Taller de Lectura N° 120 - Abril de 2019
“Con todos y para el bien de
todos”
José Martí
Este discurso fue pronunciado por José Martí en el Liceo
Cubano en Tampa (Florida, EE UU) el 26 de noviembre de 1891, en circunstancias
en que se halla recorriendo distintas zonas del territorio norteamericano con
el propósito de contribuir a la divulgación de la labor que se realizaba con
vistas a lograr la reanudación de la lucha por la independencia de Cuba.
Francisco María Gonzáles lo tomó taquigráficamente y después fue reproducido
bajo el nombre de “Con todos y para el bien de todos” y distribuido en hojas
sueltas.
Cubanos:
Para Cuba que sufre, la primera palabra. De altar se ha de
tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantarnos
sobre ella. Y ahora, después de evocado su amadísimo nombre, derramaré la
ternura de mi alma sobre estas manos generosas que ¡no a deshora por cierto!
acuden a dármele fuerzas para la agonía de la edificación; ahora, puestos los
ojos más arriba de nuestras cabezas y el corazón entero sacado de mí mismo, no
daré gracias egoístas a los que creen ver en mí las virtudes que de mí y de
cada cubano desean; ni al cordial Carbonell, ni al bravo Rivero, daré gracias
por la hospitalidad magnífica de sus palabras, y el fuego de su cariño
generoso; sino que todas las gracias de mi alma les daré, y en ellos a cuantos
tienen aquí las manos puestas a la faena de fundar, por este pueblo de amor que
han levantado cara a cara del dueño codicioso que nos acecha y nos divide; por
este pueblo de virtud, en donde se aprueba la fuerza libre de nuestra patria
trabajadora; por este pueblo culto, con la mesa de pensar al lado de la de
ganar el pan, y truenos de Mirabeau junto a artes de Roland, que es respuesta
de sobra a los desdeñosos de este mundo; por este templo orlado de héroes y
alzado sobre corazones. Yo abrazo a todos los que saben amar. Yo traigo la
estrella, y traigo la paloma en mi corazón.
No nos reúne aquí, de puro esfuerzo y como a regañadientes,
el respeto periódico a una idea de que no se puede adjurar sin deshonor; ni la
respuesta siempre pronta, y a veces demasiado pronta, de los corazones patrios
a un solicitante de fama, o a un alocado de poder, o a un héroe que no corona
el ansia inoportuna de morir con el heroísmo superior de reprimirla, o a un
menesteroso que bajo la capa de la patria anda sacando la mano limosnera. Ni el
que viene se afeará jamás con la lisonja, ni es este noble pueblo que lo recibe
pueblo de gente servil y llevadiza. Se me hincha el pecho de orgullo, y amo aún
más a mi patria desde ahora, y creo aún más desde ahora en su porvenir ordenado
y sereno, en el porvenir, redimido del peligro grave de seguir a ciegas, en
nombre de la libertad, a los que se valen del anhelo de ella para desviarla en
beneficio propio; creo aún más en la república de ojos abiertos, ni insensata
ni tímida, ni togada ni descuellada, ni sobreculta ni inculta, desde que veo,
por los avisos sagrados del corazón, juntos en esta noche de fuerza y
pensamiento, juntos para ahora y para después, juntos para mientras impere el
patriotismo, a los cubanos que ponen su opinión franca y libre por sobre todas
las cosas, -y a un cubano que se las respeta.
Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado preferir
un bien a todos los demás, un bien fundamental que de todos los del país fuera
base y principio, y sin el que los demás bienes serían falaces e inseguros, ese
sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra
república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la
mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier
mejilla de hombre: envilece a los pueblos desde la cuna el hábito de recurrir a
camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o encubierto, para la defensa
de las libertades: sáquese a lucir, y a incendiar las almas, y a vibrar como el
rayo, a la verdad, y síganla, libres, los hombres honrados. Levántese por sobre
todas las cosas esta tierna consideración, este viril tributo de cada cubano a
otro. Ni misterios, ni calumnias, ni tesón en desacreditar, ni largas y astutas
preparaciones para el día funesto de la ambición. O la república tiene por base
el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus
manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de
honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el
decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni
una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para
sueños. Para libertar a los cubanos trabajamos, y no para acorralarlos. ¡Para
ajustar en la paz y en la equidad los intereses y derechos de los habitantes
leales de Cuba trabajamos, y no para erigir, a la boca del continente, de la
república, la mayordomía espantada de Veintimilla, o la hacienda sangrienta de
Rosas, o el Paraguay, lúgubre de Francia! ¡Mejor caer bajo los excesos del
carácter imperfecto de nuestros compatriotas, que valerse del crédito adquirido
con las armas de la guerra o las de la palabra que rebajarles el carácter! Este
es mi único título a estos cariños, que han venido a tiempo a robustecer mis
manos incansables en el servicio de la verdadera libertad. ¡Muérdanmelas los
mismos a quienes anhelase yo levantar más, y ¡no miento! amaré la mordida,
porque me viene de la furia de mi propia tierra, y porque por ella veré bravo y
rebelde a un corazón cubano! ¡Unámonos, ante todo, en esta fe; juntemos las
manos, en prenda de esa decisión, donde todos las vean, y donde no se olvida
sin castigo; cerrémosle el paso a la república que no venga preparada por
medios dignos del decoro del hombre, para el bien y la prosperidad de todos los
cubanos!
¡De todos los cubanos! Yo no sé qué misterio de ternura
tiene esta dulcísima palabra, ni qué sabor tan puro sobre el de la palabra
misma de hombre, que es ya tan bella, que si se le pronuncia como se debe,
parece que es el aire como nimbo de oro, y es trono o cumbre de monte la
naturaleza! Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce
por nuestras entrañas, y se abre sola la caja de nuestros ahorros, y nos
apretamos para hacer un puesto más en la mesa, y echa las alas el corazón
enamorado para amparar al que nació en la misma tierra que nosotros, aunque el
pecado lo trastorne, o la ignorancia lo extravíe, o la ira lo enfurezca, o lo
ensangriente el crimen! ¡Cómo que unos brazos divinos que no vemos nos aprietan
a todos sobre un pecho en que todavía corre la sangre y se oye todavía,
sollozar el corazón! Créese allá en nuestra patria, para darnos luego trabajo
de piedad, créese, donde el dueño corrompido pudre cuanto mira, un alma cubana
nueva, erizada y hostil, un alma hosca, distinta de aquella alma casera y
magnánima de nuestros padres e hija natural de la miseria, que ve triunfar al
vicio impune, y de la cultura inútil, que sólo halla empleo en la contemplación
sorda de sí misma! ¡Acá, donde vigilamos por los ausentes, donde reponemos la
casa que allá se nos cae encima, donde creamos lo que ha de reemplazar a lo que
allí se nos destruye, acá no hay palabra que se asemeje más a la luz del
amanecer, ni consuelo que se entre con más dicha por nuestro corazón, que esta
palabra inefable y ardiente de cubano!
