marzo 30, 2023

Círculo de Lectura # 168 – Abril de 2023

 “La transición socialista como revolución cultural permanente”

 Por Wilder Pérez Varona -  Filósofo e investigador del pensamiento cubano

 Tomado de “Cuba Socialista”, revista cuatrimestral teórica y política del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

 Por socialismo se han entendido y se entienden cosas muy distintas, y la experiencia histórica ha sido tan diversa y contradictoria como para avalar varios modos de entenderlo.

 Este texto se centrará en exponer dos lógicas contrapuestas. Una lógica de dominación capitalista frente a otra lógica de emancipación social o socialista. Como corrobora la historia, estas lógicas no se excluyen, sino que conviven en procesos anticapitalistas o sociedades de transición. El orden del capital ha mostrado una capacidad impresionante para metabolizar las resistencias y luchas emancipadoras. También ha demostrado ser incapaz de impedir que esas resistencias y luchas se produzcan, una y otra vez, bajo condiciones sociales concretas.

 Para exponer tales lógicas antagónicas, haré abstracción de aquellas condiciones que han hecho peculiar a nuestro proceso socialista. (cubano)

 ·        I De acuerdo con una tradición de pensamiento cubano que, con particular fuerza desde los años noventa  ha insistido sobre ello, propongo asumir la transición socialista como un cambio o una revolución cultural permanente.

 Los clásicos del marxismo referían un periodo de transición al comunismo. Una sociedad en transición implica que no hay un tiempo social homogéneo, uniforme, sino fracturado por distintos ritmos y dinámicas que tensan el vínculo entre pasado y porvenir. Se trata de un periodo en que coexisten y luchan entre sí lógicas, relaciones, instituciones, fuerzas sociales, heredadas y reproducidas del capitalismo, con elementos y tendencias que anuncian o prefiguran la futura sociedad comunista.

 Por tanto, el socialismo no es un fin en sí mismo ni un modo de producción específico: hay que pensarlo desde el comunismo. Sin embargo, el comunismo posee esa tensión inevitable, que se aloja entre el orden del presente y de la utopía. Marx creyó haberlo advertido en el movimiento real que tiende a superar el orden del capital, surgido de sus propias contradicciones. Al mismo tiempo, lo imaginó como un nuevo modo de vida basado en el trabajo libre asociado, capaz de potenciar un desarrollo multilateral de la subjetividad. Como brújula para las decisiones del presente, debe ser promovido y fomentado aquí y ahora.

 Ni siquiera desde el prisma del ideal, la transición puede ser armoniosa. Si se trata de una sociedad atravesada por contradicciones y luchas inevitables, no es posible pretender que esa transición pueda ser planificada y pensada por etapas. Ello no significa que no deban existir proyectos que orienten la transición. Deben existir múltiples proyectos y programas de cambio. Como deben existir también fuerzas, mecanismos e instituciones que confronten continuamente el proyecto de sociedad con la marcha de los procesos reales, para lograr su rectificación, afinación, mejoramiento.

 Esta sociedad supone que los individuos, al tiempo que cambian sus condiciones de vida, se cambien a sí mismos. Por tanto, el modo en que se produce la subjetividad social debe estar en el centro de la reflexión. Marx criticó al capitalismo, sobre todo, porque produce una subjetividad deformada, porque subordina la ampliación de capacidades y necesidades humanas, las propias condiciones de vida, a la valorización y acumulación de capital. El poder burocrático que rigió en el socialismo real no fue una alternativa para este problema. Más bien, reprodujo otra forma de dominación que pretendió homogeneizar las necesidades de la sociedad, y ajustarlas a los objetivos y programas establecidos para el sistema social.

 ·        II

 Si el socialismo debe no solo oponerse al capitalismo, sino superarlo y ser alternativa a ese sistema, se hacen necesarias interrogantes al estilo de ¿qué se entiende por capitalismo? ¿qué capitalismo queremos superar? Porque el modo en que demos respuesta a esas preguntas decide sobre lo que podamos concebir, a su vez, como socialismo o transición socialista.

 Sobre esta relación entre capitalismo y socialismo ha habido dos grandes interpretaciones.

 La más extendida, y que predominó en el llamado “campo socialista”, entendió al capitalismo y al socialismo de un modo economicista. Por ello, concibió la producción como producción de bienes materiales, y rechazó al capitalismo porque implicaba una distribución injusta, en tanto desigual, de la riqueza producida por la sociedad. La “expropiación de los expropiadores” fue entendida como la estatización de los medios de producción. El viejo Estado burgués debía ser desmantelado para construir un nuevo Estado proletario, devenido “Estado de todo el pueblo”, que jugaría el papel de único sujeto de esa reestructuración societal. La magnitud de la tarea y la deformación que siglos de explotación había creado en las clases subordinadas, propiciaba la concentración del poder en manos de una vanguardia política. A marcha forzada, este grupo político profesional debió lograr cambios estructurales profundos que permitieran eliminar las desigualdades en la distribución y, además, aumentar la producción con el fin de lograr cuotas mayores de distribución. El saldo que resultó de este proceso es conocido: el socialismo debía transformar la esfera de la propiedad jurídica de los medios de producción para distribuir el excedente social de un modo más justo e igualitario.

 Si la clave era producir más para distribuir mejor, este socialismo conjugaba un sistema de producción basado en la lógica de la acumulación de valor con un sistema de distribución basado en principios de justicia y humanismo. Esta síntesis resultó insostenible y condujo a una restauración capitalista cuyas consecuencias aún padecemos.

