agosto 06, 2019

Cine Cubano - 16 de agosto de 2019


COMUNICADO DE PRENSA
Cine Cubano en el Sindicato de Trabajadores Judiciales
En el marco del ciclo de Cine Cubano y Videos Debate, y en conmemoración del 93 aniversario del natalicio de Fidel Castro, el Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba los invitan a la proyección del documental:

"Un hombre llamado Fidel Castro"

Unas horas antes de iniciarse la guerra en Irak, comienza en Cuba una serie de secuestros de aviones y de barcos. El secuestro fracasó y los autores fueron detenidos y juzgados. Tres de ellos fueron condenados a muerte. Oliver Stone, cineasta norteamericano rodó una entrevista con Fidel, y que quedó plasmada en esta película, “Un hombre llamado Fidel Castro”.           Duración: 58 minutos.

Los esperamos el viernes 16 de agosto a las 20 hs. en el Sindicato de Trabajadores Judiciales, en calle Albarracín 1135 (casi esquina Ruiz Moreno).
Con entrada libre y gratuita.
Invita el Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba.

agosto 05, 2019


Síntesis y conclusiones del Taller de Lectura Nº 124

“Desatar una irreconciliable batalla contra la incultura y la indecencia”

Este texto fue tomado el 30 junio de 2019 del blog “La Pupila Insomne” de Iroel Sánchez (editor y periodista cubano) y transcribe el discurso completo de Miguel Díaz-Canel Bermúdez durante la clausura del IX Congreso de la Unión de Escritores y de Periodistas (UNEAC), celebrado ese mismo día en el Palacio de Convenciones de La Habana. La organización, fundada en 1961 por Nicolás Guillén, estuvo presidida hasta ahora por el poeta, narrador, ensayista y etnólogo cubano, Miguel Barnet quien fuera reemplazado en ese acto por su vicepresidente primero Luis Morlote Rivas, nuevo presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Díaz-Canel hace referencia a la valorización de la cultura, que desde la Revolución ha logrado fortalecer la imagen de una pequeña isla para convertirla en una gran nación, basada en sus recursos humanos y sentimentales. Fidel fue creador de grandes instituciones culturales en Cuba, bajo la consigna de que la cultura es lo primero que hay que defender, y más aún ahora, frente a la avalancha colonizadora con el acceso masivo a las nuevas tecnologías, que por medio de los mercaderes modernos empobrecen la capacidad crítica y el pensamiento liberador de los pueblos. Diaz-Canel se remite al célebre discurso de Fidel efectuado en la Biblioteca Nacional en junio de 1961 recordado como “Las palabras a los intelectuales”, donde menciona que “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”, porque es el ámbito natural donde se deben desarrollar las riquezas culturales con la participación de todos, ya que Revolución somos todos los que la hacemos posible en vida y en obra. Menciona Diaz-Canel que desde las funciones del Estado y con sus instituciones habrá un sólido apoyo para fortalecer todo lo inherente a su desarrollo. Con respecto a la cultura en relación con el turismo, menciona que se debe fortalecer aún más la industria cultural por parte de la UNEAC, ya que Cuba es una potencia en ese sentido y debe ser explotada a fin de que pueda aportar al Producto Bruto Interno del país, además fortalecer su soberanía cultural que hoy se encuentra fuertemente amenazada por los proyectos subversivos que es enarbolan desde la oleada colonizadora global, bajo los paradigmas más neoliberales como por ejemplo: “un Estado mínimo y un mercado hasta donde más sea posible”. Mercado y no cultura. Llama Díaz-Canel a tomar conciencia de que los ingenuos hacen tanto daño como los perversos. Se debe tener sentido del momento histórico para enfrentar con valor los nuevos desafíos, donde los poderosos pasan por encima de las leyes internacionales al amparo de las fake news o las falsas noticias, destruyendo civilizaciones milenarias en nombre de la intervención humanitaria. Se va a contar con todo el apoyo del gobierno cubano para poder alcanzar estos objetivos que incluyen el sostenimiento de un país libre, independiente, soberano, solidario, generoso y humanista, y con una sólida identidad cultural, donde se preserve el acceso gratuito y universal a la educación. Finaliza diciendo que un mundo mejor es posible. Esa certeza la heredamos de nuestros padres y tenemos el deber de sostenerla para nuestros hijos.

Durante el posterior debate se planteó la importancia de la coherencia histórica acerca del origen de la Revolución cubana, entendiéndose con claridad y sin dejar lugar a dudas. Remitiéndonos al discurso de Fidel “Palabras a los intelectuales” cuando les plantea que dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada, ha brindado un marco de acción ya que la Revolución cultural es una parte fundamental del proceso revolucionario cubano. Acá es donde Díaz-Canel revaloriza la Revolución diciendo que va más allá del Partido, del Estado y el Gobierno porque Revolución somos todos nosotros. Acá surge la definición de democracia participativa donde todos formamos parte, una de las características de la democracia socialista. La cultura vista como un servicio social, no como mercancía y sin embargo debe aportar al Producto Bruto Interno del país ya que Cuba es una potencia cultural y debe ser puesta al alcance del turismo. Cuando Fidel crea la Universidad de las Ciencias Informáticas plantea que debemos estar a la altura del desarrollo industrial pero al mismo tiempo debemos salvar la cultura, generando contenidos en las redes sociales que sirvan para el enriquecimiento intelectual de la población. Se plantea que la incultura es el arma más poderosa que posee el enemigo. Los pueblos que no piensan están condenados a creer lo que dicen los demás y los medios de comunicación alimentados con fake news. Se comenta acerca de lo que significa el esfuerzo de pensar y/o la pereza intelectual. De cómo se manipula a la gente desde sus emociones, obligándolos a optar electoralmente utilizando las técnicas psicométricas desde poderosas organizaciones como Cambridge Analytica, provocando verdaderas violaciones intelectuales en la población. Se recomienda ver la película “Nada es privado” que se estrenó por Netflix y que señala precisamente la manipulación de los datos en las redes sociales con fines políticos. Volviendo al enorme nivel cultural con el que cuenta el pueblo cubano, se menciona que esto quedó demostrado en su masiva participación en el debate acerca de la nueva constitución recientemente aprobada en el referendo del 24 de febrero de éste año.

Por último se acordó abordar para el próximo Taller de Lectura un texto tomado del libro de Fabián Bazán: CHEgasé, la desconocida relación de Ernesto Guevara con Rosario y de la ciudad con el Che.

Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba, 03 de agosto de 2019

Taller de Lectura N° 125 - Septiembre de 2019


Taller de Lectura # 125 -  Septiembre de 2019

CHEgasé
Fabián Bazán
La desconocida relación de Ernesto Guevara con Rosario y de la ciudad con el Che
De «honra de nuestra estirpe» a «revolucionario profesional»
En 1958 Ernesto Guevara era un hombre tan poco conocido que hasta la CIA ignoraba sus datos personales». Por eso, quizás, pudo mantener correspondencia cotidiana con su familia y sus amigos más íntimos, al tiempo que se preparaba para la operación que cambiaría su vida y la historia de esta región. Sí se conocía, porque había realizado un muy hábil manejo de los precarios medios de comunicación que existían en la época, al doctor Fidel Castro, líder de los combatientes que se agrupaban en el Movimiento 26 de julio.
El 7 de julio de 1953, el flamante doctor Ernesto Guevara de la Serna inicia su segundo viaje por América, esta vez acompañado por su amigo Carlos Calica Ferrer. Después de recorrer Bolivia, Perú, Ecuador, Panamá, Costa Rica y Guatemala (donde adhiere al gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, en conflicto con los Estados Unidos) llega, finalmente, a México. Allí conoce a un grupo de cubanos que habían formado parte del fracasado asalto al cuartel de Moncada el 26 de julio de 1953, entre ellos Fidel Castro; se casa con la economista peruana Hilda Gadea; nace su hija Hildita; es detenido junto a otros 30 cubanos (también Castro entre ellos) y, al salir, comienza su adiestramiento para embarcarse a Cuba en el famoso yate Granma junto a otros 81 compañeros, apretujados unos con otros. Desembarcan en una playa del oriente cubano el 2 de diciembre de 1956: 70 de los embarcados son “cosidos a balazos” (ver aclaración al final de éste texto) por las tropas oficiales y los 12 sobrevivientes escapan a las montañas. Comienza la odisea de Sierra Maestra. Comienza la revolución...
El diario La Capital de Rosario, como todos los medios del mundo, recoge la noticia a través de las grandes agencias noticiosas internacionales; en este caso, United Press, que el 3 de diciembre de 1956 emite un cable que el matutino publica al día siguiente bajo el título «Es incierta la situación por la que atraviesa Cuba». El cuerpo de la nota hace mención casi exclusiva a la suerte corrida por Fidel Castro, a quien da por muerto en el desembarco: «La gran incógnita en Cuba hoy es: ¿Ha aplastado el gobierno al movimiento revolucionario que prometió derrocarlo o ha encendido la chispa patriótica que convertirá la república en una antorcha?
La muerte rápida y salvaje que cayó sobre Fidel Castro y su alto mando ha sacudido a la nación. La noticia pasó de boca en boca como un reguero de pólvora.
Debido al obligatorio “descanso dominical”, las estaciones de radio cubanas no difundieron la noticia ni los diarios la publicaron, pues no aparecen durante el período de 24 horas entre las 11 del domingo a las 11 del lunes.
Castro se hallaba en Cuba para dirigir el movimiento revolucionario que sus partidarios iniciaron en Santiago el viernes último, de acuerdo con el plan de “lucha hasta la muerte” preparado con muchos meses de anticipación.
Con Castro perecieron su brazo derecho Juan Manuel Márquez y su hermano menor, Raúl. Para cumplir su campaña, Castro se dio a sí mismo el rango de mayor general e hizo a Márquez —que dirigió la campaña para reunir fondos en Miami, Tampa, Nueva York y otras ciudades norteamericanasgeneral, y a su hermano, a quien nombró su ayudante de campo, capitán.
Castro había proclamado el “año de la decisión” el de 1956 en su campaña solitaria para derrocar al gobierno de Batista. También dijo que él y sus compañeros serían “héroes o mártires” para fin de año; profecía que ahora se ha cumplido. Sus contrarios confían en que su muerte y la de sus partidarios militares significará el fin de los complots contra el gobierno». Como se ve, Ernesto Guevara no existía en ese momento para los medios de comunicación y las agencias noticiosas.
Ahora bien, ¿qué era Cuba en ese entonces? Veámoslo en unas pocas líneas que no nos alejen demasiado del centro del trabajo.
Cuba había sido la última colonia americana en conquistar la independencia de España aunque su destino no sería mejor, ya que quedó bajo el yugo norteamericano. Famosamente llamada «el cabaret de los Estados Unidos»[1], la isla se debatió durante siglos en la lucha por su independencia total, en la recuperación de sus riquezas y en la conformación de un gobierno que, por una vez, no fuera títere del poder de Washington. Pero las cosas iban de mal en peor y en 1940, en medio de décadas de golpes de Estado de las más bananeras características, llegó al poder el más bananero de los dictadores: Fulgencio Batista, un ex sargento-taquígrafo rápidamente ascendido a coronel y nombrado Jefe del Ejército (cualquier semejanza con nuestro José López Rega es pura coincidencia), quien gobernó la isla a su antojo (en realidad, al antojo de los Estados Unidos) entre 1940 y 1944 y desde 1952 hasta la llegada de la revolución. El 1ro de enero de 1959 encuentra a Cuba, entonces, con un grupo de rebeldes que han pasado tres años en las montañas haciéndose fuertes y sumando voluntades a su lucha, y un gobierno títere al que sólo le faltaba un empujón para caerse de la isla. El empujón será la historia.
Bien. Volvamos a lo nuestro, habiéndonos puesto en tema.
Ya se dijo que eran pocos los que conocían a ese nuevo personaje que estaba a punto de irrumpir románticamente en las crónicas de todos los diarios del mundo, pero la prensa internacional sí conocía a Fidel Castro, su lucha y sus ideales. Y, básicamente, conocían a Batista. Tanto lo conocían que a nadie se le cruzaba por la cabeza defenderlo.
Por eso, cuando se produce el ingreso de las tropas rebeldes a La Habana, el mundo no tiene más remedio que rendirse a «les barbus de Fidel», según la célebre definición del semanario Paris Match[2].
La noticia, llegada a Buenos Aires, no podía tener otra visión que la que cuenta Gambini: «Ese rostro de rasgos finos y apellido aristocrático no interesaba a los obreros argentinos, ocupados en reprocharle a Frondizi (a quien habían llevado a la presidencia diez meses antes, por orden de Perón), el incumplimiento de sus promesas preelectorales. Ernesto Guevara sólo llegaba hasta la clase media e impresionaba a los intelectuales tanto de izquierda como de derecha. El Barrio Norte en cambio se fascinaba con la idea de que un universitario argentino convertido en guerrillero otorgara popularidad internacional a un modismo tan porteño como che”. Era una nueva manera de trascender y de que no se conociera a los argentinos solamente por Perón, Evita, Fangio o Pascualito Pérez. Era también una forma de restaurar el machismo nacional, tan deteriorado por la tremenda derrota futbolística de Suecia, donde el seleccionado había caído por 6 a 1 frente a los checos, y también una manera de sobreponerse a la insólita aparición de un cantante popular, Billy Cafaro, que excitaba a los chicos de quince a dieciocho años con su físico endeble, desgarbado, y quien, con una barbita y una tonta canción (“Pity, Pity”, eclipsaba al tango en su momento más declinante.
Todo eso era el Che en Buenos Aires. Pero él estaba en Cuba y no lo sabía. Si lo hubiese imaginado, seguramente le habría dado fastidio encarnar a un personaje tan atractivo para la aristocracia, mientras él soñaba con una revolución social. Los únicos que comenzaban a advertir esa faceta ideológica del personaje fueron los estudiantes de izquierda, aquellos que habían dado su apoyo estruendoso a Frondizi, para conciliar a la universidad con la clase obrera en el pronunciamiento del 23 de febrero de 1958, tras el duro enfrentamiento de 1945. (...) Para ellos El Che era algo más que un “romántico aventurero que luchó en tierra ajena por la Libertad”, como se leía en las almibaradas crónicas periodísticas.
Los que sospechaban algo más lo llamaron por teléfono a La Habana. Fue una conversación periodística que los diarios iban a recordar nueve años después, al producirse su muerte:
                ¿Qué hay de cierto sobre las tendencias comunistas o extremistas que se le atribuyen?
                Entiendo la pregunta, pero antes de contestarles quiero que se me aclare si se refiere al Movimiento o a mí personalmente.
                Con respecto al Movimiento, pero puede incluirse usted si lo desea.
                Le responderé a las dos preguntas. El Movimiento profesa una doctrina revolucionaria que ya ha expuesto y está a la vista de todo el mundo. No puede un movimiento, como un individuo, esconderse u ocultar sus intenciones. Estas están escritas y ampliamente difundidas. Sólo hay, pues, que verlas, estudiarlas y hacer el análisis que, entiendo, no nos corresponde a nosotros mismos. Con respecto a mi persona, le diré que creo ser víctima de la campaña internacional que siempre se desata contra quienes defienden la libertad de América».
En realidad, la noticia fue bien recibida por los diarios y, por ende, en general causó buena impresión en los ciudadanos. En la República Argentina, el diario Crítica (el más importante entre los intelectuales argentinos de la época) tituló «Encabezados por “Che” Guevara entraron en La Habana los rebeldes. Las fuerzas libertadoras fueron objeto de gran demostración», agregando un día después que «El argentino Guevara permitió al pueblo cubano ser hoy material y moralmente libre, dicen los exiliados»; Clarín (incipiente diario que había sido fundado por Roberto Noble 14 años antes) mencionaba que «Ernesto Guevara, apodado “Che” por sus compañeros, es uno de los principales lugartenientes de Castro. Joven de gran valentía, el argentino dirigió varias de las operaciones más difíciles de la prolongada lucha» y hasta el conservador diario La Prensa daba la bienvenida a los revolucionarios haciendo hincapié, desde su Editorial, en que «Ha huido, derrocado, otro dictador de los que con su solo nombre ensombrecen la historia de América», en un discurso muy parecido al que tuviera el diario La Capital de Rosario. También La Nación, desde su gorilismo inclaudicable se alegraba de que el Che hubiera sido «uno de los 3.000 integrantes del Grupo Monteagudo y, dentro de él, formó parte de la Acción Argentina, fuerza de choque dirigida contra el dictador argentino» (Juan Domingo Perón, obviamente...).
