noviembre 29, 2023

Círculo de Lectura # 176 - Diciembre de 2023

 

Círculo de Lectura # 176 - Diciembre de 2023

“Celia Sánchez Manduley, la más autóctona flor de la Revolución"

9 de mayo de 2023 - Tomado de Cuba en Resumen Por Armando Hart Dávalos*

Celia será siempre para todos sus compañeros la fibra más íntima y querida de la Revolución Cubana, la más entrañable de nuestras hermanas, la más autóctona flor de la Revolución.

A Celia hay que situarla como genuina representación popular de la etapa en que Fidel y el pueblo cubano cambiaron el curso de la historia de América y ayudaron de modo decisivo a la transformación revolucionaria del mundo. En esta obra inmensa, ella tiene un destacadísimo lugar de honor. Está junto al Che y a Camilo; como ellos entró por las puertas de la eternidad como símbolo purísimo del pueblo cubano en la época de Fidel. Para medir quién fue verdaderamente Celia, baste subrayar que será imposible escribir la historia de Fidel Castro sin reflejar a la vez la vida revolucionaria de Celia.

Hija del doctor Manuel Sánchez Silveira y la manzanillera Acacia Manduley Alsina, nació en Media Luna, antigua provincia de Oriente, el 9 de mayo de 1920. Su padre influyó directamente en su educación patriótica; fue él quien le hablaba de los próceres, la llevaba junto a sus hermanos a sitios históricos como San Lorenzo y Dos Ríos, los incitaba a leer La Edad de Oro y la obra martiana.

Cuando la familia se mudó para Pilón en 1940, quedó impactada con la situación de miseria en que se encontraban los campesinos de la zona. Realizó entonces disímiles actividades para ayudar a familias pobres y rápidamente comprendió que la única opción que transformaría verdaderamente aquella sociedad era un profundo cambio político. Se afilió al recién fundado Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), del cual su padre fue dirigente municipal. Después del golpe de Estado perpetrado por Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952 comenzó a participar en diversas organizaciones insurreccionales.

El 21 de mayo de 1953, año del centenario del nacimiento del Apóstol José Martí, escaló junto a otros martianos a la cima del Pico Real del Turquino, la mayor elevación del país, para colocar en la cumbre de la montaña un busto de bronce del Maestro que fue realizado por la relevante escultora cubana Jilma Madera.

En marzo de 1957, cuando se incorporó al Ejército Rebelde, comenzó su leyenda de guerrillera, desde que empezó a compartir con Fidel las principales decisiones de la guerra. Desde los meses anteriores al desembarco del Granma, no existió un episodio de la lucha revolucionaria dirigida por Fidel en el que Celia no haya estado en la primerísima línea de combate. Desde el momento mismo del desembarco en Las Coloradas, hasta el instante de su muerte, su trabajo permanente junto al Comandante en Jefe es uno de los hechos más hermosos, humanos y revolucionarios de esa etapa de la historia de Cuba y quedará para siempre en el corazón del pueblo como un ejemplo de lealtad política e ideológica insuperable.

Era una combatiente con excepcional intuición, sensibilidad e inteligencia. A su valor personal, mostrado en toda su vida de revolucionaria y en especial en los difíciles momentos de la guerra y en los instantes cruciales y decisivos por los que ha atravesado nuestro proceso, se unían la sencillez, la modestia y una exquisita delicadeza femenina.

El sentimiento y la raíz de pueblo que Celia llevaba en su conciencia combatiente eran parte sustancial de su propia naturaleza. Era, asimismo, capaz de comprender y entenderse con el pueblo con toda profundidad, como pocos revolucionarios han logrado. Es ampliamente conocida su extraordinaria preocupación por las inquietudes, opiniones y problemas del pueblo. Nunca relegó a un plano de segundo orden el interés de su nexo inmediato con la población. Para ella no había cuestión más importante que promover y desarrollar dicho vínculo. Pero no le bastaba mantener esa conducta, se interesaba también por que los cuadros de dirección del Partido y el Estado se relacionaran con la población y trataran muy concreta y directamente los problemas sobre los cuales tenían responsabilidades. Es más, en los días en que grandes problemas nacionales e internacionales tenían que absorber inevitablemente la atención de Fidel, Celia desarrollaba con mayor pasión su comunicación popular. Esto servía de manera importante para que él pudiera conocer en todo instante lo que el pueblo sentía y quería.

Ella fue una genuina creación de esta etapa revolucionaria. Aquellos años decisivos de la historia de la Revolución aparecen impregnados con el ejemplo de su vida, abnegación, pasión, cariño hacia los trabajadores y lealtad a la causa del pueblo. Como era una apasionada de la historia, emprendió en medio de aquellas difíciles condiciones de la montaña la imprescindible tarea de cuidar la historia de la archivística revolucionaria y por eso en su mochila de combatiente, se encargó de guardar los documentos de la hazaña revolucionaria. Porque desde el primer instante tuvo la sensibilidad y la conciencia que hacían falta para comprender que vivía en el escenario de una epopeya histórica extraordinaria. Cuidó con celo todos los documentos, materiales y escritos de Fidel y demás combatientes, con el objetivo de conservarlos para la posteridad. Organizó un gran archivo histórico con el inmenso arsenal de toda esa valiosa documentación de la Revolución y de su máximo líder.

