Taller de Lectura # 124 - Agosto de 2019
“Desatar una irreconciliable batalla contra
la incultura y la indecencia”
Por Miguel Díaz-Canel Bermúdez
30 JUNIO, 2019 – Tomado de la Pupila Insomne
Discurso
pronunciado por Miguel M. Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de
Estado y de Ministros, en la clausura del IX Congreso de la Uneac, en el
Palacio de Convenciones, el 30 de junio de 2019, “Año 61 de la Revolución”.
(Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado)
Queridos
escritores, artistas, creadores;
Compañeras
y compañeros de la Presidencia;
Ministros
y viceministros presentes:
Ante
todo, reciban el cálido saludo del General de Ejército, del cual soy portador.
Ha
concluido su IX Congreso. No digo estos días de análisis y debate en el Palacio
de Convenciones, sino los largos meses de intercambios y aportes desde las
bases. ¡Cuánta inteligencia y talento, cuánto se aprende de ustedes!
Es
un proceso que hemos seguido de cerca en frecuentes encuentros con la Comisión
Organizadora, tratando de aproximar, en lo posible, soluciones a las
insatisfacciones más generalizadas, y confirmando, una vez más, el valor de ir
a lo profundo del extraordinario caudal creativo del pueblo cubano. Allí
siempre nos espera la verdad.
Permítanme
sentirme uno más de ustedes: en la insatisfacción y también en el compromiso,
soy un apasionado del arte y de la cultura en sus más diversas expresiones, sea
de Cuba o universal.
Los
temas que aquí se han tratado suelen ser pan de cada día en nuestra familia y
entre amigos. Por las profesiones de mis tres hijos y de mi esposa, la cultura
está de manera casi permanente en nuestras vidas. Por imperiosa necesidad del
espíritu, no sabríamos vivir sin acceso a las artes.
La
emoción más profunda, junto con la gloria patria, nos la provoca constantemente
el contacto con la creación artística. Personalmente no puedo separar el
sentido de plenitud, incluso de felicidad, de un disfrute estético determinado.
Y si es cultura cubana, el goce se multiplica.
Lo
que quiero decirles es que durante estos meses, estos días, estas horas, más de
una vez nos hemos sentido entre ustedes, compartiendo lo que expresan y
comprometidos con lo que hacen.
Y
por lo que dicen y lo que hacen, sé que muchos de ustedes, alguna vez, pueden
haberse sentido en nuestro lugar, desafiados a dar continuidad a un proceso
histórico único, de un impacto y alcance universal y de un liderazgo solo
comparable a la grandeza de la Revolución misma, hecho cultural superior que
transformó desde la raíz a una nación pequeña y atrasada en una indiscutible
potencia mundial, no por sus recursos materiales, sino por sus recursos humanos
y sentimentales.
Nosotros
cuando miramos al mundo y repasamos la historia podemos decir: ¡Qué milagro de
país, en qué gran pueblo nos hemos convertido! Es lo que nos ocurre cuando
asistimos a una función de ballet o danza, a conciertos de música, lo mismo en
un gran teatro que en uno de nuestros barrios; a obras teatrales, a estrenos de
cine, a ferias del libro, de artesanías, a galerías, a descargas de rumba o a
escuelas de arte.
Un
país bloqueado durante seis décadas, perseguido con saña y alevosía hasta en la
gestión de medicamentos infantiles, acribillado mediáticamente por los medios
más influyentes del planeta, no se ha conformado con resistir y sobrevivir.
Como ya dije una vez: “Somos una Revolución que puede presumir de haber sido
contada y cantada, desde sus orígenes, con el talento y la originalidad de sus
artistas y creadores, intérpretes genuinos de la sabia popular y también de las
insatisfacciones y esperanzas del alma cubana.
“Y
así seguirá siendo. Intelectuales, artistas, periodistas, creadores, nos
acompañarán siempre en el empeño de que este archipiélago que la Revolución
puso en el mapa político del mundo siga siendo reconocido también por su
singular modo de pelear cantando, bailando, riendo y venciendo”.
Quizás
aún no hemos aprendido, y en algunos casos hemos desaprendido, a contar esa
maravilla, pero nadie puede ya quitarnos el orgullo de ser una nación para
respetar, gracias a una Revolución que siempre ha puesto al ser humano en el
centro.
