Círculo de Lectura # 175 –
Noviembre de 2023
José Martí en Fidel Castro
Fecha: 28/11/2020 –
Tomado de Cubadebate
http://www.cubadebate.cu/especiales/2020/11/28/jose-marti-en-fidel-castro/
Autor: Rodríguez, Pedro Pablo.
La relación estrecha, íntima y sistemática entre la obra y
el pensar de Fidel Castro con la de José Martí es consecuencia, desde luego, de
la voluntad del primer líder revolucionario, quien muy prontamente así lo
manifestó desde sus primeros textos políticos. Como prueba de ello se ha
recurrido a menudo a la frase que pronunciara en su autodefensa titulada “La
historia me absolverá”, cuando calificó al Apóstol de la independencia cubana
como el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada de Santiago de Cuba el
26 de julio de 1953.
Al igual que buena parte de su generación, Fidel vivió su
infancia y juventud en una sociedad que hizo de Martí paradigma de la nación, y
que durante los años del frustrado proceso revolucionario del 30 sometió a
crítica el sistema neocolonial desde los enjuiciamientos del Maestro. Las
batallas por la Constitución de 1940, los afanes renovadores incumplidos por
los gobiernos del Partido Auténtico y las esperanzas de adecentamiento y dignificación moral
representadas por Eduardo Chibás tuvieron como punta de lanza el verbo
martiano.
Mientras que la escuela y la universidad habanera, a su vez,
dieron coherencia y sistematicidad a Fidel en la lectura y asimilación de la
prédica del Maestro. El líder estudiantil y el joven abogado que se introdujo
en las lides políticas demostró disponer de un sólido conocimiento de la
historia patriótica cubana y de un extenso manejo de la obra martiana.
Muchos años después, Fidel recordaba esa adscripción suya:
“De lo primero que yo me
empapo mucho, profundamente, es de la literatura martiana, de las obras de
Martí, de los escritos de Martí; es difícil que exista algo de lo escrito por
Martí, de sus proclamas políticas, sus discursos, que constituyen dos gruesos
volúmenes, deben ser unas dos mil páginas o algo más, que no haya leído cuando
estudiaba en el bachillerato o estaba en la Universidad.”
Y precisaba Fidel la doble influencia que desde entonces le
guiara: “Yo en ese momento tenía una doble influencia, que la sigo teniendo
hoy: una influencia de la historia de nuestra Patria, de sus tradiciones, del
pensamiento de Martí, y de la formación marxista-leninista que habíamos
adquirido ya en nuestra vida universitaria”.
Los grupos de revolucionarios que fueron reunidos por Fidel
para afrontar con las armas a la tiranía batistiana compartían semejante culto
patriótico e interés por las ideas del Apóstol, al punto de que ellos mismos se
denominaron la generación del centenario ante aquel aniversario de su
natalicio.
Ciertamente, la acción armada de 1953 en Santiago de Cuba
puede considerarse como la inauguración de Fidel Castro en la vida política
puesto que, por un lado, ese hecho repercutió notablemente y le permitió ser
ampliamente conocido en la sociedad cubana, y, por otro, puso en evidencia que
se abría así una nueva manera de enfrentar a la dictadura que había
interrumpido la institucionalidad constitucional con el golpe de Estado un año
antes: la vía de las armas frente al aparato militar, ejecutor y principal
sostén de la tiranía.
No obstante, ya Fidel Castro se había hecho sentir en las
lides políticas desde su paso por la Universidad de La Habana —entonces un foco
de rebeldía y de formación de cuadros políticos—; por su presencia en la
frustrada expedición de Cayo Confites
contra la sangrienta tiranía dominicana de Trujillo; por su
participación en el bogotazo, el levantamiento espontáneo en la capital
colombiana ante el asesinato del popular líder liberal Jorge Eliecer Gaitán;
por su activa militancia en el Partido Ortodoxo de Chibás, que movilizó a
amplios sectores nacionales contra la corrupción administrativa; y por sus
varias acciones legales y denuncias en la prensa de condena del golpe de Estado de 1952.