En el resto del mundo, la reacción no sería muy diferente, aunque la imagen del Che pasara más desapercibida que en nuestro país: el diario El Día de Montevideo (colorado batllista) tituló «Cayó el ominoso régimen del sargento Batista»; para el New Chronicle de Londres «son los dictadores los que están recibiendo las palizas. El último caudillo en ser echado es Batista, de Cuba. No está aún claro si será reemplazado por otro dictador o si el líder rebelde Fidel Castro” establecerá la democracia. Lo que está claro es que en los últimos tres o cuatro años la gran región de América Central y del Sur se ha movido hacia la libertad»; el ultraderechista diario El Mercurio, de Santiago de Chile, expresaba que «todos los demócratas latinoamericanos desean que la serenidad se imponga rápidamente en Cuba para que un gobierno provisional pueda restablecer cuanto antes, las garantías públicas y el orden indispensable para la convivencia democrática»; y el ABC de Madrid recuerda que Batista «irrumpió en Cuba en 1933 seguido de ascensos bruscos en su carrera militar y tuvo la habilidad de mantenerse entre bastidores hasta 1940 presentando su candidatura a la presidencia y triunfando en las elecciones».
En fin, volvamos a Rosario. El panorama en nuestra ciudad no distaba demasiado de lo descripto por Gambini sobre Buenos Aires (pecando, como todos los porteños, de un etnocentrismo patológico) y de lo que daban cuenta los diarios del mundo, con una pequeña diferencia: el Che había nacido aquí. Pocos lo sabían entonces, pero la prensa se encargó de hacerlo conocer.
En aquella época coexistían en Rosario tres diarios: La Capital, por supuesto, propiedad de la familia Lagos y decano de la prensa argentina, La Tribuna (vespertino nacido el mismo año que Ernesto al abrigo del Partido Demócrata Progresista pero que, a partir de 1950, fue gestionado por sus propios trabajadores) y Crónica, propiedad de otro Lagos, Néstor Joaquín, recordado como muy buen tipo, muy honesto, también integrante del Partido Demócrata Progresista y del directorio de La Capital, Crónica y La Tribuna eran vespertinos muy leídos porque traían la información de las carreras de caballos y la quiniela y vendrían a ser los diarios «populares» de la ciudad, mientras que La Capital se sentía el vocero de la clase media a la que, al mismo tiempo, representaba.
La noticia de la Revolución Cubana fue tapa de los dos vespertinos, que tenían una diagramación más parecida a los actuales diarios, mientras que La Capital siguió dedicándole sus tres primeras páginas a los clasificados y recién colocó la noticia en su página 6, en lo que sería la sección Internacionales. El Che sólo es mencionado en La Tribuna, que además coloca una foto con el epígrafe «Arriba, podemos ver a un batallón de rebeldes “Castrits” (SIC) dirigido por el rosarino “Che Guevara», aunque en la foto —de muy mala calidad, acorde a la época—, no se lo identifica.
Además de dar la noticia, la tapa del diario incluye un suelto que, bajo el título «Por Cuba libre marcharan en Rosario», informa que «La alegría que la caída del dictador cubano, Fulgencio Batista, ha provocado en la ciudadanía de Rosario tendrá una entusiasta exteriorización en la marcha que con los auspicios de la Federación Universitaria del Litoral, se realizará esta tarde por la calle Córdoba. El acto, que tiene carácter de “reafirmación de la hermandad que nos une con los rebeldes civiles cubanos”, se iniciará previa una concentración a realizarse a dicha hora en Córdoba y Laprida.
Por su parte la Defensa Activa de la Democracia y el Centro Juvenil “Democracia y Libertad” han “invitado a la ciudadanía democrática de Rosario a concentrarse hoy, a las 19, en Córdoba y Sarmiento para festejar el triunfo del movimiento revolucionario “26 de julio”, que dirigido por Fidel Castro ha devuelto la libertad a Cuba. Asimismo, han dado varios comunicados de adhesión el Movimiento Intransigente y Renovador de la U.C.R. del Pueblo, el Partido Socialista, la Unión Socialista Libertaria y la Federación juvenil Comunista».
Al día siguiente, también el Partido Demócrata Progresista da a conocer «una declaración ante el triunfo de la revolución cubana en la que expresa su solidaridad con los patriotas del Caribe que sin desmayos y sin claudicaciones han visto coronados ahora sus esfuerzos». Pero eso no es lo más insólito, visto el hecho a más de cinco décadas, que traía el ejemplar de El Decano en su edición del sábado 3 de enero de 1959: bajo el suelto titulado «El almirante Rojas manifestó su adhesión al júbilo de la ciudadanía libre de Cuba», brindaba la siguiente información: «Me adhiero y siento de todo corazón el júbilo de la ciudadanía cubana y argentina por la caída del dictador”, dijo el almirante Isaac F. Rojas, y agregó: “Este es un triunfo que llenará de alegría, no sólo a los argentinos, sino a toda América y a todo el mundo libreLa palabra del ex vicepresidente del gobierno provisional fue requerida anoche, poco después de las 24, por una numerosa manifestación que se había congregado previamente frente a la embajada de Cuba y que poco después se dirigió al domicilio del almirante Rojas, quien, a requerimiento de la misma, se hizo presente en uno de los balcones, desde donde pronunció un breve discurso»[3].
De especial interés a esta investigación resulta el Editorial de La Capital de ese mismo sábado, «Un paso adelante de la libertad», que, en sus puntos más salientes, dice: «El 16 de septiembre de 1955 sella la suerte de los dictadores en Latinoamérica. Triunfante la Revolución Libertadora en nuestra patria, una nueva etapa se abre en la historia del continente. Con la caída de un régimen que sometía a nuestro pueblo y empobrecía el país, empieza a palidecer el sol de los tiranuelos que azotaban América.
(...)
Después de Argentina, Colombia y Venezuela, y ahora Cuba, sacudieron la opresión a que estaban sometidos sus pueblos. Cayeron uno tras otro los dictadores, y en todos los casos sus caídas no fueron ni dignas ni heroicas. (...) quienes no supieron cumplir con el deber prometido de morir al frente de los suyos y se fugaron en los momentos decisivos, no merecen que nadie se sacrifique por ellos.
En el reciente caso de Cuba, la responsabilidad ante la historia y ante su pueblo del autócrata depuesto es aún mayor. Dos años duró la guerra civil. Dos años de luto, de dolor y de miseria impuestos a un pueblo digno. Dos años de duras restricciones a la libertad, de crueles persecuciones y de debacle económica, para mantener el poder obtenido mediante el motín y el fraude y apuntalado en la violencia oficial. Se negó el patriotismo de los rebeldes que han admirado al mundo con su denuedo y sacrificio, y se buscó el apoyo exterior para someterlos, no obstante denunciarlos como grupos pequeños de salteadores, y se anunció su exterminio repetidamente, mientras, en los refugios impenetrables de la Sierra Maestra, se retemplaban espíritus y cuerpos para continuar la dura lucha por la liberación de la nación del inmortal Martí.
Para honra de nuestra estirpe estaba allí, en las primeras filas, donde no hay más camino que morir o triunfar, un compatriota cuyo nombre pronuncian con respeto y admiración todos los hombres libres del mundo, poniendo en la épica hazaña el recuerdo de nuestros próceres, argentinos americanos a la vez, que soñaron con un continente que fuera refugio y altar de la libertad y la democracia. El doctor Guevara, “Che Guevara”, como lo llaman sus camaradas de heroicidad, ha prestado un extraordinario servicio a América y a todas las democracias de la tierra.
Quedan aún en el continente algunos reductos de nepotismo. Seguramente no durarán mucho. El clima americano ha cambiado desde la Revolución Libertadora Argentina. Los dictadores han perdido ya, definitivamente, el apoyo de los grandes intereses que los sostenían para hacer con ellos dudosos negocios. Esa época de turbias maniobras en las que se jugaba sin piedad el destino y el derecho de los pueblos ha terminado ya. Han de caer como cayeron ya otros, porque las corrientes populares son invencibles y ellas ya han definido claramente sus anhelos».
Se pueden rescatar dos párrafos del Editorial: el primero, cuando dice que «El 16 de septiembre de 1955 sella la suerte de los dictadores en Latinoamérica. Triunfante la Revolución Libertadora en nuestra patria, una nueva etapa se abre en la historia del continente. Con la caída de un régimen que sometía a nuestro pueblo y empobrecía el país, empieza a palidecer el sol de los tiranuelos que azotaban América». Por aquel entonces, la llamada Revolución Libertadora (que con el tiempo ha trocado, para muchos historiadores, a Revolución Fusiladora) ya no tenía el control formal del país. Arturo Frondizi había ganado en elecciones dudosamente democráticas (por la proscripción del peronismo a presentarse en las mismas) y, al menos formalmente, era el presidente argentino. Es decir que la prensa ya no debía rendirle pleitesía a la dictadura. Sin embargo, La Capital lo hace. Crónica y La Tribuna, no. A partir de esa toma de postura, iremos viendo una serie de dislates cuasi grotescos, donde las primeras comparaciones entre la Revolución Libertadora y la Revolución Cubana pasan en pocos meses al olvido, siempre en favor del rescate de la primera y la condena a la segunda.
(En este punto, y a modo de digresión, puede resultar interesante y oportuno reproducir una poco conocida correspondencia entre Ernesto Sábato y su homónimo, el Che. En una carta fechada el 1ro de febrero de 1960, el escritor de Santos Lugares le dice al Comandante; «Esquemáticamente, el problema tiene los siguientes aspectos que requieren un análisis:
1.      — La Revolución cubana fue saludada con alborozo por la oligarquía argentina en pleno, porque veía en ella la continuación o equivalente de la revolución de 1955 contra el peronismo. El uso abstracto y equívoco de palabras como “libertad” y “tiranía” dio este resultado paradojal. La misma causa que a tantos intelectuales argentinos nos llevó a situarnos contra el auténtico pueblo argentino.
