Taller de
Lectura # 152 - Diciembre de 2021
“Manifiesto
de Montecristi”
Este documento es conocido
como el Manifiesto de Montecristi, por el lugar en que fue redactado, en la República Dominicana.
EL
PARTIDO REVOLUCIONARIO CUBANO A CUBA
La revolución de independencia, iniciada en Yara
después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo
período de guerra, en virtud del orden y acuerdos del Partido Revolucionario en
el extranjero y en la Isla,
y de la ejemplar congregación en él de todos los elementos consagrados al
saneamiento y emancipación del país, para bien de América y del mundo; y los
representantes electos de la revolución que hoy se confirma, reconocen y acatan
su deber,-sin usurpar el acento y las declaraciones sólo propias de la majestad
de la república constituída,-de repetir ante la patria, que no se ha de
ensangrentar sin razón, ni sin justa esperanza de triunfo los propósitos
precisos, hijos del juicio y ajenos a la venganza, con que se ha compuesto, y
llegará a su victoria racional, la guerra inextinguible que hoy lleva a los
combates, en conmovedora y prudente democracia, los elementos todos de la
sociedad de Cuba.
La guerra no es, en el
concepto sereno de los que aún hoy la representan, y de la revolución pública y
responsable que los eligió el insano triunfo de un partido cubano sobre otro, o
la humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos; sino la demostración
solemne de la voluntad de un país harto probado en la guerra anterior para
lanzarse a la ligera en un conflicto sólo terminable por la victoria o el
sepulcro, sin causas bastante profundas para sobreponerse a las cobardías
humanas y a sus varios disfraces, y sin determinación tan respetable-por ir
firmada por la muerte-que debe imponer silencio a aquellos cubanos menos
venturosos que no se sienten poseídos de igual fe en las capacidades de su
pueblo ni de valor igual con que emanciparlo de su servidumbre.La guerra no es la tentativa
caprichosa de una independencia más temible que útil, que sólo tendrían derecho
a demorar o condenar los que mostrasen la virtud y el propósito de conducirla a
otra más viable y segura, y que no debe en verdad apetecer un pueblo que no la
pueda sustentar; sino el producto disciplinado de la resolución de hombres
enteros que en el reposo de la experiencia se han decidido a encarar otra vez
los peligros que conocen, y de la congregación cordial de los cubanos de más
diverso origen, convencidos de que en la conquista de la libertad se adquieren
mejor que en el abyecto abatimiento las virtudes necesarias para mantenerla.
La guerra no es contra el
español, que, en el seguro de sus hijos y en el acatamiento a la patria que se
ganen podrá gozar respetado, y aun amado, de la libertad que sólo arrollará a
los que le salgan, imprevisores, al camino. Ni del desorden, ajeno a la
moderación probada del espíritu de Cuba, será cuna la guerra; ni de la
tiranía.-Los que la fomentaron, y pueden aún llevar su voz, declaran en nombre
de ella ante la patria su limpieza de todo odio,-su indulgencia fraternal para
con los cubanos tímidos o equivocados, su radical respeto al decoro del hombre,
nervio del combate y cimiento de la república,-su certidumbre de la aptitud de
la guerra para ordenarse de modo que contenga la redención que la inspira, la
relación en que un pueblo debe vivir con los demás, y la realidad que la guerra
es,-y su terminante voluntad de respetar, y hacer que se respete, al español
neutral y honrado, en la guerra y después de ella, y de ser piadosa con el
arrepentimiento, e inflexible sólo con el vicio, el crimen y la inhumanidad.-En
la guerra que se ha renaudado en Cuba no ve la revolución las causas del júbilo
que pudiera embargar al heroísmo irreflexible, sino las responsabilidades que deben
preocupar a los fundadores de pueblos.
