Taller de Lectura # 151 - Noviembre de 2021
A partir de éste mes, nuevamente de modo
presencial
“CUBA, SU CULTURA: FORTALEZAS Y
PELIGROS”
Por: Luis Toledo Sande - Escritor, periodista, profesor,
investigador, licenciado en Estudios Cubanos, Doctor en Ciencias Filológicas.
Redactor y editor en la Editorial Arte y Literatura. Investigador y
sucesivamente subdirector y director del Centro de Estudios Martianos.
21- oct – 2021 – Tomado de La Jiribilla
http://www.lajiribilla.cu/cuba-su-cultura-fortalezas-y-peligros/
De naciones relativamente jóvenes y forjadas bajo dominación
colonial y en lucha contra ella puede oírse que su cultura peligra por la
invasión de expresiones ajenas. Centrado en manifestaciones artísticas, ese
juicio suele magnificar lo que representan para la cultura sus componentes
artísticos y literarios, que no por importantes dejan de ser una parte y no
procede desgajarlos del todo al cual pertenecen.
“El estreno en 1868 de ‘La Bayamesa’, que hasta entonces
había tenido únicamente música, coronó la toma de Bayamo por las tropas
mambisas”.
Aunque sea un hecho consabido —o se suponga—, vale insistir
en que la selección del 20 de octubre como el Día de la Cultura en Cuba no solo
rinde tributo a la melodía y al texto que integran su Himno Nacional, y a lo
que este representa en sí mismo. El estreno en 1868 —con ambos elementos y en
campaña— de “La Bayamesa”, que hasta entonces había tenido únicamente música, coronó
la toma de Bayamo por las tropas mambisas, capítulo relevante en la epopeya
iniciada el 10 de aquel propio mes con el levantamiento que encabezó Carlos
Manuel de Céspedes en su ingenio Demajagua.
El carácter feriado —de asueto, para efectos prácticos— del
10 de octubre puede dar una idea menguada, en comparación con las festividades
en torno al 20, asociadas al Himno, como si estas fueran una realidad autónoma.
Pero el valor de esta efeméride, consagrada a la cultura, lo calza en rigor la
jornada que se inicia el día 10 como tributo al hito fundacional por
antonomasia en la historia de la nación.
Todo apunta al peso que tuvo —y se le reconoce aunque a
veces parezca ocurrir de manera inconsciente— el hecho de que Cuba, y su
cultura como alma y espada, se fraguaran en la lucha armada por la
independencia. Cuando Fidel Castro sostuvo criterios resumibles en que la
cultura es lo primero que el país debe salvar, abrazaría la noción más amplia
de cultura: acervo que incluye valores, tradiciones, historia, pensamiento y
todo aquello que define la identidad nacional. Ese proceso no partió de un
brote mecánico el 10 de octubre de 1868, sino que tuvo —lo puntualizó José
Martí en el Manifiesto de Montecristi— una “preparación gloriosa y cruenta”.
Hasta en la búsqueda interna de justicia —como la oposición
a la esclavitud— fue una historia signada por la confrontación con fuerzas
externas, que en 1868 eran las de la metrópoli española y sus aliados dentro de
Cuba. El propio Martí, en la crónica que a raíz de la muerte de Cristino Martos
le dedicó a ese político español en el periódico Patria el 14 de febrero de
1893, testimonió haber aprovechado en 1879 la posibilidad de entrevistarse con
él en Madrid.
Le habló sobre irregularidades de un pleito judicial que se dirimía
en La Habana, pero su interés era dar a conocer la causa de su patria y
buscarle apoyo. Lo hizo de tal modo que el experimentado político llegó a esta
conclusión: “O ustedes, o nosotros”. En 1893, cuando preparaba una nueva guerra
emancipadora, Martí validó ese juicio como juramento combativo con perspectiva
cubana: “¡O ellos, o nosotros!”. No era algo nuevo para él. En 1869, aún
adolescente, había plasmado en el periódico estudiantil El Diablo Cojuelo el
cardinal dilema: “O Yara o Madrid”.
La feliz frase se inscribe en la vindicación del combate que
el 11 de octubre de 1868, al día siguiente del pronunciamiento de Céspedes en
su ingenio Demajagua, tuvo lugar en Yara. Aunque militarmente desfavorable para
las tropas mambisas, inexpertas y en desventaja material frente al enemigo, por
su significación como bautismo de fuego la tradición independentista asumió con
tal sentido del honor aquel combate que todavía hoy circula el equívoco
histórico de asumir que la contienda comenzó supuestamente con un Grito de
Yara.