2.     Como consecuencia inevitable del hecho anterior, la inmensa mayoría del pueblo trabajador tomó posición contra ustedes. Puede leerse en barrios obreros del Gran Buenos Aires enormes carteles que dicen “Viva Perón, muera Fidel Castro”.
3.     Con el desarrollo de los acontecimientos cubanos sobre todo con la aplicación de medidas sociales y “comunistas” las señoras de nuestra oligarquía y los prohombres de nuestra democracia temen crecientemente haberse equivocado y ya pueden oírse a muchos de ellos que sostienen que Castro se perfila como un nuevo Perón. Por desgracia las masas populares no experimentan correlativamente el movimiento inverso (tal es la confusión reinante) y Castro sigue siendo por antonomasia, un libertador del mismo género que el almirante Rojas.
Cuando en momentos en que se producía la revolución de 1955 yo vi modestas sirvientitas llorando en silencio, pensé (por fin) que los árboles nos habían impedido ver el bosque y que los afamados textos en que habíamos leído sobre revoluciones químicamente puras nos habían impedido ver con nuestros propios ojos una revolución sucia (como siempre son los movimientos históricos reales) que se desarrollaba tumultuosamente ante nosotros».
Guevara le contesta por la misma vía, en una carta fechada el 12 de abril de ese año y, lúcidamente, le dice: «Sería difícil explicarle por qué “esto” no es Revolución Libertadora; quizá tendría que decirle que le vi las comillas a las palabras que usted denuncia en los mismos días de iniciarse, y yo identifiqué aquella palabra con lo mismo que había acontecido en una Guatemala que acabo de abandonar, vencido y casi decepcionado. (...) No podíamos ser “libertadora” porque no éramos parte de un ejército plutocrático sino éramos un nuevo ejército popular, levantado en armas para destruir al viejo; y no podíamos ser “libertadora” porque nuestra bandera de combate no era una vaca sino, en todo caso, un alambre de cerca latifundaria destrozado por un tractor, como es hoy la insignia de nuestra INRA. No podíamos ser “libertadora” porque nuestras sirvientas lloraron de alegría el día en que Batista se fue de La Habana y hoy continúan dando datos de todas las manifestaciones y todas las ingenuas conspiraciones de la gente Country Club que es la misma gente Country Club que usted conociera allá y que fuera a veces sus compañeros de odio contra el peronismo. Aquí la forma de sumisión de la intelectualidad tomó un aspecto mucho menos sutil que en la Argentina. Aquí la intelectualidad era esclava a secas, no disfrazada de indiferente, como allá, y mucho menos disfrazada de inteligente; era una esclavitud sencilla, puesta al servicio de una causa de oprobio, sin complicaciones, vociferaban simplemente. Pero todo esto no es nada más que literatura. Remitirlo a usted, como lo hiciera usted conmigo, a un libro sobre la ideología cubana, es remitirlo a un plazo de un año adelante»
El segundo párrafo notable de aquel primer Editorial de La Capital es aquel que dice: «Para honra de nuestra estirpe estaba allí, en las primeras filas, donde no hay más camino que morir o triunfar, un compatriota cuyo nombre pronuncian con respeto y admiración todos los hombres libres del mundo, poniendo en la épica hazaña el recuerdo de nuestros próceres, argentinos americanos a la vez, que soñaron con un continente que fuera refugio y altar de la libertad y la democracia. El doctor Guevara, “Che Guevara”, como lo llaman sus camaradas de heroicidad, ha prestado un extraordinario servicio a América y a todas las democracias del mundo». Y se trata de un texto notable no sólo porque, evidentemente, fue redactado por una buena pluma, sino porque La Capital siempre ha sido formador de opinión en nuestra ciudad, sobre todo en aquella época en la cual, para informarse, sólo había tres emisoras de radio, algunos pocos aparatos de televisión (que repetían la programación del Canal 7 de Buenos Aires) y, siendo generosos, el noticiero del cine. La clase media se ilustraba en las páginas de La Capital, se reflejaba en sus Editoriales, se miraba al espejo en sus noticias sociales. Que ese medio haya escrito ese párrafo de la manera en que lo hizo fue una bienvenida casi gloriosa del Che a su ciudad natal, como si fuera una segunda entrada a La Habana, pero en tinta negra sobre fondo blanco.
Al día siguiente, domingo 4, La Capital coloca en su ejemplar una foto del Che, con el epígrafe «El médico rosarino Dr. Ernesto Guevara, fotografiado en Sierra Maestra durante las luchas contra Batista, que ahora culminaron con éxito» y, aunque no es mencionado en la nota principal, sí se le dedica otra bajo el título «Arengó Guevara a las tropas cubanas».
En un recuadro del 5 de enero, Crónica informa acerca del «Inminente reconocimiento al gobierno de Fidel Castro, y en otro, titulado «Declaraciones de E. Guevara», informa que «...otra cosa declaró Guevara: Dijo que había terminado la operación bélica, y ahora comenzaba el período de reorganización.
Todo esto lo dijo en una entrevista.
Los periodistas le preguntaron luego si era comunista. Con un brazo vendado por una herida que recibió en Santa Clara, contestó: Numerosos combatientes de la libertad de América latina, hombres como Lázaro Cárdenas y Fidel Castro, fueron calificados de comunistas. Estoy muy contento de sentirme entre ellos”.
El 10 de febrero, el matutino entrega la noticia sobre la reforma de la Constitución cubana mediante la cual Castro podría acceder a la presidencia de la isla al bajarse a 30 años la edad requerida para el cargo, que era de 34 (Fidel tenía 33 en ese entonces), y se hace saber que se le otorga al Che la calidad de «cubano nativo» (era la primera persona en 55 años en recibir tal distinción) con lo cual quedaba en carrera para aspirar también a la presidencia de Cuba, como destacaba el diario.
El 4 de mayo, la aprobación de la Revolución Cubana por parte de La Capital llega a su punto más alto: Fidel Castro arriba a Buenos Aires para una reunión de los 21 delegados de la Organización de Estados Americanos (OEA) y brinda uno de sus acostumbrados brillantes y extensos discursos. El diario de los Lagos no pierde la ocasión de editorializar, bajo el título «La palabra de un líder americano», que Castro «habló con claridad. No hubo en sus palabras desplantes ni reclamos plañideros. Se convirtió en vocero de anhelos de pueblos viriles y capaces que se angustian porque no se les abren los caminos de su progreso». Será la última vez (y por décadas) que los rosarinos lean algo así con respecto a la Revolución Cubana y a sus líderes. Será necesario demorarse unos párrafos para explicar los motivos.
El diario de La Capital fue fundado en 1867 como vespertino por dos periodistas porteños, Ovidio Lagos y (dato poco o nada conocido) Eudoro Carrasco, quien fuera el socio capitalista de la empresa[4].
Cuentan los historiadores Pigna y Cesaretti que el diario (en realidad, apenas se trataba de una hoja con una tirada de 200 ejemplares), comenzó siendo un medio faccionario de apoyo a Urquiza, lo que le costó la clausura y el encierro en prisión del propio Lagos. «Digamos que la actuación política de Lagos es tan activa como sinuosa: las causas ante las que se opone, poniendo en juego la vida, más tarde merecen su apoyo con idéntico tesón». Así, apoya sucesivamente (en Buenos Aires) al Partido Federal Reformista, (en Paraná) al Club del Pueblo, contrario a la federalización, (en Rosario) se convierte en fervoroso Urquicista y opositor al gobernador Oroño, a quien apoya después a través de Alsina y en 1886 «presta decidido apoyo a la candidatura de Juárez Celman, luego de haber sido encarnizado opositor del roquismo». En fin, no es la intención cuestionar la figura de Lagos sino, por el contrario, tratar de entender y dejar en claro que La Capital nació como algo diferente a lo que hoy conocemos y a lo que se conocía en 1959: fue fundado con la noble idea de ser un diario de combate político, en un momento en que todo estaba por hacerse en este país.
El cambio se produce a la muerte de don Ovidio: «...sus hijos cambiarán el perfil de La Capital. El diario de combate fue dando lugar a una empresa comercial que se afianza progresivamente no solo en virtud del crecimiento demográfico de la población y el volumen de negocios y mercado que esto conlleva, sino también por cambiar su inicial impronta sectaria por un género discursivo que entiende común a toda la sociedad, enmarcado por la defensa de determinados valores del orden burgués y los principios del liberalismo. Paulatinamente va tomando distancia de las luchas partidarias para asumir al mismo tiempo el rol de vocero y educador de las clases dirigentes del entonces amplio hinterland de la rosarinidad, un espacio que a principios del siglo XX ya desborda el sur santafecino y avanza sobre el este cordobés y el norte bonaerense». Posteriormente, «ocultando el “rosista pecado de juventud del patriarca, los Lagos harán del diario en el siglo XX un firme defensor de la línea histórica “Mayo-Caseros[5] .Es esta una operación simbólica no menor, por medio de la cual La Capital comienza ya por entonces a redefinir su lugar como “prensa seria”, y cuando en 1911 El Municipio deja de salir, acapara y monopoliza el negocio de los avisos clasificados y asegura su subsistencia económica. Los adelantos técnicos y editoriales aplicados significaron para La Capital el tránsito hacia una posición con la que ningún otro medio de la ciudad estaba en condiciones de competir (...) La construcción y posterior consolidación de una “prensa seria en la ciudad, en torno exclusivamente al diario La Capital constituye para los sectores burgueses, uno de los más significativos logros. Su éxito en la consolidación de una palabra escrita que legitima, más allá de las diferencias coyunturales, su rol de clase que impone su hegemonía a los sectores subalternos, trascenderá los tiempos y perdurará como parte del imaginario colectivo rosarino, cimentando una empatía entre la ciudad de Rosario y “su diario». En otra de las notas del blog, los historiadores van un poco más allá: «Así como La Nación lo es en la Nación, La Capital es en la ciudad que alguna vez aspiró a ser capital, el representante principal de la prensa “seria. Su solidez se sustenta en su amplia circulación, su monopolio de los clasificados, los avisos y en la fama consolidada como órgano de “opinión pública racional y neutral. Esta privilegiada posición es aceptada por el resto de los periódicos locales que no intentan desplazarla mediante la competencia, sino que antes bien buscan un modus vivendi lucrativo para todos, lo cual no excluye, claro, roces significativos».