Entre Cuba en la guerra con
la plena seguridad, inaceptable sólo a los cubanos sedentarios y parciales, de
la competencia de sus hijos para obtener el triunfo, por la energía de la
revolución pensadora y magnánima, y de la capacidad de los cubanos, cultivada
en diez años primeros de fusión sublime, y en las prácticas modernas del
gobierno y el trabajo, para salvar la patria desde su raíz de los desacomodos y
tanteos, necesarios al principio del siglo, sin comunicaciones y sin
preparación en las repúblicas feudales o teóricas de Hispano-América. Punible
ignorancia o alevosía fuera desconocer las causas a menudo gloriosas y ya
generalmente redimidas, de los trastornos americanos, venidos del error de
ajustar a moldes extranjeros; de dogma incierto o mera relación a su lugar de
origen, la realidad ingenua de los países que conocían sólo de las libertades
el ansia que las conquista, y la soberanía que se gana por pelear por ellas. La
concentración de la cultura meramente literaria en las capitales; el erróneo
apego de las repúblicas a las costumbres señoriales de la colonia; la creación
de caudillos rivales consiguiente al trato receloso e imperfecto de las
comarcas apartadas; la condición rudimentaria de la única industria, agrícola o
ganadera; y el abandono y desdén de la fecunda raza indígena en las disputas de
credo o localidad que esas causas de los trastornos en los pueblos de América
mantenían,-no son, de ningún modo los problemas de la sociedad cubana. Cuba
vuelve a la guerra con un pueblo democrático y culto, conocedor celoso de su
derecho y del ajeno; o de cultura mucho mayor, en lo más humilde de él, que las
masas llaneras o indias con que, a la voz de los héroes primados de la
emancipación, se mudaron de hatos en naciones las silenciosas colonias de
América; y en el crucero del mundo, al servicio de la guerra, y a la fundación
de la nacionalidad le vienen a Cuba, del trabajo creador y conservador en los
pueblos más hábiles del orbe, y del propio esfuerzo en la persecución y miseria
del país, los hijos lúcidos, magnates o siervos, que de la época primera de
acomodo, ya vencida, entre los componentes heterogéneos de la nación cubana,
salieron a preparar, o-en la misma Isla continuaron preparando, con su propio
perfeccionamiento, el de la nacionalidad a que concurren hoy con la firmeza de
sus personas laboriosas, y el seguro de su educación republicana. El civismo de
sus guerreros; el cultivo y benignidad de sus artesanos; el empleo real y
moderno de un número vasto de sus inteligencias y riquezas; la peculiar
moderación del campesino sazonado en el destierro y en la guerra; el trato
íntimo y diario, y rápida e inevitable unificación de las diversas secciones
del país; la admiración recíproca de las virtudes iguales entre los cubanos que
de las diferencias de la esclavitud pasaron a la hermandad del sacrificio; y la
benevolencia y aptitud crecientes del liberto, superiores a los raros ejemplos
de su desvío o encono,-aseguran a Cuba, sin ilícita ilusión, un porvenir en que
las condiciones de asiento, y del trabajo inmediato de un pueblo feraz en la
república justa, excederán a las de disociación y parcialidad provenientes de
la pereza o arrogancia que la guerra a veces cría, del rencor ofensivo de una
minoría de amos caída de sus privilegios; de la censurable premura con que una
minoría aún invisible de libertos descontentos pudiera aspirar, con violación
funesta del albedrío y naturaleza humanos, al respeto social que sola y
seguramente ha de venirles de la igualdad probada en las virtudes y talentos; y
de la súbita desposesión, en gran parte de los pobladores letrados de las
ciudades, de la suntuosidad o abundancia relativa que hoy les viene de las
gabelas inmorales y fáciles de la colonia, y de los oficios que habrán de
desaparecer con la libertad.-Un pueblo libre, en el trabajo abierto a todos,
enclavado a las bocas del universo rico e industrial, sustituirá sin obstáculo,
y con ventaja, después de una guerra inspirada en la más pura abnegación, y
mantenida conforme a ella, al pueblo avergonzado donde el bienestar sólo se
obtiene a cambio de la complicidad expresa o tácita con la tiranía de los
extranjeros menesterosos que lo degradan y corrompen. No dudan de Cuba, ni de
sus aptitudes para obtener y gobernar su independencia, los que en el heroísmo
de la muerte y en el de la fundación callada de la patria, ven resplandecer de
continuo, en grandes y en pequeños, las dotes de concordia y sensatez sólo
inadvertibles para los que, fuera del alma real de su país, lo juzgan, en el
arrogante concepto de sí propios, sin más poder de rebeldía y creación que el
que asoma tímidamente en la servidumbre de sus quehaceres coloniales.