Recordarla significa abrirnos el corazón y mostrar un pedazo de la historia que es parte viva y sentida de cada hombre y mujer del pueblo. La huella que ha dejado en el pueblo cubano no se podrá borrar jamás. Recuerdo la primera vez que oí hablar de Celia. Fue muchos meses antes del desembarco del Granma. A Santiago de Cuba fueron los compañeros Pedro Miret y Ñico López para entrar en contacto con Frank País, recorrer la antigua provincia de Oriente y analizar las posibles zonas que podríamos convertir en escenarios de combates revolucionarios. El punto más decisivo de aquel viaje fue la región de Manzanillo. De Oriente regresaron a La Habana contentos de las posibilidades que había en Manzanillo, donde ella y otros compañeros organizaban núcleos clandestinos y alentaban el movimiento popular contra la tiranía.

En medio del trabajo clandestino, donde se les daba prioridad a los problemas que suponía armarnos para la lucha, Ñico y Pedro nos transmitieron la impresión de que en Manzanillo existían brotes de un movimiento popular, de masas, y efervescencia de ideas progresistas muy avanzadas. Ellos llevaron a Fidel informaciones útiles para el propósito de ser libres o mártires en 1956.

Recuerdo también la primera vez que la vi en La Habana, cuando acudió a varios de nosotros para que le diéramos vía y autorización para viajar a México con la intención de regresar en lo que después fue la expedición del yate Granma. Sin embargo, Frank quería que Celia permaneciera en Manzanillo organizando el apoyo al desembarco. No vino en el Granma por decisión de la dirección del Movimiento 26 de Julio en Cuba. Posteriormente pudo comprobarse que el trabajo realizado por ella en las zonas de Pilón, Niquero y Manzanillo fue de un valor inestimable en los días del desembarco.

Se le consideraba un valioso puntal del Movimiento 26 de Julio antes de la expedición del Granma. Celia no solo se acercó al Movimiento: la dirección del Movimiento también se acercó a Celia. Ella ejercía por aquel entonces, en la zona de Manzanillo, una notable y creciente influencia política entre los sectores más humildes de la población.

Por la composición social de la región, y dada la influencia de las ideas progresistas que en esta existía, la dirección del Movimiento en La Habana y en Santiago de Cuba y, desde luego, Fidel, siempre consideraron a Manzanillo como un importantísimo foco de las ideas revolucionarias.

Su trabajo y el de los compañeros en aquella zona iría a convertirse, con el desembarco de Fidel, en el punto de contacto más inmediato entre la Sierra y el Llano. Durante algunos meses desarrolló una intensa actividad organizativa de apoyo a los expedicionarios. Trabajó en el Llano manzanillero, es decir, en las puertas de la Sierra, en la organización de la retaguardia serrana, y se transformó de hecho en el principal contacto entre los grupos comandados por Fidel y el movimiento clandestino que operaba en el resto de Cuba y especialmente en Oriente.

Los compañeros que laborábamos en la clandestinidad la consideramos una combatiente del Llano y siempre consideramos que ella conocía los problemas y las situaciones del Llano de la manera correcta. Había vivido intensamente la clandestinidad en Oriente y conocía con mucha profundidad los sentimientos revolucionarios de Frank y de los combatientes clandestinos.

En febrero de 1957, Frank, Celia y un grupo de compañeros nos entrevistamos por primera vez con Fidel, Raúl y el Che, así como con otros guerrilleros, en las estribaciones de la Sierra Maestra. Allí fue donde ella conoció de manera personal a Fidel. De aquel encuentro surgió la orientación de conducir clandestinamente hacia la Sierra un fuerte contingente de hombres y armas que habían intervenido en los sucesos del 30 de noviembre. En las semanas subsiguientes, Celia, junto a Frank y varios compañeros, trabajamos sin descanso en el empeño. Pero el alma y la dirección de aquella operación, fueron ellos dos.

Esa capacidad ejecutiva, ese don de convertir en hechos los más atrevidos proyectos, esa formidable preocupación que tenía por los detalles y que todo el pueblo de Cuba conoce, los pudimos apreciar de una manera ejemplar durante aquellas semanas, tan cargadas de historia y de recuerdos. Mover en los primeros meses de 1957 un destacamento armado de cerca de sesenta hombres desde Santiago de Cuba y otras zonas de Oriente hacia Manzanillo; cobijarlos, amparados en un marabuzal, durante más de dos semanas, a cortos kilómetros de la entrada del pueblo y a unos pocos pasos de la carretera de Bayamo a Manzanillo, y trasladarlos después a la Sierra Maestra, era tarea para la que se exigía coraje, capacidad de organización, destreza, talento y audacia.

Es cierto que tenía en Manzanillo una gran influencia en diversos sectores populares, y esto le servía de mucho para sus propósitos. Pero el valor de su trabajo en aquellos días ha de verse también en el hecho de que siendo conocida por amplias capas de la población, siempre se las ingenió para trabajar en la clandestinidad dentro de la zona, preparar operaciones audaces y no ser descubierta.

La labor organizativa realizada en las zonas de Manzanillo, Pilón y Niquero antes del desembarco, la vasta red clandestina que allí había, constituida antes del Granma, la tesonera tarea de los revolucionarios de la zona en las semanas que van del 2 de diciembre de 1956 al 17 de febrero de 1957, cuando se produjo la citada entrevista, unidas al trabajo exitoso que condujo a la operación de llevar a la Sierra un destacamento armado, son tres hitos importantes por los que empezó a entrar con personalidad propia en la historia de la Revolución.

Por aquellos días fue transformándose en el enlace principal entre la Sierra y el Llano. Poco después, una vez asegurada la retaguardia, pasó a trabajar definitivamente en la Sierra, junto a Fidel, convirtiéndose en uno de los principalísimos baluartes del movimiento guerrillero. Conocedora de la zona, con innumerables contactos en el Llano manzanillero, con vínculos estrechos con el Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba y con una confianza ilimitada en el triunfo de la causa rebelde, se convirtió en la insuperable auxiliar de Fidel. Se transformó así en un símbolo. Con su valor, constancia, abnegación, laboriosidad y trabajo altamente eficaz al lado de Fidel, entró definitivamente en la historia. En la Sierra no fue solo la heroína de la guerra; fue, además, la heroína del trabajo. En ella la leyenda adquirió forma y contenido reales.