¡Porque eso es esta ciudad, eso es la emigración cubana
entera, eso es lo que venimos haciendo en estos años de trabajo sin ahorro, de
familia sin gusto, de vida sin sabor, de muerte disimulada! ¡A la patria que
allí se cae a pedazos y se ha quedado ciega de la podre, hay que llevar la
patria piadosa y previsora que aquí se levanta! ¡A lo que queda de patria allí,
mordido de todas partes por la gangrena que empieza a roer el corazón, hay que
juntar la patria amiga donde hemos ido, acá en la soledad, acomodando el alma,
con las manos firmes que pide el buen cariño, a las realidades todas, de afuera
y de adentro, tan bien veladas allí en unos por la desesperación y en otros por
el goce babilónico, que con ser grandes certezas y grandes esperanzas y grandes
peligros, son, aun para los expertos, poco menos que desconocidas! ¿Pues qué
saben allá de esta noche gloriosa de resurrección, de la fe determinada y
metódica de nuestros espíritus, del acercamiento continuo y creciente de los
cubanos de afuera, que los errores de los diez años y las veleidades naturales
de Cuba, y otras causas maléficas no han logrado por fin dividir, sino allegar
tan íntima y cariñosamente que no se ve sino un águila que sube, y un sol que
va naciendo, y un ejército que avanza? ¿Qué saben allá de estos tratos sutiles,
que nadie prepara ni puede detener, entre el país desesperado y los emigrados
que esperan? ¿Qué saben de este carácter nuestro fortalecido, de tierra en
tierra, por la prueba cruenta y el ejercicio diario? ¿Qué saben del pueblo
liberal, y fiero, y trabajador, que vamos a llevarles? ¿Qué sabe el que agoniza
en la noche, del que le espera con los brazos abiertos en la aurora? Cargar
barcos puede cualquier cargador; y poner mecha al cañón cualquier artillero
puede; pero no ha sido esa tarea menor, y de mero resultado y oportunidad, la
tarea única de nuestro deber, sino la de evitar las consecuencias dañinas, y
acelerar las felices, de la guerra próxima, e inevitable, e irla limpiando,
como cabe en lo humano, del desamor y del descuido y de los celos que la
pudiesen poner donde sin necesidad ni excusa nos pusieron la anterior, y
disciplinar nuestras almas libres en el conocimiento y orden de los elementos
reales de nuestro país, y en el trabajo que es el aire y el sol de la libertad,
para que quepan en ella sin peligro, junto a las fuerzas creadoras de una
situación nueva, aquellos residuos inevitables de las crisis revueltas que son
necesarias para constituirlas. Y las manos nos dolerán más de una vez en la
faena sublime, pero los muertos están mandando, y aconsejando, y vigilando, y
los vivos los oyen, y los obedecen, y se oye en el viento ruido de ayudantes
que pasan llevando órdenes, y de pabellones que se desplegan! ¡Unámonos,
cubanos, en esta otra fe: con todos, y para todos: la guerra inevitable, de
modo que la respete y la desee y la ayude la patria, y no nos la mate, en flor,
por local o por personal o por incompleta, el enemigo: la revolución de
justicia y de realidad, para el reconocimiento y la práctica franca de las
libertades verdaderas.
Ni los bravos de la guerra que me oyen tienen paces con
estos análisis menudos de las cosas públicas, porque al entusiasta le parece
crimen la tardanza misma de la sensatez en poner por obra el entusiasmo; ni
nuestra mujer, que aquí oye atenta, sueña más que en volver a pisar la tierra
propia, donde no ha de vivir su compañero, agrio como aquí vive y taciturno: ni
el niño, hermano o hijo de mártires y de héroes, nutrido en sus leyendas,
piensa en más que en lo hermoso de morir a caballo, peleando por el país, al
pie de una palma!
¡Es el sueño mío, es el sueño de todos; las palmas son
novias que esperan: y hemos de poner la justicia tan alta como las palmas! Eso
es lo que queríamos decir. A la guerra del arranque, que cayó en el desorden,
ha de suceder, por insistencia de los males públicos, la guerra de la
necesidad, que vendría floja y sin probabilidad de vencer, si no le diese su
pujanza aquel amor inteligente y fuerte del derecho por donde las almas más
ansiosas de él recogen de la sepultura el pabellón que dejaron caer, cansados
del primer esfuerzo, los menos necesitados de justicia. Su derecho de hombres
es lo que buscan los cubanos en su independencia; y la independencia se ha de
buscar con alma entera de hombre. ¡Que Cuba, desolada, vuelve a nosotros los
ojos! ¡Que los niños ensayan en los troncos de los caminos la fuerza de sus
brazos nuevos! ¡Que las guerras estallan, cuando hay causas para ella, de la
impaciencia de un valiente o de un grano de maíz! ¡Que el alma cubana se está
poniendo en fila, y se ven ya, como al alba, las masas confusas! ¡Que el
enemigo, menos sorprendido hoy, menos interesado, no tiene en la tierra los
caudales que hubo de defender la vez pasada, ni hemos de entretenemos tanto
como entonces en dimes y diretes de localidad, ni en competencias de mando, ni
en envidias de pueblo, ni en esperanzas locas! ¡Que afuera tenemos el amor en
el corazón, los ojos en la costa, la mano en la América, y el alma al cinto!