El joven próximo a cumplir los 26 años de edad que dirigió
el asalto a la segunda fortaleza militar cubana en 1953 ya podía mostrar una
hoja de servicios políticos que lo destacaba entre los jóvenes que se hacían
notar por aquella época.
Durante los preparativos del aquel primer combate, Fidel
Castro se fue asociando con un grupo de jóvenes de diversa procedencia social y
geográfica, algunos de los cuales ya se denominaban la generación del
centenario, en alusión a que el 28 de enero de 1953 se conmemoraban en todo el
país los cien años del natalicio de José Martí, como luego del 26 de julio de
ese año se siguieron llamando los revolucionarios que continuaron la
pelea. Aquella no fue solo una manera de
expresar una conciencia generacional, sino, y sobre todo, de sustentar una postura profundamente
crítica acerca de la sociedad y de la necesidad de subvertir sus rasgos de
decadencia moral, de su dependencia de Estados Unidos, de su estancamiento
económico sobre una base monoproductora y monoexportadora y de la creciente
polarización social y el aumento de la miseria entre las clases trabajadoras.
Como había ocurrido desde los años veinte de aquel siglo y
durante la frustrada revolución del 30, el ideario de José Martí volvía a ser
empleado conscientemente para fundamentar la necesidad de una revolución social
en Cuba. Luego el joven Fidel Castro, sobre todo tras su ingreso en la
universidad habanera, se formó en la política en esa tradición y en ese
ambiente, influidos por el proyecto martiano. Sus escritos de entonces
evidencian en sus citas textuales y en su propio estilo esa presencia martiana,
expresión de una lectura sistemática de la palabra del Maestro. No es casual
que en más de cuarenta ocasiones aparezcan referencias expresas a la voz de
Martí en La historia me absolverá, tomadas de muy diferentes escritos suyos, lo
que manifiesta la familiarización del joven revolucionario con esa enorme obra
escrita.
La propia etapa de organización del Movimiento 26 de Julio,
luego de ser liberado Fidel de la prisión, tanto en la Isla como en la
emigración en Estados Unidos y en México, y los preparativos del regreso a Cuba
para reanudar la vía armada, indican una fuerte presencia martiana en su
discurso, en la proyección social de sus objetivos, y en la justificación ética
del método de acción que se seguiría y de los propósitos de las
transformaciones sociales que se emprenderían.
Fidel Castro y sus principales seguidores desde el Moncada y
posteriormente —Abel y Haidée Santamaría, Armando Hart, Juan Manuel Márquez,
Frank País, por solo citar cuatro entre los más significativos de aquella
época— repasaron las páginas del Maestro y aprendieron mucho de su ejecutoria
práctica. La unidad entre las fuerzas opuestas a la tiranía a partir de una
desvinculación respecto a los grupos
reformistas, la necesidad de organizar a los sectores populares y de brindarles
un programa que atendiese primordialmente a sus requerimientos de justicia
social (tierra, trabajo, educación, salud, verdadera igualdad de oportunidades,
orgullo nacional), son elementos claves del carácter martiano del pensamiento
fidelista desde entonces.
Me atrevería a añadir que hasta en la singular formación militar de
Fidel Castro —quien no cursó jamás escuela castrense alguna, y, sin embargo,
fue un brillante estratega, tanto en la guerrilla como el artífice de operaciones
de enorme envergadura durante la guerra en Angola— influyeron las ideas del
Maestro en cuanto a cómo organizar y dirigir una contienda armada, junto a su
estudio sistemático de las luchas cubanas contra el colonialismo, en particular
de las campañas de Máximo Gómez y de Antonio Maceo. Y siempre la eticidad
martiana: una de las claves del éxito del Ejército Rebelde fue la
desmoralización de las tropas de la tiranía frente a un enemigo que curaba a
sus heridos y los devolvía a sus filas.
“Traigo en el corazón la doctrina del Maestro.”
