febrero 13, 2016

Taller de Lectura # 83 - Marzo de 2016

Taller de Lectura # 83  -  Marzo de 2016


Frei Betto: Descuidar la educación ideológica, grave error


Por Luis M. Arce y Anubis Galardy – Prensa Latina – 28-01-2016

La Habana (PL) Para el fraile dominico brasileño Frei Betto, una de las causas principales de retrocesos en gobiernos progresistas en América Latina es el descuido en la formación ideológica de la sociedad.

A juicio de uno de los gestores de la teología de la liberación, no se trata de un fenómeno nuevo ni propio del continente, pues ya se había dado en la antigua Unión Soviética y en el resto de Europa del Este.

En una detallada entrevista con periodistas de Prensa Latina durante su participación en la II Conferencia Internacional Con todos y para el bien de todos, dedicada a José Martí, Betto defendió esos criterios a la luz del pensamiento político y antimperialista martiano.

Hemos avanzado mucho en los últimos años, se logró elegir jefes de Estado progresistas, conquistar conexiones continentales importantes como la alianza bolivariana, Celac, Unasur, pero se cometieron errores.

Según precisó, desde el punto de vista humano lo más fuerte fue no cuidar la organización popular, el trabajo de educación ideológico y allí entra en juego José Martí porque él siempre se preocupó por el trabajo ideológico.

Ahora tenemos que hacernos una autocrítica fuerte y preguntarnos cómo vamos a rescatar esos gobiernos progresistas desde el punto de vista de países como Venezuela, Argentina, Brasil. ¿Cómo evitar en Venezuela y Brasil, por ejemplo, la catástrofe de lo que acaba de suceder en Argentina?.

A una pregunta sobre si retrocesos de esa naturaleza fueron advertidos en las ideas martianas, Betto responde positivamente.

Sí. Los retrocesos en una sociedad desigual significan que hay una permanente lucha de clases. No podemos engañarnos, pues no se garantiza el apoyo popular a los procesos dando al pueblo sólo mejores condiciones de vida, porque eso puede originar en la gente una mentalidad consumista.

En Brasil, ejemplifica, mucha gente ya está aburrida porque no puede consumir como antes. Yo diría que, con todos los logros del gobierno del Partido de los Trabajadores con los presidentes Lula y Dilma, lamentablemente hemos desarrollado una conciencia más consumista que ciudadana.

¿Cuál es el problema? No se politizó a la nación, no se hizo un trabajo político, ideológico, de educación, sobre todo en los jóvenes, y ahora la gente se queja porque ya no puede comprar carros o pasar vacaciones en el exterior.

Estamos volviendo atrás, sobre todo, porque no hemos desarrollado una política sostenible; no hemos hecho reforma estructural, reformas agrarias, tributarias, presidenciales, políticas. Encauzamos una política buena pero cosmética, o sea, carente de raíz, sin fundamentos para su sustentabilidad.

Por eso si me preguntan qué va a pasar en Brasil, yo espero que no pase lo peor, que es el regreso de la derecha al poder. Ahora depende mucho de Dilma en los próximos dos o tres años.

Pero lamentablemente, por lo pronto, no hay señal de que va a cambiar la política económica que hace daño a los más pobres y favorece a los más ricos.

Los periodistas indagan si el consumismo y la corrupción que denuncia tanto están matando la utopía en pueblos de nuestra América, como Argentina y otros, y el entrevistado responde con un sí rotundo.

Sí, porque si la gente no tiene perspectivas de sentido altruista, solidario, revolucionario, de la vida, se va hacia el consumismo, y eso afecta toda perspectiva socialista y cristiana, que es desarrollar en la gente valores solidarios. La solidaridad es el valor mayor tanto del socialismo como del cristianismo.

En la perspectiva capitalista, al contrario, sustenta, la competitividad y la seducción de ese modo de producción es muy fuerte. Toda la presión de los medios de comunicación, publicidad, películas, telenovelas va dirigida a evitar que la gente quiera cambiar el mundo.

Según esos postulados, usted puede cambiar de camisa, de cabello, de anteojos, de carro o de cerveza, pero jamás cambiar su realidad política.