Es
algo que nuestra generación les debe a los fundadores en primer lugar, desde
Céspedes a Martí. A los creadores que continuaron sus luchas y fundamentalmente
a Fidel, el indiscutible intelectual y guía de la generación histórica que,
junto con la entrega de la tierra y las fábricas a los que la trabajaban,
alfabetizó al pueblo, universalizó la enseñanza, creó poderosas instituciones
culturales y en los momentos más difíciles nos enseñó que “la cultura es lo
primero que hay que salvar”.
¿Por
qué insistía Fidel en esa idea, que repitió tantas veces? Ustedes lo saben
seguramente, pero no está de más recordarlo. Porque “no hay proa que taje una
nube de ideas”, diría Martí.
Y
Fidel supo advertir el riesgo de perder nuestra mayor fortaleza: la unidad, la
identidad, la cultura, con la avalancha colonizadora que avanzaba en los
tiempos de la globalización, con el acceso masivo a las nuevas tecnologías,
promovido por los mercaderes modernos, no para enriquecer sino para empobrecer
la capacidad crítica y el pensamiento liberador.
Consciente
de que esas tecnologías de acelerado desarrollo serían una poderosa arma de
educación y multiplicación del conocimiento a la que la Revolución no podía
renunciar ni acceder tardíamente, Fidel creó la Universidad de Ciencias
Informáticas (UCI) y paralelamente alertó a la sociedad cubana sobre la
importancia de salvar la cultura.
Así
como antes, en aquellas reuniones de la Biblioteca Nacional que dieron lugar a
sus Palabras a los intelectuales y muy poco tiempo después a la creación de la
Uneac, Fidel acudía a la vanguardia intelectual y artística para enfrentar
desafíos que solo podía advertir un iluminado, como Barnet lo definió alguna
vez.
Si
hace 60 años fue vencido el intento de fracturar la unión visceral entre
aquella vanguardia y su Revolución, es decir, ella misma y su pueblo, más tarde
y muchas veces a lo largo de los años el adversario se empeñaría inútilmente en
ello. En el cruce de siglos, la batalla alcanzaría cotas mayores golpeando a
las fuerzas progresistas en la región y en el mundo.
Movimientos
como la Red en Defensa de la Humanidad y proyectos culturales que florecieron
por todo el país demostraron la extraordinaria fuerza de la vanguardia para alimentar
y sostener la espiritualidad de la nación.
De
la Uneac fundada por Nicolás Guillén y otras cubanas y cubanos universales
emergió un compromiso para siempre con el destino de la cultura nacional, que
se ha afirmado en estos días. Y es tremendo ver la continuidad de esa obra en
una organización dirigida hasta hoy por uno de los más jóvenes delegados a
aquella cita de hace 58 años: el poeta, ensayista, etnólogo, intelectual, en
suma, Miguel Barnet.
Aquí
se ha hablado varias veces de las Palabras a los intelectuales. No concibo a un
artista, a un intelectual, a un creador cubano que no conozca aquel discurso
que marcó la política cultural en Revolución. No me imagino a ningún dirigente
político, a ningún funcionario o dirigente de la Cultura, que prescinda de sus
definiciones de principio para llevar adelante sus responsabilidades.
Pero
siempre me ha preocupado que de aquellas palabras se extraigan un par de frases
y se enarbolen como consigna. Nuestro deber es leerlo conscientes de que,
siendo un documento para todos los tiempos, por los principios que establece
para la política cultural, también exige una interpretación contextualizada.
Claramente
Fidel planteó un punto de partida: la relación entre Revolución, la vanguardia
intelectual y artística y el pueblo. Entonces, todos no tenían tan claro como
Fidel lo que los artistas e intelectuales irían comprendiendo en el desarrollo
de su obra: que la Revolución eran ellos, eran sus obras y era el pueblo.
Por
eso resulta reduccionista limitarse a citar su frase fundamental: “Dentro de la
Revolución todo, contra la Revolución nada”, soslayando que Revolución es más
que Estado, más que Partido, más que Gobierno, porque Revolución somos todos
los que la hacemos posible en vida y en obra.
Y
también sería contradictorio con la originalidad y fuerza de ese texto,
pretender que norme de forma única e inamovible la política cultural de la
Revolución. Eso sería cortarle las alas a su vuelo fundador y a su espíritu de
convocatoria.
