos el
camino que vamos a seguir para evitar que el futuro de América Latina sea de
nuevo un lugar de mucha desigualdad, de mucha pobreza, porque corremos el
riesgo de ser de nuevo neocolonia de Estados Unidos y de Europa Occidental.
Tomando esas últimas afirmaciones recuerda
algo en lo que viene insistiendo desde hace largo tiempo, relacionado con los
cambios de paradigma en las sociedades nuestras.
Ya no son paradigmas altruistas, solidarios,
como el Che, Camilo, Fidel, Raúl. La gente quiere imitar a los consumistas, sus
cantantes, deportistas, porque son las imágenes que el capitalismo proyecta y
los jóvenes quieren una razón de vivir, todos nosotros la queremos, y es una
disputa permanente entre quienes quieren llevar a los jóvenes a su redil.
Pero no es fácil vivir en un mundo en el que
el neoliberalismo proclama que la utopía está muerta, que la historia ha
terminado, que no hay esperanza ni futuro, que el mundo siempre va a ser
capitalista, que siempre va a haber pobres, miserables, y ricos, y que, como en
la naturaleza, siempre va a haber día y noche y eso no se puede cambiar.
¿Pero cómo se resuelve un problema como ese,
como en el caso de Argentina, donde hay decenas de partidos y una división
atroz?, preguntamos y responde con una conceptualización política.
La derecha se une por interés, y la
izquierda por principios, y cuando la izquierda pierde los principios, ahí está
el lío.
Qué izquierda esta, afirma, que en Brasil
admite corrupción, que hace políticas de ajuste fiscal para penalizar a los
pobres y favorecer a los ricos. Entonces, cuando la izquierda viola el
horizonte de los principios y va por los intereses, le hace el juego a la
derecha.
En Brasil hay una frase definidora:
"con esta izquierda no necesitamos tener la derecha porque ya está".
Hay gobiernos progresistas pero con una tremenda corrupción y creen que se
puede movilizar a un pueblo a través de consignas. No es así.
¿Cuál es la salida entonces?, preguntamos.
La tarea de la izquierda es movilizarse en
la línea de una alta formación política y por ese camino es que debemos
trabajar.
A corto plazo no hay salida, a corto plazo
es que Cuba logre cómo establecer buenas relaciones con Estados Unidos y
administrar bien la suspensión del bloqueo sin tornarse vulnerable a la seducción
capitalista.
Eso es lo que me preocupa cuando veo a
jóvenes irse del país para aprovechar la ley de ajuste porque es señal de que
la gente está corriendo contra el tiempo para tornarse ciudadano de Estados
Unidos porque en el momento en que termine el bloqueo esa ley va abajo. Pero
Cuba tiene que preguntarse por qué jóvenes formados en la revolución quieren
ser ciudadanos de Estados Unidos.
Esa visión suya de un asunto al que el
gobierno cubano presta la máxima atención sirve de entrada para abordar uno de
sus temas preferidos: el quiebre de los sueños.
El peligro que hay aquí, dice, es que la
revolución la ven esos jóvenes como un hecho del pasado y no un desafío del
futuro, y cuando la gente la ve como un hecho del pasado ya mira las cosas no por
sus valores, por su horizonte revolucionario, sino por el consumismo también:
quiero tener esto, lo otro, todas las cosas, y entonces aquí no pueden ahora,
estiman que demora mucho y ven solo a aquellos pocos a quienes las cosas les
han ido bien afuera.
El socialismo, asegura, ha cometido el error
de socializar los bienes materiales, y no socializó suficientemente los bienes
espirituales, porque un pequeño grupo podía tener sueños de cosas distintas que
se podían hacer, y los demás los han tenido que aceptar.
El capitalismo lo hizo al revés, socializó
los sueños para privatizar los bienes materiales. Miras la telenovela de O
Globo, socializó los sueños, una familia está en la favela pero con el sueño de
que un día será como esa heroína de la novela, “yo también voy a llegar al
mundo de los ricos”, y eso es el opio de los pueblos.
Es algo que el capitalismo descubrió para
garantizar los bienes, no para compartirlos ni sacarlos de los sueños. Todos
deben soñar y que cada uno alimente esa esperanza de que un día podrá ser
también rico, un Pelé, una Lady Gaga, un Michael Jackson es su propuesta.