 Pero existe otra interpretación sobre el capitalismo y sobre el socialismo. Esta interpretación no entiende al capitalismo solo, ni principalmente, desde el ámbito de la distribución, sino como modo de producción un. Un modo de producción es una forma de organizar la vida en sociedad, de producir y reproducir determinadas relaciones sociales. El capitalismo no es un sistema sólo económico, ni su lógica de reproducción puede ser comprendida sólo a través de fórmulas y regularidades económicas.

 La esencia del capitalismo es la mercantilización creciente de todas las relaciones sociales. A lo largo de siglos ha ido tejiendo una red globalizadora de relaciones sociales mercantilizadas, colocando cada dimensión de la vida social en función y al servicio de producir plusvalor. Por tanto, el capitalismo es un modo de producir nuestras necesidades materiales y espirituales, las formas en que satisfacemos tales necesidades, las formas en que nos representamos y valoramos a la sociedad y a nosotros mismos. Es un fenómeno o proceso cultural, en el sentido más hondo del término.

 Esta perspectiva no piensa al socialismo como continuidad de la lógica de la producción capitalista, corregida o compensada por una lógica de distribución diferente. Piensa al socialismo como superación de un sistema de relaciones sociales que se autoproduce en forma enajenante, o sea, en forma que escapa al control de la sociedad, de forma tal que crea individuos que aceptan y se comportan como si tales condiciones fueran naturales.

 Ya no se trata solo de una distribución más justa, o de procurar condiciones para un acceso más igualitario a bienes y servicios, sino de algo mucho más profundo y complejo: se trata de promover condiciones para que los individuos sean cada vez más capaces de asumir el control colectivo sobre sus condiciones de vida. Requiere socializar las relaciones de propiedad y las relaciones de poder, pues son dos caras de un mismo proceso. Ello significa potenciar el espacio público, realizar el precepto de que sólo puede haber socialismo con democracia y sólo puede haber democracia con socialismo.

 ·        III

 Esta transición es tan compleja que no puede ser realizada por un solo agente, o un solo centro de poder que garantizaría la marcha del proceso. Como regla, en todos los países donde los comunistas llegaron al poder, la prioridad para la dirigencia política no ha sido disolver el aparato de Estado, sino construir un Estado capaz de evitar la amenaza permanente de sometimiento colonial o neocolonial, y de saldar viejas deudas sociales y el retraso con respecto a los países industriales más avanzados. Sin embargo, esta misma experiencia ha demostrado que el socialismo no puede estar centrado en el Estado. “En sí y por sí mismo [el Estado] no sirve para garantizar la desprofesionalización de la política, ni para garantizar la desburocratización de los aparatos de control y toma de decisiones, ni para evitar la autonomización de la clase política con respecto a las clases populares…”. Sin duda, el Estado y las relaciones monetario-mercantiles son necesarias durante la transición socialista, pero deben serlo cada vez menos. Pero no debemos olvidar que todo Estado supone una institucionalización de relaciones de dominación: a un tiempo socialización de principios organizativos de la vida material y simbólica de la sociedad, y gestión monopolizada de tales bienes comunes. De ahí que la transición socialista deba ser un proceso pluricéntrico, en el que participen diversas fuerzas colectivas autoorganizadas, plenamente reconocidas en dicha diversidad. La orientación y tendencia a hacer de la sociedad el centro real del proceso socialista hace del mismo una subversión cultural, de alcance civilizatorio.

 Una de las razones que hace tan ardua esta transición es la complejidad del proceso de trabajo. Marx criticó a la ciencia económica por considerar al trabajo sólo como actividad económica. Su crítica de la economía política investiga las formas, las dinámicas y las tendencias de desarrollo del capital junto con sus consecuencias, que moldean espontáneamente nuestra consciencia. A primera vista, las formas de valor como la mercancía o el capital aparecen como cualidades de objetos. El dinero, por ejemplo, cumple su función de permitir el intercambio de productos a escala universal únicamente gracias a que sustituye el encuentro directo entre los productores, y a que apela a una abstracción común de las cualidades concretas de los productos: el trabajo humano abstracto. De modo que las relaciones sociales están mediadas por una abstracción de la acción concreta de los productores, que adquiere autonomía, validando y consagrando la separación entre ellos, que concurren al intercambio como productores privados. Mediante este intercambio económico tenemos entonces que los productos se han hecho independientes de nosotros, y nos hemos convertido en apéndices de su proceso social de cambio y valorización. Experimentamos así el poder de los productos sobre quienes los han producido. Este poder paradójico es la esencia del capitalismo, y es a lo que se refiere el concepto del carácter fetichista de las mercancías. Por tanto, más que una actividad o una relación social en sí mismo, en el trabajo los individuos producen el conjunto de relaciones sociales, se producen a sí mismos, producen la subjetividad social (capacidades, representaciones, afectos, necesidades, valores). Cultura y producción son dos conceptos interrelacionados: se producen, reproducen, difunden y consumen objetos culturales en cada ámbito de la actividad social. Los objetos producidos son también, y, sobre todo, objetos culturales.

