“Palabras a los intelectuales”
DISCURSO
PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO
REVOLUCIONARIO Y SECRETARIO DEL PURSC, COMO CONCLUSION DE LAS REUNIONES CON LOS
INTELECTUALES CUBANOS, EFECTUADAS EN LA BIBLIOTECA NACIONAL EL 16, 23 Y 30 DE
JUNIO DE 1961.
Compañeras
y compañeros:
Después
de tres sesiones en que se ha estado discutiendo este problema, en que se han
planteado muchas cosas de interés, que muchas de ellas han sido discutidas
aunque otras hayan quedado sin respuesta -aunque materialmente era imposible
abordar todas y cada una de las cosas que se han planteado-, nos ha tocado a
nosotros, a la vez, nuestro turno; no como la persona más autorizada para
hablar sobre esta materia, pero sí, tratándose de una reunión entre ustedes y
nosotros, por la necesidad de que expresemos aquí también algunos puntos de
vista.
Teníamos
mucho interés en estas discusiones. Creo
que lo hemos demostrado con eso que llaman "una gran paciencia"
(RISAS). Y en realidad no ha sido
necesario ningún esfuerzo heroico, porque para nosotros ha sido una discusión
instructiva y, sinceramente, ha sido también amena.
Desde
luego que en este tipo de discusión en la cual nosotros formamos parte también,
los hombres del gobierno-o por lo menos particularmente en este caso, en el
mío— no estamos en las mejores ventajas para discutir sobre las cuestiones en
que ustedes se han especializado.
Nosotros, por el hecho de ser hombres de gobierno y ser agentes de esta
Revolución, no quiere decir que estemos obligados ...Quizás estamos obligados,
pero en realidad no quiere decir que tengamos que ser peritos sobre todas las
materias. Es posible que si hubiésemos
llevado a muchos de los compañeros que han hablado aquí a alguna reunión del
Consejo de Ministros a discutir los problemas con los cuales nosotros estamos
más familiarizados, se habrían visto en una situación similar a la nuestra.
Nosotros
hemos sido agentes de esta Revolución, de la revolución económico-social que
está teniendo lugar en Cuba. A su vez,
esa revolución económico-social tiene que producir inevitablemente también una
revolución cultural en nuestro país.
Por
nuestra parte, hemos tratado de hacer algo.
Quizás en los primeros instantes de la Revolución había otros problemas
más urgentes que atender. Podríamos
hacernos también una autocrítica al afirmar que habíamos dejado un poco de lado
la discusión de una cuestión tan importante como esta.
No
quiere decir que la habíamos olvidado del todo: esta discusión -que quizás el incidente a que se ha hecho
referencia aquí reiteradamente contribuyó a acelerarla- ya estaba en la mente
del gobierno. Desde hacía meses teníamos
el propósito de convocar a una reunión como esta para analizar el problema cultural. Los acontecimientos que han ido sucediendo -y
sobre todo los últimos acontecimientos- fueron la causa de que no se hubiese
efectuado con anterioridad. Sin embargo,
el gobierno revolucionario había ido tomando algunas medidas que expresaban
nuestra preocupación por este problema.
Algo
se ha hecho, y varios compañeros en el gobierno en más de una ocasión han
insistido en la cuestión. Por lo pronto
puede decirse que la Revolución en sí misma trajo ya algunos cambios en el
ambiente cultural: las condiciones de los artistas han variado.
Yo
creo que aquí se ha insistido un poco en algunos aspectos pesimistas. Creo que aquí ha habido una preocupación que
se va más allá de cualquier justificación real sobre este problema. Casi no se
ha insistido en la realidad de los cambios que han ocurrido con relación al
ambiente y a las condiciones actuales de los artistas y de los escritores.
Comparándolo
con el pasado, es incuestionable que los artistas y escritores cubanos no se
pueden sentir como en el pasado, y que las condiciones del pasado eran
verdaderamente deprimentes en nuestro país para los artistas y escritores.
Si
la Revolución comenzó trayendo en sí misma un cambio profundo en el ambiente y
en las condiciones, ¿por qué recelar de que la Revolución que nos trajo esas
nuevas condiciones para trabajar pueda ahogar esas condiciones? ¿Por qué recelar de que la Revolución vaya
precisamente a liquidar esas condiciones que ha traído consigo?
Es
cierto que aquí se está discutiendo un problema que no es un problema sencillo.
Es cierto que todos nosotros tenemos el deber de analizarlo
cuidadosamente. Esto es una obligación
tanto de ustedes como de nosotros.
No
es un problema sencillo, puesto que es un problema que se ha planteado muchas
veces y se ha planteado en todas las revoluciones. Es una madeja -pudiéramos decir- bastante
enredada, y no es fácil de desenredar esa madeja. Es un problema que tampoco nosotros vamos
fácilmente a resolver.
Los
distintos compañeros han expresado aquí un sinnúmero de puntos de vista, y los
han expresado cada uno de ellos con sus argumentos.
El
primer día habla un poco de temor a entrar en el tema, y por eso fue necesario
que nosotros les pidiésemos a los compañeros que abordaran el tema, que aquí
cada cual explicara sus temores, que aquí cada cual dijera lo que le
inquietaba.
En
el fondo, si no nos hemos equivocado, el problema fundamental que flotaba aquí
en el ambiente era el problema de la libertad para la creación artística. También cuando han visitado a nuestro país
distintos escritores, sobre todo no solo escritores literarios, sino escritores
políticos, nos, han abordado esta cuestión más de una vez. Es indiscutible que ha sido un tema discutido
en todos los países donde han tenido lugar revoluciones profundas como la
nuestra.
Casualmente,
un rato antes de regresar a este salón, un compañero nos traía un folleto donde
en la portada o al final aparece un pequeño diálogo sostenido con nosotros por
Sartre y que el compañero Lisandro Otero recogió con el título de "Conversaciones
en la Laguna", en Revolución, martes 8 de marzo de 1960. Una cuestión
similar nos planteó en otra ocasión Wright Mills, el escritor norteamericano.
Debo
confesar que en cierto sentido estas cuestiones nos agarraron a nosotros un
poco desprevenidos. Nosotros no tuvimos
nuestra "Conferencia de Yenán" con los artistas y escritores cubanos
durante la Revolución. En realidad esta
es una revolución que se gestó y llegó al poder en un tiempo -puede decirse-
récord. Al revés de otras revoluciones,
no tenía todos los problemas resueltos.
Y una de las características de la Revolución ha sido, por eso, la
necesidad de enfrentarse a muchos problemas apresuradamente.
Y
nosotros somos como la Revolución, es decir, que nos hemos improvisado
bastante. Por eso no puede decirse que
esta Revolución haya tenido ni la etapa de gestación que han tenido otras
revoluciones, ni los dirigentes de la Revolución la madurez intelectual que han
tenido los dirigentes de otras revoluciones.
Nosotros
creemos que hemos contribuido en la medida de nuestras fuerzas a los
acontecimientos actuales de nuestro país.
Nosotros creemos que con el esfuerzo de todos estamos llevando adelante
una verdadera revolución, y que esa revolución se desarrolla y parece llamada a
convertirse en uno de los acontecimientos importantes de este siglo. Sin embargo, a pesar de esa realidad,
nosotros, que hemos tenido una participación importante en esos
acontecimientos, no nos creemos teóricos de las revoluciones ni intelectuales
de las revoluciones.
Si
los hombres se juzgan por sus obras, tal vez nosotros tendríamos derecho a
considerarnos con el mérito de la obra que la Revolución en sí misma significa,
y sin embargo no pensamos así. Y creo
que todos debiéramos tener una actitud similar.
Cualesquiera que hubiesen sido nuestras obras, por meritorias que puedan
parecer, debemos empezar por situarnos en esa posición honrada de no presumir
que sabemos más que los demás, de no presumir que hemos alcanzado todo lo que
se puede aprender, de no presumir que nuestros puntos de vista son infalibles y
que todos los que no piensen exactamente igual están equivocados. Es decir, que nosotros debemos situarnos en
esa posición honrada, no de falsa modestia, sino de verdadera valoración de lo
que nosotros conocemos. Porque si nos
situamos en ese punto, creo que será más fácil marchar acertadamente hacia
adelante. Y creo que si todos nos
situamos en ese punto -ustedes y nosotros-, entonces, ante esa realidad,
desaparecerán actitudes personales y desaparecerá esa cierta dosis de
personalismo que ponemos en el análisis de estos problemas.
En
realidad, ¿qué sabemos nosotros? En
realidad nosotros todos estamos aprendiendo.
En realidad nosotros todos tenemos mucho que aprender.
Y
nosotros no hemos venido aquí, por ejemplo, a enseñar. Nosotros hemos venido
también a aprender.