Betto insiste en que en eso radica la falla en gobiernos progresistas, no hicimos un trabajo de base, de formación ideológica de la gente, a pesar de saber que todos nosotros somos egoístas por naturaleza, desde niños.

La educación para el amor, para la solidaridad, es un proceso que hay que desarrollar pedagógicamente, y como eso no se cuidó desde un primer momento, ahora afrontamos las consecuencias, lamentablemente, particulariza.

Al abordar el proceso de distopía, es decir, los intentos de presentar la utopía como algo del pasado, reitera que en los países como Brasil o Venezuela, los gobiernos se equivocaron al creer que garantizar los bienes materiales equivalía a garantizar condiciones espirituales, y no es así.

En ese sentido Betto es también muy agudo en el caso de Cuba al opinar que el gobierno revolucionario, que ha hecho un trabajo ideológico de educación política con el pueblo, ha sido demasiado paternalista según su punto de vista.

Explica que la gente ha mirado a la revolución como “una gran vaca que le da leche a cada boca”, pero con eso no se moviliza a la gente para un trabajo más efectivo en la consolidación ideológica relacionada, por ejemplo, con la producción agrícola e industrial.

También cree, aunque admite poder equivocarse, que la dependencia de la Unión Soviética llevó a Cuba a acomodarse un poco, y hoy importa del 60 al 70 por ciento de productos especiales de consumo y se convirtió prácticamente en una nación que exporta servicios médicos, educadores, profesionales e importa turistas para conseguir más divisas.

Tenemos que reflexionar todos para definir cuál es el camino entre una perspectiva consumista y una paternalista. Y ahí hay que contar con José Martí, recomienda.

Educación política, participación, compromiso efectivo con la lucha, adecuación de la teoría y la práctica, es lo correcto y ahí están los ejemplos de Martí, de Fidel Castro que han vivido dentro del monstruo, como el caso de Martí, y el de Fidel que proviene de una familia latifundista y se convirtió en revolucionario.

¿Qué pasó en la conciencia de José Martí y de Fidel Castro, quienes tenían la oportunidad de hacerse un lugar en la burguesía pero tuvieron una dirección evangélica para los pobres y asumieron la causa de la liberación?, se pregunta.

La respuesta es la que va a indicarnos el camino que vamos a seguir para evitar que el futuro de América Latina sea de nuevo un lugar de mucha desigualdad, de mucha pobreza, porque corremos el riesgo de ser de nuevo neocolonia de Estados Unidos y de Europa Occidental.

Tomando esas últimas afirmaciones recuerda algo en lo que viene insistiendo desde hace largo tiempo, relacionado con los cambios de paradigma en las sociedades nuestras.

Ya no son paradigmas altruistas, solidarios, como el Che, Camilo, Fidel, Raúl. La gente quiere imitar a los consumistas, sus cantantes, deportistas, porque son las imágenes que el capitalismo proyecta y los jóvenes quieren una razón de vivir, todos nosotros la queremos, y es una disputa permanente entre quienes quieren llevar a los jóvenes a su redil.

Pero no es fácil vivir en un mundo en el que el neoliberalismo proclama que la utopía está muerta, que la historia ha terminado, que no hay esperanza ni futuro, que el mundo siempre va a ser capitalista, que siempre va a haber pobres, miserables, y ricos, y que, como en la naturaleza, siempre va a haber día y noche y eso no se puede cambiar.

¿Pero cómo se resuelve un problema como ese, como en el caso de Argentina, donde hay decenas de partidos y una división atroz?, preguntamos y responde con una conceptualización política.

La derecha se une por interés, y la izquierda por principios, y cuando la izquierda pierde los principios, ahí está el lío.

Qué izquierda esta, afirma, que en Brasil admite corrupción, que hace políticas de ajuste fiscal para penalizar a los pobres y favorecer a los ricos. Entonces, cuando la izquierda viola el horizonte de los principios y va por los intereses, le hace el juego a la derecha.

En Brasil hay una frase definidora: "con esta izquierda no necesitamos tener la derecha porque ya está". Hay gobiernos progresistas pero con una tremenda corrupción y creen que se puede movilizar a un pueblo a través de consignas. No es así.

¿Cuál es la salida entonces?, preguntamos.