Así, como sabemos, dijo Fidel durante su alegato de defensa
en el juicio por los sucesos del 26 de julio de 1953. No era propaganda hueca
la frase sino profunda convicción como patentiza el programa revolucionario
expuesto en La historia me absolverá, una verdadera guía de incuestionable
impronta martiana para alcanzar la república diseñada desde el siglo XIX y para
cumplir la verdadera liberación nacional del país.
Por eso durante los preparativos en la Isla y en el extranjero
para reanudar la luchar armada, la amplia campaña en busca de apoyo político y
material no sólo se asentó en la palabra del Maestro sino que, de hecho, siguió
su estrategia unitaria contra el colonialismo. Demostraba así Fidel nuevamente
que no era un mero repetidor de sus frases sino que ellas calaban tanto en su
propia doctrina como en su acción.
Como prueba de su adscripción plena a la ética martiana, al
referirse al martirologio del Moncada y describir los crímenes de la tiranía
contra sus compañeros prisioneros y asesinados, afirma Fidel también en 1955:
“Eduqué mi mente en el pensamiento martiano que predica el amor y no el odio”.
Desde luego, que tras el triunfo del primero de enero y
comenzar la obra de transformaciones revolucionarias y hacia el socialismo, el
desarrollo y maduración del pensamiento de Fidel nuca dejó de lado las
enseñanzas martianas.
“¡Al fin, Maestro,
tu Cuba que soñaste, está siendo convertida en
realidad!”
Así puntualizaba en un discurso de 1960 cómo se cumplía el
deseo martiano, frustrado en 1898, al fundamentar en Martí la obra de cambios
que emprendía la Revolución: esta no era algo impostado sino expresión de las
tradiciones y las necesidades insatisfechas del pueblo cubano. Raíz nacional y
popular, raíz martiana tenía y tiene el proceso que rescató las riquezas y la
soberanía nacionales, que abolió los privilegios y la explotación, que elevó
las condiciones de vida y abrió amplio espacio al desarrollo de las capacidades
de todos los cubanos.
El joven gobernante devenido pronto estadista perspicaz, el
osado líder que proclamó el carácter socialista de la Revolución Cubana ante el
inminente ataque militar de la fuerza mercenaria entrenada y apoyada por el
gobierno de Estados Unidos, proclamó, y se atuvo siempre fiel a ese principio,
el carácter martiano de esa Revolución también socialista y adscrita al
pensamiento marxista.
Hay quienes han visto una incongruencia en ese doble
basamento teórico e ideológico. Para los enemigos de la Revolución ello es una
falsedad, algo imposible, puesto que encuentran incompatibles y hasta
contrapuestas ambas fuentes, y hasta señalan –errónea y aviesamente— que en la
Cuba revolucionaria se ha querido hacer de Martí un marxista. Incluso fue
frecuente que entre los teóricos del campo socialista europeo se rechazara abiertamente o se mostrara
incomprensión y duda ante semejante plateo por considerar que Martí no fue
marxista, con lo cual, de hecho, se situaban en la misma óptica de los enemigos
de la Revolución, aunque en su caso desde la perspectiva de la superioridad de
lo que llamaban el marxismo-leninismo como teoría revolucionaria.
Ambas posturas, desde luego obvian un punto: tanto Martí
como Marx fueron revolucionarios de su tiempo al servicio de las clases
populares. Esa fue su coincidencia básica, la que posibilita precisamente que ambos sean referentes de un
proceso socialista en Cuba. Y es en ese punto en el que Fidel Castro siempre
trazó cualquier tipo de paralelismo, cuidando mucho de que sus palabras no
condujeran a la pretensión de convertir a Martí en un marxista.
Pero, en verdad, en un político como Fidel no puede limitarse la explicación de esa
postura a los elementos teóricos que informan su discurrir, ni siquiera a los
ideológicos: hay que considerar su ejercicio de la política y los objetivos
perseguidos a través de ella. Si se procede de ese modo, se comprenderá que la
adscripción fidelista al socialismo parte y se fundamenta desde el programa
revolucionario martiano a la vez que busca asimilar la creación de ese tipo de
sociedad según las características cubanas, siguiendo el llamado martiano a la
originalidad plena a la hora de organizar a un país, sin apartarse del
conocimiento de las condiciones del país y del tiempo histórico en que se vive.