Había
ciertos miedos en el ambiente, y algunos compañeros han expresado esos
temores. En realidad a veces teníamos la
impresión de que estábamos soñando un poco, teníamos la impresión de que
nosotros no hemos acabado de poner bien los pies sobre la tierra. Porque si
alguna preocupación a nosotros nos embarga ahora, si algún temor, es con
respecto a la Revolución misma. La gran
preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí
misma. ¿O es que nosotros creemos que
hemos ganado ya todas las batallas revolucionarias? ¿Es que nosotros creemos
que la Revolución no tiene enemigos? ¿Es
que nosotros creemos que la Revolución no tiene peligros?
¿Cuál
debe ser hoy la primera preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que
la Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a
asfixiar el arte, de que la Revolución vaya a asfixiar el genio creador de
nuestros ciudadanos, o la preocupación por parte de todos debe ser la
Revolución misma? ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el
espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución
misma?
No
se trata de que nosotros vayamos a invocar ese peligro como un simple
argumento. Nosotros señalamos que el
estado de ánimo de todos los ciudadanos del país y que el estado de ánimo de
todos los escritores y artistas revolucionarios, o de todos los escritores y
artistas que comprenden y justifican a la Revolución, es qué peligros puedan amenazar
a la Revolución y qué podemos hacer por ayudar a la Revolución.
Nosotros
creemos que la Revolución tiene todavía muchas batallas que librar, y nosotros
creemos que nuestro primer pensamiento y nuestra primera preocupación debe ser
qué hacemos para que la Revolución salga victoriosa. Porque lo primero es eso: lo primero es la
Revolución misma. Y después, entonces, preocuparnos por las demás cuestiones.
Esto
no quiere decir que las demás cuestiones no deban preocuparnos, pero que el
estado de ánimo nuestro -tal como es al menos el nuestro- es preocuparnos
fundamentalmente primero por la Revolución.
El
problema que aquí se ha estado discutiendo-y que lo vamos a abordar- es el
problema de la libertad de los escritores y de los artistas para expresarse. El temor que aquí ha inquietado es si la
Revolución va a ahogar esa libertad, es si la Revolución va a sofocar el
espíritu creador de los escritores y de los artistas.
Se
habló aquí de la libertad formal. Todo
el mundo estuvo de acuerdo en el problema de la libertad formal. Es decir, todo el mundo estuvo de acuerdo-y
creo que nadie duda- acerca del problema de la libertad formal.
La
cuestión se hace más sutil y se convierte verdaderamente en el punto esencial
de la cuestión, cuando se trata de la libertad de contenido. Es ahí el punto más sutil, porque es el que
está expuesto a las más diversas interpretaciones. Es el punto más polémico de esta cuestión: si
debe haber o no una absoluta libertad de contenido en la expresión artística.
Nos
parece que algunos compañeros defienden ese punto de vista. Quizás el temor a eso que llamaban
prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades para decidir
sobre la cuestión.
Permítanme
decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la
Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la
Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la
preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu
creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene
razón de ser.
¿Dónde
puede estar la razón de ser de esa preocupación? Puede verdaderamente preocuparse por este
problema quien no esté seguro de sus convicciones revolucionarias. Puede preocuparse por ese problema quien
tenga desconfianza acerca de su propio arte, quien tenga desconfianza acerca de
su verdadera capacidad para crear.
Y
cabe preguntarse si un revolucionario verdadero, si un artista o intelectual
que sienta la Revolución y que esté seguro de que es capaz de servir a la
Revolución puede plantearse este problema. Es decir, que el campo de la duda no
queda ya para los escritores y artistas verdaderamente revolucionarios; el
campo de la duda queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios
no se sientan tampoco revolucionarios (APLAUSOS).
Y
es correcto que un escritor y artista que no sienta verdaderamente como
revolucionario se plantee ese problema, es decir, que un escritor y artista
honesto, honesto, que sea capaz de comprender toda la razón de ser y la
justicia de la Revolución, se plantee este problema. Porque el revolucionario pone algo por encima
de todas las demás cuestiones, el revolucionario pone algo por encima aun de su
propio espíritu creador, es decir: pone la Revolución por encima de todo lo
demás. Y el artista más revolucionario
sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación
artística por la Revolución (APLAUSOS).
Nadie
ha supuesto nunca que todos los hombres o todos los escritores o todos los
artistas tengan que ser revolucionarios, como nadie puede suponer que todos los
hombres o todos los revolucionarios tengan que ser artistas, ni tampoco que
todo hombre honesto, por el hecho de ser honesto, tenga que ser revolucionario.
Revolucionario es también una actitud ante la vida, revolucionario es también
una actitud ante la realidad existente. Y hay hombres que se resignan a esa
realidad, hay hombres que se adaptan a esa realidad; y hay hombres que no se
pueden resignar ni adaptar a esa realidad y tratan de cambiarla: por eso son
revolucionarios.
Pero
puede haber hombres que se adapten a esa realidad y ser hombres honestos, solo
que su espíritu no es un espíritu revolucionario, solo que su actitud ante la
realidad no es una actitud revolucionaria.
Y puede haber, por supuesto, artistas-y buenos artistas- que no tengan
ante la vida una actitud revolucionaria.
Y
es precisamente para ese grupo de artistas e intelectuales para quienes la
Revolución en sí constituye un hecho imprevisto, un hecho nuevo, un hecho que
incluso puede afectar su ánimo profundamente. Es precisamente para ese grupo de
artistas y de intelectuales que la Revolución puede constituir un problema que
se le plantea.
Para
un artista o intelectual mercenario, para un artista o intelectual deshonesto,
no sería nunca un problema. Ese sabe lo
que tiene que hacer, ese sabe lo que le interesa, ese sabe hacia dónde tiene
que marcharse. El problema lo constituye
verdaderamente para el artista o el intelectual que no tiene una actitud
revolucionaria ante la vida y que, sin embargo, es una persona honesta.
Claro
está que quien tiene esa actitud ante la vida, sea o no sea revolucionario, sea
o no sea artista, tiene sus fines, tiene sus objetivos. Y todos nosotros
podemos preguntarnos sobre esos fines y esos objetivos. Esos fines y esos, objetivos se dirigen hacia
el cambio de esa realidad, esos fines y esos objetivos se dirigen hacia la
redención del hombre; es precisamente el hombre, el semejante, la redención de
su semejante, lo que constituye el objetivo de los revolucionarios.
Si
a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros
diremos: el pueblo. Y siempre diremos: el
pueblo. El pueblo en su sentido real, es
decir, esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la explotación y en el
olvido más cruel. Nuestra preocupación fundamental siempre serán las grandes
mayorías del pueblo, es decir, las clases oprimidas y explotadas del
pueblo. El prisma a través del cual
nosotros lo miramos todo es ese: para
nosotros será bueno lo que sea bueno para ellos; para nosotros será noble, será
bello y será útil todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellos.
Si
no se piensa así, si no se piensa por el pueblo y para el pueblo, es decir, si
no se piensa y no se actúa para esa gran masa explotada del pueblo, para esa
gran masa a la que se desea redimir, entonces sencillamente no se tiene una
actitud revolucionaria. Al menos ese es
el cristal a través del cual nosotros analizamos lo bueno y lo útil y lo bello
de cada acción.
Comprendemos
que debe ser una tragedia para alguien que comprenda esto y, sin embargo, se
tenga que reconocer incapaz de luchar por eso.
Nosotros somos o creemos ser hombres revolucionarios; quien sea más
artista que revolucionario no puede pensar exactamente igual que nosotros. Nosotros
luchamos por el pueblo y no padecemos ningún conflicto, porque luchamos por el
pueblo y sabemos que podemos lograr los propósitos de nuestras luchas.
El
pueblo es la meta principal. En el
pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos. Y esa es la única actitud
que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria.
Y
para aquellos que no puedan tener o no tengan esa actitud, pero que son
personas honradas, es para quienes constituye el problema a que hacíamos
referencia. Y de la misma manera que
para ellos la Revolución constituye un problema, ellos constituyen también para
la Revolución un problema del cual la Revolución debe preocuparse.
Aquí
se señaló con acierto el caso de muchos escritores y artistas que no eran
revolucionarios, pero que sin embargo eran escritores y artistas honestos; que
además querían ayudar a la Revolución; que además a la Revolución le interesaba
su ayuda; que querían trabajar para la Revolución y que a su vez a la
Revolución le interesaba que ellos aportaran sus conocimientos y su esfuerzo en
beneficio de la misma. Es más fácil apreciar esto cuando se analizan los casos
peculiares. Y entre esos casos peculiares hay un sinnúmero de casos que no son
tan fáciles de analizar.
Pero
aquí habló un escritor católico, planteó lo que a él le preocupaba, y lo dijo
con toda claridad. El preguntó si él
podía hacer una interpretación desde su punto de vista idealista de un problema
determinado, o si él podía escribir una obra defendiendo esos puntos de vista
suyos; él con toda franqueza señaló si dentro de un régimen revolucionario él
podía expresarse dentro de esos sentimientos, de acuerdo con esos sentimientos.