La tarea de la izquierda es movilizarse en la línea de una alta formación política y por ese camino es que debemos trabajar.

A corto plazo no hay salida, a corto plazo es que Cuba logre cómo establecer buenas relaciones con Estados Unidos y administrar bien la suspensión del bloqueo sin tornarse vulnerable a la seducción capitalista.

Eso es lo que me preocupa cuando veo a jóvenes irse del país para aprovechar la ley de ajuste porque es señal de que la gente está corriendo contra el tiempo para tornarse ciudadano de Estados Unidos porque en el momento en que termine el bloqueo esa ley va abajo. Pero Cuba tiene que preguntarse por qué jóvenes formados en la revolución quieren ser ciudadanos de Estados Unidos.

Esa visión suya de un asunto al que el gobierno cubano presta la máxima atención sirve de entrada para abordar uno de sus temas preferidos: el quiebre de los sueños.

El peligro que hay aquí, dice, es que la revolución la ven esos jóvenes como un hecho del pasado y no un desafío del futuro, y cuando la gente la ve como un hecho del pasado ya mira las cosas no por sus valores, por su horizonte revolucionario, sino por el consumismo también: quiero tener esto, lo otro, todas las cosas, y entonces aquí no pueden ahora, estiman que demora mucho y ven solo a aquellos pocos a quienes las cosas les han ido bien afuera.

El socialismo, asegura, ha cometido el error de socializar los bienes materiales, y no socializó suficientemente los bienes espirituales, porque un pequeño grupo podía tener sueños de cosas distintas que se podían hacer, y los demás los han tenido que aceptar.

El capitalismo lo hizo al revés, socializó los sueños para privatizar los bienes materiales. Miras la telenovela de O Globo, socializó los sueños, una familia está en la favela pero con el sueño de que un día será como esa heroína de la novela, “yo también voy a llegar al mundo de los ricos”, y eso es el opio de los pueblos.

Es algo que el capitalismo descubrió para garantizar los bienes, no para compartirlos ni sacarlos de los sueños. Todos deben soñar y que cada uno alimente esa esperanza de que un día podrá ser también rico, un Pelé, una Lady Gaga, un Michael Jackson es su propuesta.

Y ahí llega el sufrimiento de los jóvenes que ponen en su vida cuatro cosas: dinero, fama, poder y belleza, y cuando no alcanzan ninguno de esos parámetros van siempre a los ansiolíticos, las drogas, viene la frustración de los falsos valores, la cual viene siempre desde donde hemos puesto nuestra expectativa.
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"Tarea de Grandes"

Por Fernando Martínez Heredia

Intervención en el Panel “Neoliberalismo, nuevos escenarios en América Latina y el Caribe y el equilibrio del mundo” en la II Conferencia Internacional “Con todos y para el bien de todos”, Palacio de Convenciones, La Habana, 26 de enero de 2016.

Las intervenciones de mis queridos compañeros de panel me han motivado mucho, como a los participantes que colman esta sala. Pero me atendré a la disciplina que me llevó a responder a la convocatoria con un texto para quince minutos de lectura. Sin embargo, como hermano que he sido de Pablo González Casanova y Francois Houtart en los afanes de estos últimos treinta años, en los que vivimos primero quince años de derrotas políticas de los pueblos y triunfalismo neoliberal, y después otros quince de auge de la causa popular, victorias y promesas, quisiera hacer un breve comentario previo a esa lectura.

América Latina tiene una historia regional singular en el mundo que ha sido colonizado y neocolonizado por el capitalismo. Considero que a partir de aquella historia hasta mediados del siglo XX, desde entonces hasta hoy existe una sola solución válida y eficaz a las necesidades y las crisis que ha confrontado y confronta: hacer revoluciones socialistas de liberación nacional.

Paso a mi exposición. Al abordar coyunturas, o tendencias económicas e ideológicas como es la del neoliberalismo, hay que partir de un dato esencial y básico, de larga duración, demasiado larga: el dominio en esta región del colonialismo, el neocolonialismo, el capitalismo y el imperialismo, con la complicidad y el entreguismo de sectores internos. Ese dominio ha impedido el desarrollo autónomo de las sociedades latinoamericanas y le ha acarreado incontables males a la mayoría de las personas, los países y el medio natural.