De otro temor quisiera acaso
valerse hoy, so pretexto de prudencia, la cobardía: el temor insensato; y jamás
en Cuba justificado, a la raza negra. La revolución, con su carga de mártires,
y de guerreros subordinados y generosos, desmiente indignada, como desmiente la
larga prueba de la emigración y de la tregua en la isla, la tacha de amenaza de
la raza negra con que se quisiese inicuamente levantar, por los beneficiarios
del régimen de España, el miedo a la revolución. Cubanos hay ya en Cuba de uno
y otro color, olvidados para siempre-con la guerra emancipadora y el trabajo
donde unidos se gradúan-del odio en que los pudo dividir la esclavitud. La
novedad y aspereza de las relaciones sociales, consiguientes a la mudanza
súbita del hombre ajeno en propio, son menores que la sincera estimación del
cubano blanco por el alma igual, la afanosa cultura, el fervor de hombre libre,
y el amable carácter de su compatriota negro. Y si a la raza le naciesen
demagogos inmundos, o almas ávidas cuya impaciencia propia azuzase la de su
color, o en quienes se convirtiera en injusticia con los demás la piedad por
los suyos,-con su agradecimiento y su cordura, y su amor a la patria, con su
convicción de la necesidad de desautorizar por la prueba patente de la
inteligencia y la virtud del cubano negro la opinión que aún reine de su
incapacidad para ellas, y con la posesión de todo lo real del derecho humano, y
el consuelo y la fuerza de la estimación de cuanto en los cubanos blancos hay
de justo y generoso, la misma raza extirparía en Cuba el peligro negro, sin que
tuviera que alzarse a él una sola mano blanca. La revolución lo sabe, y lo
proclama: la emigración lo proclama también. Allí no tiene el cubano negro
escuelas de ira, como no tuvo en la guerra una sola culpa de ensoberbecimiento
indebido o de insubordinación. En sus hombros anduvo segura la república a que
no atentó jamás. Sólo los que odian al negro ven en el negro odio; y los que
con semejante miedo injusto traficasen, para sujetar, con inapetecible oficio,
las manos que pudieran erguirse a expulsar de la tierra cubana al ocupante
corruptor.
En los habitantes españoles
de Cuba, en vez de la deshonrosa ira de la primera guerra, espera hallar la
revolución, que ni lisonjea ni teme, tan afectuosa neutralidad o tan veraz
ayuda, que por ellas vendrán a ser la guerra más breve, sus desastres menores,
y más fácil y amiga la paz en que han de vivir juntos padres e hijos. Los
cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos. No
nos maltraten, y no se les maltratará. Respeten, y se les respetará. Al acero
responda el acero, y la amistad a la amistad. En el pecho antillano no hay
odio; y el cubano saluda en la muerte al español a quien la crueldad del
ejercicio forzoso arrancó de su casa y su terruño para venir a asesinar en
pechos de hombre la libertad que él mismo ansía. Más que saludarlo en la
muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida; y la república será tranquilo
hogar para cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad y
bienes que no han de hallar aún por largo tiempo en la lentitud, desidia, y
vicios políticos de la tierra propia. Este es el corazón de Cuba, y así será la
guerra. ¿Qué enemigos españoles tendrá verdaderamente la revolución? ¿Será el
ejército, republicano en mucha parte, que ha aprendido a respetar nuestro
valor, como nosotros respetamos el suyo, y más sienten impulsos a veces de
unírsenos que de combatirnos? ¿Serán los quintos, educados ya en las ideas de
humanidad, contrarias a derramar sangre de sus semejantes en provecho de un
cetro inútil o una patria codiciosa, los quintos segados en la flor de su
juventud para venir a defender, contra un pueblo que los acogería alegre como
ciudadanos libres, un trono mal sujeto, sobre la nación vendida por sus guías,
con la complicidad de sus privilegios y sus logros? ¿Será la masa, hoy humana y