Y ahí llega el sufrimiento de los jóvenes
que ponen en su vida cuatro cosas: dinero, fama, poder y belleza, y cuando no
alcanzan ninguno de esos parámetros van siempre a los ansiolíticos, las drogas,
viene la frustración de los falsos valores, la cual viene siempre desde donde
hemos puesto nuestra expectativa.
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"Tarea de
Grandes"
Por Fernando Martínez Heredia
Intervención en el Panel “Neoliberalismo, nuevos escenarios en América
Latina y el Caribe y el equilibrio del mundo” en la II Conferencia
Internacional “Con todos y para el bien de todos”, Palacio de Convenciones, La
Habana, 26 de enero de 2016.
Las intervenciones
de mis queridos compañeros de panel me han motivado mucho, como a los
participantes que colman esta sala. Pero me atendré a la disciplina que me
llevó a responder a la convocatoria con un texto para quince minutos de
lectura. Sin embargo, como hermano que he sido de Pablo González Casanova y
Francois Houtart en los afanes de estos últimos treinta años, en los que
vivimos primero quince años de derrotas políticas de los pueblos y triunfalismo
neoliberal, y después otros quince de auge de la causa popular, victorias y
promesas, quisiera hacer un breve comentario previo a esa lectura.
América Latina
tiene una historia regional singular en el mundo que ha sido colonizado y
neocolonizado por el capitalismo. Considero que a partir de aquella historia
hasta mediados del siglo XX, desde entonces hasta hoy existe una sola solución
válida y eficaz a las necesidades y las crisis que ha confrontado y confronta:
hacer revoluciones socialistas de liberación nacional.
Paso a mi
exposición. Al abordar coyunturas, o tendencias económicas e ideológicas como
es la del neoliberalismo, hay que partir de un dato esencial y básico, de larga
duración, demasiado larga: el dominio en esta región del colonialismo, el
neocolonialismo, el capitalismo y el imperialismo, con la complicidad y el
entreguismo de sectores internos. Ese dominio ha impedido el desarrollo
autónomo de las sociedades latinoamericanas y le ha acarreado incontables males
a la mayoría de las personas, los países y el medio natural.
Son muchos y diversos
los elementos que resultan comunes, o que nos unen o tienden a unirnos, pero al
mismo tiempo nuestra región es sumamente heterogénea. Si unimos la indagación
profunda y fundamentada con la conciencia comprometida, resultará necesario
combinar los análisis de realidades, problemas, escollos, objetivos y proyectos
comunes, con los atinentes a cada caso particular. Análoga será la necesidad en
cuanto a la actuación: priorizar lo específico, pero tener siempre en cuenta
los nexos, los condicionamientos y las influencias de la dimensión continental.
Nuevas realidades y
un nuevo lenguaje han nacido y crecido en la América Latina y el Caribe, un
continente que es vanguardia de esperanzas en el mundo actual. Las acciones de
movimientos populares combativos, sobre todo contra los malos gobiernos, el
empobrecimiento masivo, la pérdida de derechos sociales y la defensa de los
recursos naturales frente a la depredación y la voracidad del gran capital,
estuvieron en la base de las victorias electorales iniciadas a finales del
siglo XX con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela. Se inició así una nueva
etapa. Una parte de los Estados y gobiernos de la región, en grados diferentes,
controlan los recursos naturales del país, despliegan políticas sociales
favorables a sectores muy amplios de la población mediante redistribuciones de
la renta y otras iniciativas, impulsan formas de democratización política y de
la sociedad, y tienen actuaciones independientes que no se pliegan a Estados
Unidos. Analistas clasifican como de izquierda o centroizquierda a los
gobiernos de países en los cuales vive algo más de la mitad de la población de
la región.
Ha crecido mucho la
conciencia de la necesidad primordial de avanzar hacia una unión
latinoamericana y caribeña. A partir voluntades políticas y nexos económicos se
han anudado nexos bilaterales de nuevo tipo entre un buen número de países, y
se han ido creando instrumentos multilaterales que constituyen pasos
importantes hacia una integración continental. El establecimiento de relaciones
amplias entre países de la región y otros países fuertes del mundo ha abierto
nuevos espacios de concertación económica y política a escala mundial que
resulta muy positivo para el desempeño y los objetivos de la parte
latinoamericana.