Hoy
tenemos el deber de traer sus conceptos a nuestros días y defender su
indiscutible vigencia, evaluando el momento que vivimos, los nuevos escenarios,
las plataformas neocolonizadoras y banalizadoras que tratan de imponernos y las
necesidades, pero también las posibilidades que con los años y los avances
tecnológicos se han abierto.
Hay
que hacer lecturas nuevas y enriquecedoras de aquellas palabras. Hacer crecer y
fortalecer la política cultural, que no se ha escrito más allá de Palabras… y
darle el contenido que los tiempos actuales nos están exigiendo.
Ustedes
han hecho bastante. Como hemos apreciado, han trabajado y avanzado mejor allí
donde más coordinados han actuado con otras fuerzas intelectuales, como las que
crean desde las universidades y otros centros de investigación de las ciencias
sociales y humanísticas.
Evidentemente,
hay más y mejores resultados donde la creación se apoya en nuevos soportes
tecnológicos que facilitan el trabajo.
Hace
unos días, compartiendo con la Comisión Organizadora, les comentaba sobre uno
de los temas que más discusiones genera siempre en los eventos de la Uneac: la
relación con el turismo. Y otro tema más actual que es la política cultural en
los espacios de la economía estatal y los privados.
Hoy
quiero reiterar que tenemos, desde la administración, el deber de ser
coherentes. No hay una política cultural para el sector estatal y otra para el
privado. En ambos sectores tiene que promoverse, defenderse, dárseles espacio a
quienes hacen arte verdadero.
Y
en el caso específico del turismo, yo he insistido en que la cultura es un
eslabón fundamental en los encadenamientos productivos que nos interesa
promover. Pero defiendo, sobre todo, que el turismo no solo lleve a los
artistas a sus instalaciones, sino que propiciemos una muy intensa actividad
cultural en todas nuestras ciudades y zonas turísticas que, a la vez que
enriquezca la vida cultural del pueblo, atraiga y conquiste al visitante. Hay
que ser auténticos y dejar de vender “shows enlatados”, productos de
seudocultura que responden más a la rentabilidad que al orgullo de mostrar
quiénes somos realmente.
Cuba
es una potencia cultural y hoy el turismo, siendo como es una actividad
económica que aporta cotidianamente al Presupuesto, la verdad es que todavía
tributa mucho menos de lo que podría si los turistas salieran a consumir bienes
y servicios, no solo culturales, pero sobre todo culturales (Aplausos).
A
propósito, el sistema de escuelas de arte tiene una fuente de ingresos por
exportación de servicios, insuficientemente explotada, en la generación de
cursos en áreas de la enseñanza artística, en las que somos realmente fuertes y
donde debemos establecer modalidades y precios coherentes con el nivel de la
academia cubana.
En
esa misma línea de pensamiento, a la Uneac le corresponde ser una especie de
electrodo movilizador de fuerzas y acciones para la proyección internacional de
nuestras industrias culturales. No olvidar que cuando todas las puertas se
cerraron para Cuba por su osada pretensión de soberanía y libertad, hasta en el
imperio se abrieron al menos ventanitas por donde entraron la música, las artes
plásticas, el ballet, la danza, el teatro y otras manifestaciones culturales.
Los
puentes que ha levantado la cultura cubana, apoyada por fieles amigos, en
tantos años de ninguna o escasas relaciones entre Cuba y Estados Unidos, nos
han permitido sostener vivo un intercambio entre nuestros pueblos de tanta
fuerza que la actual administración estadounidense se ha propuesto clausurarlo
definitivamente.
Pero
también hacia Europa, Asia, África, los intelectuales y artistas han fungido
como embajadas culturales, han abierto puertas y favorecido entendimientos que
podrían ser más difíciles y hasta imposibles sin ellos.
Hay
mucho, mucho que trabajar en ese sentido. Y ustedes tienen el talento, la
fuerza y el conocimiento para hacerlo crecer, aportando al país recursos
imprescindibles para su desarrollo.
Comparto
igualmente las preocupaciones de quienes sienten que algunas instituciones de
la Cultura se han quedado por detrás de los creadores. Resulta inaceptable que
no se comprenda que todas las instituciones culturales existen por y para los
creadores y su obra (Exclamaciones y aplausos), no a la inversa, y que el
burocratismo y la falta de profesionalidad ahogan la creación.
En
la pelea contra esos molinos de viento, tan antiguos como dañinos, vemos un
papel fundamental de la Uneac. Es preciso hacer más proactiva a la organización
en sus bases: indagar qué misiones cumple cada una en función de aquellos a
quienes representan y qué ámbitos de discusiones lideran. ¿Desde cuáles
posiciones? ¿Con qué liderazgos?