Son muchos y diversos los elementos que resultan comunes, o que nos unen o tienden a unirnos, pero al mismo tiempo nuestra región es sumamente heterogénea. Si unimos la indagación profunda y fundamentada con la conciencia comprometida, resultará necesario combinar los análisis de realidades, problemas, escollos, objetivos y proyectos comunes, con los atinentes a cada caso particular. Análoga será la necesidad en cuanto a la actuación: priorizar lo específico, pero tener siempre en cuenta los nexos, los condicionamientos y las influencias de la dimensión continental.

Nuevas realidades y un nuevo lenguaje han nacido y crecido en la América Latina y el Caribe, un continente que es vanguardia de esperanzas en el mundo actual. Las acciones de movimientos populares combativos, sobre todo contra los malos gobiernos, el empobrecimiento masivo, la pérdida de derechos sociales y la defensa de los recursos naturales frente a la depredación y la voracidad del gran capital, estuvieron en la base de las victorias electorales iniciadas a finales del siglo XX con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela. Se inició así una nueva etapa. Una parte de los Estados y gobiernos de la región, en grados diferentes, controlan los recursos naturales del país, despliegan políticas sociales favorables a sectores muy amplios de la población mediante redistribuciones de la renta y otras iniciativas, impulsan formas de democratización política y de la sociedad, y tienen actuaciones independientes que no se pliegan a Estados Unidos. Analistas clasifican como de izquierda o centroizquierda a los gobiernos de países en los cuales vive algo más de la mitad de la población de la región.

Ha crecido mucho la conciencia de la necesidad primordial de avanzar hacia una unión latinoamericana y caribeña. A partir voluntades políticas y nexos económicos se han anudado nexos bilaterales de nuevo tipo entre un buen número de países, y se han ido creando instrumentos multilaterales que constituyen pasos importantes hacia una integración continental. El establecimiento de relaciones amplias entre países de la región y otros países fuertes del mundo ha abierto nuevos espacios de concertación económica y política a escala mundial que resulta muy positivo para el desempeño y los objetivos de la parte latinoamericana.

Pero existe un mundo, más acá de los grandes números y palabras, en el que la vida es muy difícil. Las realidades seculares de desigualdades, pobreza y miseria en que han vivido las mayorías de América Latina se agravaron a consecuencia del desastre social que conllevó la implantación del neoliberalismo. A pesar de los notables avances en este siglo, esta región es la más desigual del planeta, que registraba hace un año 167 millones de personas viviendo en la pobreza y uno de cada cinco menores de quince años en la indigencia, como destacó el presidente Raúl Castro el 28 de enero pasado, en la III Cumbre de la CELAC en San José de Costa Rica. En la víspera de la IV Cumbre, la CELAC informaba ayer que se mantiene igual el número de pobres, de ellos setentaiún millones en extrema pobreza. Estamos en un momento temprano de los cambios y del largo camino que necesita recorrer y reclama el continente. Se han acumulado logros, fuerzas y expectativas, pero desde puntos de partida que no han destruido los sistemas de dominación, sus reglas de juego político, su legalidad y sus aparatos ideológicos. La coalición y las coordinaciones que impulsan la fase actual de autonomización continental son profundamente heterogéneas.

En los procesos en curso confluyen dos desafíos de gran magnitud e importancia crucial. Por un lado, las enormes insuficiencias, dificultades y enemigos de los que aspiran a la autonomía real, al bienestar de las mayorías o a la liberación de las dominaciones, que son tres posiciones diferentes que pueden o no ir unidas. Por otra parte, los retos gigantescos que confrontan los intentos de lograr, defender, consolidar y hacer avanzar relaciones sociales, motivaciones y conductas individuales, instituciones, estrategias, ideales y proyectos que permitan la emergencia de nuevas sociedades y de vínculos solidarios que vayan desde las relaciones interpersonales hasta el ámbito de toda la región. Y una constante a la que volveré a aludir más adelante sobredetermina las dificultades: las presiones, extorsiones y agresiones de Estados Unidos.