Esta marcha del diario hacia su entronización como medio representante, portavoz y bandera de la burguesía de la ciudad y la región sólo reconoce una desviación: entre el 20 de septiembre de 1953 y el 19 de septiembre de 1955, cuando La Capital es dirigida por Nora Lagos. Nacida en 1925 y bisnieta directa del fundador, Nora abrazó fervientemente las banderas del peronismo y, en una época en que el gobierno nacional (su partido) cerraba el cerco sobre los diarios del todo el país que no le eran adictos, su presencia fue reclamada por la propia familia —a pesar del disgusto que provocaba su ideología y su propia persona— para salvar la empresa. Así, Nora Lagos se convirtió en la única mujer directora en la historia del matutino, al que convirtió —con el apoyo de los obreros—: en una herramienta más del partido gobernante y editando, de paso, «el mejor suplemento cultural que tuvo La Capital nunca, superior al de La Nación. Cuando Perón es derrocado, Nora es echada de la dirección por la propia familia que la había ido a buscar dos años antes y La Capital retoma su camino de siempre[6].
Para la época de la Revolución Cubana, el diario estaba en manos de tres directores que continuaban la línea histórica de El Decano: Carlos Leopoldo Lagos (padre del Bocha Lagos, quien terminó vendiendo La Capital al Grupo Uno, después de rechazar un ofrecimiento de La Nación), acérrimo anticomunista: todo lo que era «de izquierda» le provocaba arcadas, aunque algunos aseguran que no tenía demasiados conocimientos sobre aquello que aborrecía; Ovidio Constantino Lagos, a quien no le interesaban demasiado las cuestiones políticas, y Carlos Ovidio Lagos (El alemán), el más viejo de los tres, «que publicaba todo lo que le llevábamos desde el Movimiento de Solidaridad con la Revolución Cubana siempre que no le hincháramos mucho las pelotas», descendiente directo de don Ovidio (los otros dos no lo eran, no eran hermanos entre sí y estaban todos peleados con todos). El Secretario de Redacción y representante ante ADEPA era Jorge Washington Lagos.
Tras esta larga pero necesaria parrafada sobre la historia de La Capital y lo que el diario significaba en la sociedad rosarina y de la región hacia mediados del siglo XX, tal vez se pueda entender mejor el viraje que fue teniendo el matutino en su relación con la Revolución Cubana y con la propia figura del Che. En un brillante trabajo académico, los historiadores Oscar Aelo y Pablo Pérez Branda brindan un detallado estudio acerca de la evolución de la postura que tuvo el diario porteño La Nación con respecto al mismo tema, eje que se utilizará para hablar de La Capital, ya que los intereses por los que se movían dichos matutinos están íntimamente ligados. Como se vio, El Decano, al igual que su par porteño, era (mucho) más que un diario: era un actor político que formaba opinión, en una época en la que, como vimos también, no tenía demasiados contrincantes en la arena. O, en palabras de los historiadores citados, «actúa con las estrategias y tiempos de aplicación que ya hemos visto en función de su propia construcción de ciudadanía y del asumirse —en el caso específico de La Nación y La Capital, a nivel nacional y local, respectivamenteno solo como voceros de los intereses de la clase dominante sino como parte activa y fundante de ese poder burgués al actuar en los conflictos de manera autónoma, manejando discursivamente los tiempos y la estrategia a aplicar en la defensa de esos intereses de acuerdo a sus propios criterios»(1 72). La Capital, ante el hecho histórico irrevocable de una revolución que desalojaba de su cargo a un dictador impresentable, se vio en la necesidad de tomar partido por les barbus de Fidel, pero forzando una comparación entre éstos y los militares golpistas argentinos que habían protagonizado la sangrienta Revolución Libertadora. Recordemos, para ello, además de la carta que Ernesto Sábato le escribiera a Ernesto Guevara, el Editorial del 3 de enero de 1959 ya citado, donde afirmaba que «El 16 de septiembre de 1955 sella la suerte de los dictadores en Latinoamérica. Triunfante la Revolución Libertadora en nuestra patria, una nueva etapa se abre en la historia del continente. Con la caída de un régimen que sometía a nuestro pueblo y empobrecía el país, empieza a palidecer el sol de los tiranuelos que azotaban América.
Después de Argentina, Colombia y Venezuela, y ahora Cuba, sacudieron la opresión a que estaban sometidos sus pueblos. Cayeron uno tras otro los dictadores, y en todos los casos sus caídas no fueron ni dignas ni heroicas. (...) quienes no supieron cumplir con el deber prometido de morir al frente de los suyos y se fugaron en los momentos decisivos, no merecen que nadie se sacrifique por ellos». Notas como éstas no sólo no fueron la excepción entre los Editoriales del diario, sino que constituyeron casi una constante: el 16 de septiembre del mismo año (1959), al cumplirse cuatro años del golpe de Estado, el editorialista escribía un panegírico según el cual, «La Revolución Libertadora triunfó no por el argumento de los cañones sino en virtud de un mandato del alma argentina, ofendida y humillada»[7], lo cual, al menos en Rosario, se veía desmentido dramáticamente con aquel famoso grafiti aparecido por la época en el sureño barrio de Villa Manuelita, donde una mano anónima escribió: «Los yanquis los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora Villa Manuelita no», en un ejemplo de dignidad popular que no sería justo olvidar.
Probablemente (los Editoriales de los «diarios serios» no llevaban firma) el citado haya sido escrito por el mismo que, unos días antes, había dicho de Fidel Castro que «nadie puede negar su esfuerzo en favor de la libertad de su pueblo y del abatimiento de los totalitarismos del continente».
Tal la paradoja argentina de aquel entonces, para usar las palabras de Sábato.
Sin embargo, «el curso de la Revolución Cubana no siguió los derroteros esperados por la opinión liberal latinoamericana. El golpe final que, en apariencia, los “barbudos” aplicaban contra la dictadura batistiana se comprendía en términos del avance inexorable de la democracia: de Perón a Rojas Pinilla, de Pérez Jiménez a Batista, los más enconados adversarios de tal régimen político yacían derrotados. Sólo rémoras quedaban, simbolizadas por Trujillo, Stroessner y algún otro dictador de vieja estirpe. Pero a contramano de tal visión idealizada, el régimen castrista emprendió una serie de avances nacionalistas e igualitarios que, poco a poco, fueron encendiendo luces amarillas en ese supuesto camino hacia la democracia “sin adjetivos”. La primera ley de reforma agraria, supuso de por sí un creciente antagonismo con el gobierno norteamericano, convertido en una especie de vocero de los intereses terratenientes afectados en Cuba. (...) Para el diario (los autores, recordemos, se refieren a La Nación, pero se puede utilizar el mismo criterio para con La Capital, N. del R.), peligroso era un exceso de igualitarismo en función gubernativa. Pero el inesperado curso revolucionario implicaba otras facetas.
Y estas se vinculaban con el creciente control gubernamental sobre las informaciones periodísticas. En Cuba, como ha ocurrido en otros procesos revolucionarios, o por lo menos igualitarios, el régimen gubernamental ha sido poco amigo de la crítica de la acción de gobierno. Ciertamente, en períodos de aguda lucha política, con tensiones crecientes entre los grupos y clases sociales, nada sería menos esperable que una absoluta libertad de expresión. Adicionalmente, debería considerarse seriamente que esta “libertad” no ha sido, en ningún caso conocido, “igualitaria algunos grupos cuentan con ella, y otros no».
Hacia finales de 1959, la simpatía que despertó en sus comienzos la Revolución Cubana en general y la figura del Che («honra de nuestra estirpe») en particular, había trocado en, al menos, una decepción casi de clase: el rosarino, dueño de un halo romántico que embelesaba a las mujeres de clase media y alta, hijo de una familia de alcurnia (aunque, como ya se vio, los Guevara de la Serna tenían más apellido que efectivo), médico graduado en la Universidad argentina y revolucionario que luchaba por la dignidad de los pueblos, pasaba a ser un integrante más de una especie de banda que pretendía «con una desaprensión absoluta, imponer otro tipo de dictadura en esta América ya tan sufrida por causa de los despotismos.
Y no podrá ser que se implante un nuevo régimen de servilismo, el colectivo, en esta tierra nuestra del individualismo», después de hablar, en el mismo texto, de «la gloriosa Revolución Libertadora, la primera que se hizo en todos los tiempos por la virtud y el esfuerzo propio de un pueblo». El matutino local priorizaba abiertamente la concepción individualista de la existencia, en lo más tremendo que esta corriente filosófica y política despliega como bandera. Obviamente, el Che y la Revolución Cubana apuntaban hacia otra dirección. No podía haber acuerdo entre las partes.
La Capital en Rosario, tal como lo hacía La Nación en Buenos Aires, veía un «parecido de familia” (...) entre castrismo y peronismo, el cual, por inducción, tornaba al primero cuestionable. (...) Es interesante remarcar esta visión, porque ofrece una pauta de las dificultades para “clasificar” el régimen cubano en el contexto epocal».