Es obvio que un análisis a fondo del proyecto socialista en
el pensamiento fidelista ha de ir acompañado de un examen de las fases y
momentos de la propia Revolución, algo imprescindible en quien como él se movió
en la política concreta y no en el quehacer teórico. De modo muy breve, ha de
recordarse que hasta 1971 la Revolución Cubana intentó construir una sociedad
socialista tras el desmontaje de la capitalista, paso efectuado con suma
rapidez entre 1960 y 1961 al ritmo que impuso la confrontación cada vez más
aguda con Estados Unidos, la que abarcó situaciones candentes como la invasión
por Playa Girón, el comienzo del bloqueo total económico y comercial, la crisis
del Caribe o de los cohetes y las acciones de sabotaje, el apoyo a grupos
armados contrarrevolucionarios y las infiltraciones y ataques desde
embarcaciones venidas del Norte, además de los más de seiscientos planes para
asesinar a Fidel Castro.
A pesar del estado de alerta y de la movilización casi
permanente de cientos de miles de combatientes ante la amenaza de una agresión
directa de las fuerzas armadas estadounidenses, el proyecto socialista cubano
buscó desarrollar un camino propio en lo social y en lo económico, que
privilegió el plano moral y las estrategias que no ligaran al país exclusivamente
a la relación con el campo socialista y la URSS. La entrada en el Consejo de
Ayuda Mutua Económica (CAME), institución organizadora de la colaboración y la
distribución de tareas entre los países del campo socialista, acentuó la
incorporación cubana a las normas y
procedimientos de aquel, aunque Fidel dio impulso personal a ciertas líneas que
iban más allá de las fijadas por aquella institución, como la investigación en
biotecnología. Y ya en los años ochenta el presidente cubano intentó corregir a
escala insular, mediante lo que él llamó proceso de rectificación de errores y
tendencias negativas, los rumbos del
sistema internacional socialista, cuya caída previó.
Es indudable, para quien lea desprejuiciadamente la
Revolución Cubana, que Fidel Castro trató por todos los medios de mantener la
actuación soberana del Estado cubano y que una y otra vez lidió por hallar
soluciones originales, no importadas de otras naciones.
El gran combate contra el imperialismo de Estados Unidos fue
siempre entendido por Fidel como la continuación del que en silencio
emprendiera Martí, quien además, a su juicio, es la fuente esencial de los
sentimientos latinoamericanistas y de las muestras de solidaridad e
internacionalismo expresadas durante todos estos años por los cubanos. De ese
modo, y dado el objetivo antillanista de Martí, la Revolución cubana no ha
cejado en su apoyo manifiesto a la independencia de la hermana isla de Puerto
Rico.
De igual manera, al crearse el Partido Comunista de Cuba
como elemento culminante del proceso unitario de las fuerzas revolucionarias,
Fidel ha insistido siempre en su fundamentación martiana junto a la
marxista-leninista. En 1973 dijo: “Como el Partido Revolucionario Cubano de la
independencia, hoy dirige nuestro Partido la Revolución. Militar en él no es
fuente de privilegios sino de sacrificios y de consagración total a la causa
revolucionaria”.
Uno de los rasgos más notables de ese pensar desde sí, como
siempre lo defendió Martí, es la sistemática y constante labor internacionalista
cubana, que tanto en el terreno político como en el de la colaboración
económica, siguió el camino trazado por Martí en cuanto al deber de Cuba en
América y el mundo, cuya independencia debía contribuir al equilibrio en el
continente y a escala universal. En consonancia con ello, la unidad
latinoamericana fue caballo de batalla permanente para Fidel Castro, quien se
acogió repetidas veces a las argumentaciones martianas al respecto.
También, al proclamar y practicar una ética humanista de
servicio, tanto en el orden de la actuación individual como social, Fidel se
atuvo a los criterios de Martí, y, como nunca antes había ocurrido, los
convirtió en preceptos ineludibles para sí y para su pueblo.