Las situaciones de deterioro que confrontan hoy Venezuela, Argentina y Brasil son incomparables entre sí, aunque ellas tienen en común la ofensiva reaccionaria y la influencia negativa que tienen ellas sobre la región. Está ganando terreno la idea de que América Latina vive el final de un ciclo. Esa generalización ambigua pretende abarcar al medio heterogéneo referido. Está en juego si sería el fin de un ciclo que ha producido cambios muy notables en el bienestar de millones, pero también en su actuación social y política, y en sus representaciones de posibilidades personales y familiares y de su lugar en la sociedad. Y al mismo tiempo, si será o no el final de un ciclo en el que la idea de liberación nacional, social y humana, ha generado entusiasmo, participación y esperanzas, y se ha recuperado la noción de socialismo.

Los análisis que se basan en la dimensión económica privilegian variables tales como la baja de los precios internacionales del petróleo y otras mercancías exportables del sector primario, la apreciación del dólar y el fuerte descenso de la dinámica de crecimiento de la economía mundial. Pero la vulgarización coloquial de esa dimensión no realiza análisis, sino que acude a dogmas que fueron lugares comunes durante décadas dentro de la mayor parte de las izquierdas, que hacen depender la vida social, incluidos sus cambios revolucionarios, de abstracciones seleccionadas de la dimensión económica de la sociedad. Eso no es cierto, ningún proceso revolucionario ha sucedido a causa de los avatares de esas abstracciones, ni ha triunfado, se ha sostenido o ha fracasado a causa de ellas. El movimiento histórico no puede explicarse por la “base económica”.

Todas las revoluciones reales han sucedido en países mal llamados “subdesarrollados”. Por esa causa y por la acción de sus enemigos padecen una situación adversa constante en el terreno económico, que en determinadas coyunturas puede llegar a ser de crisis o casi desesperada. En realidad, los países con poderes y transición socialista, y los que han producido transformaciones en esa dirección, no cuentan con un modo de producción enteramente socialista, ni autónomo. En proporciones diferenciadas, tienen también formas económicas de capitalismo y sostienen relaciones con el sistema capitalista mundial, su mercado internacional, su sistema financiero y otros aspectos sensibles. Lo esencial, lo decisivo que permite considerarlos procesos de cambios y liberación es que tienen poder político y militar y gozan de consenso y confianza de las mayorías, que ejercen control político sobre sus economías para tratar de ponerlas en función de las necesidades del pueblo y del poder que ejercen, y regulan las relaciones de su economía con el capitalismo internacional. Aun así, un buen número de variables queda fuera de su control.

Pero si esos poderes se sostienen con determinación pueden conservar su fuerza y su encanto, y el pueblo los apoya y les ofrece su abnegación, sus acciones y sus iniciativas. La Cuba de la primera mitad de los años noventa brindó una prueba ejemplar. Hoy resulta de vida o muerte combatir el fatalismo que contienen las posiciones que aceptan nociones como la de “fin de ciclo”, porque en coyunturas difíciles se convierten en derrotismo y desmoralización.

En esta situación de insuficiencias del pensamiento social parece normal atenerse a una gran parte del lenguaje del capitalismo, o a las ideas y las prácticas que se consideran lógicas o inevitables, las cuales sirven para explicarse o para justificarse. Una corriente ha insistido durante estos últimos 25 años en que se recorten los objetivos, las acciones, la política y las ideas, con el propósito de conseguir o no perder al electorado, no asustar a la “clase media” ni a los inversionistas, y ser en suma una izquierda respetable a los ojos de las mayorías, a las que conciben sobre todo como votantes en los sistemas electorales. Ahora surge el temor de que por no haberse sido suficientemente “progresista” vaya a triunfar por todas partes el “atraso” que porta una derecha aparentemente más sagaz y capaz de engañar a millones de incautos. Ante los resultados recientes de Argentina y Venezuela, algunos llegan a creer que si los miserables, hambrientos y faltos de esperanza son elevados material y socialmente se vuelven “de clase media” y votan contra sus propios benefactores.