De lo que no hay duda alguna es de la perdurabilidad de una
disyuntiva que ha seguido recorriendo la historia —la vida— de Cuba, lejos de
agotarse en lo anecdótico. Martí mismo previó, y trató de impedir con la guerra
de 1895, la tragedia que se consumaría en 1898, y confirmó que, en acto de
lealtad al pensamiento martiano, la alternativa para la salvación de Cuba como
nación podía resumirse en “O Yara o Washington”.
Martí lo sabía cuándo proclamó el ideal de una República
“con todos, y para el bien de todos” en el mismo discurso donde el 26 de
noviembre de 1891 ratificó una idea presente a lo largo de su obra: la
existencia de fuerzas políticas y sociales internas que se autoexcluían de ese
todos. La guerra de 1895, cuyo primer programa fue el Manifiesto de
Montecristi, la concibió Martí para librar a Cuba del coloniaje español y a la
vez frustrar los planes intervencionistas de los Estados Unidos, nación que,
como España, tuvo en Cuba celestinos a quienes el dirigente fundador repudió a
fondo.
Que Cuba alcanzara finalmente su independencia en 1959, y
siga dispuesta a defenderla y mantenerla cueste lo que cueste, y que la gran
mayoría de su población se sienta representada en esa actitud y la haga suya,
no resta realidad a una contradicción que perdura y de distintos modos se
renueva. En ese camino ocupó y ocupa su lugar el conocido deslinde: “Dentro de
la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”.
La hostilidad estadounidense contra Cuba se ha expresado no
solo en agresiones armadas, sino también en las de índole económica, tal el
férreo bloqueo que dura ya seis décadas. Abarca asimismo una guerra cultural
—de símbolos y realidades— que pretende dejar al país antillano sin alma y sin
escudo en el desafío que enfrenta no solamente cerca de las fauces de los
Estados Unidos, sino con una base militar que dentro de su territorio mantiene
esa potencia contra leyes jurídicas y morales, y con una embajada que apadrina
contrarrevolucionarios domésticos no solo por locales.
El dilema “O Yara o Washington” lo pensará contra Cuba el
imperialismo desde sus intereses y de un modo que permite recordar la respuesta
de Martos a Martí: “O ustedes, que no aceptan doblegarse, o nosotros, llamados
a someterlos en nuestra misión de dominar al mundo”. Aunque se supone que nadie
lo ignore, parece haber suficientes señales de desconocimiento de tan crucial
asunto como para estimar necesario repasar los fines básicos con que hace seis
décadas decretaron los Estados Unidos su bloqueo contra Cuba, en el que se ven
envueltos asimismo otros países, mientras la arrogante potencia se burla de la
reprobación mundial que suscita y cada año se ratifica en la Organización de
Naciones Unidas.
El memorando —del 6 de abril de 1960— con que un funcionario
del Departamento de Estado de la potencia imperialista fijó los propósitos del
bloqueo partió de reconocer que “la mayoría de los cubanos apoyan a Castro”,
por lo cual “el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el
desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las
dificultades materiales”. De ahí la recomendación de “emplear rápidamente todos
los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba”, con el fin de
privarla “de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y
los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del
gobierno”.
Frente a eso, aunque las expresiones artísticas de la
cultura tengan todo el valor que en sí mismas tienen, y también sufran las
tenazas del bloqueo, el hecho de que haya quienes prefieran manifestaciones
musicales y otras distintivas de los Estados Unidos, o promovidas desde allí,
está lejos de agotar el tema. Las artes son un terreno de intercambio por
excelencia, y se ha recordado, por ejemplo, que Arsenio Rodríguez supo sacar
sonoridades jazzísticas de su tres. Al mismo tiempo, diversa como su población
y sus fuentes —y marcada por los herederos de quienes, como en el conjunto de
las Américas, fueron víctimas de la esclavitud—, la música estadounidense debe
no poco a nuestra América en general y a Cuba en particular.
Que aquí haya quienes prefieran el rock y no el son podría
verse como algo natural en un contexto de enriquecimientos mutuos. Aparte de
que sería aberrante comparar a los grandes cultivadores del rock, ya
internacionalizado, con algunos reguetoneros que burdamente hacen coro a las
pretensiones imperialistas de los Estados Unidos. Lo más grave está en la
existencia de una poderosa maquinaria mediática encargada de que circule como
natural el empeño de una potencia imperialista obsesionada con reimponerle sus
“derechos de conquista” a una nación que defiende su soberanía.