Si dadas las múltiples tareas y responsabilidades de Fidel no le era posible a algún compañero explicarle directamente a él cualquier problema de interés, le bastaba con planteárselo a Celia. Sabíamos de su sensibilidad, de su madurez y de su conocimiento para interpretar al Comandante en Jefe. Cuando salíamos de hablar con ella, sentíamos la seguridad de que, siguiendo sus consejos, nos ajustaríamos fielmente a los criterios del líder de la Revolución.

Desde los tiempos de la Sierra desempeñó este papel de compañera y ofreció su ayuda fraternal a todos los combatientes. Se preocupaba hasta por los más mínimos detalles e inquietudes personales de los combatientes. Lo hacía con fraternidad y con un trato exigente y riguroso en las cuestiones de principios.

Apasionada, pero al estilo de los que habló Martí cuando dijo que los apasionados eran los primogénitos del mundo. Tenía la capacidad de entrega, el desprendimiento personal, la sensibilidad humana y la exquisita dulzura de que solo son capaces las mujeres. No había injusticia por reparar, no había problema humano por resolver, no había cuestión de interés revolucionario por abordar y en los que pudiera intervenir, que no lo hiciera con firmeza, con modestia, decisión y con ferviente pasión revolucionaria.

En su carácter se integraron la dulzura, el cariño, el afecto, la alegría de vivir, con la más rigurosa exigencia en los principios y en el trabajo revolucionario. Quizás fue esta combinación que la vida muestra como excepcional, unida a su sentir de pueblo y a su modestia y sencillez, lo que le facilitó una depurada, fina y profunda identificación política con Fidel.

Si el Che dijo que, en su renuevo continuo e inmortal, Camilo era la imagen del pueblo, de Celia podría decirse exactamente lo mismo. Su forma de actuar y proceder, su estilo personal y sus reacciones ante los problemas de la vida diaria, tipifican el carácter y el temperamento del pueblo cubano. Era una típica cubana. Lo era en su alegría, en su dinamismo, en su carácter extrovertido, abierto, en su fraternidad humana y en su exigencia y rigor.

Los que tuvimos oportunidad de hablar con ella en los últimos años de su vida, pudimos apreciar que la heroína legendaria mantenía la llama de la rebeldía contra toda injusticia y contra todo lo mal hecho, pero que había adquirido, a su vez, una conciencia madura para comprender la complejidad de los problemas políticos, sociales y estatales que se plantean a una Revolución como la nuestra.

Aunque tenía el poder y la autoridad, no concebía utilizarlos para medrar o acomodarse; gustaba, sí, de emplearlos, pero para construir y crear. No quería la autoridad para otra cosa. La quería para contribuir a la obra colectiva. Y siempre la empleó para llevar a cabo tareas concretas que fueran útiles a los propósitos de la Revolución. Solo así es genuinamente revolucionaria la autoridad que el pueblo y la Revolución nos entregan. En un revolucionario verdadero no vale la pena tener autoridad ni tener poder para otro fin.

Así la vimos en el trabajo de construcción socialista, procurando resolver innumerables problemas en las más diversas esferas de nuestra vida social y económica. En las granjas, en las fábricas, en las escuelas, en las instituciones hospitalarias, en los centros de recreación, en los centros laborales en general. Construyendo, reconstruyendo, reparando, rectificando, luchando infatigablemente en las más diversas tareas. Preocupándose por los detalles de numerosísimas obras de beneficio social o colectivo, todas ellas inspiradas en los programas y en las ideas concebidos por Fidel. Y lo hacía con imaginación, interesando a un gran número de personas en la ejecución de esos trabajos. Charlaba con obreros, campesinos, técnicos, especialistas, estudiantes, jóvenes e incluso con niños, para llevar a cabo los planes que se le habían encomendado. Trabajaba infatigablemente noche y día, sin descanso; su vida estuvo por entero dedicada a la Revolución.

Era asimismo extraordinariamente sensible a los aspectos ideológicos de cada situación política o histórica. En cuestiones de principios políticos, mantenía un gran celo y exigencia y, a su vez, un apasionado interés por las interpretaciones más justas y revolucionarias a cada situación.

Sentía la lucha de liberación nacional de América Latina y el Caribe como algo muy íntimo. Sufría con la miseria de otros pueblos y con los atropellos que el imperialismo cometía en cualquier área del mundo; para sus sentimientos revolucionarios no había fronteras.

Poseía un finísimo sentido de lo hermoso, y cuando podía influir, procuraba que se creara belleza en el medio ambiente y en las obras constructivas e instalaciones que acometía la Revolución. Por su profundo sentimiento patrio, se inclinaba a la exaltación de las formas cubanas de lo bello. Ha dejado la huella de la belleza cubana y tropical en muchas de nuestras instalaciones.

A su sentido humano y a su sencillez unía un rechazo al tratamiento formalista de los problemas; iba a su esencia y a su solución práctica. Rehuía las formalidades y buscaba siempre el aspecto más eficaz, positivo y funcional de las cuestiones.