¿Pues quién no lee en el aire todo eso con letras de luz? Y con letras de luz
se ha de leer que no buscamos, en este nuevo sacrificio, meras formas, ni la
perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme
yankee, sino la esencia y realidad de un país republicano nuestro, sin miedo
canijo de unos a la expresión saludable de todas las ideas y el empleo honrado
de todas las energías,-ni de parte de otros aquel robo al hombre que consiste
en pretender imperar en nombre de la libertad por violencias en que se
prescinde del derecho de los demás a las garantías y los métodos de ella. Por
supuesto, que se nos echarán atrás los petimetres de la política, que olvidan
como es necesario contar con lo que no se puede suprimir,-y que se pondrá a
refunfuñar el patriotismo de polvos de arroz, so pretexto de que los pueblos en
el sudor de la creación, no dan siempre olor de clavellina. ¿Y qué le hemos de
hacer? ¡Sin los gusanos que fabrican la tierra no podrían hacerse palacios
suntuosos! En la verdad hay que entrar con la camisa al codo, como entra en la
res el carnicero. Todo lo verdadero es santo, aunque no huela a clavellina.
Todo tiene la entraña fea y sangrienta: es fango en las artesas el oro en que
el artista talla luego sus joyas maravillosas; de lo fétido de la vida saca
almíbar la fruta y colores la flor; nace el hombre del dolor y la tiniebla del
seno maternal, y del alarido y el desgarramiento sublime: y las fuerzas
magníficas y corrientes de fuego que en el horno del sol se precipitan y
confunden, no parecen de lejos a los ojos humanos sino manchas! ¡Paso a los que
no tienen miedo a la luz: caridad para los que tiemblan de sus rayos!
Ni vería yo esa bandera con cariño, hecho como estoy a saber
que lo más santo se toma como instrumento del interés por los triunfadores
audaces de este mundo, si no creyera que en sus pliegues ha de venir la
libertad entera, cuando el reconocimiento cordial del decoro de cada cubano, y
de los modos equitativos de ajustar los conflictos de sus intereses, quite
razón a aquellos consejeros de métodos confusos que sólo tienen de terribles lo
que tiene de terca la pasión que se niega a reconocer cuánto hay en sus
demandas de equitativo y justiciero. ¡Clávese la lengua del adulador popular, y
cuelgue al viento como banderola de ignominia, donde sea castigo de los que
adelantan sus ambiciones azuzando en vano la pena de los que padecen, u ocultándoles
verdades esenciales de su problema, o levantándoles la ira:-y al lado de la
lengua de los aduladores, clávese la de los que se niegan a la justicia!
¡La lengua del adulador se clave donde todos la vean,- y la
de los que toman por pretexto las exageraciones a que tiene derecho la
ignorancia, y que no puede acusar quien no ponga todos los medios de hacer
cesar la ignorancia, para negarse a acatar lo que hay de dolor de hombre y de
agonía sagrada en las exageraciones que es más cómodo excomulgar, de toga y
birrete, que estudiar, lloroso el corazón, con el dolor humano hasta los codos!