Hay un hecho innegable: el imperialismo norteamericano y sus aliados subordinados en cada país en cuestión --que no quieren ceder su poder, su lucro y sus privilegios-- están a la ofensiva. Hacen una guerra sin cuartel a base de la formación de opinión pública mediante su control de los medios de comunicación, el temor y los hábitos conservadores, la guerra económica que deteriora la vida de amplias capas de población, políticos corruptos que ocupan cargos y arruinan y desprestigian el proceso, magistrados que son sirvientes de la clase dominante, y la utilización de enormes recursos materiales para campañas que incluyen la compra del voto de personas y familias que viven en extrema pobreza. Sus formas de subversión siguen vigentes, pero están operando dentro de las reglas del juego del sistema capitalista neocolonial, donde la alternancia de gobiernos y corrientes ideológicas no ha implicado nunca un peligro mortal para el sistema de dominación. Un requisito de esa ofensiva es amagar con el caos y la violencia, y asustar a los timoratos, pero sin salirse de las reglas electorales y de política que caracterizan a los períodos en que rige la democracia burguesa.

La situación está exigiendo revisar y analizar con profundidad y con espíritu autocrítico todos los aspectos relevantes de los procesos en curso, todas las políticas y todas las opciones. Esa actitud y las actuaciones consecuentes con ella son factibles, porque el campo popular latinoamericano posee ideales, convicciones, fuerzas reales organizadas y una cultura acumulada. Una enseñanza está muy clara: distribuir mejor la renta, aumentar la calidad de la vida de las mayorías, repartir servicios y prestaciones a los inermes es indispensable, pero no es suficiente. Alcanzar victorias electorales populares dentro del sistema capitalista, administrar mejor que sus pandillas de gobernantes, e incluso gobernar a favor del pueblo a contracorriente de su orden explotador y despiadado, es un gran avance, pero es insuficiente. Vuelve a demostrar su acierto una proposición fundamental de Carlos Marx: la centralidad de una nueva política en la actividad del movimiento de los oprimidos, para lograr vencer y para consolidar la victoria.

Estamos abocándonos a una nueva etapa de acontecimientos que pueden ser decisivos, de grandes retos y enfrentamientos, y de posibilidades de cambios sociales radicales. Es decir, una etapa en la que predominarán la praxis y el movimiento histórico, en la que los actores podrían imponerse a las circunstancias y modificarlas a fondo, una etapa en la que habrá victorias o derrotas.

Comprender las deficiencias de cada proceso es realmente importante. Pero más aún lo es actuar. Concientizar, organizar, movilizar, utilizar las fuerzas con que se cuenta, son las palabras de orden. No se pueden aceptar expresiones de aceptación resignada o de protesta timorata: hay que revisar las vías y los medios utilizados y su alcance, sus límites y sus condicionamientos. Y hacer todo lo que sea preciso para que no sea derrotado el campo popular. La eficiencia para garantizar los derechos del pueblo y defender y guiar su camino de liberaciones debe ser la única legitimidad que se les exija a las vías y a los instrumentos. Las instituciones y las actuaciones tendrán su razón de ser en servir a las necesidades y los intereses supremos de los pueblos, a la obligación de defender lo logrado y la confianza y la esperanza de tantos millones de personas. Esa debe ser la brújula de los pueblos y de sus representantes y conductores.

Solamente una praxis intencionada, organizada, capaz de manejar los datos fundamentales, las valoraciones, las opciones, la pluralidad de situaciones, posiciones y objetivos, las condicionantes y las políticas que están en juego, tendrá probabilidades de triunfar.

Un radicalismo ciego puede confundir y debilitar al campo popular, y resultar funcional a la dominación. A mi juicio, la posición acertada hoy es unir los ideales, los intereses y las actuaciones en una unidad de todos los factores que estén dispuestos a enfrentar las tareas y los peligros actuales, en pos de defender y consolidar la soberanía nacional. Al mismo tiempo, podrán conducir al pueblo los que luchen por defender y expandir el bienestar, las oportunidades y la capacitación de las mayorías para gozar de una vida digna, y por organizar la política como democracia al servicio del pueblo.

Mientras exista la opresión, la explotación y la dominación capitalista, no habrá equilibrio del mundo. La liberación de los seres humanos y las sociedades es lo que abrirá las puertas a la creación de un mundo nuevo, lo que permitirá que al fin podamos tener un equilibrio del mundo.