La guerrillera de las montañas de Oriente, a quien le agradaba dormir en hamacas o recorrer un camino serrano y nunca perdió el gusto por ese estilo de vida fue, sin embargo, capaz de promover, organizar y desenvolverse con el porte preciso dentro de las formalidades de la vida oficial que inevitablemente tiene que realizar todo Estado. Sin embargo, a pesar de haberse movido con la destreza necesaria para ello, no dejó de ser la guerrillera rebelde y ejemplar que mochila al hombro acompañaba al Comandante en Jefe. No dejó de ser la combatiente de las vicisitudes de la Sierra, la trabajadora abnegada que junto a Fidel recorría los planes agrícolas, los centros de trabajo, las escuelas, los hospitales.

Fue también capaz de promover y organizar nuestra vida oficial y protocolar y eso también lo hizo con eficiencia e imaginación. Lo pudo hacer porque sabía que era un requerimiento y una necesidad de la Revolución y del trabajo de Fidel. Celia fue siempre la garantía definitiva de la atención y la precisión con que se lograron ejecutar con éxito cada uno de los detalles de la inmensa obra en la que fue protagonista de excepción.

Esa fue Celia: grande en su abnegación heroica y en su lealtad incondicional, grande en su identificación con el pueblo, en su amor a la obra de la Revolución y en su interés apasionado por los demás, grande en su preocupación por los aspectos más concretos y decisivos de cada obra de la Revolución, grande — quizás sobre cualquier otra virtud— en su modestia y sencillez.

Entre todas sus cualidades debemos destacar su rechazo a cualquier forma de ostentación y su apego a las maneras simples y sencillas de vivir y trabajar. Esta era una de sus más conmovedoras virtudes. Su carácter me recuerda aquellos versos de Martí: “El arroyo de la sierra / me complace más que el mar”. Y no podía ser de otra manera quien estaba tan unida a Fidel.

Ella nos da fuerzas, nos da aliento y nos impulsa con el ejemplo de su vida. Nos enseña las virtudes que debemos desarrollar, nos estimula en esta hora que viven la patria, América y el mundo para continuar luchando por un mundo mejor y más pleno para todos.

(Versión del discurso que pronunció Armando Hart Dávalos en la despedida de duelo de Celia Sánchez Manduley, en la Necrópolis de Colón, La Habana, el 12 de enero de 1980)

(*) Armando Hart Dávalos - La Habana, 13 de junio de 1930 - La Habana, 26 de noviembre de 2017. Destacado intelectual y político cubano; ferviente estudioso del pensamiento y la obra de José Martí, el Héroe Nacional Cubano. Integró la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio, desde su fundación en 1955 y tras el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista fue designado como Ministro de Educación del gobierno revolucionario cubano. Al crearse el Partido Comunista de Cuba en 1965 fue elegido miembro de su Comité Central y de su Buró Político.

Fue designado Ministro de Cultura desde la apertura de dicho ministerio en diciembre de 1976 hasta abril de 1997, en que fundó y pasó a dirigir la Oficina del Programa Martiano, adscripta al Consejo de Estado y la Sociedad Cultural José Martí.

noviembre 05, 2023

Síntesis y conclusiones del Círculo de Lectura Nº 175

 Síntesis y conclusiones del Círculo de Lectura Nº 175 

 “José Martí en Fidel Castro” 

Éste texto tomado de Cubadebate fue escrito por Pedro Pablo Rodríguez, doctor en Ciencias Históricas e Investigador titular del Centro de Estudios Martianos de Cuba. Describe la vinculación del pensamiento y la obra entre Fidel Castro y José Martí. Fidel ha abordado detenidamente la lectura de los libros escritos por Martí, de donde extrajo la esencia del pensamiento martiano, desde su apego por la partía, la necesaria independencia de Cuba con la abolición definitiva del esclavismo y la constitución de una República soberana. La Revolución cubana que triunfara el 1° de enero de 1959 se fundamentó en lo que ellos llamaron la generación del centenario haciendo alusión a los cien años del natalicio del Apóstol, el juicio por la gesta del Moncada donde Fidel atribuía su autoría intelectual a José Martí, las múltiples menciones al pensamiento martiano en el alegato “La historia me absolverá” que fuera pronunciado por Fidel en su autodefensa por los hechos del Moncada, demuestran su apego al ideario martiano, basado en la justicia social, desde el uso debido de la tierra, la garantía de tener un trabajo digno, educación y salud asegurada para todo el pueblo. Otra característica importante tomada del Maestro fue su capacidad de organización de la contienda armada que fuera clave en el éxito del Ejército Rebelde. Fueron expresiones de Fidel: “Traigo en el corazón la doctrina del Maestro”; “Eduqué mi mente en el pensamiento martiano que predica amor y no el odio”; “Es el Apóstol el guía de mi vida” y luego, tras el triunfo del primero de enero de 1959 expresó: “Al fin, Maestro, tu Cuba que soñaste, está siendo convertida en realidad!”. A partir de ese momento comenzó para Cuba una lucha frontal contra el imperialismo encabezado por el gobierno de los Estados Unidos, un enemigo que ya había estado en la visión del Apóstol. Se fue construyendo así el socialismo teniendo siempre presente el legado de Martí basado en la justicia social y la dignidad humana. Al confluir las distintas organizaciones y partidos políticos en el partido único comunista, también habla de las enseñanzas del Apóstol con respecto a la unidad. Se puso de manifiesto el sentido internacionalista desde la solidaridad con los otros países de Nuestramérica y también del mundo. Es por todo esto que siempre se debe asociar a Fidel con el pensamiento de Martí a lo largo de toda su lucha revolucionaria. 