Así fueron transcurriendo los meses, y los Editoriales del diario rosarino se fueron poniendo cada vez más agresivos y, en algunos casos, grotescos: el 23 de enero de 1960 acusan al nuevo gobierno cubano de actuar «como agentes proselitistas de una tendencia que no puede ocultarse, ni siquiera disimularse»; el 17 de abril dice casi patéticamente que «Queríamos la caída del déspota, pero no para sustituir su reinado por una tiranía materialista y asiática»; el 15 de mayo carga contra Castro, diciendo que «ha cambiado su papel de combatiente legendario y heroico por el de demagogo y parece que gusta de reunir las muchedumbres para volcar en ellas el excitante de sus consignas extremistas»; apenas tres días después afirma que «La revolución cubana, saludada jubilosamente en el momento de su lucha contra la dictadura de Batista, y de su triunfo al término de un larga proeza épica, se ha convertido ya en el más formidable fraude realizado en mucho tiempo contra las esperanzas de la libertad del continente americano» y, (último, pero no menos importante) el 9 de agosto el editorialista pone sobre el tapete el tema del derecho de propiedad, valor supremo para la clase que representa: «Cuba también termina de señalar, a través de sus actuales gobernantes, el más completo olvido hacia el cumplimiento de compromisos anteriormente suscriptos con el organismo que representa a las Naciones Unidas, con su desconocimiento de los principios que nutren la Declaración de los Derechos Humanos dado por éste, con su oportuno asentimiento como parte componente del mismo. En esa declaración se establece —artículo xy, inciso zque “nadie será privado arbitrariamente de su propiedad”, simplemente aplicable al movimiento nacionalista concretado en las últimas expropiaciones de bienes extranjeros. Dichos bienes importan un valor calculado en setecientos setenta millones de dólares y comprenden la posesión de aquel gobierno de diversas compañías que han contribuido, desde su instalación, al progreso de aquella nación, así como a mejorar ostensiblemente la vida de sus habitantes».
Como vemos, la figura romántica del Che había sido echada al arcén de los malos recuerdos no sólo por el matutino de los Lagos, sino casi por la ciudad en general. Nadie recordaba ya, salvo algunas excepciones que se verán más adelante, su imagen de guerrillero heroico. Era el tiempo de ajustar cuentas con un régimen que se vislumbraba como «el más formidable fraude realizado en mucho tiempo contra las esperanzas del continente americano».
De todos modos, no había que asustarse: 1961 sería aún peor.
En enero de ese año, la Unión (como se llamaba casi servilmente a los Estados Unidos) rompe relaciones diplomáticas con Cuba (Argentina se demoraría un año en hacer lo mismo) e inicia el bloqueo económico a la isla que aún continúa. El 17 de abril, tropas adiestradas por la CIA desembarcan en Playa Girón. Son derrotadas por las fuerzas cubanas en apenas 72 horas. Entonces, la posición de Castro se endurece: en un discurso organizado a raíz de los acontecimientos, declara que «...lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es que estemos aquí, lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es la dignidad, la entereza, el valor, la firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del pueblo de Cuba (Aplausos). Eso es lo que no pueden perdonarnos, que estemos ahí en sus narices ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos! (Aplausos y exclamaciones de: “¡Pablante y pa´lante, y al que no le guste que tome purgante!”). ¡Y que esa Revolución socialista la defendemos con esos fusiles! (Aplausos); ¡y que esa Revolución socialista la defendemos con el valor con que ayer nuestros artilleros antiaéreos acribillaron a balazos a los aviones agresores! (Aplausos y exclamaciones de: “¡Venceremos!; “¡Fidel, Jruschov, estamos con los dos!”, y otras consignas revolucionarias.). Y esa Revolución, esa Revolución, esa Revolución no la defendemos con mercenarios; esa Revolución la defendemos con los hombres y las mujeres del pueblo». Ahora sí, los jugadores estaban cada uno de su lado y nadie podía hacerse el distraído. Lo que hasta ese momento había sido el problema de «clasificar» al régimen cubano, fue simplificado por la torpe y criminal acción norteamericana y las palabras de Castro: la cubana era una revolución socialista. Para fin de ese mismo año, Castro agregaría: «Soy marxista leninista y lo seré siempre», con lo que ponía fin a cualquier discusión: el héroe revolucionario de la Sierra Maestra, el líder que había cautivado al mundo entero con su inigualable verba y su demostrado valor, el abogado que se había educado en una escuela de jesuitas y que se había puesto al frente de un heterodoxo grupo de fervorosos militantes que provenían del evangelismo de Frank País, del romanticismo de Echeverría y de un minoritario sector del Partido Comunista, el barbudo que había hecho la revolución con la imagen de la Virgen de la Caridad (patrona de Cuba) colgada al cuello, se declaraba a sí mismo y, por ende, a toda la revolución, de izquierda. No es la intención de este trabajo debatir si el viraje se debió a la ceguera de los Estados Unidos que no logró cobijarlo o a decisiones personales y/o grupales que resultaron inevitables; lo cierto es que la historia se dio así y así debemos verla. Otra cosa son las ucronías[8].
En medio de todas estas revueltas, Cuba debía enviar un representante a la Conferencia Económica Interamericana que se desarrollaría en agosto (de 1961) en la ciudad de Punta del Este, Uruguay, y donde se trataría la Alianza para el progreso, plan propuesto por el presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy para el continente. La Revolución decide mandar a Ernesto Guevara, que pocos meses antes había sido designado Ministro de Industrias de la isla. Lo primero que hace el Comandante es chicanear al presidente norteamericano: «el Che envió un mensaje de agradecimiento al presidente Kennedy por intermedio de Richard Goodwin, un joven secretario de la Casa Blanca. “Gracias por Playa Girón —dijo—. Antes de la invasión, la revolución flaqueaba. Ahora está más fuerte que nunca».
La Capital decide cubrir el evento de una manera bastante inusual para la época: manda a un enviado especial, el periodista Felipe Ordóñez. Quizás la proximidad geográfica del evento (aún en esa época, Punta del Este estaba cerca de Rosario), o quizás la confirmación de la visita del rosarino más famoso hayan decidido tal cobertura. Lo cierto es que Ordóñez (de pensamiento ultra conservador según lo recuerda algún compañero de trabajo) fue a la Cumbre con el discurso del diario, o por lo menos así lo demuestran sus más que interesantes relatos. Crónica y La Tribuna también informaron sobre el encuentro, pero no con enviados, sino a través de los cables provenientes de la agencia norteamericana United Press International (U.P.I.), por lo que no tienen el mismo valor para el análisis.
El domingo 6 de agosto de 1961, La Capital (que continuaba dedicando sus primeras páginas a los clasificados relegando al interior todas las noticias, aún las más importantes, como los golpes de estado y los cambios de presidente) publica en página 6 el título «Abrió sus deliberaciones la Conferencia Interamericana», ilustrando la nota con dos fotografías, una del Secretario del Tesoro norteamericano, Douglas Dillon y la otra de «Ernesto Guevara, jefe de la representación cubana, en el momento de su llegada al lugar de las deliberaciones».
Sobre nuestro personaje sólo dice, en el subtítulo «Oposición de Guevara», que «El ministro de Industrias de Cuba, Ernesto Guevara, se opuso enérgicamente a una moción peruana de que Estados Unidos ocupase la vicepresidencia de la comisión de trabajo sobre información pública. No obstante, la oposición de Guevara fue vencida por categórica mayoría de votos».
Al día siguiente, 7 de agosto, Ordóñez firma la nota «El espíritu de la conferencia surge de las palabras de Haedo y de Beltrán», en la que da cuenta que «El ‘Che’ Guevara tuvo a su cargo izar la bandera de Cuba. Cuando llegó a la tribuna desfilando a pie unas dos cuadras desde donde las delegaciones debían dejar su vehículo y en el momento en que abandonó el palco para dirigirse al mástil, siendo el único jefe de delegación que fue acompañado por un nutrido grupo de personas. No se escucharon ni aplausos ni silbidos. Hubo un silencio frío, pero elocuente. Se presentó vistiendo el uniforme verde oliva con sacón cerrado a cremallera y bien lustrados borceguíes negros y tocado con una boina que sólo se quitó cuando se ejecutaron las estrofas del himno nacional uruguayo». El 8 de agosto informa que «El ministro de Industrias de Cuba, Ernesto Guevara, abandonó el recinto de sesiones de la Conferencia económica Interamericana en momentos en que se recibía con grandes aplausos el discurso del jefe de la delegación norteamericana, secretario del Tesoro, Douglas Dillon.
Guevara, seguido de toda la delegación cubana, atravesó el recinto y desapareció en un lavatorio situado junto a la antesala.
Cuando uno de los corresponsales de la United Press International lo siguió para preguntarle:
“¿Se propone contestar el discurso de Dillon?”, Guevara declaró: “¿Para qué he de hacerlo?, no dijo nada”.
“¿Por qué abandonó la sala de reuniones? —Preguntó el periodista¿Está enojado?”.
“No —contestó el jefe cubano con una sonrisa forzada —. Quería tomar un poco de aire».
Hasta aquí, sólo color, aunque es de destacar que, al contrario de aquellos ya lejanos momentos en que el Che era la «honra de nuestra estirpe», aquí ni siquiera se menciona su calidad de hijo de Rosario.
Los días posteriores llegó la opinión.
El jueves 10 de agosto (1961, recordemos), Ordóñez firma una nota... rara. Al leerla, uno no puede menos que esbozar una sonrisa, ya que se tiene la sensación que el cronista hace todo lo posible para denostar «por deporte» (o por historia, o por convicción, o por lo que fuera) a quien lo ha deslumbrado sin que lo “pudiera evitar. Dice Ordóñez, bajo el título «El discurso de Guevara causó algunos impactos»: «Así terminó el discurso de 135 minutos del “Che”, que había despertado sobre todo en la nube de curiosos y curiosas que asisten a las deliberaciones de la conferencia una expectación tan extraordinaria que, como adelantáramos en nota anterior, se ocuparon todos los asientos disponibles en la sala Uno, se llenaron los pasillos, y en la sala contigua, donde están los aparatos del circuito cerrado de TV, hubo un público numeroso y atento durante el largo tiempo que duró la exposición.
El comandante de la milicia cubana, actual ministro de Industrias, y en este caso jefe de la delegación de su país a la Conferencia del C.I.E.S., habló de pie. Hasta ahora sólo lo había hecho desde el estrado de la mesa directiva el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, doctor Herrera, y el subsecretario de la O.E.A. para los asuntos económicos latinoamericanos, doctor Prebisch. Los jefes de delegación, hasta el momento todos habían leído sus exposiciones sentados.