Planteó el problema de una forma que puede considerarse simbólica; a él lo que
le preocupaba era saber si él podía escribir de acuerdo con esos sentimientos o
de acuerdo con esa ideología, que no era precisamente la ideología de la
Revolución; que él estaba de acuerdo con la Revolución en las cuestiones económicas
o sociales, pero que tenía una posición filosófica distinta a la filosofía de
la Revolución.
Y
ese es un caso digno de tenerse muy en cuenta, porque es precisamente un caso
representativo de esa zona de escritores y de artistas que tenían una disposición
favorable con respecto a la Revolución y que deseaban saber qué grado de
libertad tenían, dentro de las condiciones revolucionarias, para expresarse de
acuerdo con esos sentimientos.
Ese
es el sector que constituye para la Revolución el problema, de la misma manera
que la Revolución constituye para ellos un problema. Y es deber de la Revolución preocuparse por
esos casos, es deber de la Revolución preocuparse por la situación de esos
artistas y de esos escritores. Porque la
Revolución debe tener la aspiración de que marchen junto a ella no solo todos
los revolucionarios, no solo todos los artistas e intelectuales
revolucionarios. Es posible que los
hombres y las mujeres que tengan una actitud realmente revolucionaria ante la
realidad, no constituyan el sector mayoritario de la población: los
revolucionarios son la vanguardia del pueblo. Pero los revolucionarios deben
aspirar a que marche junto a ellos todo el pueblo. La Revolución no puede
renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o
artistas, marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que
tenga dudas se convierta en revolucionario; la Revolución debe tratar de ganar
para sus ideas a la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar
a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo con los revolucionarios,
sino con todos los ciudadanos honestos, que aunque no sean revolucionarios -es
decir, que no tengan una actitud revolucionaria ante la vida-, estén con ella. La
Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente
reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios.
Y
la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo, la
Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de
los escritores. La Revolución tiene que
comprender esa realidad, y por lo tanto debe actuar de manera que todo ese
sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente
revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para
trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores
o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse.
Es decir, dentro de la Revolución.
Esto
significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la
Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es
el derecho a existir. Y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir,
nadie -por cuanto la Revolución
comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses
de la nación entera-, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella. Creo que esto es bien claro.
¿Cuáles
son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no
revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún
derecho (APLAUSOS).
Y
esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los
escritores. Esto es un principio general
para todos los ciudadanos, es un principio fundamental de la Revolución. Los
contrarrevolucionarios, es decir, los enemigos de la Revolución, no tienen
ningún derecho contra la Revolución, porque la Revolución tiene un derecho: el
derecho de existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer. ¿Quién
pudiera poner en duda ese derecho de un pueblo que ha dicho "iPatria o
Muerte!", es decir, la Revolución o la muerte, la existencia de la
Revolución o nada, de una Revolución que ha dicho "¡Venceremos!"? Es decir, que se ha planteado muy seriamente
un propósito, y por respetables que sean los razonamientos personales de un
enemigo de la Revolución, mucho más respetables son los derechos y las razones
de una revolución tanto más, cuanto que una revolución es un proceso histórico,
cuanto que una revolución no es ni puede ser obra del capricho o de la voluntad
de ningún hombre, cuanto que una revolución solo puede ser obra de la necesidad
y de la voluntad de un pueblo. Y frente
a los derechos de todo un pueblo, los derechos de los enemigos de ese pueblo no
cuentan.
Cuando
hablábamos de los casos extremos, nosotros lo hacíamos sencillamente para
expresar con más claridad nuestras ideas.
Ya dije que entre esos casos extremos hay una gran variedad de actitudes
mentales y hay también una gran variedad de preocupaciones. No significa necesariamente que albergar
alguna preocupación signifique no ser revolucionario. Nosotros hemos tratado de definir las
actitudes esenciales.
La
Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura, cuando una de las
metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el
arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un
verdadero patrimonio del pueblo. Y al
igual que nosotros hemos querido para el pueblo una vida mejor en el orden
material, queremos para el pueblo una vida mejor también en el orden
espiritual, queremos para el pueblo una vida mejor en el orden cultural. Y lo mismo que la Revolución se preocupa del
desarrollo de las condiciones y de las fuerzas que permitan al pueblo la
satisfacción de todas sus necesidades materiales, nosotros queremos desarrollar
también las condiciones que permitan al pueblo la satisfacción de todas sus
necesidades culturales.
¿Que
el pueblo tiene un nivel bajo de cultura? ¿Que un porcentaje alto del pueblo no
sabe leer ni escribir? También un
porcentaje alto del pueblo pasa hambre, o al menos vive o vivía en condiciones
duras, vivía en condiciones de miseria; una parte del pueblo carece de un gran
número de bienes materiales que son para ellos indispensables, y nosotros
tratamos de propiciar las condiciones para que todos esos bienes materiales
lleguen al pueblo. De la misma manera
debemos propiciar las condiciones para que todos esos bienes culturales lleguen
al pueblo.
No
quiere decir eso que el artista tenga que sacrificar el valor de sus creaciones
y que necesariamente tenga que sacrificar esa calidad. ¡No quiere decir eso! Quiere decir que tenemos que luchar en todos
los sentidos para que el creador produzca para el pueblo y el pueblo a su vez
eleve su nivel cultural que le permita acercarse también a los creadores.
No
se puede señalar una regla de carácter general: todas las manifestaciones
artísticas no son exactamente de la misma naturaleza; y a veces hemos planteado
aquí las cosas como si todas las manifestaciones artísticas fuesen exactamente
de la misma naturaleza. Hay expresiones
del espíritu creador que por su propia naturaleza pueden ser mucho más
asequibles al pueblo que otras manifestaciones del espíritu creador. Por eso no se puede señalar una regla
general, ¿porque en qué expresión artística es que el artista tiene que ir al
pueblo y en cuál el pueblo tiene que ir al artista? ¿Se puede hacer una
afirmación de carácter general en ese sentido? ¡No! Sería una regla demasiado simple.
Hay
que esforzarse en todas las manifestaciones por llegar al pueblo, pero a su vez
hay que hacer todo lo que esté al alcance de nuestras manos para que el pueblo
pueda comprender cada vez más y mejor. Creo que ese principio no contradiga las
aspiraciones de ningún artista, mucho menos si se tiene en cuenta que los
hombres crean para sus contemporáneos. No se diga que hay artistas pensando en
la posteridad porque, desde luego sin el propósito de considerar nuestro juicio
infalible ni mucho menos, creo que quien así piense se está autosugestionando
(APLAUSOS).
Y
eso no quiere decir que quien trabaje para sus contemporáneos tenga que
renunciar a la posteridad de su obra, porque precisamente creando para sus
contemporáneos, independientemente incluso de que sus contemporáneos lo hayan
comprendido o no, es que las obras han adquirido un valor histórico y un valor
universal.
Nosotros
no estamos haciendo una Revolución para las generaciones venideras; nosotros
estamos haciendo una Revolución con esta generación y por esta generación,
independientemente de que los beneficios de esta obra beneficien a las
generaciones venideras y se convierta en un acontecimiento histórico. Nosotros no estamos haciendo una revolución
para la posteridad; esta Revolución pasará a la posteridad porque es una
revolución para ahora y para los hombres y las mujeres de ahora (APLAUSOS).
¿Quién
nos seguiría a nosotros si estuviésemos haciendo una revolución para las
generaciones venideras? Trabajamos y creamos para nuestros contemporáneos, sin
que esto le quite a ninguna creación artística el mérito de aspirar a la
eternidad.
Esas
son verdades que todos debemos analizar con honradez, y creo que hay que partir
de ciertas verdades fundamentales para no sacar conclusiones erróneas. Y no vemos nosotros que haya motivos de
preocupaciones para ningún artista o escritor honrado.
Nosotros
no somos enemigos de la libertad. Nadie
aquí es enemigo de la libertad. ¿A quién
tememos? ¿Qué autoridad es la que
tememos que vaya a asfixiar nuestro espíritu creador? ¿Qué compañeros del Consejo Nacional de
Cultura?
De
la impresión que nosotros personalmente tenemos de las conversaciones con los
compañeros del Consejo Nacional de Cultura, hemos observado puntos de vista y
sentimientos que son muy ajenos a las preocupaciones que aquí se plantearon
acerca de limitaciones, dogales, y cosas por el estilo, al espíritu
creador. Nuestra conclusión es que los
compañeros del Consejo Nacional están tan preocupados como todos ustedes de que
se logren las mejores condiciones para que ese espíritu creador de los artistas
y de los intelectuales se desarrolle.
¿Sentimos
el temor de la existencia de un organismo nacional, que es un deber de la
Revolución y del Gobierno Revolucionario contar con un órgano altamente
calificado que estimule, fomente, desarrolle y oriente, sí, oriente ese
espíritu creador? ¡Lo consideramos un
deber! ¿Y eso acaso puede constituir un
atentado al derecho de los escritores y de los artistas? Eso puede constituir una amenaza al derecho de
los escritores y de los artistas por el temor de que se cometa una
arbitrariedad o un exceso de autoridad?