Pero existe un
mundo, más acá de los grandes números y palabras, en el que la vida es muy
difícil. Las realidades seculares de desigualdades, pobreza y miseria en que
han vivido las mayorías de América Latina se agravaron a consecuencia del
desastre social que conllevó la implantación del neoliberalismo. A pesar de los
notables avances en este siglo, esta región es la más desigual del planeta, que
registraba hace un año 167 millones de personas viviendo en la pobreza y uno de
cada cinco menores de quince años en la indigencia, como destacó el presidente
Raúl Castro el 28 de enero pasado, en la III Cumbre de la CELAC en San José de
Costa Rica. En la víspera de la IV Cumbre, la CELAC informaba ayer que se
mantiene igual el número de pobres, de ellos setentaiún millones en extrema
pobreza. Estamos en un momento temprano de los cambios y del largo camino que
necesita recorrer y reclama el continente. Se han acumulado logros, fuerzas y
expectativas, pero desde puntos de partida que no han destruido los sistemas de
dominación, sus reglas de juego político, su legalidad y sus aparatos
ideológicos. La coalición y las coordinaciones que impulsan la fase actual de
autonomización continental son profundamente heterogéneas.
En los procesos en
curso confluyen dos desafíos de gran magnitud e importancia crucial. Por un
lado, las enormes insuficiencias, dificultades y enemigos de los que aspiran a
la autonomía real, al bienestar de las mayorías o a la liberación de las
dominaciones, que son tres posiciones diferentes que pueden o no ir unidas. Por
otra parte, los retos gigantescos que confrontan los intentos de lograr,
defender, consolidar y hacer avanzar relaciones sociales, motivaciones y
conductas individuales, instituciones, estrategias, ideales y proyectos que
permitan la emergencia de nuevas sociedades y de vínculos solidarios que vayan
desde las relaciones interpersonales hasta el ámbito de toda la región. Y una
constante a la que volveré a aludir más adelante sobredetermina las
dificultades: las presiones, extorsiones y agresiones de Estados Unidos.
Las situaciones de
deterioro que confrontan hoy Venezuela, Argentina y Brasil son incomparables
entre sí, aunque ellas tienen en común la ofensiva reaccionaria y la influencia
negativa que tienen ellas sobre la región. Está ganando terreno la idea de que
América Latina vive el final de un ciclo. Esa generalización ambigua pretende
abarcar al medio heterogéneo referido. Está en juego si sería el fin de un
ciclo que ha producido cambios muy notables en el bienestar de millones, pero
también en su actuación social y política, y en sus representaciones de
posibilidades personales y familiares y de su lugar en la sociedad. Y al mismo
tiempo, si será o no el final de un ciclo en el que la idea de liberación
nacional, social y humana, ha generado entusiasmo, participación y esperanzas,
y se ha recuperado la noción de socialismo.
Los análisis que se
basan en la dimensión económica privilegian variables tales como la baja de los
precios internacionales del petróleo y otras mercancías exportables del sector
primario, la apreciación del dólar y el fuerte descenso de la dinámica de
crecimiento de la economía mundial. Pero la vulgarización coloquial de esa
dimensión no realiza análisis, sino que acude a dogmas que fueron lugares
comunes durante décadas dentro de la mayor parte de las izquierdas, que hacen
depender la vida social, incluidos sus cambios revolucionarios, de
abstracciones seleccionadas de la dimensión económica de la sociedad. Eso no es
cierto, ningún proceso revolucionario ha sucedido a causa de los avatares de
esas abstracciones, ni ha triunfado, se ha sostenido o ha fracasado a causa de
ellas. El movimiento histórico no puede explicarse por la “base económica”.
Todas las
revoluciones reales han sucedido en países mal llamados “subdesarrollados”. Por
esa causa y por la acción de sus enemigos padecen una situación adversa
constante en el terreno económico, que en determinadas coyunturas puede llegar
a ser de crisis o casi desesperada. En
realidad, los países con poderes y transición socialista, y los que han
producido transformaciones en esa dirección, no cuentan con un modo de
producción enteramente socialista, ni autónomo. En proporciones
diferenciadas, tienen también formas económicas de capitalismo y sostienen
relaciones con el sistema capitalista mundial, su mercado internacional, su
sistema financiero y otros aspectos sensibles. Lo esencial, lo decisivo que
permite considerarlos procesos de cambios y liberación es que tienen poder
político y militar y gozan de consenso y confianza de las mayorías, que ejercen
control político sobre sus economías para tratar de ponerlas en función de las
necesidades del pueblo y del poder que ejercen, y regulan las relaciones de su
economía con el capitalismo internacional. Aun así, un buen número de variables
queda fuera de su control.