Guevara se guió con unas notas, y demostró que es un actor consumado, manejando con justeza suma la distancia del micrófono, la amplitud de las pausas y las inflexiones de su voz. Su discurso fue de una poco común habilidad. Contestó las citas de Martí con las que míster Dillon inició su discurso, con sustanciosos párrafos de los muchos que el gran patriota cubano tiene magistralmente escritas contra el imperialismo, e inició una dura diatriba contra la política de los Estados Unidos, cuidándose de no rozar a Latinoamérica, en cuyo pueblo busca respaldo la revolución cubana. Definió a la misma como una revolución agraria antifeudal y antiimperialista, a la que las circunstancias y las agresiones, que detalló a su conveniencia, le habían llevado a definirse socialista.
Guevara, hay que reconocerlo, aunque no se comulgue con su pensamiento, mantuvo un tono brillante de su exposición hasta la media hora. De ahí en adelante fue perdiendo altura, y sus humoradas, que fueron finas en el primer período, cayeron en lo chabacano. Se colocó en la posición de vocero de los pueblos postergados de Latinoamérica, y ofreció la colaboración de Cuba para conseguir que los 200 millones de latinoamericanos logren elevar su nivel de vida.
(-)
El discurso del “Che” ha hecho impacto en algunos asesores de delegaciones, y hasta en algún delegado, que lo considera como un valioso aporte dentro de la conferencia, en favor de la suerte de los países que están al sur del río Bravo. Habrá que esperar las respuestas, porque seguramente hay muchas afirmaciones en el aire que, en cuanto al plan de desarrollo cubano, a cuya explicación dedicó cuarenta minutos, varias naciones de Latinoamérica, y entre ellas Argentina, que han pasado por el duro trance de la dictadura, han conocido que estos fabulosos planes no dejan en concreto más que toneladas de papel impreso y mucho dinero gastado sin resultado práctico alguno. De cualquier manera, si el “Che Guevara buscó presentarse espectacularmente, sin duda que lo ha conseguido. Ahora cabe esperar la colaboración “fraternal” que ha prometido prestar en las comisiones, cuando negara enfáticamente que venía a sabotear la conferencia».
Este tono, que iba entre la admiración (inconsciente, seguramente) y el respeto, viró claramente al día siguiente, viernes 11, en una nota en la cual el título ya anticipa su tono: «Descaro y audacia demostró en una reunión de prensa el Che” Guevara». La parte de texto que nos interesa es la que sigue: «Sin eufemismos, descaradamente, “el doctor Ernesto “Che” Guevara3 —así rezaba la invitación fijada en el tablero de la sala de periodistas, copia de la nota transmitida a la oficina de protocolo de la conferencia— definió al régimen imperante en Cuba.
En una reunión de prensa realizada en el Plaza Hotel, lugar de alojamiento de la numerosa delegación cubana en Punta del Este, en la que no todos los asistentes eran periodistas, respondió a preguntas que le fueron formuladas, después de haber censurado severamente a la prensa uruguaya por “haber tergiversado” su discurso de la reunión plenaria. Negó que aquí los diarios hubieran dicho la verdad y afirmó que en Cuba sí la decían.
Ante tal afirmación y la promesa de que todos podían preguntar lo que quisieran, pero que debían publicar lo que se les contestaba sin deformar la verdad, alguien inquirió si alguna persona que no estuviese de acuerdo con el gobierno de Cuba tenía en aquella nación la posibilidad de difundir sus ideas, formuló la siguiente respuesta que motivó aplausos en un sector de la concurrencia que en total alcanzaba a unas trescientas personas, sector evidente no periodista: “En Cuba no permitimos voces de la oposición porque éstas, por rara casualidad, están siempre al servicio del imperialismo”.
Rápida surgió la pregunta aclaratoria:
“¿Quién determina cuándo están al servicio del imperialismo?
Respuesta también rápida y tajante, como para cortar el diálogo:
¡Nosotros!”
Explicó después Guevara —que en muy pocas oportunidades menciona a Fidel Castro— que Cuba es un estado revolucionario en el que el pueblo no quiere elecciones. “Así lo demostró —afirmó— en asambleas populares de un millón de personas”.
Otra vez surgió una pregunta aclaratoria:
“¿Quién las contó?
“Se contabilizaron por el entusiasmo, fue la respuesta. Y agregó mordiendo las palabras: “La voluntad del resto de la población se calcula cuando hay que aplastar una invasión de gusanos”.
Le fueron también formuladas preguntas sobre la religión en Cuba, a las que respondió que “su país” era un Estado no religioso, pero que permite absolutamente la libertad de cultos. Admitió que los colegios religiosos habían sido nacionalizados y que ahora son del Estado y gratuitos, y cuando se le preguntó si seguían siendo escuelas católicas, respondió: “Son escuelas...”, respuesta que motivó aplausos en el sector aludido y carcajadas en otros.
Derivó la conferencia de prensa hacia otros temas, entre ellos la posibilidad de trueque de trabajo uruguayo por azúcar y otros productos, pero con la parte del diálogo transcripto queda perfectamente denunciado por uno de sus más altos voceros, quizás el más alto, el tiempo lo dirá, el régimen dictatorial que impera en Cuba».
Quizás a alguien llame la atención la reproducción extensa de estas notas periodísticas perdidas en el tiempo. Se hace en la creencia de estar contando una historia que, de lo contrario, sería más difícil de comprender. Se trata de entender cómo veía la ciudad de Rosario al Che y a la Revolución que él representaba cinco o seis décadas atrás. Para ello, habrá que hacer el esfuerzo intelectual de situarse en los momentos históricos de estos textos, ver cómo la primera confusión entre la Revolución Cubana y la Revolución Libertadora es saludada con júbilo por los medios y cómo, al quedar al descubierto las insalvables diferencias entre estos dos movimientos —uno revolucionario, el otro golpista—, esos mismos medios —entre los cuales La Capital tenía una importancia no menor, incluso a nivel nacional— se vuelven hostiles hacia todo lo que tuviera siquiera el más mínimo olor a Cuba, y eso incluía también al hijo de la ciudad. ¿O acaso es gratuito resaltar entre comillas aquello de «su país», refiriéndose a Cuba? Para ello es necesario tener al alcance de la mano el texto lo más completo posible y la mayor cantidad de los que resulten importantes para el análisis. Porque, además, de esta manera se informaba el rosarino medio en aquellos años: exclusivamente a través de «su diario», sin tener opciones para escuchar otro punto de vista que no fuera el que La Capital le contaba y que era tomado, casi, como una verdad revelada. ¿O nunca escuchamos a nuestros mayores?, los que leían el diario allá por 1960, decir casi religiosamente «Lo dice La Capital...», poniendo fin de ese modo, con ese simple pensamiento —absolutamente convencidos de ello, por otra parte—, a cualquier discusión posterior. Por lo tanto, no hay otra forma de encarar el tema que no sea a través de estos largos párrafos que, por otra parte, denotan una forma de escribir bien distinta a la que se puede leer en los diarios actuales. Y revelan, además, que la discusión que se da actualmente en la República Argentina acerca del periodismo militante no es nueva: en cada época los periodistas fueron militantes; algunos de sus ideas, otros de los intereses de sus empleadores. Resulta difícil entender que una profesión en la que hay que vivir dando información pero también opinión, se pueda ejercer despojado de toda subjetividad, a no ser que uno sea un venusino recién arribado al planeta Tierra, sin historia, sin vivencias previas y sin ideología. Lo más lógico es tener una ideología y defenderla, y lo más honesto sería blanquearla para que todos sepan desde donde informa, opina o pontifica cada uno, sin ocultarse bajo un halo de independencia que es imposible conseguir, máxime en estos tiempos. Por otra parte, no está de más recordar que en la República Argentina se celebra el día del periodista el 7 de junio, en homenaje a la aparición del primer número de la Gazeta de Buenos Aires, primer periódico de la etapa independentista nacional, fundado por Mariano Moreno secundado por Manuel Belgrano y Juan José Castelli, a quienes se podrá tachar de lo que cada uno quiera según su modo de entender la historia, menos de no comprometidos, de tibios, de objetivos. En suma, de no ser militantes de las causas que defendían.
Con mayor ascetismo informó el matutino rosarino sobre la sorpresiva reunión entre Guevara y el entonces presidente Arturo Frondizi (aquel día en que, como vimos, el Che le preguntó al chofer que lo transportaba el resultado del partido que había disputado Rosario Central el último domingo). «Visitó al Jefe de Estado el Ministro de Cuba Dr. Guevara
Inesperadamente llegó a Buenos Aires el ministro de Industria de Cuba, doctor Ernesto “Che” Guevara, y tras su arribo concurrió a la residencia presidencial de Olivos, donde fue recibido por el jefe de Estado, doctor Arturo Frondizi. La versión oficial de la conferencia se produjo a las 13, a través del secretario de Prensa de la Presidencia de la Nación, doctor Juan Carlos Taboada. Dos horas antes había existido la versión de que el delegado cubano a la Conferencia del C.I.E.S. de Punta del Este se encontraba en esta metrópoli, pero no pudo confirmarse hasta que Taboada lo hizo público.
Ernesto Guevara había solicitado en la antevíspera su deseo de conferenciar con Frondizi. El mandatario argentino accedió a la solicitud y telefónicamente se arreglaron los detalles para la reunión.
Guevara llegó a Buenos Aires por vía aérea, en una máquina que aterrizó en el aeródromo bonaerense de Don Torcuato. El avión, de matrícula uruguaya, fue el CX-AKP. En la estación aérea fue aguardado por personal de la custodia presidencial.
El ministro visitante llegó acompañado —según se suponepor los señores Carretoni y Raúl Aja Castro. Inmediatamente se trasladó en un automóvil a la residencia de Olivos».
Esta sería, por mucho tiempo, la última noticia que los rosarinos tuvieran sobre el Che Guevara, salvo la foto publicada el 10 de diciembre de 1964, cuando el Comandante viajó a Nueva York para dar su famoso discurso en las Naciones Unidas.
Anexos