En el presidio de la vida es necesario poner, para que aprendan justicia, a los
jueces de la vida. El que juzgue de todo, que lo conozca todo. No juzgue de
prisa el de arriba, ni por un lado: no juzgue el de abajo por un lado ni de
prisa. No censure el celoso el bienestar que envidia en secreto. No desconozca
el pudiente el poema conmovedor, y el sacrificio cruento, del que se tiene que
cavar el pan que come; de su sufrida compañera, coronada de corona que el
injusto no ve; de los hijos que no tienen lo que tienen los hijos de los otros
por el mundo! ¡Valiera más que no se desplegara esa bandera de su mástil, si no
hubiera de amparar por igual a todas las cabezas!
Muy mal conoce nuestra patria, la conoce muy mal, quien no
sepa que hay en ella, como alma de lo presente y garantía de lo futuro, una
enérgica suma de aquella libertad original que cría el hombre en sí, del jugo
de la tierra y de las penas que ve, y de su idea propia y de su naturaleza
altiva. Con esta libertad real y pujante, que sólo puede pecar por la falta de
la cultura que es fácil poner en ella, han de contar más los políticos de carne
y hueso que con esa libertad de aficionados que aprenden en los catecismos de
Francia o de Inglaterra, los políticos de papel. Hombres somos, y no vamos a
querer gobiernos de tijeras y de figurines, sino trabajo de nuestras cabezas,
sacado del molde de nuestro país. Muy mal conoce a nuestro pueblo quien no
observe en él como a la par de este ímpetu nativo que lo levanta para la guerra
y no lo dejará dormir en la paz, se ha criado con la experiencia y el estudio,
y cierta ciencia clara que da nuestra tierra hermosa, un cúmulo de fuerzas de
orden, humanas y cultas,-una falange de inteligencias plenas, fecundadas por el
amor al hombre, sin el cual la inteligencia no es más que azote y crimen,-una
concordia tan íntima, venida del dolor común, entre los cubanos de derecho
natural, sin historia y sin libros, y los cubanos que han puesto en el estudio
la pasión que no podían poner en la elaboración de la patria nueva,-una
hermandad tan ferviente entre los esclavos ínfimos de la vida y los esclavos de
una tiranía aniquiladora,-que por este amor unánime y abrasante de justicia de
los de un oficio y los de otro; por este ardor de humanidad igualmente sincero
en los que llevan el cuello alto, porque tienen alta la nuca natural, y los que
los llevan bajo, porque la moda manda lucir el cuello hermoso; por esta patria
vehemente en que se reúnen con iguales sueños, y con igual honradez, aquellos a
quienes pudiese divorciar el diverso estado de cultura- sujetará nuestra Cuba,
libre en la armonía de la equidad, la mano de la colonia que no dejará a su
hora de venírsenos encima, disfrazada con el guante de la república. ¡Y
cuidado, cubanos, que hay guantes tan bien imitados que no se diferencian de la
mano natural! A todo el que venga a pedir poder, cubanos, hay que decirle a la
luz, donde se vea la mano bien: ¿mano o guante?-Pero no hay que temer en
verdad, ni hay que regañar. Eso mismo que hemos de combatir, eso mismo nos es
necesario. Tan necesario es a los pueblos lo que sujeta como lo que empuja: tan
necesario es en la casa de familia el padre, siempre activo, como la madre,
siempre temerosa. Hay política hombre y política mujer. ¿Locomotora con caldera
que la haga andar, y sin freno que la detenga a tiempo? Es preciso, en cosas de
pueblos, llevar el freno en una mano, y la caldera en la otra. Y por ahí
padecen los pueblos: por el exceso de freno, y por el exceso de caldera. ¿A qué
es, pues, a lo que habremos de temer? ¿Al decaimiento de nuestro entusiasmo, a
lo ilusorio de nuestra fe, al poco número de los infatigables, al desorden de
nuestras esperanzas? Pues miro yo a esta sala, y siento firme y estable la
tierra bajo mis pies, y digo: "Mienten." Y miro a mi corazón, que no
es más que un corazón cubano, y digo:- 'Mienten."