¿Parece demasiada ambición? Naturalmente. Pero es lo único factible. Termino apelando, en este asunto como en tantos, al magisterio de José Martí, el primer pensador americano que se planteó el mundo desde una visión moderna y a la vez crítica de la modernidad, desde un anticolonialismo total y una propuesta de liberación humana y social que reconciliara y hermanara la libertad con la justicia. Pero al mismo tiempo comprendió que debía dedicar su vida a la política práctica que echara a andar a su pueblo de manera efectiva por el largo camino a recorrer, y logró el prodigio de conciliar aquella visión tan trascendental con aquellas tareas inmediatas.

La vida, el pensamiento y la propuesta de Martí estuvieron regidos por ese axioma fundamental de la política revolucionaria. Lo expresó de manera más bien enigmática cuando su país natal parecía irremediablemente sometido al colonialismo, al escribir: “los locos, somos cuerdos”. Lo dijo claramente diez años después, cuando todavía no había forjado el partido revolucionario, el instrumento del gran cambio: “el único hombre práctico es aquel cuyo sueño de hoy será la ley de mañana”.

Y durante su colosal campaña de sembrar conciencia y organización, y preparar la guerra necesaria para vencer a los colonialismos y educar a un pueblo entero que fuera capaz de crear una república nueva, se ocupó de todo en detalle, pero sin ceder jamás un principio ni perder el rumbo. Combatió al mismo tiempo a los adversarios y a las divisiones, las debilidades y los prejuicios de los patriotas, conoció y tuvo en cuenta cuestiones esenciales de la situación y las tendencias que no eran visibles, y enfrentó las contradicciones entre el deber ser de los ideales y los problemas de estrategia y táctica, y los dilemas riesgosos que exigían decisiones urgentes. Pero fue capaz a la vez de inscribir todo eso en una concepción de una profundidad y un alcance excepcionales acerca de la república nueva y el mejoramiento humano, una propuesta de futuro que sigue vigente.




 