En ese cuadro se inscribe todo lo relativo a la cultura,
incluyendo el deporte entre sus componentes de mayor impacto popular. En todos
los terrenos debe Cuba actuar, crear, fundar, sin esperar a que el bloqueo y la
hostilidad de los Estados Unidos desaparezcan. Si un sector de la realidad
cubana ejemplifica la actitud que debe guiar a Cuba en todas las esferas es el
de las ciencias, afanadas en lograr vacunas en proporciones que largamente
desbordan el tamaño y los recursos del país.
Los Estados Unidos, de lleno en una etapa de decadencia que
los hace aferrarse cada vez más criminalmente a la hegemonía planetaria que se
le escapa, no apuestan por un intercambio espontáneo y sano con Cuba. Cuentan
con su poderío, y en él se halla el bloqueo, para que la Isla no logre un
desarrollo que satisfaga a su pueblo, heterogéneo como todos, y con
generaciones que han nacido y crecido en medio de las penurias provocadas por
un cerco económico tan orgánico y establecido que algunas personas parecen no
verlo.
Mientras esa arma criminal se ha reforzado con medidas que
orquestó la administración republicana de Donald Trump y la demócrata de Joseph
Biden mantiene, el gobierno de esa nación imposta aviesamente la imagen del
mecenas generoso que da becas a jóvenes de Cuba. Lo hace —tanto en los mismos
Estados Unidos como en otros países y con apoyo de esos gobiernos— para formar
agentes sociales al servicio de sus planes imperialistas. Resultados para
mostrar no faltan. Otra cosa es que haya quienes rehúsan percatarse de tal
realidad y aboguen por una desprevención olímpica, en la que a veces cuesta
creer que no se hacen los chivos con tontera y pose intelectual.
En semejante contexto no se deben evaluar las actitudes de
quienes no solo prefieran el rock en detrimento del son, lo que podría merecer
una atención específica; se debe analizar, sobre todo, lo que significa
abandonar Cuba para buscar prosperidad personal en el poderoso país que intenta
asfixiarla, o en otros sometidos a él. Lógrese o no se logre esa prosperidad,
aunque se respete el derecho a escoger esa opción, existe igualmente el derecho
a considerar que quienes la buscan no parecen reparar en la ínfima proporción
que puede significar frente a la plusvalía con que se enriquecen empleadores
que representan el sistema en que se desenvuelven.
Existen expresiones musicales —aceptemos que lo son— que no
cuesta mucho esfuerzo ni se debe considerar dogmatismo asociar a una
precarización mental que abre el camino a la vulgaridad y a la enajenación que
convierte en sabio aristotélico al Bobo de la Yuca. El asunto no se agota ni
remotamente en lo musical: cubre muchos terrenos, desde el sector industrial y
constructivo hasta el de servicios, pasando por el artístico, el deportivo, el
científico y el académico. La precarización recorre en distintos medios la
irracional saña agresiva contra Cuba, especialmente en las redes sociales.
Ejemplo de ello es la manipulación de las aspiraciones de peloteros cubanos de
medirse —ganancias mediante— en las Grandes Ligas de los Estados Unidos, aunque
ventajas prometidas no son siempre ventajas logradas. En el tema deportivo hay
espacios y voces que le hacen swing de lleno a cuanta bola se preste para la
cizaña anticubana.
De los efectos que provoca la manipulación de lo artístico
—aceptemos que siempre lo es— hay ejemplos hasta lo inmundo, con la chusmería
como nutriente para el éxito fuera de Cuba, y repercusiones dentro. No terminan
ahí los frutos de la abyección en distintas áreas, no solo en la deportiva,
aunque también en ella existan muestras, como la maquinaria en que se ubicó —y
aún se manipula contra Cuba— la deserción de peloteros de su equipo en el
campeonato mundial juvenil celebrado recientemente.
Suponer que es casual la fruición —no solo fuera del país—
con que se responsabiliza al gobierno cubano por carencias que son en alto
grado fruto del bloqueo sería cuanto menos un acto de ilimitada ingenuidad. No
es necesario idealizar las instituciones cubanas y creer que no tienen ninguna
responsabilidad —por omisión o por comisión— en las carencias que el país
sufre, para saber que hasta sus errores o deficiencias se deben en gran medida
a ese plan, y a veces se afianzan viéndolo como justificación. Esa actitud
conspira contra el ineludible afán de alcanzar, haya o no haya bloqueo, el
funcionamiento necesario para que el pueblo tenga la vida amable que merece.