De la misma manera podemos albergar el temor que al pasar por un
semáforo el policía nos agreda, de la misma manera podemos albergar el temor a
que el juez nos condene, de la misma manera podemos albergar el temor de que la
fuerza existente en el poder revolucionario cometa un acto de violencia contra
nosotros; es decir que tendríamos entonces que preocuparnos de todas esas
cosas. Y, sin embargo, la actitud del
ciudadano no es lo de creer que el miliciano va a disparar contra él, de que el
juez lo va a sancionar o de que el poder va a ejercer la violencia contra su
persona.
La
existencia de una autoridad en el orden cultural no significa que haya una
razón para preocuparse del abuso de esa autoridad, porque, ¿quién es el que quiere o el que
desea que esa autoridad cultural no exista?
Por el mismo camino podría aspirar a que no existiera la milicia, que no
existiera la policía, que no existiera el poder del Estado y que incluso no
existiera el Estado. Y si a alguien le preocupa tanto que no exista la menor
autoridad estatal, entonces que no se preocupe, que tenga paciencia, que ya
llegará el día en que el Estado tampoco exista (APLAUSOS).
Tiene
que existir un consejo que oriente, que estimule, que desarrolle, que trabaje
para crear las mejores condiciones para el trabajo de los artistas y de los
intelectuales, ¿y quién es el primer defensor de los intereses de los artistas
y de los intelectuales si no ese mismo consejo?
¿Quién es el que propone leyes y sugiere medidas de todo orden para
elevar esas condiciones si no el Consejo Nacional de Cultura? ¿Quién propone una ley de imprenta nacional
para subsanar esas deficiencias que se han señalado aquí? ¿Quién propone la creación del lnstituto de
Etnología y Folklore si no precisamente el Consejo Nacional? ¿Quién aboga
porque se disponga de los presupuestos y de las divisas necesarias para traer
libros, que hace muchos meses que no entran en el país, para adquirir material
para que los pintores y los artistas plásticos puedan trabajar? ¿Quién se preocupa de los problemas
económicos, es decir, de las condiciones materiales de los artistas? ¿Qué organismo es el que se preocupa por toda
una serie de necesidades actuales de los escritores y de los artistas? ¿Quién
defiende en el seno del gobierno los presupuestos, las edificaciones y los
proyectos, precisamente para elevar el nivel de las condiciones y de las circunstancias
en que ustedes vayan a trabajar? Es
precisamente el Consejo Nacional de Cultura.
¿Por
qué mirar a ese consejo con reserva?
¿Por qué mirar a esa autoridad como una supuesta autoridad que va
precisamente a hacer lo contrario a limitar nuestras condiciones, a asfixiar
nuestro espíritu creador? Se concibe que
se preocuparan de esa autoridad aquellos que no tuvieran problemas de ninguna
clase, pero en realidad quienes puedan apreciar la necesidad de toda la gestión
y de todo el trabajo que tiene que hacer ese consejo no lo mirarían jamás con
reserva, y además porque el consejo tiene también una obligación con el pueblo
y tiene una obligación con la Revolución y con el Gobierno Revolucionario, que
es cumplir los objetivos para los cuales fue creado, y tiene tanto interés en
el éxito de su trabajo como cada artista tiene interés también en el éxito del
suyo.
No
sé si se me quedarán algunos de los problemas fundamentales que aquí se
señalaron. Se discutió mucho el problema de la película. Yo no he visto la
película: tengo deseos de ver la película (RISAS), tengo curiosidad por ver la
película. ¿Que fue maltratada la
película? En realidad creo que ninguna
película ha recibido tantos honores y que ninguna película se ha discutido
tanto (RISAS).
Aunque
nosotros no hemos visto esa película nos hemos remitido al criterio de una
serie de compañeros que han visto la película, entre ellos el criterio del
compañero Presidente, el criterio de distintos compañeros del Consejo Nacional
de Cultura. De más está decir que es un
criterio y es una opinión que merece para nosotros todo el respeto, pero hay
algo que creo que no se puede discutir, y es el derecho establecido por la ley
a ejercer la función que en este caso desempeñó el Instituto del Cine o la
comisión revisora. ¿Se discute acaso ese
derecho del gobierno? ¿Tiene o no tiene
derecho el gobierno a ejercer esa función?
Para nosotros en este caso la función fundamental es, primero, si
existía o no existía ese derecho por parte del gobierno. Se podrá discutir la cuestión del
procedimiento, cómo se hizo, si no fue amigable, si pudo haber sido mejor un
procedimiento de tipo amistoso; se puede hasta discutir si fue justa o no justa
la decisión; pero hay algo que no creo que discuta nadie, y es el derecho del gobierno
a ejercer esa función. Porque si
impugnamos ese derecho entonces significaría que el gobierno no tiene derecho a
revisar las películas que vayan a exhibirse ante el pueblo. Y creo que ese es
un derecho que no se discute.
Hay
además algo que todos comprendemos perfectamente: que entre las manifestaciones
de tipo intelectual o artístico hay algunas que tienen una importancia en
cuanto a la educación del pueblo o a la formación ideológica del pueblo,
superior a otros tipos de manifestaciones artísticas, y no creo que nadie ose
discutir que uno de esos medios fundamentales e importantísimos es el cine,
como lo es la televisión.
¿Y
en realidad pudiera discutirse en medio de la Revolución el derecho que tiene
el gobierno a regular, revisar y fiscalizar las películas que se exhiban al
pueblo? ¿Es acaso eso lo que se está discutiendo? ¿Y se puede considerar eso una limitación o
una fórmula prohibitiva, el derecho del Gobierno Revolucionario a fiscalizar
esos medios de divulgación que tanta influencia tienen en el pueblo? Si
nosotros impugnamos ese derecho del Gobierno Revolucionario estaríamos
incurriendo en un problema de principios, porque negar esa facultad al Gobierno
Revolucionario sería negarle al gobierno su función y su responsabilidad, sobre
todo en medio de una lucha revolucionaria, de dirigir al pueblo y de dirigir a
la Revolución.
Y
a veces ha parecido que se impugnaba ese derecho del gobierno. Y en realidad si
se impugna ese derecho del gobierno nosotros opinamos que el gobierno tiene ese
derecho. Y si tiene ese derecho puede hacer uso de ese derecho; lo puede hacer
equivocadamente. Eso no quiere decir que sea infalible el gobierno. El gobierno actuando en ejercicio de un
derecho o de una función que le corresponda no tiene que ser necesariamente
infalible.
Pero,
¿quién es el que tiene tantas reservas con respecto al gobierno? ¿Quién es el que tiene tantas dudas? ¿Quién es el que tiene tanta sospecha con
respecto al Gobierno Revolucionario y quién es el que desconfía tanto del
Gobierno Revolucionario, que aun cuando pensara que estaba equivocada una
decisión suya piense que constituye un peligro y constituye un verdadero motivo
de terror el pensar que el gobierno pueda siempre equivocarse? No estoy afirmando, ni mucho menos, que el
gobierno se haya equivocado en esa decisión, lo que estoy afirmando es que el
gobierno actuaba en uso de un derecho; trato de situarme en el lugar de los que
trabajaron en esa película, trato de situarme en el ánimo de los que hicieron
la película, y trato de comprender incluso su pena, su disgusto, su dolor de
que la película no se hubiese exhibido.
Cualquiera
puede comprender eso perfectamente. Pero
hay que comprender que se actuó en uso de un derecho, y que fue criterio que
contó con el respaldo de compañeros competentes y compañeros responsables del
gobierno, y que en realidad no hay derecho fundado para desconfiar del espíritu
de justicia y de equidad de los hombres del Gobierno Revolucionario, porque el
Gobierno Revolucionario no ha dado razones para que alguien pueda poner en duda
su espíritu de justicia y de equidad.
No
podemos pensar que seamos perfectos.
Incluso no podemos pensar que seamos ajenos a pasiones. ¿Pudieran
algunos señalar que determinados compañeros del gobierno sean apasionados o no
sean ajenos a pasiones, y los que tal cosa crean pueden verdaderamente asegurar
que ellos tampoco sean ajenos a pasiones?
¿Y se les puede impugnar actitudes de tipo personal a algunos compañeros
sin aceptar siquiera que esas opiniones puedan estar teñidas también por
actitudes de tipo personal? Aquí
podríamos decir aquello de que quien se sienta perfecto o se sienta ajeno a las
pasiones, que tire la primera piedra.
Creo
que ha habido personalismo y pasión en la discusión. ¿En estas discusiones no
ha habido personalismo y no ha habido pasión?