culta, de artesanos y dependientes, a quienes so pretexto de patria, arrastró
ayer a la ferocidad y al crimen el interés de los españoles acaudalados que
hoy, con lo más de sus fortunas salvas en España, muestran menos celo que aquel
con que ensangrentaron la tierra de su riqueza cuando los sorprendió en ella la
guerra con toda su fortuna? ?O serán los fundadores de familias y de industrias
cubanas, fatigados ya del fraude de España y de su desgobierno, y como el
cubano vejados y oprimidos, los que, ingratos e imprudentes, sin miramiento por
la paz de sus casas y la conservación de una riqueza que el régimen de España
amenaza más que la revolución, se revuelvan contra la tierra que de tristes
rústicos los ha hecho esposos felices, y dueños de una prole capaz de morir sin
odio por asegurar al padre sangriento un suelo libre al fin de la discordia
permanente entre el criollo y el peninsular, donde la honrada fortuna pueda
mantenerse sin cohecho y desarrollarse sin zozobra, y el hijo no vea entre el
beso de sus labios y la mano de su padre la sombra aborrecida del opresor? ¿Qué
suerte elegirán los españoles: la guerra sin tregua, confesa o disimulada, que
amenaza y perturba las relaciones siempre inquietas y violentas del país, o la
paz definitiva, que jamás se conseguirá en Cuba sino con la independencia?
¿Enconarán y ensangrentarán los españoles arraigados en Cuba la guerra en que
puedan quedar vencidos? ¿Ni con qué derecho nos odiarán los españoles, si los
cubanos no los odiamos? La revolución emplea sin miedo este lenguaje, porque el
decreto de emancipar de una vez a Cuba de la ineptitud y corrupción
irremediables del gobierno de España, y abrirla franca para todos los hombres
al mundo nuevo, es tan terminante como la voluntad de mirar como a cubanos, sin
tibio corazón ni amargas memorias, a los españoles que por su pasión de
libertad ayuden a conquistarla en Cuba y a los que con su respeto a la guerra
de hoy rescaten la sangre que en la de ayer manó a sus golpes de pecho de sus
hijos.
En las formas que se dé la
revolución, conocedora de su desinterés, no hallará sin duda pretexto de
reproche la vigilante cobardía, que en los errores formales del país naciente,
o en su poca suma visible de república, pudiese procurar razón con que negarle
la sangre que le adeuda. No tendrá el patriotismo puro causa de temor por la
dignidad y suerte futura de la patria.-La dificultad de las guerras de
independencia en América, y las de sus primeras nacionalidades, ha estado, más
que en la discordia de sus héroes y en la emulación y recelo inherentes al
hombre, en la falta oportuna de forma que a la vez contenga el espíritu de
redención que, con apoyo de ímpetus menores, promueve y nutre la guerra.-y las
prácticas necesarias a la guerra, y que ésta debe desembarazar y sostener. En
la guerra inicial se ha de hallar el país maneras tales de gobierno que a un
tiempo satisfagan la inteligencia madura y suspicaz de sus hijos cultos, y las
condiciones requeridas para la ayuda y respeto de los demás pueblos,-y permitan-en
vez de entrabar1-el desarrollo pleno y término rápido de la guerra fatalmente
necesaria a la felicidad pública. Desde sus raíces se ha de constituir la
patria con formas viables, y de sí propia nacidas, de modo que un gobierno sin
realidad ni sanción no la conduzca a las parcialidades o a la tiranía.-Sin
atentar, con desordenado concepto de su deber, al uso de las facultades
íntegras de constitución, con que se ordenen y acomoden, en su responsabilidad
peculiar ante el mundo contemporáneo, liberal e impaciente, los elementos
expertos y novicios, por igual movidos de ímpetu ejecutivo y pureza ideal, que
con nobleza idéntica, y el título inexpugnable de su sangre, se lanzan tras el
alma y guía de los primeros héroes, a abrir a la humanidad una república
trabajadora; sólo es lícito al Partido Revolucionario Cubano declarar su fe en