Durante el posterior debate se destacó que el pensamiento de José Martí está basado en la condición humana, poniendo de relieve la dignidad del hombre (y de la mujer). Surgieron comentarios acerca de cómo se interpretó en el seno familiar el hecho político del triunfo de la Revolución cubana en el año 1959. Fue visto como algo positivo. Se recordó que en base a nuestro taller de lectura N° 125 de septiembre de 2019 titulado: “CHEgasé de Fabián Bazán”, donde se afirmaba que a la Revolución cubana, a un comienzo, se le dio una interpretación desde una posición defensiva, pero que luego fue derivando en posturas más críticas, en la medida en que su desarrollo fue comprometiendo los intereses de la oligarquía argentina. Tal es así que hasta se la comparó con nuestra mal llamada “Revolución Libertadora de 1955”, ya que se entendió que del mismo modo en que sus protagonistas desplazaron a quien llamaban el dictador Juan Domingo Perón, Fidel y la Revolución cubana habían desplazad y derrocado al dictador Fulgencio Batista en Cuba. A lo que el Che respondió que lo nuestro (Cuba) no podía ser una Revolución Libertadora porque no éramos parte de un ejército plutocrático, y porque nuestra bandera de combate no era una vaca sino, en todo caso, un alambre de cerca latifundaria destrozado por un tractor, como es hoy la insignia de nuestra INRA (Instituto Nacional de la Reforma Agraria). Se comentó acerca de la necesidad de volver siempre a Martí, quien afirmaba que nuestra educación debía ser de carácter emancipador para que se aprenda a pensar “con cabeza propia” frente al actual modo de enseñanza que promueve la desideologización y la despolitización de la sociedad. Para ello debemos hacer hincapié en priorizar los conocimientos de nuestra propia historia como americanos, fortaleciendo así nuestras identidades nacionales colectivas. Precisamente en éste sentido se comentó el escaso conocimiento que tienen hoy los jóvenes, de nuestra propia historia, y fundamentalmente su desinterés por conocerla. En cambio les resulta fascinante acceder lo más rápidamente posible a los bienes de consumo. Se comentó de cómo nos invaden la conciencia desde la industria cultural yanqui, creada y fomentada fuertemente por el imperialismo norteamericano, y que es precisamente lo que consumimos a diario de manera sutil, casi sin darnos cuenta. Ya José Martí nos advertía a fines del siglo XIX cuando afirmaba: “viví en el monstruo y le conozco las entrañas”. Nos damos cuenta que lamentablemente somos pocos los que pensamos con “cabeza propia” como decía el Apóstol, sin caer en la pereza intelectual. Se comentó acerca de la preocupación por parte de un profesor de la Universidad del Comahue, cuando él comentó que nota un alto desinterés por parte de los jóvenes estudiantes en cuanto a la política, inclusive de su propia formación académica. La juventud está fuertemente relacionada al uso de la pantalla de los celulares, creando así una verdadera infodemia, donde nos sobresaturan de información sin tener el tiempo necesario para poder analizarla. Por otro lado es notable cómo los alumnos de las escuelas primarias han perdido su capacidad de atención, siendo ésta reducida a escasos segundos, debido al acostumbramiento a la inmediatez del mensaje corto y superficial.

Por último acordamos abordar para el próximo Círculo de Lectura, del sábado 02 de diciembre, un texto de Armando Hart Dávalos, titulado “Celia Sánchez Manduley, la más autóctona flor de la Revolución”.                              

Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba, 04 de noviembre de 2023.

noviembre 01, 2023

Círculo de Lectura # 175 – Noviembre de 2023

 Círculo de Lectura # 175  –  Noviembre de 2023 

José Martí en Fidel Castro 

Fecha:  28/11/2020 – Tomado de Cubadebate

http://www.cubadebate.cu/especiales/2020/11/28/jose-marti-en-fidel-castro/

Autor: Rodríguez, Pedro Pablo.

La relación estrecha, íntima y sistemática entre la obra y el pensar de Fidel Castro con la de José Martí es consecuencia, desde luego, de la voluntad del primer líder revolucionario, quien muy prontamente así lo manifestó desde sus primeros textos políticos. Como prueba de ello se ha recurrido a menudo a la frase que pronunciara en su autodefensa titulada “La historia me absolverá”, cuando calificó al Apóstol de la independencia cubana como el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada de Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953.

Al igual que buena parte de su generación, Fidel vivió su infancia y juventud en una sociedad que hizo de Martí paradigma de la nación, y que durante los años del frustrado proceso revolucionario del 30 sometió a crítica el sistema neocolonial desde los enjuiciamientos del Maestro. Las batallas por la Constitución de 1940, los afanes renovadores incumplidos por los gobiernos del Partido Auténtico y las esperanzas  de adecentamiento y dignificación moral representadas por Eduardo Chibás tuvieron como punta de lanza el verbo martiano.

Mientras que la escuela y la universidad habanera, a su vez, dieron coherencia y sistematicidad a Fidel en la lectura y asimilación de la prédica del Maestro. El líder estudiantil y el joven abogado que se introdujo en las lides políticas demostró disponer de un sólido conocimiento de la historia patriótica cubana y de un extenso manejo de la obra martiana.

Muchos años después, Fidel recordaba esa adscripción suya:

    “De lo primero que yo me empapo mucho, profundamente, es de la literatura martiana, de las obras de Martí, de los escritos de Martí; es difícil que exista algo de lo escrito por Martí, de sus proclamas políticas, sus discursos, que constituyen dos gruesos volúmenes, deben ser unas dos mil páginas o algo más, que no haya leído cuando estudiaba en el bachillerato o estaba en la Universidad.”

Y precisaba Fidel la doble influencia que desde entonces le guiara: “Yo en ese momento tenía una doble influencia, que la sigo teniendo hoy: una influencia de la historia de nuestra Patria, de sus tradiciones, del pensamiento de Martí, y de la formación marxista-leninista que habíamos adquirido ya en nuestra vida universitaria”.