Es que todos absolutamente aquí vinieron despojados de pasiones y de
personalismos? ¿Es que todos
absolutamente hemos venido despojados también de espíritu de grupo? ¿Es que no
ha habido corrientes y tendencias dentro de esta discusión? Eso no se puede negar. Si un niño de seis años hubiese estado
sentado aquí, se habría dado cuenta también de las distintas corrientes y de
los distintos puntos de vista y de las distintas pasiones que se estaban
debatiendo.
Los
compañeros han dicho muchas cosas, han dicho cosas interesantes; algunos han
dicho cosas brillantes. Todos han sido
muy eruditos (RISAS). Pero por encima de
todo ha habido una realidad: la realidad misma de la discusión y la libertad
con que todos han podido expresarse y defender sus puntos de vista; la libertad
con que todos han podido hablar y exponer aquí sus criterios en el seno de una
reunión amplia -y que ha sido más amplia cada día-, de una reunión que nosotros
entendemos que es una reunión positiva, de una reunión donde podemos disipar
toda una serie de dudas y de preocupaciones.
Y
que ha habido querellas, ¿quién lo duda?
(RISAS.) Y que ha habido guerras y guerritas aquí en el seno de los
escritores y artistas, ¿quién lo duda?
(RISAS.) Y que ha habido críticas y supercríticas ¿quién lo duda? Y que
algunos compañeros han ensayado sus armas y han probado sus armas a costa de
otros compañeros, ¿quién lo duda?
Aquí
han hablado los "heridos" y han expresado su queja sentida contra lo
que han estimado ataques injustos. Afortunadamente no han pasado los cadáveres,
sino los heridos (RISAS); compañeros incluso convalecientes todavía de las
heridas recibidas (RISAS). Y algunos de ellos presentaban como una evidente
injusticia el que se les haya atacado con cañones de grueso calibre sin poder
siquiera ripostar el fuego.
Que
ha habido críticas duras, ¿quién lo duda?
Y en cierto sentido aquí se planteó ese problema. Y esos problemas nosotros no podemos
pretender dilucidarlos con dos palabras.
Pero creo que de las cosas que se
plantearon aquí, una de las más correctas es que el espíritu de la crítica
debía ser constructivo, debía ser positivo, y no destructor. Eso, hasta los que
no entendemos nada absolutamente de crítica, lo vemos claro. Por algo la
palabra crítica ha venido a ser sinónimo de ataque, cuando realmente no quiere
decir eso, no tiene que querer decir eso. Pero cuando a alguien le dicen: “Fulano
te criticó”, enseguida se pone bravo antes de preguntar qué dijo (Risas). Es
decir, que lo destruyó. Es decir, que
debe haber un principio en la crítica: que sea constructiva.
Si en realidad a cualquiera de nosotros que
hemos estado un poco ajenos a estos problemas o a estas luchas, a estos ensayos
y pruebas de armas, nos explican el caso de algunos compañeros que casi han
estado al borde de una depresión insalvable, es posible que simpaticemos con
las víctimas; porque tenemos esa tendencia a simpatizar con las víctimas.
Nosotros
aquí, sinceramente, no hemos querido sino contribuir a la comprensión y a la
unión de todos. Y hemos tratado de
evitar palabras que sirvan para herir a nadie ni para desalentar a nadie. Pero es incuestionable un hecho: que pueden
darse casos de esas luchas o controversias, en que no exista igualdad de
condiciones para todos.
Eso
por parte de la Revolución no puede ser justo. La Revolución no les puede dar
armas a unos contra otros, la Revolución no les debe dar armas a unos contra
otros. Nosotros creemos que los
escritores y artistas deben tener todos oportunidad de manifestarse; nosotros
creemos que los escritores y artistas, a través de su asociación, deben tener
un magazine cultural amplio, al que todos tengan acceso.
¿No
les parece que eso sería una cosa justa?
La
Revolución puede poner esos recursos, no en manos de un grupo: la Revolución puede y debe poner esos
recursos de manera que puedan ser ampliamente utilizados por todos los
escritores y artistas.
Ustedes
van a constituir pronto la Asociación de Artistas, van a concurrir a un
congreso. No sé si se discutirán o no las cuestiones que planteaba el compañero
Walterio sobre Arango y Parreño y sobre Saco (RISAS); pero sabemos que se van a
reunir. Y una de las cosas que nosotros
proponemos es que la Asociación de Artistas, adonde deben acudir todos con
espíritu verdaderamente constructivo... Porque si alguien piensa que se le
quiere eliminar, porque si alguien piensa que se le quiere ahogar, nosotros
podemos asegurarle que está absolutamente equivocado. Por eso debe celebrarse ese congreso con
espíritu verdaderamente constructivo, y puede celebrarse. Y creemos que ustedes
son capaces de celebrar en ese espíritu ese congreso. Que se organice una
fuerte asociación de artistas y de escritores-y ya era hora—, y que ustedes
organizadamente contribuyan con todo su entusiasmo a las tareas que les corresponden
en la Revolución. Y que sea un organismo amplio, de todos los artistas y
escritores.
Creemos
que esa sería una fórmula para que cuando nos volvamos a reunir-y creemos que
debemos volvernos a reunir (APLAUSOS)... Por lo menos nosotros no debemos
privarnos voluntariamente del placer y de la utilidad de estas reuniones, que
para nosotros han constituido también un motivo de atención sobre todos estos
problemas. Tenemos que volvernos a reunir. ¿Qué significa eso? Pues que tenemos
que seguir discutiendo estos problemas.
Es decir, que va a haber algo que debe ser motivo de tranquilidad para
todos, y es conocer el interés que tiene el gobierno por los problemas y, al
mismo tiempo, la oportunidad esta de discutir en una asamblea amplia todas
estas cuestiones.
Nos
parece que eso debe ser un motivo de satisfacción para los escritores y para
los artistas. Y con eso nosotros también seguiremos tomando información y
adquiriendo mejores conocimientos por nuestra parte.
El
Consejo Nacional debe tener también otro órgano de divulgación. Creo que eso va situando las cosas en su
lugar. Y eso no se puede llamar cultura
dirigida ni asfixia al espíritu creador artístico. ¿A quién que tenga los cinco
sentidos y además sea artista de verdad le puede preocupar que esto constituya
asfixia al espíritu creador? La
Revolución quiere que los artistas pongan el máximo esfuerzo en favor del
pueblo, quiere que pongan el máximo de interés y de esfuerzo en la obra
revolucionaria. Y creemos que es una aspiración justa de la Revolución.
¿Quiere
decir que le vamos a decir aquí a la gente lo que tiene que escribir? No.
Que cada cual escriba lo que quiera. Y si lo que escribe no sirve, allá
él; si lo que pinta no sirve, allá él. Nosotros no le prohibimos a nadie escribir
sobre el tema que quiera escribir. Al contrario: que cada cual se exprese en la
forma que estime pertinente, y que exprese libremente el tema que desea
expresar. Nosotros apreciaremos su
creación siempre a través del prisma y del cristal revolucionario: ese también
es un derecho del Gobierno Revolucionario, tan respetable como el derecho de
cada cual a expresar lo que desee expresar.
Hay
una serie de medidas que se están tomando, algunas de las cuales hemos
señalado.
Para
los que se preocupaban por el problema de la imprenta nacional: efectivamente, la imprenta nacional,
organismo recién creado, que tuvo que surgir en condiciones de trabajo
difíciles, porque tuvo que comenzar a trabajar en un periódico que de repente
se cerraba-y nosotros estuvimos presentes el día en que ese periódico se
convirtió en el primer taller de la imprenta nacional con todos sus obreros y
redactores-, y que además ha tenido que publicar una serie de obras de tipo
militar, sabemos que tiene deficiencias y que serán subsanadas, a cuyos fines
se ha presentado ya una ley al gobierno para crear dentro de la imprenta
nacional distintas editoriales, de manera que no haya por qué repetirse las
quejas que se han expuesto en esta reunión sobre la imprenta nacional.
Y
también se están tomando o se van a tomar los acuerdos pertinentes a los
efectos de adquirir libros, de adquirir material para el trabajo; es decir,
resolver todos esos problemas que han preocupado a los escritores y a los
artistas y en lo cual el Consejo Nacional de Cultura ha insistido mucho, porque
ustedes saben que en el Estado hay distintos departamentos y distintas
instituciones, y que dentro del Estado cada cual reclama y aspira a poder
contar con los recursos necesarios para cumplir sus funciones cabalmente.
Nosotros
queremos señalar algunos aspectos en los cuales se ha avanzado ya, y que deben
ser motivo de aliento para todos nosotros, como ha sido el éxito alcanzado, por
ejemplo, con la orquesta sinfónica, que ha sido reconstruida, reintegrada
totalmente, y que no solamente ha alcanzado niveles elevados en el orden
artístico, sino también en el orden revolucionario, porque hay 50 miembros de
la orquesta sinfónica que son milicianos.