que la revolución ha de hallar formas que le aseguren, en la unidad y vigor
indispensables a una guerra culta, el entusiasmo de los cubanos, la confianza
de los españoles y la amistad del mundo. Conocer y fijar la realidad; componer
en molde natural, la realidad de las ideas que producen o apagan los hechos, y
la de los hechos que nacen de las ideas; ordenar la revolución del decoro, el
sacrificio y la cultura de modo que no quede el decoro de un solo hombre
lastimado, ni el sacrificio parezca inútil a un solo cubano, ni la revolución
inferior a la cultura del país, no a la extranjeriza y desautorizada cultura
que se enajena el respeto de los hombres viriles por la ineficacia de sus
resultados y el contraste lastimoso entre la poquedad real y la arrogancia de
sus estériles poseedores, sino al profundo conocimiento de la labor del hombre
en el rescate y sostén de su dignidad:-ésos son los deberes, y los intentos, de
la revolución. Ella se regirá de modo que la guerra pujante y capaz dé pronto
casa firme a la nueva república.
La guerra sana y vigorosa
desde el nacer con que hoy reanuda Cuba, con todas las ventajas de su
experiencia, y la victoria asegurada a las determinaciones finales, el esfuerzo
excelso, jamás recordado sin unción, de sus inmarcesibles héroes, no es sólo
hoy el piadoso anhelo de dar vida plena al pueblo que, bajo la inmoralidad y
ocupación crecientes de un amo inepto, desmigaja o pierde su fuerza superior en
la patria sofocada o en los destierros esparcidos. Ni es la guerra el
insuficiente prurito de conquistar a Cuba con el sacrificio tentador, la
independencia política, que sin derecho pediría a los cubanos su brazo si con
ella no fuese la esperanza de crear una patria más a la libertad del
pensamiento, la equidad de las costumbres, y la paz del trabajo. La guerra de
independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de
pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y
servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza
y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del
mundo. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de
la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a
quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la
república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las
naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el
crucero del mundo. ¡Apenas podría creerse que con semejantes mártires, y tal
porvenir, hubiera cubanos que atasen a Cuba a la monarquía podrida y aldeana de
España, y a su miseria inerte y viciosa!
A la revolución cumplirá
mañana el deber de explicar de nuevo al país y a las naciones las causas
locales, y de ideas e interés universal, con que para el adelanto y servicio de
la humanidad reanuda el pueblo emancipador de Yara y de Guáimaro una guerra
digna del respeto de sus enemigos y el apoyo de los pueblos, por su rígido
concepto del derecho del hombre, y su aborrecimiento de la venganza estéril y
la desvastación inútil. Hoy, al proclamar desde el umbral de la tierra venerada
el espíritu y doctrinas que produjeron y alientan la guerra entera y
humanitaria en que se une aún más el pueblo de Cuba, invencible e indivisible,
séanos lícito invocar, como guía y ayuda de nuestro pueblo, a los magnánimos
fundadores, cuya labor renueva el país agradecido,-y al honor, que ha de
impedir a los cubanos herir, de palabra o de obra, a los que mueren por
ellos.-Y al declarar así en nombre de la patria, y deponer ante ella y ante su
libre facultad de constitución, la obra idéntica de dos generaciones, suscriben
juntos, la declaración, por la responsabilidad común de su representación, y en
muestra de la unidad y solidez de la revolución cubana, el Delegado del Partido
Revolucionario Cubano, creado para ordenar y auxiliar la guerra actual, y el
General en Jefe electo en él por todos los miembros activos del Ejército
Libertador.
Montecristi, 25 de marzo de 1895.
José Martí - M. Gómez