 Por tanto, la transición socialista solo será exitosa si se esfuerza en avanzar hacia la emancipación del trabajo. En rigor, no se trata de una lucha contra la propiedad privada capitalista, sino de una lucha contra la subordinación del trabajo al capital. Emancipar el trabajo es sustraerlo de toda forma de dominación, de todo sometimiento a una lógica ajena a la satisfacción de las necesidades de los trabajadores y de la sociedad.

 Como sabemos, el papel de los “incentivos morales” y “materiales” para aumentar la productividad de los trabajadores y su nivel de conciencia, centralizó los debates políticos y científicos sobre el trabajo en el socialismo. Se ha considerado mucho menos el papel que pueden desempeñar los “incentivos políticos”, como el control democrático de la economía, en el que los trabajadores mismos son los que controlan el proceso de trabajo. Desde esta perspectiva, sólo si las personas participan y controlan su vida productiva desarrollan un interés y un sentido de responsabilidad por lo que hacen para ganarse la vida cotidianamente. Democratizar la producción, tanto la intelectual como la propiamente material o económica, es un proceso profundamente político, y por ello, cultural.

·        IV

 Si entendemos por socialismo un proceso de socialización de la propiedad y del poder, podemos comprender el sentido de una democratización creciente de la sociedad.

 El fracaso de las experiencias del socialismo real demostró que, a contrapelo de lo que la izquierda creyó durante todo el siglo XX, estatizar los grandes medios de producción no asegura instaurar un nuevo modo de producción. Estatizar no es sinónimo de socialismo, no garantiza socializar la producción, es decir, crear las condiciones para una autogestión significativa a escala social, capaz de instituir un proceso socializador del trabajo. Propiedad estatal no es sinónimo de propiedad social. La estatización ha sido un momento necesario en los procesos históricos que se propusieron una alternativa socialista. Pero tales procesos han mostrado que la estatización puede conservar (y ha conservado de hecho) la separación entre la propiedad jurídica sobre los medios de producción como bien público, respecto de la apropiación y disposición del excedente, y respecto del control sobre el uso y consumo de tales medios.

 En su forma clásica, la propiedad privada capitalista unifica tres cosas: a) la propiedad jurídica de los medios de producción; b) la apropiación del excedente económico; y, c) el control directo e indirecto del uso y consumo de los medios de producción. La estatización suspende la propiedad jurídica, ahora, del Estado, que establece límites a la discrecionalidad legal de los medios de producción, pero mantiene la apropiación del excedente económico y el mando del proceso de trabajo separado y paulatinamente enfrentado a los propios trabajadores. La apropiación del excedente pasa ahora a decisión de los administradores del Estado que tienen restricciones en cuanto a la discrecionalidad del uso y disposición de ese excedente. Está sometido a controles sociales de los bienes públicos, pero, al igual que el mando del proceso de producción, este sigue separado y diferenciado de los propios trabajadores, con lo que las condiciones objetivas de la enajenación del trabajo, la autonomización y el poder de los medios de producción, del proceso de producción sobre el trabajador, núcleo de la forma mercancía y del capitalismo, vuelven a reproducirse.

 Por ello se necesita crear un sistema en expansión de instituciones, espacios y prácticas que conduzcan a una creciente desburocratización, es decir, que desarrolle formas de autogobierno colectivo, formas autogestionarias de producción y propiedad. Que la descentralización y la autonomía crecientes sean objetivos y tendencia reales del proceso socialista.

 Esta desburocratización no es posible si no se separan las funciones del Estado y del Partido, pues de lo contrario produce ambigüedades en la concepción y ejercicio efectivo de la soberanía. De ahí que se deba alcanzar un equilibrio entre centralismo y democracia al interior del Partido, y también fomentar una relación democrática entre el Partido y las demás instituciones y espacios sociales.

 Revolución ininterrumpida, democratización y socialización crecientes, significan protagonismo de la sociedad civil. Pero no debemos entender la sociedad civil en su acepción liberal predominante, sino en el sentido que Gramsci concibió este concepto. En lugar de contraponer mecánicamente la sociedad civil al Estado, se trata de una relación de interpenetración entre ambos. La sociedad civil es entendida aquí como el conjunto de estructuras e instituciones que condicionan la socialización y la producción social como esfera de producción y reproducción de las representaciones sociales. Por lo tanto, como punto de anclaje fundamental del poder y espacio por excelencia de la lucha política.

 Resumiendo, la transición socialista es un proceso cultural porque implica una lucha constante por la creación de espacios, instituciones y prácticas sociales contra-hegemónicos. Es decir, que sean antagónicos de aquellos que han sustentado durante siglos el dominio del capital. Significa subvertir continuamente el sentido común, lo que se ha considerado como «natural» y «lógico». Significa potenciar el tránsito hacia una sociedad más plural por inclusiva, de diferencias sociales jerárquicas a diferencias basadas en el poder compartido, de igualdad en la diversidad.