Estas consideraciones éticas que Fidel coloca en primer
plano para el Partido, siguen desde luego las enseñanzas quizás más importantes
de Martí: su sentido de la moral, de la dignidad humana, del camino de servicio
que se ha de emprender en la vida frente a los apetitos materiales, de poder y
las vanidades de la gloria.
Hace muchos años Fidel manifestaba una idea que no sólo hoy
es imprescindible tomarla en cuenta sino que constituye un basamento eterno
para nuestro acercamiento y nuestra comprensión del mayor de los cubanos:
“Podemos decirle a Martí que hoy más que nunca necesitamos de sus pensamientos,
que hoy más que nunca necesitamos de sus ideas, que hoy más que nunca
necesitamos de sus virtudes”.
Ese papel de guía, de ejemplo
de conducta y de alineamiento con los pobres de la tierra, frente a toda acción
de injusticia, de preocupación por el decoro y la dignidad son probablemente
los elementos esenciales asumidos de Martí por Fidel, quien se ha encarado de
trasmitir esos valores una y otra vez.
Quizás más allá de todos sus aportes al pensamiento
revolucionario, de su extraordinaria comprensión de la política, de su
dedicación a su pueblo y a las causas populares, Fidel quedará para la historia
como un líder moral, continuador de esa gran fuerza que proclamara Martí que es
el amor, el amor a los seres humanos y a su vida digna. Cuánta verdad, pues, en
su declaración pública de 1955: “Es el Apóstol el guía de mi vida”.
Se trata, pues, de que más allá de que su formación humana
fuera muy influida por sus lecturas de los textos del Maestro, y de su
adhesión consciente y voluntaria a su
pensamiento, Martí fue ejemplo y acicate para Fidel en su acción revolucionaria
y en los amplios horizontes que lo impulsaron durante su vida.
Probablemente eso sea precisamente lo primero que habría que
decir: Martí no fue moda pasajera en Fidel, ni fuente de aprendizaje durante un
determinado período de su vida, ni recetario oportuno para cualquier mal, ni
siquiera solo influjo intelectual.
Desde muy joven, Fidel se identificó con la doctrina moral,
la lógica del pensar y la plena entrega de Martí al cumplimiento de sus
objetivos revolucionarios, encaminados a subvertir a plenitud la sociedad
entonces vigente y abrir paso a un país diferente. Sin embargo, es evidente que
Fidel no deificó al Maestro, por mucho que este le guiara a menudo, sino que a
lo largo de su vida sostuvo un diálogo
permanente con él. De ahí, pues que ni sus ideas, ni sus proyectos ni su propia
personalidad sean calco, copia, remedo de Martí. Fue la suya una identificación
creadora, de tal modo, que nadie yerra cuando afirma que hay un pensamiento
propio en Fidel Castro, en lo cual se expresa su asimilación verdadera de la
constante apelación martiana a la originalidad de cada cual, de cada sociedad,
de cada época.
No hay dudas de que el amor a la patria, el apego a los
pobres de la tierra, la fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la
virtud son componentes esenciales de la personalidad de Fidel aprendidos e
interiorizados desde Martí. Luego no solo las especiales cualidades de Fidel
como líder político (su antimperialismo y su rechazo a las degradaciones del
capitalismo, su constante accionar en pos de la unidad de cuantos fueren
posibles de ser unidos, su extraordinaria aptitud previsora, su talento para la
respuesta inmediata ante cualquier obstáculo o peligro, su creencia en la
capacidad de mejoramiento del ser humano, su perspicacia para valorar a las
personas), deben mucho a su comunión con Martí, sino que, además, su entrega a
sus ideales, su inquietud cognoscitiva y espiritual, en fin, su
condición humana llevan, con su indudable toque personal y de estilo, el sello
martiano.
Por eso hay que hablar de
Fidel, siempre, y por encima de todo, martiano. Y por eso tantos los
acompañaremos, a Fidel y a Martí, en la hermosa pelea por el bien del hombre,
de un hombre digno y con decoro, en la que tenemos que continuar bregando en
Cuba y en el mundo de hoy.