Igualmente
veo a la Uneac batallando por rescatar y elevar el peso y el papel de la
crítica cultural. La sequía de análisis serios y bien fundamentados sobre los
valores reales de obras y espacios culturales desestimulan a los creadores y
privan a los públicos, particularmente a los más jóvenes, de criterios
orientadores que establezcan las jerarquías artísticas a tiempo.
Es
un hecho incontestable que los creadores cubanos residentes en el país tienen
obras capaces de emular con lo mejor creado por sus contemporáneos que trabajan
y viven en naciones del Primer Mundo, bajo condiciones materiales e incentivos
muy superiores a veces, lo que les ha valido acceder a mercados exigentes.
¿Por
qué desde Cuba no logramos insertar, difundir, exportar la obra de los que
trabajan dentro del país y en cambio promocionamos y replicamos lo que ya el
mercado acuñó y nos devuelve envuelto en sus reglas? (Exclamaciones y aplausos
prolongados.) ¿Qué necesitan nuestras instituciones para hacer florecer
nuestras más auténticas creaciones culturales?
Se
escucha mucho la queja —sobre la cual es importante que actúen las
organizaciones de artistas— de que el sistema empresarial o las llamadas
industrias culturales, con relación a la creación artística, en cuanto a su
producción, promoción y comercialización, se han quedado atrás.
La
cultura puede y debe aportar al Producto Interno Bruto del país y para eso
están sus empresas. Sobran las insatisfacciones de artistas y creadores que
deben gestionarse absolutamente todo para difundir o promocionar su trabajo,
mientras quienes tendrían la responsabilidad de hacerlo ejercen una suerte de
parasitismo desde la inactividad (Exclamaciones y aplausos prolongados).
Los
artistas tienen el deber de pagar sus impuestos, pero no deberían tener que
abonar a las empresas si estas no han tenido nada que ver con los contratos de
trabajo, con su promoción ni con su amparo jurídico (Exclamaciones y aplausos
prolongados).
Es
un secreto a voces que ese parasitismo favorece la corrupción (Exclamaciones y
aplausos) y enmascara el incumplimiento de la función de representación y
gestión de oportunidades para el creador y su obra. Es inútil y engañoso que el
escaso dinero de que dispone el país sea reciclado entre entidades sin ningún
efecto en la economía real (Exclamaciones y aplausos).
Otros
temas que, en mi modesta opinión, deberían concitar acciones y reacciones de
nuestros creadores agrupados en la Uneac tienen que ver con lo que algunos
llamamos “mercenarios culturales”, esos dispuestos a linchar a cuanto artista o
creador exalte a la Revolución o les cante a las causas más duras y a la vez
más nobles en que están empeñadas las fuerzas progresistas de nuestra región y
del mundo (Aplausos).
Recordemos
el mensaje del General de Ejército Raúl Castro Ruz, en ocasión del aniversario
55 de la Uneac: “Hoy estamos doblemente amenazados en el campo de la cultura:
por los proyectos subversivos que pretenden dividirnos y la oleada colonizadora
global. La Uneac del presente continuará encarando con valentía, compromiso
revolucionario e inteligencia, estos complejos desafíos.”
Esta
plataforma colonizadora promueve los paradigmas más neoliberales: Estado
mínimo, mercado hasta donde más sea posible, todo se vende y se compra, el
supuesto éxito único de la empresa privada; atentos a los que ponen por delante
mercado y no cultura; egoísmo y vanidad personal y no compromiso social de la
cultura (Exclamaciones y aplausos).
Ya
se ha denunciado que la actual administración estadounidense destina nuevos y
mayores fondos a la subversión y que pide a quienes desean acceder a los cotos
privilegiados del imperio que rindan cuenta de cuanto hacen o dicen en las
redes sociales. Por lo que callan y por lo que dicen algunos contra sus propios
compatriotas, es fácil colegir quiénes aspiran a ganarse el penoso boleto.
Apóstatas les llamaría Martí. Me pregunto si alguien cree que servir al que nos
bloquea, ataca y obstaculiza nuestro desarrollo le abrirá por largo tiempo la
pequeña puerta por la que les dan acceso a quienes reniegan de su raíz.