 ·        V

 Entender la transición socialista como socialización del poder y la propiedad, y distinguirla de la gestión estatal del socialismo, no se identifica con la propuesta neoliberal de debilitar el Estado. Ante condiciones de dependencia histórica y frente a la necesidad de sostener la soberanía nacional contra fuerzas hostiles de envergaduras tanto externas como internas, que ha debido afrontar todo proceso socialista, ello sería suicida. En cambio, se trata de enfatizar en la necesidad de legitimar el poder revolucionario mediante la consolidación del autogobierno de la sociedad. La transición socialista requiere de relaciones, luchas y aprendizajes contradictorios, que la sola intervención estatal no puede garantizar, pero que puede facilitar, apoyar y promover:

 – organizaciones y asociaciones entre las clases y sectores populares para la deliberación y gestión a todas las escalas de los asuntos comunes de la sociedad;

 – formas colectivas de control sobre los medios y el proceso de producción por los trabajadores en los centros de trabajo, y su creciente articulación con otros centros laborales, así como con las comunidades;

 – una democratización permanente de las estructuras estatales, de sus órganos de representación y participación, que apoye esos procesos locales y comunitarios;

 – una estabilidad económica que garantice las condiciones básicas de vida, y que procure tiempo para tales aprendizajes colectivos.

 Es un lugar común aducir que el socialismo histórico no ha transitado según las premisas lógicas concebidas en el siglo XIX. Ha sido un socialismo periférico al sistema capitalista mundial. De ahí el imperativo de preservar la soberanía nacional y de crear las condiciones de cultura material necesarias, de desarrollar las fuerzas productivas a fin de garantizar la emancipación económica y tecnológica. Para este socialismo histórico el proyecto moderno de civilización no puede resultar una herencia directa, pues ha padecido su cara opuesta, ante la deformación causada por siglos de opresión y explotación. Su desarrollismo o progresismo modernizador lo condujo a hacer del Estado agente y garante por excelencia de tales metas progresistas. En realidad, esta perspectiva socialista no puede desentenderse de concluir la revolución anticolonial a todos los niveles, del mismo modo que la emancipación social no puede ser desligada de la emancipación nacional.

 Sin embargo, el ideal comunista, para existir más allá del plano discursivo o utópico, requiere funcionar como herramienta efectiva para conocer nuestros propios límites como sociedad, para reapropiarnos de nuestro pasado y plantear de otro modo los problemas del presente.♦

 


marzo 07, 2023

Síntesis y conclusiones del Círculo de Lectura Nº 167

“Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en la clausura del Congreso Pedagogía 2003, en el teatro "Karl Marx", el 7 de febrero del 2003”

Donde Fidel trata acerca de las condiciones educativas, culturales y profesionales en que comenzó a forjarse la Revolución a partir de 1959, con datos estadísticos. Describe cómo ha ido avanzando la escolarización y en que nuevas condiciones se educan hoy los jóvenes en Cuba. También hace un análisis de la importancia de la educación y de la formación cultural para sostener la batalla de ideas y la propia Revolución. La educación como una de las tareas más nobles y humanas para poder acceder a la cultura y al conocimiento. Ya lo expresó José Martí que ser culto es el único modo de ser libres, y la educación es el instrumento por excelencia en la búsqueda de la igualdad, el bienestar y la justicia social. Al triunfo de la Revolución el nuevo gobierno cubano emprendió, como una de las tareas más importantes, la alfabetización de su pueblo lo que constituyó toda una proeza ya que alcanzó su objetivo en solo un año. Ahora, ya con los fabulosos medios para trasmitir conocimientos y cultura se pueden alcanzar niveles de aprendizaje muy superiores. La educación no se inicia en las escuelas, se inicia en el instante en que la criatura nace. Es por esto que los primeros que deben ser esmeradamente educados son los propios padres. Por otro lado, ferias anuales del libro también acercan cultura y conocimientos al pueblo. En Cuba, en todos los municipios del país se desarrollan escuelas donde se imparte estudios universitarios. Finalmente, un mundo mejor es posible como proclaman y repiten cada vez con más fuerza cientos de miles de intelectuales y dirigentes sociales. Ese mundo mejor, que dependerá de variados factores, no sería concebible sin la educación.

Durante el posterior debate se acordó que es notable cómo se le da valor a la educación en Cuba, lo que quedó demostrado desde el inicio del gobierno revolucionario con la campaña de alfabetización. Ya en el año 2003 existía lo que ellos llaman “Universidad para Todos”, donde en cada municipio hay una

Universidad a la que se puede asistir a cualquier edad. Los canales educativos de televisión transmiten diferentes cátedras de formación en múltiples disciplinas y horarios, poniéndolos al alcance de todos quienes quieran sumarse al aprendizaje. El gobierno garantiza la buena alimentación para los más pequeños, a sabiendas que es de suma importancia en los primeros dos o tres años de vida, para asegurar un óptimo desarrollo de sus capacidades intelectuales. Como el ser humano se desarrolla desde que nace, es preciso que sus padres tengan una buena formación, para poder transmitir sus conocimientos y sepan además como tratar correctamente a sus hijos. Que el conocimiento y la cultura son esenciales para poder participar luego en lo que ellos llaman la “batalla de ideas” recordando siempre que José Martí nos decía que "ser culto es el único modo de ser libre". Nos decía también Fidel, que “leer es una coraza contra todo tipo de manipulación, ya que desarrolla la mente y fortalece la inteligencia”. Dada su elevada formación política, los jóvenes en Cuba tienen derecho al voto a partir de los diez y seis años, y pueden ser postulados a candidatos a diputados en las Asambleas Provinciales y Nacionales del Poder Popular a partir de los diez y ocho años. Es por esto que los jóvenes en Cuba son verdaderamente “sujetos políticos”. Con respecto a los demás países, en general los sistemas de formación educacional y cultural están en crisis y con muy poca formación política. También hay una crisis institucional política, que muchas veces no hace permeable la participación de los jóvenes.