¿Tendremos miedo a los hábitos de autoridad contraídos en la
guerra, y en cierto modo ungidos por el desdén diario de la muerte? Pues no
conozco yo lo que tiene de brava el alma cubana, y de sagaz y experimentado el
juicio de Cuba, y lo que habrían de contar las autoridades viejas con las
autoridades vírgenes, y aquel admirable concierto de pensamiento republicano y
la acción heroica que honra, sin excepciones apenas, a los cubanos que cargaron
armas; o, como que conozco todo eso, al que diga que de nuestros veteranos hay
que esperar ese amor criminal de sí, ese postergamiento de la patria a su
interés, esa traición inicua a su país, le digo: -"!Mienten!"
¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la
guerra, azuzado por gente impura que está a paga del gobierno español, el miedo
a andar descalzo, que es un modo de andar ya muy común en Cuba, porque entre
los ladrones y los que los ayudan, ya no tienen en Cuba zapatos sino los
cómplices y los ladrones? ¡Pues como yo sé que el mismo que escribe un libro
para atizar el miedo a la guerra, dijo en versos, muy buenos por cierto, que la
jutía basta a todas las necesidades del campo en Cuba, y sé que Cuba está otra
vez llena de jutías, me vuelvo a los que nos quieren asustar con el sacrificio
mismo que apetecemos, y les digo:-"Mienten".
¿Al que más ha sufrido en Cuba por la privación de la
libertad le tendremos miedo, en el país donde la sangre que derramó por ella se
la ha hecho amar demasiado para amenazarla? ¿Le tendremos miedo al negro, al
negro generoso, al hermano negro, que en los cubanos que murieron por él ha
perdonado para siempre a los cubanos que todavía lo maltratan? Pues yo sé de
manos de negro que están más dentro de la virtud que las de blanco alguno que
conozco: yo sé del amor negro a la libertad sensata, que sólo en la intensidad
mayor y natural y útil se diferencia del amor a la libertad del cubano blanco:
yo sé que el negro ha erguido el cuerpo noble, y está poniéndose de columna
firme de las libertades patrias. Otros le teman: yo lo amo: a quien diga mal de
él, me lo desconozca, le digo a boca llena:-"Mienten".
¿Al español en Cuba habremos de temer? ¿Al español armado,
que no nos pudo vencer por su valor, sino por nuestras envidias, nada más que
por nuestras envidias? ¿Al español que tiene en el Sardinero o en la Rambla su
caudal y se irá con su caudal, que es su única patria; o al que lo tiene en Cuba,
por apego a la tierra o por la raíz de los hijos, y por miedo al castigo
opondrá poca resistencia, y por sus hijos? ¿Al español llano, que ama la
libertad como la amamos nosotros, y busca con nosotros una patria en la
justicia, superior al apego a una patria incapaz e injusta, al español que
padece, junto a su mujer cubana, del desamparo irremediable y el mísero
porvenir de los hijos que le nacieron con el estigma de hambre y persecución,
con el decreto de destierro en su propio país, con la sentencia de muerte en
vida con que vienen al mundo los cubanos? ¿Temer al español liberal y bueno, a
mi padre valenciano, a mi fiador montañés, al gaditano que me velaba el sueño
febril, al catalán que juraba y votaba porque no quería el criollo huir con sus
vestidos, al malagueño que saca en sus espaldas del hospital al cubano
impotente, al gallego que muere en la nieve extranjera, al volver de dejar el
pan del mes en la casa del general en jefe de la guerra cubana? ¡Por la
libertad del hombre se pelea en Cuba, y hay muchos españoles que aman la
libertad! ¡A estos españoles los atacarán otros: yo los ampararé toda mi vida!
A los que no saben que esos españoles son otros tantos cubanos, les decimos:
"¡Mienten!"
¿Y temeremos a la nieve extranjera? Los que no saben bregar
con sus manos en la vida, o miden el corazón de los demás por su corazón
espantadizo, o creen que los pueblos son meros tableros de ajedrez, o están tan
criados en la esclavitud que necesitan quien les sujete el estribo para salir
de ella, esos buscarán en un pueblo de componentes extraños y hostiles la
república que sólo asegura el bienestar cuando se le administra en acuerdo con
el carácter propio, y de modo que se acendre y realce. A quien crea que falta a
los cubanos coraje y capacidad para vivir por sí en la tierra creada por su
valor, le decimos: "Mienten".