Sin embargo, cuando en un espacio televisivo cubano, con la
noble intención de mostrar la probable diversidad de voces, se exhibe a un
padre que dice haber salido a protestar el pasado 11 de julio porque hacía
mucho calor y los apagones lo obligaban a echarle aire con un abanico a su
pequeño hijo, la más elemental inteligencia sugiere hacerse algunas preguntas.
No es abusivo suponer que la primera sería por qué ese padre salió a
manifestarse contra el gobierno cubano y no organizó —aunque por razones
comprensibles no pudiera hacerlo frente a la embajada de los Estados Unidos— un
acto de repudio contra el bloqueo, el cual está en la raíz de la escasez de
combustible en Cuba y de la desactualización u obsolescencia de sus recursos
para generar electricidad.
Sin menospreciar lo que haya de legitimidad en los disgustos
o insatisfacciones que básicamente provoca la realidad económica impuesta a
Cuba por la mayor potencia imperialista, hay un hecho relevante que no se debe
soslayar: quienes sobresalen en las quejas ante esas insatisfacciones suelen
ser “indiferentes” frente a injusticias palmarias perpetradas o consentidas por
esa misma potencia.
No es falta de opciones lo que podría explicar tal silencio:
no cabe aquí la lista de hechos que denunciar, cometidos o apoyados por el
gobierno de los Estados Unidos fuera y dentro de su propio territorio. Muchas
de las voces que protestan contra Cuba parecen ignorar que este país, pese a
todos los intentos de la potencia imperial por impedírselo, ha hecho mucho más
contra la Covid-19 que aquellos, incluyendo los Estados Unidos, en los que
ellas buscan apoyo y paradigmas democráticos.
Razones sobran para preguntarse si es posible no ver que se
está ante un plan dirigido a que un virus complete el genocidio puesto en
marcha por el bloqueo. O si cuesta mucho esfuerzo apreciar que el robo de
talentos en todas las esferas busca privar a Cuba de la fuerza capacitada que
pese a todo consigue formar, y de la cual es parte —para no ir más lejos— el
personal científico que ha dado al mundo un ejemplo rotundo de sabiduría y
proeza en la producción de vacunas, no solo contra el SARS-CoV-2. Que haya
quienes, en pos de ventajas personales para sí, se entreguen con fruición a esa
maquinaria no mengua el carácter criminal de tales prácticas.
Mucho más podría decirse sobre un tema en que le va la vida
a Cuba como nación, pero lo apuntado podría bastar para entender —si no se
entendía ya, aunque es algo que está a la vista— un hecho: por muy importante
que sea dirimir entre la preferencia por un ritmo musical u otro, y sin
desconocer lo que esa preferencia pueda tener o tiene si de abrazar y defender
expresiones culturales se trata, está en pie una verdad mayor.
En el centro de esa verdad se halla que entre los desafíos
que la cultura cubana —es decir, Cuba como nación, como sustrato insustituible
de esa cultura— tiene ante sí se ubica en el camino —tempranamente esbozado por
el “O Yara o Madrid” martiano— el dilema “O ellos, o nosotros”. Con él, a un
país que se fraguó y vive en la lucha por la salvaguarda de su independencia le
corresponde seguir asumiendo su posición y su papel en el mundo.
De ahí la importancia de cultivar y seguir una política
cultural que del modo más abarcador y orgánico atienda cómo debe el país
mantenerse abierto a su relación con el mundo, y qué debe aceptar o rechazar en
esa relación, sin dejarse seducir por los supuestos encantos de moda y cantos
de sirena capitalistas.
“A un país que se fraguó y vive en la lucha por la
salvaguarda de su independencia le corresponde seguir asumiendo su posición y
su papel en el mundo”.
La vigencia del gran dilema
resumido en “Patria o Muerte” no ha mermado, sino crecido. No es fortuito el
afán con que desde territorio enemigo se ha intentado devaluarlo, apropiándose
incluso verbalmente de conceptos que son parte de la disyuntiva y le pertenecen
asimismo a la cultura revolucionaria, no a la promovida por quienes intentan
derrocar a la Revolución con actos lobunos disfrazados de Caperucita de
colores.