Finalmente hemos acordado abordar para el próximo Círculo de Lectura del primero de abril, un texto tomado de “Cuba Socialista”, revista cuatrimestral teórica y política del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, escrito por el filósofo e investigador del pensamiento cubano Wilder Pérez Varona, titulado: “La transición socialista como revolución cultural permanente”.

Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba, 04 de marzo de 2023

marzo 02, 2023

Círculo de Lectura # 167 – Marzo de 2023

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en la clausura del Congreso Pedagogía 2003, en el teatro "Karl Marx", el 7 de febrero del 2003

 Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado

 Queridos educadores de los 40 países aquí representados;

 Distinguidos invitados:

 Siempre he pensado que la educación es una de las más nobles y humanas tareas a las que alguien puede dedicar su vida. Sin ella no hay ciencia, ni arte, ni letras; no hay ni habría hoy producción ni economía, salud ni bienestar, calidad de vida, ni recreación, autoestima, ni reconocimiento social posible.

 El acceso al conocimiento y la cultura no significa por sí solo la adquisición de principios éticos; pero sin conocimiento y cultura no se puede acceder a la ética. Sin ambos no hay ni puede haber igualdad ni libertad. Sin educación y sin cultura no hay ni puede haber democracia.

 Hace más de cien años José Martí afirmó categóricamente y sin réplica posible: "Ser culto es el único modo de ser libre".

 En nuestro país, al triunfo de la Revolución, el analfabetismo, aunque nuestro Ministro habló de 23,6 por ciento, yo, que nací en pleno campo y de mi infancia guardo no pocos recuerdos, puedo dar fe de que allí menos del 20 por ciento de los ciudadanos apenas sabían leer y escribir con muchas dificultades, y muy pocos llegaban al sexto grado. En la ciudad había más escuelas, era menor el número de analfabetos.

 Tales datos estadísticos tienen un valor muy relativo. Tratando de indagar sobre el número de graduados de sexto grado al triunfo de la Revolución, la cifra calculada apenas rebasaba las 400 mil personas, en una población de aproximadamente 7 millones de habitantes. ¡Y cómo sería aquel sexto grado! Los fríos números no suelen reflejar las realidades. En aquella época, por tanto, más del 90 por ciento de los ciudadanos, sumados los analfabetos totales y los funcionales, no rebasaban el sexto grado.

 No dispongo todavía con exactitud del número de graduados universitarios en 1959. Dudo mucho que pasaran de 30 mil.

 Después de más de cuatro décadas luchando, día tras día y año tras año, por la educación y superación de nuestro pueblo, buscando siempre la mayor calidad posible, hoy, con una población de más de 11 millones, son muy pocos los ciudadanos que no posean por lo menos 9 grados de escolaridad, mientras el número de graduados universitarios e intelectuales alcanza la cifra aproximada de 800 mil. Cuba ocupa hoy el primer lugar en el mundo —incluidos los países más desarrollados— en varios índices relacionados con la educación, como son, por ejemplo, el número de docentes per cápita, el número de alumnos por aula y los conocimientos de Lenguaje y Matemáticas de los niños de Primaria. Ninguno nos aventaja en otros índices como escolarización y retención escolar, porcentaje de graduados de sexto y noveno grados. Realmente en pocos países se presta tanta atención a la educación y la formación cultural de niños, adolescentes y jóvenes.

 Seríamos un ejemplo de vanidad, chovinismo, autosuficiencia e inmodestia si les dijéramos que estamos satisfechos de lo que hemos hecho. Nuestra educación tiene todavía muchas deficiencias y lagunas. Aun cuando observo que en nuestra Patria no existe un solo niño sin escuela o maestro, incluso si se trata de un solo alumno en los lugares más apartados de nuestras montañas; que tampoco hay un solo niño o adolescente con deficiencias físicas o retraso mental compatible con la posibilidad de estudiar que no cuente con una escuela especial a su alcance; que a pesar de que los centros de enseñanza superior se han multiplicado por más de veinte veces y existen cientos de miles de becas para aquellos que necesitan albergarse para estudiar; que a pesar de que jamás han faltado fondos para la educación y esta ha recibido atención priorizada; que contamos con cientos de miles de profesores, maestros y trabajadores al servicio de la docencia —entre los que sin duda se encuentran muchos de los mejores y más abnegados, consagrados y valiosos ciudadanos con que cuenta la Revolución—, no hemos sido capaces de alcanzar todavía un sistema educacional óptimo.

 Esto podría expresarse en el hecho real de que nuestros niños de Primaria, que hoy ocupan tan destacado lugar a nivel mundial, pueden adquirir y adquirirán tres veces más conocimientos de los que hoy alcanzan.

 Es conocido que la enseñanza secundaria, que en nuestro país comprende séptimo, octavo y noveno grados, constituye hoy un desastre en el área de la educación a nivel mundial. En esta edad crítica para los adolescentes, cuando más necesitan de educación esmerada y atención máxima, han prevalecido viejas concepciones, nacidas en sociedades elitistas y cuando la educación masiva, que hoy todos los países del mundo requieren, ni siquiera se soñaba.

 No pretendo poseer la exclusividad de la verdad, pero albergo la más profunda convicción de que el sistema imperante es descabellado.