Los grupos de revolucionarios que fueron reunidos por Fidel para afrontar con las armas a la tiranía batistiana compartían semejante culto patriótico e interés por las ideas del Apóstol, al punto de que ellos mismos se denominaron la generación del centenario ante aquel aniversario de su natalicio.

Ciertamente, la acción armada de 1953 en Santiago de Cuba puede considerarse como la inauguración de Fidel Castro en la vida política puesto que, por un lado, ese hecho repercutió notablemente y le permitió ser ampliamente conocido en la sociedad cubana, y, por otro, puso en evidencia que se abría así una nueva manera de enfrentar a la dictadura que había interrumpido la institucionalidad constitucional con el golpe de Estado un año antes: la vía de las armas frente al aparato militar, ejecutor y principal sostén  de la tiranía.

No obstante, ya Fidel Castro se había hecho sentir en las lides políticas desde su paso por la Universidad de La Habana —entonces un foco de rebeldía y de formación de cuadros políticos—; por su presencia en la frustrada expedición de Cayo Confites  contra la sangrienta tiranía dominicana de Trujillo; por su participación en el bogotazo, el levantamiento espontáneo en la capital colombiana ante el asesinato del popular líder liberal Jorge Eliecer Gaitán; por su activa militancia en el Partido Ortodoxo de Chibás, que movilizó a amplios sectores nacionales contra la corrupción administrativa; y por sus varias acciones legales y denuncias en la prensa  de condena del golpe de Estado de 1952.

El joven próximo a cumplir los 26 años de edad que dirigió el asalto a la segunda fortaleza militar cubana en 1953 ya podía mostrar una hoja de servicios políticos que lo destacaba entre los jóvenes que se hacían notar por aquella época.

Durante los preparativos del aquel primer combate, Fidel Castro se fue asociando con un grupo de jóvenes de diversa procedencia social y geográfica, algunos de los cuales ya se denominaban la generación del centenario, en alusión a que el 28 de enero de 1953 se conmemoraban en todo el país los cien años del natalicio de José Martí, como luego del 26 de julio de ese año se siguieron llamando los revolucionarios que continuaron la pelea.  Aquella no fue solo una manera de expresar una conciencia generacional, sino, y sobre todo,  de sustentar una postura profundamente crítica acerca de la sociedad y de la necesidad de subvertir sus rasgos de decadencia moral, de su dependencia de Estados Unidos, de su estancamiento económico sobre una base monoproductora y monoexportadora y de la creciente polarización social y el aumento de la miseria entre las clases trabajadoras.

Como había ocurrido desde los años veinte de aquel siglo y durante la frustrada revolución del 30, el ideario de José Martí volvía a ser empleado conscientemente para fundamentar la necesidad de una revolución social en Cuba. Luego el joven Fidel Castro, sobre todo tras su ingreso en la universidad habanera, se formó en la política en esa tradición y en ese ambiente, influidos por el proyecto martiano. Sus escritos de entonces evidencian en sus citas textuales  y  en su propio estilo esa presencia martiana, expresión de una lectura sistemática de la palabra del Maestro. No es casual que en más de cuarenta ocasiones aparezcan referencias expresas a la voz de Martí en La historia me absolverá, tomadas de muy diferentes escritos suyos, lo que manifiesta la familiarización del joven revolucionario con esa enorme obra escrita.

La propia etapa de organización del Movimiento 26 de Julio, luego de ser liberado Fidel de la prisión, tanto en la Isla como en la emigración en Estados Unidos y en México, y los preparativos del regreso a Cuba para reanudar la vía armada, indican una fuerte presencia martiana en su discurso, en la proyección social de sus objetivos, y en la justificación ética del método de acción que se seguiría y de los propósitos de las transformaciones sociales que se emprenderían.

Fidel Castro y sus principales seguidores desde el Moncada y posteriormente —Abel y Haidée Santamaría, Armando Hart, Juan Manuel Márquez, Frank País, por solo citar cuatro entre los más significativos de aquella época— repasaron las páginas del Maestro y aprendieron mucho de su ejecutoria práctica. La unidad entre las fuerzas opuestas a la tiranía a partir de una desvinculación respecto a  los grupos reformistas, la necesidad de organizar a los sectores populares y de brindarles un programa que atendiese primordialmente a sus requerimientos de justicia social (tierra, trabajo, educación, salud, verdadera igualdad de oportunidades, orgullo nacional), son elementos claves del carácter martiano del pensamiento fidelista desde entonces.

Me atrevería a añadir que hasta en la singular formación militar de Fidel Castro —quien no cursó jamás escuela castrense alguna, y, sin embargo, fue un brillante estratega, tanto en la guerrilla como el artífice de operaciones de enorme envergadura durante la guerra en Angola— influyeron las ideas del Maestro en cuanto a cómo organizar y dirigir una contienda armada, junto a su estudio sistemático de las luchas cubanas contra el colonialismo, en particular de las campañas de Máximo Gómez y de Antonio Maceo. Y siempre la eticidad martiana: una de las claves del éxito del Ejército Rebelde fue la desmoralización de las tropas de la tiranía frente a un enemigo que curaba a sus heridos y los devolvía a sus filas.

 “Traigo en el corazón la doctrina del Maestro.”

Así, como sabemos, dijo Fidel durante su alegato de defensa en el juicio por los sucesos del 26 de julio de 1953. No era propaganda hueca la frase sino profunda convicción como patentiza el programa revolucionario expuesto en La historia me absolverá, una verdadera guía de incuestionable impronta martiana para alcanzar la república diseñada desde el siglo XIX y para cumplir la verdadera liberación nacional del país.