Pero si esos
poderes se sostienen con determinación pueden conservar su fuerza y su encanto,
y el pueblo los apoya y les ofrece su abnegación, sus acciones y sus
iniciativas. La Cuba de la primera mitad de los años noventa brindó una prueba
ejemplar. Hoy resulta de vida o muerte combatir el fatalismo que contienen las
posiciones que aceptan nociones como la de “fin de ciclo”, porque en coyunturas
difíciles se convierten en derrotismo y desmoralización.
En esta situación
de insuficiencias del pensamiento social parece normal atenerse a una gran
parte del lenguaje del capitalismo, o a las ideas y las prácticas que se
consideran lógicas o inevitables, las cuales sirven para explicarse o para
justificarse. Una corriente ha insistido durante estos últimos 25 años en que
se recorten los objetivos, las acciones, la política y las ideas, con el
propósito de conseguir o no perder al electorado, no asustar a la “clase media”
ni a los inversionistas, y ser en suma una izquierda respetable a los ojos de
las mayorías, a las que conciben sobre todo como votantes en los sistemas
electorales. Ahora surge el temor de que por no haberse sido suficientemente
“progresista” vaya a triunfar por todas partes el “atraso” que porta una derecha
aparentemente más sagaz y capaz de engañar a millones de incautos. Ante los resultados recientes de Argentina
y Venezuela, algunos llegan a creer que si los miserables, hambrientos y faltos
de esperanza son elevados material y socialmente se vuelven “de clase media” y
votan contra sus propios benefactores.
Hay un hecho
innegable: el imperialismo norteamericano y sus aliados subordinados en cada
país en cuestión --que no quieren ceder su poder, su lucro y sus privilegios--
están a la ofensiva. Hacen una guerra sin cuartel a base de la formación de
opinión pública mediante su control de los medios de comunicación, el temor y
los hábitos conservadores, la guerra económica que deteriora la vida de amplias
capas de población, políticos corruptos que ocupan cargos y arruinan y
desprestigian el proceso, magistrados que son sirvientes de la clase dominante,
y la utilización de enormes recursos materiales para campañas que incluyen la
compra del voto de personas y familias que viven en extrema pobreza. Sus formas
de subversión siguen vigentes, pero están operando dentro de las reglas del
juego del sistema capitalista neocolonial, donde la alternancia de gobiernos y
corrientes ideológicas no ha implicado nunca un peligro mortal para el sistema
de dominación. Un requisito de esa ofensiva es amagar con el caos y la
violencia, y asustar a los timoratos, pero sin salirse de las reglas
electorales y de política que caracterizan a los períodos en que rige la
democracia burguesa.
La situación está
exigiendo revisar y analizar con profundidad y con espíritu autocrítico todos
los aspectos relevantes de los procesos en curso, todas las políticas y todas
las opciones. Esa actitud y las actuaciones consecuentes con ella son
factibles, porque el campo popular latinoamericano posee ideales, convicciones,
fuerzas reales organizadas y una cultura acumulada. Una enseñanza está muy
clara: distribuir mejor la renta, aumentar la calidad de la vida de las
mayorías, repartir servicios y prestaciones a los inermes es indispensable,
pero no es suficiente. Alcanzar victorias electorales populares dentro del
sistema capitalista, administrar mejor que sus pandillas de gobernantes, e
incluso gobernar a favor del pueblo a contracorriente de su orden explotador y
despiadado, es un gran avance, pero es insuficiente. Vuelve a demostrar su
acierto una proposición fundamental de Carlos Marx: la centralidad de una nueva política en la actividad del movimiento de
los oprimidos, para lograr vencer y para consolidar la victoria.