 Se ha impuesto la superespecialización en esos grados y edades. Numerosos grupos de 25, 30 y a veces más alumnos son atendidos por un profesor que imparte sus conocimientos a 200 o más alumnos de varios grupos; no puede conocer siquiera los nombres de sus alumnos, el medio familiar y social en que viven, establecer contacto con sus padres, comprobar las características peculiares de cada uno de los estudiantes a los que imparte clases, ni ofrecer atención diferenciada a cada uno de ellos, siendo todos diferentes. El fraude escolar se multiplica y los conocimientos finales del estudiante apenas rebasan el 30 por ciento de los conocimientos establecidos por los textos, que se suponen esmeradamente elaborados.

 Debo añadir que al existir en nuestro caso, por tradición o exceso de complacencia, un acatamiento exagerado a lo que constituye una supuesta vocación única de los jóvenes, al preguntársele a cada uno de ellos, ya con doce grados de escolaridad, qué materia deseaba estudiar como aspirante a profesor, sus gustos no coincidían ni coincidirán jamás con la necesidad y frecuencia semanal de las asignaturas establecidas por el Programa. Invariable y eterno resultado: nunca alcanzaban los profesores.

 No ocurría así con la enseñanza primaria, en la que hasta el cuarto grado el educador transita con el mismo grupo, compartiendo entre dos la tarea en los grados quinto y sexto.

 Cambio abrupto y total del séptimo al noveno grado: si en la Primaria alguien se ocupaba de cada uno de ellos, en la Secundaria todos se ocupaban de todos y nadie de uno en particular.

 No se crea que resulta fácil ante los propios docentes abordar este tema. Como alternativa, hemos defendido la idea del profesor integral para los grados séptimo, octavo y noveno, capaz de impartir las asignaturas correspondientes a esos grados, excepto las de Idioma y Educación Física, transitando junto a sus alumnos los tres años y en proporción de un profesor por cada 15 alumnos.

 La idea ha sido y sigue siendo sometida a rigurosa prueba. Ante la necesidad de urgentes cambios, estamos preparando a miles de profesores emergentes, seleccionados en todo el país entre jóvenes con doce grados, consagrados hoy a estudios intensivos con notable entusiasmo.

 Nos reconfortan los resultados docentes obtenidos. Es igualmente muy alentador que muchos de los profesores, habituados a laborar bajo la concepción tradicional, se hayan ofrecido para impartir clases de dos, tres y más materias, incluso a ejercer como profesores integrales, lo que ha significado ya importantes avances, entre otros la reducción de las escaseces en las asignaturas de más frecuencia y menos atracción para la gran masa que ingresa en las carreras pedagógicas.

 En la enseñanza secundaria se aplicará rigurosamente la doble sesión y el suministro de alimentos a la hora de almuerzo, comenzando por la Capital de la República, donde todo siempre es más complicado.

 En la enseñanza media superior —diez, once y doce grados—, tanto básica como técnica profesional, se elaboran ideas que inevitablemente incluirán una combinación de profesores especializados con el principio de la atención diferenciada. Nadie piense que estas ideas reducirán el número de profesores o producirán excedentes entre los que hoy desempeñan sus funciones en las secundarias; por el contrario, se elevará el número de docentes en todos los niveles, y de ser necesario se crearán reservas, que entre otras cosas permitirán la constante superación del cuerpo de profesores.

 Invertí un mayor espacio en este punto por su enorme importancia en relación con la edad de mayor riesgo por la que deben pasar todos los niños, en un país donde el ciento por ciento de éstos cursan ese nivel de enseñanza. Aspiramos a que en éste los conocimientos se multipliquen por cinco.

 Lo dicho hasta aquí me permite afirmarles que en Cuba, donde ustedes nos hacen el honor de reunirse por octava vez, se está llevando a cabo una revolución verdaderamente profunda en el campo de la educación. Esta será fruto de la necesidad de enfrentar 44 años de bloqueo, guerra política y económica, incluidos más de diez años de período especial, al derrumbarse el campo socialista y desintegrarse la URSS.

 La vida nos condujo en los últimos tres años a una gran batalla de ideas y a la necesidad de profundizar en la visión crítica y no autocomplaciente de nuestra obra y nuestros objetivos históricos.

 Hay nuevas y más elevadas metas y una importante enseñanza. Estamos actualmente realizando programas que ni siquiera habríamos soñado en nuestros primeros años de jóvenes y radicales revolucionarios, cuando atacamos el Cuartel Moncada, desembarcamos del yate Granma y alcanzamos el triunfo en 1959 tras 25 meses de guerra.

 Vivir largos años y acumular tal experiencia no constituye un mérito de ninguno de los que sobrevivimos, sino más bien un privilegio en el que no poco influyó el azar.

 En el tiempo transcurrido, el mundo, su complejidad y sus problemas han cambiado mucho, y se han hecho más graves. Nuevas e insospechadas tecnologías también han surgido.

 Es cierto que erradicar el analfabetismo total en un año constituyó una proeza; hacerlo con el funcional llevó inevitablemente muchos años. Hoy, con un gran capital humano y en valores morales, gran espíritu internacionalista y una elevada cultura política, cualquier objetivo en la educación y la cultura, tanto artística como política, incluidos conocimientos básicos sobre la historia, la economía, las humanidades y las ciencias, está a nuestro alcance.

 Estas apretadas palabras sintetizan someramente la esencia de la revolución educacional que mencioné.