Por eso durante los preparativos en la Isla y en el extranjero para reanudar la luchar armada, la amplia campaña en busca de apoyo político y material no sólo se asentó en la palabra del Maestro sino que, de hecho, siguió su estrategia unitaria contra el colonialismo. Demostraba así Fidel nuevamente que no era un mero repetidor de sus frases sino que ellas calaban tanto en su propia doctrina como en su acción.

Como prueba de su adscripción plena a la ética martiana, al referirse al martirologio del Moncada y describir los crímenes de la tiranía contra sus compañeros prisioneros y asesinados, afirma Fidel también en 1955: “Eduqué mi mente en el pensamiento martiano que predica el amor y no el odio”.

Desde luego, que tras el triunfo del primero de enero y comenzar la obra de transformaciones revolucionarias y hacia el socialismo, el desarrollo y maduración del pensamiento de Fidel nuca dejó de lado las enseñanzas martianas.

    “¡Al fin, Maestro, tu Cuba que soñaste, está siendo convertida en  realidad!”

Así puntualizaba en un discurso de 1960 cómo se cumplía el deseo martiano, frustrado en 1898, al fundamentar en Martí la obra de cambios que emprendía la Revolución: esta no era algo impostado sino expresión de las tradiciones y las necesidades insatisfechas del pueblo cubano. Raíz nacional y popular, raíz martiana tenía y tiene el proceso que rescató las riquezas y la soberanía nacionales, que abolió los privilegios y la explotación, que elevó las condiciones de vida y abrió amplio espacio al desarrollo de las capacidades de todos los cubanos.

El joven gobernante devenido pronto estadista perspicaz, el osado líder que proclamó el carácter socialista de la Revolución Cubana ante el inminente ataque militar de la fuerza mercenaria entrenada y apoyada por el gobierno de Estados Unidos, proclamó, y se atuvo siempre fiel a ese principio, el carácter martiano de esa Revolución también socialista y adscrita al pensamiento marxista.

Hay quienes han visto una incongruencia en ese doble basamento teórico e ideológico. Para los enemigos de la Revolución ello es una falsedad, algo imposible, puesto que encuentran incompatibles y hasta contrapuestas ambas fuentes, y hasta señalan –errónea y aviesamente— que en la Cuba revolucionaria se ha querido hacer de Martí un marxista. Incluso fue frecuente que entre los teóricos del campo socialista europeo  se rechazara abiertamente o se mostrara incomprensión y duda ante semejante plateo por considerar que Martí no fue marxista, con lo cual, de hecho, se situaban en la misma óptica de los enemigos de la Revolución, aunque en su caso desde la perspectiva de la superioridad de lo que llamaban el marxismo-leninismo como teoría revolucionaria.

Ambas posturas, desde luego obvian un punto: tanto Martí como Marx fueron revolucionarios de su tiempo al servicio de las clases populares. Esa fue su coincidencia básica, la que posibilita  precisamente que ambos sean referentes de un proceso socialista en Cuba. Y es en ese punto en el que Fidel Castro siempre trazó cualquier tipo de paralelismo, cuidando mucho de que sus palabras no condujeran a la pretensión de convertir a Martí en un marxista.

Pero, en verdad, en un político como Fidel  no puede limitarse la explicación de esa postura a los elementos teóricos que informan su discurrir, ni siquiera a los ideológicos: hay que considerar su ejercicio de la política y los objetivos perseguidos a través de ella. Si se procede de ese modo, se comprenderá que la adscripción fidelista al socialismo parte y se fundamenta desde el programa revolucionario martiano a la vez que busca asimilar la creación de ese tipo de sociedad según las características cubanas, siguiendo el llamado martiano a la originalidad plena a la hora de organizar a un país, sin apartarse del conocimiento de las condiciones del país y del tiempo histórico en que se vive.

Es obvio que un análisis a fondo del proyecto socialista en el pensamiento fidelista ha de ir acompañado de un examen de las fases y momentos de la propia Revolución, algo imprescindible en quien como él se movió en la política concreta y no en el quehacer teórico. De modo muy breve, ha de recordarse que hasta 1971 la Revolución Cubana intentó construir una sociedad socialista tras el desmontaje de la capitalista, paso efectuado con suma rapidez entre 1960 y 1961 al ritmo que impuso la confrontación cada vez más aguda con Estados Unidos, la que abarcó situaciones candentes como la invasión por Playa Girón, el comienzo del bloqueo total económico y comercial, la crisis del Caribe o de los cohetes y las acciones de sabotaje, el apoyo a grupos armados contrarrevolucionarios y las infiltraciones y ataques desde embarcaciones venidas del Norte, además de los más de seiscientos planes para asesinar a Fidel Castro.

A pesar del estado de alerta y de la movilización casi permanente de cientos de miles de combatientes ante la amenaza de una agresión directa de las fuerzas armadas estadounidenses, el proyecto socialista cubano buscó desarrollar un camino propio en lo social y en lo económico, que privilegió el plano moral y las estrategias que no ligaran al país exclusivamente a la relación con el campo socialista y la URSS. La entrada en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), institución organizadora de la colaboración y la distribución de tareas entre los países del campo socialista, acentuó la incorporación cubana  a las normas y procedimientos de aquel, aunque Fidel dio impulso personal a ciertas líneas que iban más allá de las fijadas por aquella institución, como la investigación en biotecnología. Y ya en los años ochenta el presidente cubano intentó corregir a escala insular, mediante lo que él llamó proceso de rectificación de errores y tendencias negativas,  los rumbos del sistema internacional socialista, cuya caída previó.

Es indudable, para quien lea desprejuiciadamente la Revolución Cubana, que Fidel Castro trató por todos los medios de mantener la actuación soberana del Estado cubano y que una y otra vez lidió por hallar soluciones originales, no importadas de otras naciones.