Estamos abocándonos
a una nueva etapa de acontecimientos que pueden ser decisivos, de grandes retos
y enfrentamientos, y de posibilidades de cambios sociales radicales. Es decir,
una etapa en la que predominarán la praxis y el movimiento histórico, en la que
los actores podrían imponerse a las circunstancias y modificarlas a fondo, una
etapa en la que habrá victorias o derrotas.
Comprender las
deficiencias de cada proceso es realmente importante. Pero más aún lo es
actuar. Concientizar, organizar, movilizar, utilizar las fuerzas con que se
cuenta, son las palabras de orden. No se pueden aceptar expresiones de
aceptación resignada o de protesta timorata: hay que revisar las vías y los
medios utilizados y su alcance, sus límites y sus condicionamientos. Y hacer
todo lo que sea preciso para que no sea derrotado el campo popular. La
eficiencia para garantizar los derechos del pueblo y defender y guiar su camino
de liberaciones debe ser la única legitimidad que se les exija a las vías y a
los instrumentos. Las instituciones y las actuaciones tendrán su razón de ser
en servir a las necesidades y los intereses supremos de los pueblos, a la
obligación de defender lo logrado y la confianza y la esperanza de tantos
millones de personas. Esa debe ser la brújula de los pueblos y de sus
representantes y conductores.
Solamente una
praxis intencionada, organizada, capaz de manejar los datos fundamentales, las
valoraciones, las opciones, la pluralidad de situaciones, posiciones y
objetivos, las condicionantes y las políticas que están en juego, tendrá probabilidades
de triunfar.
Un radicalismo
ciego puede confundir y debilitar al campo popular, y resultar funcional a la
dominación. A mi juicio, la posición
acertada hoy es unir los ideales, los intereses y las actuaciones en una unidad
de todos los factores que estén dispuestos a enfrentar las tareas y los
peligros actuales, en pos de defender y consolidar la soberanía nacional.
Al mismo tiempo, podrán conducir al pueblo los que luchen por defender y
expandir el bienestar, las oportunidades y la capacitación de las mayorías para
gozar de una vida digna, y por organizar la política como democracia al
servicio del pueblo.
Mientras exista la opresión, la explotación y la
dominación capitalista, no habrá equilibrio del mundo. La liberación de los
seres humanos y las sociedades es lo que abrirá las puertas a la creación de un
mundo nuevo, lo que permitirá que al fin podamos tener un equilibrio del mundo.
¿Parece demasiada
ambición? Naturalmente. Pero es lo único factible. Termino apelando, en este
asunto como en tantos, al magisterio de José Martí, el primer pensador
americano que se planteó el mundo desde una visión moderna y a la vez crítica
de la modernidad, desde un anticolonialismo total y una propuesta de liberación
humana y social que reconciliara y hermanara la libertad con la justicia. Pero
al mismo tiempo comprendió que debía dedicar su vida a la política práctica que
echara a andar a su pueblo de manera efectiva por el largo camino a recorrer, y
logró el prodigio de conciliar aquella visión tan trascendental con aquellas
tareas inmediatas.
La vida, el
pensamiento y la propuesta de Martí estuvieron regidos por ese axioma
fundamental de la política revolucionaria. Lo expresó de manera más bien
enigmática cuando su país natal parecía irremediablemente sometido al
colonialismo, al escribir: “los locos, somos cuerdos”. Lo dijo claramente diez
años después, cuando todavía no había forjado el partido revolucionario, el
instrumento del gran cambio: “el único hombre práctico es aquel cuyo sueño de
hoy será la ley de mañana”.
Y durante su
colosal campaña de sembrar conciencia y organización, y preparar la guerra
necesaria para vencer a los colonialismos y educar a un pueblo entero que fuera
capaz de crear una república nueva, se ocupó de todo en detalle, pero sin ceder
jamás un principio ni perder el rumbo. Combatió al mismo tiempo a los
adversarios y a las divisiones, las debilidades y los prejuicios de los
patriotas, conoció y tuvo en cuenta cuestiones esenciales de la situación y las
tendencias que no eran visibles, y enfrentó las contradicciones entre el deber
ser de los ideales y los problemas de estrategia y táctica, y los dilemas
riesgosos que exigían decisiones urgentes. Pero fue capaz a la vez de inscribir
todo eso en una concepción de una profundidad y un alcance excepcionales acerca
de la república nueva y el mejoramiento humano, una propuesta de futuro que
sigue vigente.
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