No
vamos a limitar la creación, pero la Revolución que ha resistido 60 años por
haber sabido defenderse, no va a dejar sus espacios institucionales en manos de
quienes sirven a su enemigo, sea porque denigran cualquier esfuerzo por
sobreponernos al cerco económico o porque se benefician de los fondos para
destruir a la Revolución (Aplausos).
Los
límites comienzan donde se irrespetan los símbolos y los valores sagrados de la
Patria (Aplausos).
La
Constitución que acabamos de aprobar y que se complementará con sus leyes
correspondientes tiene, entre las primeras, la de los símbolos nacionales.
Los
ingenuos hacen tanto daño como los perversos. No son tiempos de negar
ideologías, ni de descontextualizar. Y nada de esto significa negar la libertad
de creación ni hacer concesiones estéticas. Significa tener sentido del momento
histórico, saber que más allá de Cuba el mundo vive horas de mucho riesgo e
incertidumbre, donde los poderosos pasan por encima de las leyes
internacionales, lanzan guerras al amparo de las llamadas fake news o falsas
noticias y destruyen civilizaciones milenarias en nombre de la intervención
humanitaria. Construir y defender un proyecto socialista significa defender el
humanismo revolucionario.
Como
en los tiempos de Palabras a los intelectuales, la Revolución insiste en su
derecho a defender su existencia que es, también, la existencia de un pueblo y
de sus creadores e intelectuales.
Tendría
mucho más que decirles, pero sé que habrá nuevas oportunidades para hacerlo.
Nos hemos propuesto realizar encuentros mensuales con la directiva electa y
grupos de creadores, junto a los ministerios, para revisar todo cuanto podamos
colaborar en arrancarles cada vez un pedazo mayor a los problemas y
dificultades (Aplausos).
Para
eso cuenten con el apoyo del Gobierno, presentes aquí seis ministros y
viceministros de los organismos de la Administración Central del Estado. El
Dictamen de las comisiones nos ofrece un menú de temas muy amplio que debemos
ahora abordar entre todos y en darle solución.
No
dejen morir el Congreso. Trabajen por hacer realidad todo lo que entiendan que
aportará al bien de la nación, a su espiritualidad, al porvenir que quieren
negarnos los que no han podido destruirnos.
Entre
ustedes nos sentimos cómodos, entusiastas, optimistas, conscientes de que como
nos enseña Raúl: “Sí se puede” cuando se quiere. Y ustedes y nosotros, es
decir, la Revolución, queremos lo mismo:
·
Un
país libre, independiente y soberano;
·
Fiel
a nuestra historia;
·
Que
garantice justicia social y justa distribución de la riqueza;
·
Con
respeto a la dignidad plena del ser humano, mujer y hombre;
·
Con
una sólida identidad cultural;
·
Donde
se preserve el acceso gratuito y universal a la educación;
·
Que
avance hacia un desarrollo económico equilibrado y sostenible;
·
Próspero,
inclusivo, participativo;
·
Invulnerable
militar, ideológica, social y económicamente;
·
Con
servicios de salud gratuitos y de la mayor calidad para todos;
·
Solidario,
generoso, humanista;
·
Que
repudie todas las formas de discriminación;
·
Donde
no prosperen nunca el crimen organizado, la trata de personas o el terrorismo;
·
Defensor
de los derechos humanos de todos, no de segmentos exclusivos o privilegiados;
·
Libre
de toda forma de violencia, esclavitud, explotación humana;
·
Con
un ejercicio ejemplar de la democracia del pueblo y no del poder
antidemocrático del capital;
·
Capaz
de vivir en paz y desarrollarse en armonía con la naturaleza y cuidando las
fuentes de las que depende la vida en el planeta.
Compañeras
y compañeros:
Nuestro
reconocimiento a la intensa labor realizada por Barnet en estos años al frente
de la Uneac.
Felicitamos
a la nueva dirección de la Uneac, a su presidente electo, Morlote, con la
certeza de que comprenden que su misión más importante es desatar una
irreconciliable batalla contra la incultura y la indecencia (Aplausos), y en
ese bregar los creadores deberán ser, como siempre, como pidió Fidel en
Palabras a los intelectuales: más que espectadores, actores.
Un
mundo mejor es posible.
Esa
certeza la heredamos de nuestros padres y tenemos el deber de sostenerla para
nuestros hijos.
¡Somos
Cuba! ¡Somos continuidad!
¡Patria
o Muerte!
¡Venceremos!
(Ovación)