 Al contar hoy con medios fabulosos para trasmitir conocimientos y cultura, unido a la introducción de nuevos conceptos en la organización y el perfeccionamiento del sistema educacional, nada de extraño tiene que les haya hablado de multiplicar por tres, por cuatro y hasta por cinco, según el caso, los conocimientos que hoy reciben nuestros niños, nuestros adolescentes y nuestros jóvenes estudiantes.

 El futuro desarrollo de nuestra educación tendrá una enorme connotación política, social y humana. Tal vez sea, desde mi punto de vista, lo más importante que puedo decirles en este encuentro, si algún valor tienen mis palabras.

 Las ideas son hoy el instrumento esencial en la lucha de nuestra especie por su propia salvación. Y las ideas nacen de la educación. Los valores fundamentales, entre ellos la ética, se siembran a través de ella.

 La educación no se inicia en las escuelas; se inicia en el instante en que la criatura nace. Los primeros que deben ser esmeradamente educados son los propios padres, de modo especial las madres, a quienes por naturaleza les corresponde la tarea de traer los niños al mundo. Es imprescindible que ellas, ya adultas y madres, y también el padre, conozcan lo que debe o no hacerse con el niño, desde el tono de voz a emplear hasta cada uno de los detalles sobre la forma de atenderlo, todo lo cual influirá en la salud física y mental de éste. Entre otros deberes, jamás deberán descuidar la forma en que se le alimenta, ya que es decisivo en el desarrollo de su capacidad intelectual durante los primeros dos o tres años de su vida. De lo contrario, arribará al preescolar con una capacidad mental por debajo del potencial con que nació.

 Todo lo anterior se vincula estrechamente con lo que llamamos vías no formales de educación. Este decisivo sistema tiene la posibilidad de apoyarse en un factor natural tan extraordinario como el instinto materno.

 La educación —digámoslo con una frase fuerte— es lo que convierte en ser humano al animalito que nace con los instintos naturales que rigen el comportamiento de toda especie viviente.

 Los conceptos de igualdad, justicia, libertad y otros son relativamente recientes en la sociedad humana. Durante miles de años reinaron la esclavitud, la explotación, las desigualdades más crueles, abusos y crímenes de todo tipo contra los seres humanos. Aún perduran de una forma u otra, en la inmensa mayoría de los países del mundo.

 "Un mundo mejor es posible", han proclamado y repiten cada vez con más fuerza cientos de miles de intelectuales y dirigentes sociales. Ese mundo mejor, que dependerá de variados factores, no sería concebible sin la educación.

 Entre los más crueles sufrimientos que afectan a la sociedad humana —y lo menciono deliberadamente, como se explicará después— está la discriminación racial. La esclavitud, impuesta a sangre y fuego a hombres y mujeres arrancados de África, reinó durante siglos en muchos países de este hemisferio, entre ellos Cuba. Millones de nativos indios la padecieron igualmente.

 Mientras la ciencia de forma incontestable demuestra la igualdad real de todos los seres humanos, la discriminación subsiste. Aun en sociedades como la de Cuba, surgida de una revolución social radical donde el pueblo alcanzó la plena y total igualdad legal y un nivel de educación revolucionaria que echó por tierra el componente subjetivo de la discriminación, ésta existe todavía de otra forma. La califico como discriminación objetiva, un fenómeno asociado a la pobreza y a un monopolio histórico de los conocimientos.

 La discriminación objetiva, por sus características, afecta a negros, mestizos y blancos, es decir, a los que fueron históricamente los sectores más pobres y marginados de la población. Abolida aunque sólo fuera formalmente la esclavitud en nuestra Patria hace 117 años, los hombres y mujeres sometidos a ese abominable sistema continuaron viviendo durante casi tres cuartos de siglo como obreros aparentemente libres en barracones y chozas de campos y ciudades, donde familias numerosas disponían de una sola habitación, sin escuelas ni maestros, ocupando los trabajos peor remunerados hasta el triunfo revolucionario. Otro tanto ocurría con muchas familias blancas sumamente pobres, que emigraban del campo a las ciudades.

 Lo triste es observar que esa pobreza, asociada a la falta de conocimientos, tiende a reproducirse. Otros sectores, de clase humilde la inmensa mayoría, pero en condiciones mejores de vivienda y trabajo, así como mayores niveles de conocimientos, que pudieron aprovechar mejor las ventajas y posibilidades de estudios creadas por la Revolución e integran hoy el grueso de los graduados universitarios, tienden igualmente a reproducir sus mejores condiciones sociales vinculadas al conocimiento.

 Dicho con palabras más crudas y fruto de mis propias observaciones y meditaciones: habiendo cambiado radicalmente nuestra sociedad, si bien las mujeres, antes terriblemente discriminadas y a cuyo alcance estaban sólo los trabajos más humillantes, son hoy por sí mismas un decisivo y prestigioso segmento de la sociedad que constituye el 65 por ciento de la fuerza técnica y científica del país, la Revolución, más allá de los derechos y garantías alcanzados para todos los ciudadanos de cualquier etnia y origen, no ha logrado el mismo éxito en la lucha por erradicar las diferencias en el status social y económico de la población negra del país, aun cuando en numerosas áreas de gran trascendencia, entre ellas la educación y la salud, desempeñan un importante papel.

 Por otro lado, en nuestra búsqueda de la más plena justicia y de una sociedad mucho más humana, hemos podido percatarnos de algo que parece constituir una ley social: la relación inversamente proporcional entre conocimiento y cultura, y el delito.