Y a los lindoros que desdeñan hoy esta revolución santa
cuyos guías y mártires primeros fueron hombres nacidos en el mármol y seda de
la fortuna, esta santa revolución que en el espacio más breve hermanó, por la
virtud redentora de las guerras justas, al primogénito heroico y al campesino
sin heredad, al dueño de hombres y a su esclavos; a los olimpos de pisapapel,
que bajan de la trípode calumniosa para preguntar aterrados, y ya con ánimos de
sumisión, si ha puesto el pie en tierra este peleador o el otro, a fin de poner
en paz el alma con quien puede mañana distribuir el poder; a los alzacolas que
fomentan a sabiendas, el engaño de los que creen este magnífico movimiento de
almas, esta idea encendida de la redención decorosa, este deseo triste y firme
de la guerra inevitable, no es más que el tesón de un rezagado indómito, o la
correría de un general sin empleo, o la algazara de los que no gozan de una
riqueza que sólo se puede mantener por la complicidad con el deshonor, o la
amenaza de una turba obrera, con odio por corazón y papeluchos por sesos, que
irá, como del cabestro, por donde la quiera llevar el primer ambicioso que la
adule, o el primer déspota encubierto que le pase por los ojos la bandera,-a
lindoros, o a olimpos, y a alzacolas, -les diremos: - "Mienten."
¡Esta es la turba obrera, el arca de nuestra alianza, el tahalí, bordado de
mano de mujer, donde se ha guardado la espada de Cuba, el arenal redentor donde
se edifica, y se perdona, y se prevee, y se ama!
¡Basta, basta de meras palabras! Para lisonjearnos no
estamos aquí, sino para palparnos los corazones, y ver que viven sanos, y que
pueden; para irnos enseñando a los desesperanzados, a los desbandados, a los
melancólicos, en nuestra fuerza de idea y de acción, en la virtud probada que
asegura la dicha por venir, en nuestro tamaño real, que no es de presuntuoso,
ni de teorizante, ni de salmodista, ni de melómano, ni de caza nubes, ni de
pordiosero. Ya somos unos, y podemos ir al fin: conocemos el mal, y veremos de
no recaer; a puro amor y paciencia hemos congregado lo que quedó disperso, y
convertido en orden entusiasta lo que era, después de la catástrofe,
desconcierto receloso; hemos procurado la buena fe, y creemos haber logrado, suprimir
o reprimir los vicios que causaron nuestra derrota, y allegar con modos
sinceros y para fin durable, los elementos conocidos o esbozados, con cuya
unión se puede llevar la guerra inminente al triunfo. ¡Ahora, a formar filas!
¡Con esperar, allá en lo hondo del alma, no se fundan pueblos! Delante de mí
vuelvo a ver los pabellones, dando órdenes; y me parece que el mar que de allá
viene, cargado de esperanza y de dolor, rompe la valla de la tierra ajena en
que vivimos, y revienta contra esas puertas sus olas alborotadas... ¡Allá está,
sofocada en los brazos que nos la estrujan y corrompen! ¡Allá está, herida en
la frente, herida en el corazón, presidiendo, atada a la silla de tortura, el
banquete donde las bocamangas de galón de oro ponen el vino del veneno en los
labios de los hijos que se han olvidado de sus padres! ¡Y el padre murió cara a
cara al alférez, y el hijo va, de brazos con el alférez, a podrirse a la orgía!
¡Basta de meras palabras! De las entrañas desgarradas levantemos un amor
inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno,
ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos
la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la
madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última
de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el
triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla;
alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el
derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para
darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y
solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos
alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor
triunfante: "Con todos, y para el bien de todos".