El gran combate contra el imperialismo de Estados Unidos fue siempre entendido por Fidel como la continuación del que en silencio emprendiera Martí, quien además, a su juicio, es la fuente esencial de los sentimientos latinoamericanistas y de las muestras de solidaridad e internacionalismo expresadas durante todos estos años por los cubanos. De ese modo, y dado el objetivo antillanista de Martí, la Revolución cubana no ha cejado en su apoyo manifiesto a la independencia de la hermana isla de Puerto Rico.

De igual manera, al crearse el Partido Comunista de Cuba como elemento culminante del proceso unitario de las fuerzas revolucionarias, Fidel ha insistido siempre en su fundamentación martiana junto a la marxista-leninista. En 1973 dijo: “Como el Partido Revolucionario Cubano de la independencia, hoy dirige nuestro Partido la Revolución. Militar en él no es fuente de privilegios sino de sacrificios y de consagración total a la causa revolucionaria”.

Uno de los rasgos más notables de ese pensar desde sí, como siempre lo defendió Martí, es la sistemática y constante labor internacionalista cubana, que tanto en el terreno político como en el de la colaboración económica, siguió el camino trazado por Martí en cuanto al deber de Cuba en América y el mundo, cuya independencia debía contribuir al equilibrio en el continente y a escala universal. En consonancia con ello, la unidad latinoamericana fue caballo de batalla permanente para Fidel Castro, quien se acogió repetidas veces a las argumentaciones martianas al respecto.

También, al proclamar y practicar una ética humanista de servicio, tanto en el orden de la actuación individual como social, Fidel se atuvo a los criterios de Martí, y, como nunca antes había ocurrido, los convirtió en preceptos ineludibles para sí y para su pueblo.

Estas consideraciones éticas que Fidel coloca en primer plano para el Partido, siguen desde luego las enseñanzas quizás más importantes de Martí: su sentido de la moral, de la dignidad humana, del camino de servicio que se ha de emprender en la vida frente a los apetitos materiales, de poder y las vanidades de la gloria.

Hace muchos años Fidel manifestaba una idea que no sólo hoy es imprescindible tomarla en cuenta sino que constituye un basamento eterno para  nuestro acercamiento y nuestra  comprensión del mayor de los cubanos: “Podemos decirle a Martí que hoy más que nunca necesitamos de sus pensamientos, que hoy más que nunca necesitamos de sus ideas, que hoy más que nunca necesitamos de sus virtudes”.

    Ese papel de guía, de ejemplo de conducta y de alineamiento con los pobres de la tierra, frente a toda acción de injusticia, de preocupación por el decoro y la dignidad son probablemente los elementos esenciales asumidos de Martí por Fidel, quien se ha encarado de trasmitir esos valores una y otra vez.

Quizás más allá de todos sus aportes al pensamiento revolucionario, de su extraordinaria comprensión de la política, de su dedicación a su pueblo y a las causas populares, Fidel quedará para la historia como un líder moral, continuador de esa gran fuerza que proclamara Martí que es el amor, el amor a los seres humanos y a su vida digna. Cuánta verdad, pues, en su declaración pública de 1955: “Es el Apóstol el guía de mi vida”.

Se trata, pues, de que más allá de que su formación humana fuera muy influida por sus lecturas de los textos del Maestro, y de su adhesión  consciente y voluntaria a su pensamiento, Martí fue ejemplo y acicate para Fidel en su acción revolucionaria y en los amplios horizontes que lo impulsaron durante su vida.

Probablemente eso sea precisamente lo primero que habría que decir: Martí no fue moda pasajera en Fidel, ni fuente de aprendizaje durante un determinado período de su vida, ni recetario oportuno para cualquier mal, ni siquiera solo influjo intelectual.

Desde muy joven, Fidel se identificó con la doctrina moral, la lógica del pensar y la plena entrega de Martí al cumplimiento de sus objetivos revolucionarios, encaminados a subvertir a plenitud la sociedad entonces vigente y abrir paso a un país diferente. Sin embargo, es evidente que Fidel no deificó al Maestro, por mucho que este le guiara a menudo, sino que a lo largo de su vida sostuvo un  diálogo permanente con él. De ahí, pues que ni sus ideas, ni sus proyectos ni su propia personalidad sean calco, copia, remedo de Martí. Fue la suya una identificación creadora, de tal modo, que nadie yerra cuando afirma que hay un pensamiento propio en Fidel Castro, en lo cual se expresa su asimilación verdadera de la constante apelación martiana a la originalidad de cada cual, de cada sociedad, de cada época.

No hay dudas de que el amor a la patria, el apego a los pobres de la tierra, la fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud son componentes esenciales de la personalidad de Fidel aprendidos e interiorizados desde Martí. Luego no solo las especiales cualidades de Fidel como líder político (su antimperialismo y su rechazo a las degradaciones del capitalismo, su constante accionar en pos de la unidad de cuantos fueren posibles de ser unidos, su extraordinaria aptitud previsora, su talento para la respuesta inmediata ante cualquier obstáculo o peligro, su creencia en la capacidad de mejoramiento del ser humano, su perspicacia para valorar a las personas), deben mucho a su comunión con Martí, sino que, además, su entrega a sus  ideales, su inquietud   cognoscitiva y espiritual, en fin, su condición humana llevan, con su indudable toque personal y de estilo, el sello martiano.

Por eso hay que hablar de Fidel, siempre, y por encima de todo, martiano. Y por eso tantos los acompañaremos, a Fidel y a Martí, en la hermosa pelea por el bien del hombre, de un hombre digno y con decoro, en la que tenemos que continuar bregando en Cuba y en el mundo de hoy.