Síntesis y conclusiones del Taller de Lectura Nº 82

Síntesis y conclusiones del Taller de Lectura  Nº  82

Revolución Cubana 1959-2016. Sin echar el laurel en la olla

Este texto, publicado originalmente en Bohemia Digital fue tomado de Cubadebate el  6 enero de 2016, escrito por Luis Toledo Sande que es escritor, poeta y ensayista cubano, Doctor en Ciencias Filológicas y autor, entre otros, de “Cesto de llamas”, Premio Nacional de la Crítica. Hace un análisis muy claro del proceso de la Revolución cubana, inscripta entre otros tres grandes acontecimientos revolucionarios del siglo pasado que fueron la Revolución Mexicana, la Revolución de Octubre en la Rusia zarista, y la Segunda República Española, sin restar importancia además a las dos guerras llamadas mundiales. Si bien aparecen dos hechos reales, que a pesar de haberse declarado como socialismo real y burocráticamente irreversible, la Revolución de Octubre fue demolida, y por otro lado la Segunda República Española también fue derrotada por una implacable alianza internacional de la reacción fascista, y si bien Lenin sostuvo la inviabilidad de la plena construcción de un proyecto de esa índole en un país aislado, sobran razones para entender las vicisitudes con que ha tenido que vérselas el experimento cubano, que no sólo resistió durante más de medio siglo para llegar viva al siglo XXI, sino que continúa avanzando con el deber de fortalecerse, y enfrentando desafíos colosales, ya sean abiertos o enmascarados. Hace un especial énfasis en la importancia del pensamiento Martiano en la cultura cubana, desde el siglo XIX. Ese fue el fundamento de toda esa lucha, desde el concepto de que "ser cultos es la única manera de ser libres", como de la perseverancia histórica de la lucha, al decir: si la revolución que él fraguaba (año 1895) tendría posibilidad de triunfar, y ante la duda razonable, sostuvo que el gran deber patrio y humano sería hacer posible la revolución, o, por lo menos, acometerla del modo más eficaz. Lo innoble sería traicionar la grandeza del sacrificio. Martí sostuvo: “No yerra quien intenta componer un pueblo en la hora en que aún se lo puede; sino el que no lo intenta. Si no se lograse la composición, se lograría al menos el conocimiento de las causas por que no podía lograrse; y eso limpiaría el camino para lograrla mañana”. Cuando se avanzaba hacia la guerra que estallaría el 24 de febrero de 1895, Martí afirmó: “Era ambiente la revolución, y hoy es plan. Era un sentimiento inútil y cómodo: como corona de adelfas era, y de laurel, que no hay derecho a arrancarse de la frente para sazonar, con sus hojas ensangrentadas, la olla de la comodidad”. Comprendía que, aunque imperfecto, lo hecho antes del 10 de octubre de 1868 —la “preparación gloriosa y cruenta” asumida en el Manifiesto de Montecristi (marzo de 1895), ya en pie la nueva guerra—, se inscribía en la gloria de la cual sería deshonroso huir: “¡infeliz, en la memoria de los hombres, quien eche el laurel en la olla!”. Ratificó así la base ética de su pensamiento y de su conducta. El triunfo de la Revolución Cubana se debió a su carácter popular. Tres años tras la toma del poder, ocurrieron hechos trascendentales: la declaración del país como territorio libre de analfabetismo, la proclamación del carácter socialista de la Revolución y el aplastamiento de la invasión mercenaria en Playa Girón. Considerada una victoria de pueblos por lo que mencionó Fidel todos los (pueblos) de nuestra América, no solo el cubano, “fueron un poco más libres”. Si a pesar del terrible bloqueo económico, comercial y financiero que aún perdura, de las agresiones armadas como la explosión del vapor francés La Cuobre en el puerto de la Habana, la voladura de un avión cubano en pleno vuelo sobre Barbados, el presidente estadounidense propone cambiar la política que su gobierno ha mantenido contra Cuba durante más de medio siglo, diciendo que esa política no ha conseguido su propósito, sólo nos queda por pensar que el objetivo seguirá siendo destruir a la Revolución y restablecer en la mayor de las Antillas la dominación con que desde 1898 los Estados Unidos ensayaron aquí el neocolonialismo, “su sistema de colonización”, como lo denunció Martí pensando en los planes imperiales contra nuestra América en general. Es por esto que se deberá hacer lo necesario para que la Revolución mantenga ese espíritu productivo y —siempre Martí— orientado por la utilidad de la virtud, superior a la virtud de la utilidad, y para que dentro de muchas décadas se pueda seguir hablando de ella como de una realidad viva, no de un proceso estancado. Cuando se ha tenido como brújula echar la suerte con los pobres de la tierra, y se ha vivido más de un siglo de luchas revolucionarias, sería criminal abandonar el camino que esa brújula ha venido indicando.

En el transcurso del debate acordamos nuestro reconocimiento al tremendo mérito que significa para el pueblo cubano haber sostenido hasta la actualidad a su Revolución, que en medio de la crisis sistémica del capitalismo éste arremete contra las políticas progresistas de nuestros países latinoamericanos con los llamados "golpes blandos" mediante guerras económicas, mediáticas y psicológicas, confundiendo y engañando a las masas populares, tergiversando de esta manera los resultados en las elecciones a favor de su desgastado modelo explotador. Se habló de la penetración cultural consumista que estamos padeciendo, haciéndonos perder la memoria histórica, que anulando nuestra cultura política y vaciándonos de la conceptualización ideológica no nos permite adquirir conciencia de clases. Así fue como recordamos la frase de José Martí quien nos enseñó que "ser cultos es la única manera para poder ser libres". De esta manera vimos la necesidad de buscar permanentes espacios de formación y de participación fundamentalmente para los jóvenes partiendo, por ejemplo, desde los centros de estudiantes en las escuelas secundarias. De todos modos hay un reconocimiento de la mayor participación política de los jóvenes en nuestra sociedad.

Finalmente se acordó abordar para el próximo Taller de Lectura un texto de Frei Betto: "Descuidar la educación ideológica, grave error" publicado el 28 de enero pasado en Prensa Latina y "Tarea de Grandes", por Fernando Martínez Heredia, en la intervención en el Panel “Neoliberalismo, nuevos escenarios en América Latina y el Caribe y el equilibrio del mundo” en la II Conferencia Internacional “Con todos y para el bien de todos”, Palacio de Convenciones, La Habana, 26 de enero de 2016.



Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba, 6 de febrero de 2016