El ballet de Cuba también se ha reconstruido y acaba de hacer una gira
por el extranjero, donde cosecharon la admiración y el reconocimiento de todos
los pueblos donde trabajaron. Está teniendo éxito el conjunto de danza moderna,
y ha recibido también elogios valiosísimos en Europa. La biblioteca nacional, por su parte, también
está desarrollando una política en favor de la cultura, en favor de esas cosas
que les preocupaban a ustedes de despertar el interés del pueblo por la música,
por la pintura; ha constituido un departamento de pintura, con el objeto de dar
a conocer las obras al pueblo; un departamento de música, un departamento
juvenil, una sección también para niños.
Nosotros un rato antes de pasar a este salón estuvimos visitando el
departamento de la biblioteca nacional para niños, vimos el número de niños que
ya están asociados, el trabajo que se está desarrollando allí y los adelantos
que ha logrado la biblioteca nacional, que además constituyen un motivo para
que el gobierno le facilite los recursos que necesite para seguir desarrollando
esa labor. La imprenta nacional es ya
una realidad y, con las nuevas formas de organización que se le van a dar es ya
también una conquista de la Revolución, que contribuirá extraordinariamente a
la preparación del pueblo.
El
instituto del cine es también una realidad.
Durante toda esta primera etapa, fundamentalmente, se han hecho las
inversiones necesarias para dotarlo de los equipos materiales que necesita para
trabajar. Al menos la Revolución ha
establecido las bases de la industria del cine, lo cual constituye un gran
esfuerzo si se tiene en cuenta que no se trata de un país industrializado el
nuestro, que ha significado sacrificios la adquisición de todos esos
equipos. Que además, si en cuanto al
cine no hay más facilidades, no obedece a una política restrictiva del
gobierno, sino sencillamente a la escasez de los recursos económicos actuales
para crear un movimiento de aficionados que permita el desarrollo de todos los
talentos en el cine, y que será puesto en práctica cuando se pueda contar con
esos recursos. La política en el instituto
del cine será de discusión y además de emulación entre los distintos equipos de
trabajo.
No
se puede juzgar todavía en sí la tarea del instituto del cine. No ha podido todavía disponer de tiempo para
realizar una obra que pueda ser juzgada, pero ha trabajado, y nosotros sabemos
que una serie de documentales hechos por el instituto del cine han contribuido
grandemente a divulgar en el extranjero la obra de la Revolución.
Pero
lo que interesa destacar es que las bases para la industria del cine ya están
establecidas. Se ha realizado también una labor de publicidad, conferencias, de
extensión cultural a través de los distintos organismos; pero que al fin esto
no es nada comparado con lo que puede hacerse y con lo que la Revolución aspira
a desarrollar.
Hay
todavía una serie de cuestiones que interesan a los escritores y artistas por
resolver, hay problemas de orden material; es decir, hay problemas de orden
económico. No son las condiciones de antes. Hoy no existe aquel pequeño sector
privilegiado que adquiría las obras de los artistas, a precios de miseria por
cierto, ya que más de un artista terminó en la indigencia y en el olvido. Quedan por encarar y resolver esos problemas
que debe resolverlos el Gobierno Revolucionario y que debe ser preocupación del
Consejo Nacional de Cultura, así como también el problema de los artistas que
hay que ya no producen y que están completamente desamparados, garantizarle al
artista no solo las condiciones materiales adecuadas, sino también la garantía
de que no tendrán que preocuparse de cuando ya ellos no puedan trabajar.
En
cierto sentido, ya la reorganización que se le dio al instituto de los derechos
de autores ha tenido como consecuencia que una serie de autores que estaban
siendo miserablemente explotados y cuyos derechos eran burlados, cuenten hoy
con ingresos que les han permitido a muchos de ellos salir de la situación de
pobreza extrema en que se encontraban.
Son
pasos que ha dado la Revolución, pero que no significan sino algunos pasos que
deben preceder a otros pasos para crear las mejores condiciones.
Hay
la idea también de organizar algún sitio de descanso y de trabajo para los
artistas y los escritores.
En
cierta ocasión, cuando nosotros andábamos un poco peregrinando por todo el
territorio nacional, se nos había ocurrido la idea de construir un barrio en un
lugar muy hermoso de Isla de Pinos, una aldea en medio de los pinares -en ese
tiempo estábamos pensando establecer algún tipo de premio para los mejores
escritores y artistas progresistas del mundo-, como un premio y sobre todo como
un homenaje a esos escritores y artistas; proyecto que no tomó cuerpo pero que
puede ser revivido para hacer un reparto o una aldea, un remanso de paz que
invite a descansar, que invite a escribir (APLAUSOS). Y yo creo que bien vale la pena que los
artistas, entre ellos los arquitectos, comiencen a dibujar y a concebir el
lugar de descanso ideal para un escritor o un artista, y a ver si se ponen de
acuerdo en eso (RISAS).
El
Gobierno Revolucionario está dispuesto a poner de su parte los recursos en
alguna partecita del presupuesto ahora que todo está planificándose. Y será la planificación una limitación al
espíritu creador de nosotros, los revolucionarios? Porque en cierto sentido no se olviden que
nosotros, revolucionarios un poco por la libre, nos vemos ahora ante la
realidad de la planificación; y eso también nos plantea a nosotros un problema,
porque hasta ahora hemos sido espíritus creadores de iniciativas
revolucionarias y de inversiones también revolucionarias que ahora hay que
planificar. Que no vayan a creer que estamos exentos de los problemas, y que,
desde nuestro punto de vista, pudiéramos también protestar contra eso.
Es
decir que ya se sabrá lo que se va a hacer el año que viene, el otro año, el
otro año. ¿Quién va a discutir que hay
que planificar la economía? Pero que
dentro de esa planificación cabe el construir un sitio de descanso para los
escritores y artistas, y verdaderamente sería una satisfacción el que la
Revolución pudiera contar esa realización entre las obras que está
realizando. Nosotros hemos estado aquí
preocupados por la situación actual de los escritores y artistas, un poco nos
hemos olvidado de las perspectivas del futuro.
Y nosotros, que no tenemos por qué quejarnos de ustedes, sin embargo
también le hemos dedicado algún instante a pensar en los artistas y en los
escritores del futuro, y pensamos lo que serán si se vuelven a reunir-como
deben volverse a reunir- hombres del gobierno, en el futuro, dentro de cinco,
dentro de diez años -no quiere decir que tengamos que ser nosotros exactamente-,
con los escritores y los artistas, cuando haya adquirido la cultura el
extraordinario desarrollo que aspiramos alcanzar, con los escritores y los
artistas del futuro, cuando salgan los primeros frutos del plan de academias y
de escuelas que hay actualmente.
Mucho
antes de que se plantearan estas cuestiones ya venía el Gobierno Revolucionario
preocupándose por la extensión de la cultura al pueblo.
Nosotros
hemos sido siempre muy optimistas. Creo
que sin ser optimista no se puede ser revolucionario, porque las dificultades
que una Revolución tiene que vencer son muy serias. ¡Y hay que ser optimistas! Un pesimista nunca podría ser revolucionario.
Había
distintos organismos del Estado propios de la primera etapa de la
Revolución. La Revolución ha tenido sus
etapas. La Revolución tuvo su etapa en
que una serie de iniciativas dimanaban de una serie de organismos; hasta el
INRA estaba realizando actividades de extensión cultural. No dejamos de chocar con el Teatro Nacional
incluso, porque ellos estaban haciendo un trabajo y nosotros de repente
estábamos haciendo otro por nuestra cuenta.
Ya todo eso va encuadrándose dentro de una organización.
Y
así, en nuestros planes, con respecto a los campesinos de las cooperativas y de
las granjas, surgió la idea de llevar la cultura al campo, a las granjas y a
las cooperativas. ¿Cómo? Pues trayendo campesinos para convertirlos en
instructores de música, de baile, de teatro.
Los optimistas solamente podemos lanzar iniciativas de ese tipo.
Pues,
¿cómo despertar en el campesino la afición por el teatro, por ejemplo? ¿Dónde estaban los instructores? ¿De dónde los sacábamos para enviar, por
ejemplo, a 300 granjas del pueblo y a 600 cooperativas?, cosa que estoy seguro
de que todos ustedes estarán de acuerdo en que si se logra es positivo, y sobre
todo para empezar a descubrir en el pueblo los talentos y convertir al pueblo
también en autor y en creador, porque en definitiva el pueblo es el gran creador.
No
debemos olvidarnos de eso, y no debemos olvidarnos tampoco de los miles y miles
de talentos que se habrán perdido en nuestros campos y en nuestras ciudades por
falta de condiciones y de oportunidades para desarrollarse, que son como
aquellos genios ocultos, los genios dormidos que estaban esperando la mano de
seda -no quiero yo ser muy erudito aquí-, que vinieran a despertarlos, a
formarlos.