 Sin tratar de exponer todavía con más extensión y profundidad este fenómeno, se ha podido ver que los sectores de la población que viven todavía en barrios marginales de nuestras comunidades urbanas, y con menos conocimientos y cultura, son los que, cualquiera que sea su origen étnico, nutren las filas de la gran mayoría de los jóvenes presos, de lo cual podría deducirse que, aun en una sociedad que se caracteriza por ser la más justa e igualitaria del mundo, determinados sectores están llamados a ocupar las plazas más demandadas en las mejores instituciones educacionales, a las que se accede por expediente y exámenes, donde se refleja la influencia de los conocimientos alcanzados por el núcleo familiar, y más tarde ocupar las más importantes responsabilidades, mientras otros sectores, con menor índice de conocimientos cuyos hijos suelen asistir por las razones expuestas a centros de estudio menos demandados y atractivos, estos constituyen el mayor número de los que desertan del estudio en el nivel medio superior, alcanzan un menor número de plazas universitarias y nutren en una proporción mayor las filas de los jóvenes que arriban a las prisiones por delitos de carácter común.

 La mayoría de estos últimos adicionalmente proceden de núcleos que se han disuelto y viven con la madre, con el padre, o con ninguno de los dos. No ocurre igual si el núcleo disuelto es de padres graduados en las universidades o son intelectuales.

 Como la educación es el instrumento por excelencia en la búsqueda de la igualdad, el bienestar y la justicia social, se puede comprender mejor por qué califico de revolución profunda lo que hoy, en busca de objetivos más altos, tiene lugar con la educación en Cuba: la transformación total de la propia sociedad, uno de cuyos frutos será la cultura general integral, que debe alcanzar a todos los ciudadanos. A tales objetivos se vinculan más de cien programas, que junto a la batalla de ideas se llevan adelante, algunos convertidos ya en prometedoras realidades.

 La propia vida material futura de nuestro pueblo tendrá como base los conocimientos y la cultura. Con ellos nuestro país, en medio de una colosal crisis económica mundial, avanza en distintos frentes. Estamos ya a punto de reducir a menos del tres por ciento el desempleo, lo que técnicamente se califica como un país de pleno empleo.

 Más de cien mil jóvenes entre 17 y 30 años que no estudiaban ni disponían de trabajo, hoy asisten de manera entusiasta a los cursos donde refrescan y multiplican sus conocimientos, por lo cual reciben una remuneración.

 Tal vez la más audaz decisión adoptada en fecha reciente ha sido la de convertir el estudio en una forma de empleo, principio bajo el cual se han podido dejar de utilizar 70 fábricas azucareras, las menos eficientes, cuyos costos en divisas convertibles superaban los ingresos que producían.

 La enseñanza de la computación se inicia en la edad preescolar. Se utilizan exhaustivamente los medios audiovisuales. Para el uso de estas técnicas, los paneles solares, con un costo y gasto mínimos, suministran la electricidad necesaria al ciento por ciento de las escuelas rurales que carecían de ella.

 Se crean nuevos canales educativos. A través de ellos, el programa Universidad para Todos imparte cursos de idiomas y otros muchos de variadas materias y creciente prestigio, aparte de programas escolares.

 Las Ferias anuales del Libro se realizan ya en las 30 mayores ciudades del país. Tiene lugar una explosión de la cultura artística. En 15 Escuelas de Instructores de Arte, casi 12 mil jóvenes cursan estudios después de rigurosa selección. Miles de trabajadores sociales se gradúan cada año.

 Créanme que me limito a citar un número muy reducido de programas; pero no debo dejar de señalar que la enseñanza de nivel superior ha dejado de tener por sede únicamente a las universidades. En todos los municipios del país se desarrollan escuelas donde se imparte estudios universitarios a jóvenes y a trabajadores, sin necesidad de moverse a las grandes ciudades. Apenas sin darnos cuenta, viejos conceptos acerca de la educación superior han desaparecido.

 Nuevas ideas e iniciativas se abren paso con impresionante fuerza.

 No sé qué les habrán explicado en este encuentro, ya que no he tenido el privilegio de participar en él por el excesivo trabajo y compromisos ineludibles en otras áreas. Gustoso, sin embargo, hice un recuento mental y escribí aceleradamente estas líneas, ya que los que dirigen el evento me hicieron, en nombre de ustedes, el honor de invitarme. Al escribirlas, les ahorré con seguridad horas de discurso, que en mi entusiasmo y amor por la educación habría podido generar aquí.

 Dije hace un buen rato que las ideas eran el más importante recurso para salvar la humanidad. No es porque crea idealistamente que las ideas obran milagros por sí solas. Simplemente proliferan y se multiplican en las épocas de crisis como una necesidad, y las preceden como las aves que anuncian las primaveras o los inviernos.

 Hoy el mundo se sumerge cada día más en una gran e inédita crisis. Toda la amargura que ustedes vienen expresando en cada encuentro y expresan cada vez más ante la negación de recursos para la más sagrada de las tareas que la humanidad demanda, la educación, tendrá su momento de premio, de luz y de esperanza.

 Por ello, no desalentarse jamás ni olvidar aquello que ya mencioné: "Un mundo mejor es posible." Se lo asegura alguien que ha vivido soñando y más de una vez ha tenido el raro privilegio de ver convertidos en realidades sueños que ni siquiera había soñado.

 ¡Muchas gracias!♦