En
nuestros campos, de eso estamos todos seguros -a menos que nosotros presumamos
que somos los más inteligentes que hemos nacido en este país-, y empiezo por
decir que no presumo de tal cosa. Muchas
veces he puesto como ejemplo el hecho de que en el lugar donde yo nací, entre
unos 1 000 niños, fui el único que pudo estudiar una carrera universitaria, mal
estudiada, por cierto, no sin librarme de atravesar por una serie de colegios
de curas, etcétera, etcétera (RISAS).
Yo
no quiero lanzar aquí ningún anatema contra nadie, ni mucho menos. Sí digo que tengo el mismo derecho que tuvo
alguien a decir -alguien aquí que vino y dijo lo que quería decir él también,
quejarse-: "Yo tengo derecho a
quejarme."
Alguien
habló de que fue formado por la sociedad burguesa. Yo puedo decir que fui formado por algo peor
todavía: que fui formado por lo peor de la reacción, y donde una buena parte de
los años de mi vida se perdieron en el oscurantismo, en la superstición y en la
mentira, en la época aquella en que no lo enseñaban a uno a pensar, sino que lo
obligaban a creer.
Creo
que cuando al hombre se le pretende truncar la capacidad de pensar y razonar lo
convierten, de un ser humano, en un animal domesticado (APLAUSOS). No me sublevo contra los sentimientos
religiosos del hombre. Respetamos esos
sentimientos, respetamos el derecho del hombre a la libertad de creencia y de
culto. Eso no quiere decir que el mío me
lo hayan respetado; yo no tuve ninguna libertad de creencia ni de culto, sino
que me impusieron una creencia y un culto y me estuvieron domesticando durante
12 años (RISAS).
Naturalmente
que tengo que pensar con un poco de queja en los años que yo pude haber
empleado, en esa época en que en los jóvenes existe la mayor dosis de interés y
de curiosidad por las cosas, haber empleado todos esos años en el estudio
sistemático y que me permitieran adquirir esa cultura que hoy los niños de Cuba
van a tener ampliamente la oportunidad de adquirir.
Es
decir que, a pesar de todo eso, el único que pudo, entre 1 000, sacar un título
universitario, tuvo que pasar por ese molino de piedra donde de milagro no lo
trituraron a uno mentalmente para siempre.
Así que el único entre 1 000 tuvo que pasar por todo eso. ¿Por qué?
Ah, porque era el único entre 1 000 a quien le podían pagar el colegio
privado para que estudiara en el campo.
Ahora,
¿por eso yo me voy a creer que yo era el más apto y el más inteligente entre
los 1 000? Yo creo que somos un producto
de selección, pero no tan natural como social.
Socialmente fui seleccionado para ir a la universidad, y socialmente
estoy aquí hablando ahora, por un proceso de selección social, no natural.
La
selección social dejó en la ignorancia quién sabe a cuántas decenas de miles de
jóvenes superiores a todos nosotros; esa es una verdad. Y el que se crea artista tiene que pensar que
por ahí se pueden haber quedado sin ser artistas muchos mejores que él-espero
que Guillén no se ponga bravo por eso que estoy diciendo— (RISAS). Si no admitimos eso, estaremos en la
luna. Nosotros somos unos privilegiados
en medio de todo, porque no nacimos hijos del carretero. Y no solamente somos privilegiados por eso.
Pero
en fin, lo que iba a decir -y después les puedo decir en qué otra cosa somos
privilegiados- es que eso demuestra la cantidad enorme de inteligencias que se
han perdido sencillamente por la falta de oportunidad. Vamos a llevar la oportunidad a todas esas
inteligencias, vamos a crear las condiciones que permitan que todo talento
artístico o literario o científico o de cualquier orden pueda desarrollarse.
Y
piensen lo que significa la Revolución que tal cosa permita y que ya desde
ahora mismo, desde el próximo curso, alfabetizado todo el pueblo, con escuelas
en todos los lugares de Cuba, con campañas de seguimiento y con la formación de
los instructores que permitan conocer y descubrir todas las calidades. Y esto
no es más que para empezar. Es que todos esos instructores en el campo sabrán
qué niño tiene vocación e indicarán a qué niño hay que becar para llevarlo a la
Academia Nacional de Arte; pero, al mismo tiempo, van a despertar el gusto
artístico y la afición cultural en los adultos.
Y
algunos ensayos que se han hecho demuestran la capacidad que tiene el campesino
y el hombre del pueblo para asimilar las cuestiones artísticas, asimilar la
cultura y ponerse inmediatamente a producir. Y hay compañeros que han estado en
algunas cooperativas, que han logrado ya que los cooperativistas tengan su
grupo teatral. Y, además, ha quedado demostrado recientemente, con las
representaciones de distintos lugares de la república y los trabajos artísticos
que realizaron los hombres y mujeres del pueblo. Pues calculen lo que significará cuando
tengamos un instructor de teatro, un instructor de música y un instructor de
baile en cada cooperativa y en cada granja del pueblo.
En
el curso solo de dos años podremos enviar 1 000 instructores -más de 1 000-, para teatro, para danza y
para música.
Se
han organizado las escuelas, ya están funcionando, e imagínense cuando haya 1
000 grupos de baile, de música y de teatro en toda la isla, en el campo-no
estamos hablando de la ciudad, en la ciudad resulta un poquito más fácil-, lo
que eso significará en extensión cultural.
Porque
han hablado aquí algunos de que es necesario elevar el nivel del pueblo. ¿Pero cómo?
El Gobierno Revolucionario se ha preocupado de eso, y el Gobierno
Revolucionario está creando esas condiciones para que, dentro de algunos años,
la cultura, el nivel de preparación cultural del pueblo se haya elevado
extraordinariamente.
Hemos
escogido esas tres ramas, pero se pueden seguir escogiendo y se puede seguir
trabajando para desarrollar la cultura en todos los aspectos.
Ya
esa escuela está funcionando, y los compañeros que trabajan en la escuela están
satisfechos del adelanto de ese grupo de futuros instructores. Pero, además, ya se empezó a construir la
Academia Nacional de Arte, aparte de la Academia Nacional de Artes
Manuales. Que, por cierto, Cuba va a
poder contar con la más hermosa academia de arte de todo el mundo. ¿Por qué?
Porque esa academia va situada en el reparto residencial más hermoso del
mundo, donde vivía la burguesía más lujosa del mundo. Y allí, en el mejor reparto de la burguesía
más ostentosa y más lujosa y más inculta-dicho sea de paso— (RISAS Y
APLAUSOS)... porque en ninguna de esas
casas falta un bar, por lo demás no se preocupaban-salvo excepciones—, de los
problemas culturales; vivían de una manera increíblemente fabulosa. Y vale la pena darse una vuelta por allí para
que vean cómo vivía esa gente, ¡pero no sabían qué extraordinaria academia de
arte estaban construyendo! (RISAS.)
Y eso es lo que quedará de lo que hicieron,
porque los alumnos van a vivir en las casas que eran residencias de los
millonarios, no vivirán enclaustrados; vivirán como en un hogar, y entonces
asistirán a las clases en la academia.
La academia va a estar situada en el medio del Country Club, donde un
grupo de arquitectos-artistas han diseñado una obra -¿están por ahí? Retiro lo dicho- (RISAS), han diseñado las
construcciones que se van a realizar; ya empezaron, tienen el compromiso de
terminarlo para el mes de diciembre; ya tenemos 300 000 pies de caoba y de
maderas preciosas para los muebles. Está
en el medio del campo de golf, en una naturaleza que es un ensueño, y ahí va a
estar situada la Academia Nacional de Arte, con 60 residencias a los alrededores,
con el círculo social al lado que, a su vez, tiene comedores, salones, piscina
y también una zona para visitantes, donde los profesores extranjeros que vengan
a ayudarnos podrán albergarse, y con capacidad hasta para 3 000 niños, es
decir, 3 000 becarios, y con la aspiración de que comience a funcionar el
próximo curso. E inmediatamente también
comenzará a funcionar la Academia Nacional de Artes Manuales con otras tantas
residencias, en otro campo de golf y con otra construcción similar. Es decir, serán las academias de tipo
nacional -no quiere decir que sean las únicas escuelas ni mucho menos- donde
irán becados aquellos jóvenes que demuestren mayor capacidad, sin que les
cueste a sus familias absolutamente nada, y van a tener las condiciones ideales
para desarrollarse.
Cualquiera
quisiera ahora ser un muchacho para ingresar en una de esas academias. ¿Es o no es cierto? (EXCLAMACIONES DE: "¡Seguro!").
Aquí
se habló de pintores que se tomaban un café con leche, que estaban 15 días a
café con leche. Calculen qué condiciones
tan distintas. Y entonces nos dirán si
el espíritu creador encontrará o no encontrará las mejores condiciones para
desarrollarse: instrucción, vivienda, alimentación, cultura general, porque
irán allí desde los ocho años y recibirán junto con la preparación artística
una cultura general.
¿Y
desearemos o no desearemos nosotros que esos muchachos se desarrollen allí
plenamente en todos los órdenes?
Esas
son, más que ideas o sueños, realidades ya de la Revolución: los instructores
que se están preparando, las escuelas nacionales que se están preparando, más
las escuelas para aficionados, que también se fundarán.
Por
eso es importante la Revolución. Porque,
¿cómo pudiéramos hacer esto sin revolución?
¿Vamos a suponer que nosotros tenemos el temor de que se nos marchite
nuestro espíritu creador, "estrujado por las manos despóticas de la
revolución staliniana"?
(RISAS.)
Señores,
no vale la pena pensar en el futuro?
¿Que nuestras flores se marchiten cuando estamos sembrando flores por
todas partes, cuando estamos forjando esos espíritus creadores del futuro? ¿Y quién no cambiaría el presente -¡quién no
cambiaría incluso su propio presente!- por ese futuro? (APLAUSOS.)
¿Quién no sacrificaría lo suyo por ese futuro y quién que tenga
sensibilidad artística no está dispuesto, igual que el combatiente que muere en
una batalla sabiendo que él muere, que él deja de existir físicamente para
abonar con su sangre el camino del triunfo de sus semejantes, de su pueblo?
Piensen
en el combatiente que muere peleando: sacrifica todo lo que tiene, sacrifica su
vida, sacrifica su familia, sacrifica su esposa, sacrifica sus hijos. ¿Para qué?
Para que podamos hacer todas estas cosas. ¿Y quién que tenga sensibilidad humana,
sensibilidad artística no piensa que por hacer eso vale la pena hacer los
sacrificios que sean necesarios?
Mas
la Revolución no pide sacrificios de genios creadores. Al contrario, la Revolución dice: pongan ese
espíritu creador al servicio de esta obra sin temor de que su obra salga
trunca. Pero si algún día usted piensa
que su obra puede salir trunca, diga: bien vale la pena que mi obra quede
trunca para hacer una obra como esta que tenemos delante (APLAUSOS
PROLONGADOS).
Al
contrario: le pedimos al artista que
desarrolle hasta el máximo su esfuerzo creador.
Queremos crear al artista y al intelectual esas condiciones. Porque si estamos queriendo crearlas para el
futuro, ¿cómo no vamos a quererlas para los actuales artistas e intelectuales?
Les
estamos pidiendo que las desarrollen en favor de la cultura precisamente y en
favor del arte, en función de la Revolución, porque la Revolución significa
precisamente más cultura y más arte. Les
pedimos que pongan su granito de arena en esta obra que, al fin y al cabo, será
una obra de esta generación.
La
generación venidera será mejor que nosotros, pero nosotros seremos los que
habremos hecho posible esa generación mejor. Nosotros seremos forjadores de esa
generación futura. Nosotros, esta generación, sin edades, no es cuestión de
edades. ¿Para qué vamos a entrar a discutir ese problema tan delicado? (RISAS.)
Es
que cabemos todos. Porque esta es obra
de todos nosotros: tanto de los "barbudos" como de los lampiños; de
los que tienen abundante cabellera, o de los que no tienen ninguna, o la tienen
blanca. Esta es la obra de todos nosotros.
Vamos
a echar una guerra contra la incultura; vamos a librar una batalla contra la
incultura; vamos a despertar una irreconciliable querella contra la incultura,
y vamos a batirnos contra ella y vamos a ensayar nuestras armas.
¿Que
alguno no quiera colaborar? ¡Y qué mayor
castigo que privarse de la satisfacción de lo que se está haciendo hoy!
Nosotros
hablábamos de que éramos privilegiados.
¡Ah!, porque habíamos podido aprender a leer y a escribir, ir a una
escuela, a un instituto, ir a una universidad, o por lo menos adquirir los
rudimentos de instrucción suficientes para poder hacer algo. ¿Y no nos podemos
llamar privilegiados por estar viviendo en medio de una revolución? ¿Es que
acaso no nos dedicábamos con extraordinario interés a leer acerca de las
revoluciones? ¿Y quién no se leyó con verdadera sed las narraciones de la
Revolución Francesa, o la historia de la Revolución Rusa? ¿Y quién no soñó
alguna vez en haber sido testigo presencial de aquellas revoluciones?
A
mí, por ejemplo, me pasaba algo. Cuando
leía la Guerra de Independencia, yo sentía no haber nacido en aquella época y
me sentía apenado de no haber sido un luchador por la independencia y no haber
vivido aquella historia. Porque todos
nosotros hemos leído las crónicas de la guerra y de la lucha por la
independencia con verdadera pasión. Y
envidiábamos a los intelectuales y a los artistas y a los guerreros y a los
luchadores y a los gobernantes de aquella época.
Sin
embargo, nos ha tocado el privilegio de vivir y ser testigos presenciales de
una auténtica revolución, de una revolución cuya fuerza es ya una fuerza que se
desarrolla fuera de las fronteras de nuestro país, cuya influencia política y
moral está haciendo estremecer y tambalearse al imperialismo en este continente
(APLAUSOS). De donde la Revolución
Cubana se convierte en el acontecimiento más importante de este siglo para la
América Latina, en el acontecimiento más importante después de las guerras de
independencia que tuvieron lugar en el siglo XIX: verdadera era nueva de redención del hombre.
Porque,
¿qué fueron aquellas guerras de independencia sino la sustitución del dominio
colonial por el dominio de las clases dominantes y explotadoras en todos esos
países? Y nos ha tocado vivir un acontecimiento
histórico. Se puede decir que el segundo
gran acontecimiento histórico ocurrido en los últimos tres siglos en la América
Latina, del cual los cubanos somos actores.
Y que mientras más trabajemos más será la Revolución como una llama
inapagable, y más estará llamada a desempeñar un papel histórico trascendental.
Y
ustedes, escritores y artistas, han tenido el privilegio de ser testigos
presenciales de esta revolución. Cuando
una revolución es un acontecimiento tan importante en la historia humana, que
bien vale la pena vivir una revolución aunque sea solo para ser testigos de
ella. Ese también es un privilegio, que
los que no son capaces de comprender estas cosas, los que se dejan tupir, los
que se dejan confundir, los que se dejan atolondrar por la mentira, pues
renuncian a ella.
¿Qué
decir de los que han renunciado a ella, y qué pensar de ellos, sino con pena,
que abandonan este país en plena efervescencia revolucionaria para ir a
sumergirse en las entrañas del monstruo imperialista, donde no puede tener vida
ninguna expresión del espíritu?
Y
han abandonado la Revolución para ir allá. Han preferido ser prófugos y
desertores de su patria a ser aunque sea espectadores.
Y
ustedes tienen la oportunidad de ser más que espectadores: de ser actores de
esa revolución, de escribir sobre ella, de expresarse sobre ella.
¿Y
las generaciones venideras qué les pedirán a ustedes? Podrán realizar magníficas obras artísticas
desde el punto de vista técnico. Pero si
a un hombre de la generación venidera le dicen que un escritor, que un
intelectual -es decir, un hombre dentro de 100 años- de esta época vivió en la
Revolución indiferente a ella y no expresó la Revolución, y no fue parte de la
Revolución, será difícil que lo comprenda nadie, cuando en los años venideros
habrá tantos y tantos queriendo pintar la Revolución y queriendo escribir sobre
la Revolución y queriendo expresarse sobre la Revolución, recopilando datos e
informaciones para saber qué pasó, cómo fue, cómo vivían.
En
días recientes nosotros tuvimos la experiencia de encontrarnos con una anciana
de 106 años que había acabado de aprender a leer y a escribir, y nosotros le
propusimos que escribiera un libro.
Había sido esclava, y nosotros queríamos saber cómo un esclavo vio el
mundo cuando era esclavo, cuáles fueron sus primeras impresiones de la vida, de
sus amos, de sus compañeros.
Creo
que puede escribir una cosa tan interesante que ninguno de nosotros la podemos
escribir. Y es posible que en un año se
alfabetice y además escriba un libro a los 106 años -¡esas son las cosas de las
revoluciones!- y se vuelva escritora y tengamos que traerla aquí a la próxima
reunión (RISAS y APLAUSOS). Y entonces Walterio tenga que admitirla como uno de
los valores de la nacionalidad del siglo XIX (RISAS Y APLAUSOS).
¿Quién
puede escribir mejor que ella lo que vivió el esclavo? ¿Y quién puede escribir
mejor que ustedes el presente? Y cuánta
gente empezará a escribir en el futuro sin vivir esto, a distancia, recogiendo
escritos.
Y
no nos apresuremos en juzgar la obra nuestra, que ya tendremos jueces de sobra.
Y a lo que hay que temerle no es a ese supuesto juez autoritario, verdugo de la
cultura, imaginario, que hemos elaborado aquí. Teman a otros jueces mucho más
temibles: ¡Teman a los jueces de la posteridad, teman a las generaciones
futuras que serán, al fin y al cabo, las encargadas de decir la última palabra!
(OVACION.)