Diario La Tribuna del 2 de enero de 1959

 
Diario La Capital del 3 de enero de 1959

Diario La Capital del 4 de enero de 1959


http://www.elortiba.org/memoria3.html

 
Diario La Capital del 6 de agosto de 1961.

Diario La Capital del 10 de diciembre de 1964.



Nota:
En la primera página dice: …de los 82 expedicionarios del yate Granma, desembarcados el 2 de diciembre de 1956, 70 son “cosidos a balazos”… hay que aclarar que: después del desembarco y durante el combate de Alegría de Pío, el día 5 de diciembre cayeron 3 combatientes y 79 lograron retirarse del lugar. Perseguidos por la tiranía, 38 expedicionarios fueron apresados por la soldadesca, 18 de ellos asesinados alevosamente, y los 20 restantes fueron juzgados por el Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba y condenados a penas de seis años de prisión. En total, de los 82 expedicionarios, solo 21 de ellos murieron, 20 fueron condenados a seis años de prisión, y el resto lograron llegar a las ciudades más cercanas y allí se reincorporaron nuevamente a la lucha revolucionaria.


[1] Quien tenga ocasión —o deseos— de leer Nuestro Hombre en la Habana, novela de Graham Greene fechada en el exacto año de 1958, podrá encontrarse con párrafos como éste: «En la época de Batista me gustaba la idea de que uno podía obtener lo que deseara, fuesen drogas, mujeres o cabras. En cada esquina había hombres que gritaban ‘taxi’ como si fuera un extraño y a lo largo del Paseo, a intervalos de pocos metros, los proxenetas lo abordaban maquinalmente, sin mucha esperanza. ‘¿Puedo servirle, señor?’ ‘Conozco a todas las muchachas bonitas.’ ‘¿Desea una mujer hermosa?’ ‘¿Postales?’ ‘¿Quiere ver una película verde?».
También se puede ver la película Havana, dirigida por Sydney Pollack e interpretada por Robert Redford, Lena Olin y Raúl Juliá. No es gran cosa, en realidad, pero muestra claramente lo que era Cuba en los días previos a la Revolución.
[2] Cuenta Julio Cortázar, que por la época ya estaba instalado en París, que «entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba, que estaban luchando por echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba ‘los barbudos’ y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos) ».
[3] Para quienes no lo recuerden, Rojas fue uno de los principales actores en el golpe de Estado de 1955, vicepresidente tanto de Eduardo Lonardi como de Pedro Eugenio Aramburu, responsable de la represión al levantamiento del general Valle y de los fusilamientos de José León Suárez y, entre otras tropelías, firmante del surrealista decreto 4161 del 5 de marzo de 1956 por el cual quedaba «prohibida en todo el territorio de la Nación (...) la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones ‘peronismo’, ‘peronista’, ‘justicialismo’, ‘justicialista’, ‘tercera posición’, la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales ‘Marcha de los Muchachos Peronista’ y ‘Evita Capitana’ o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos»
[4] En 1870, cuando el diario es acusado de haber sido solventado por el Gral. Justo José de Urquiza, Lagos se defiende diciendo «La Capital, es notorio, fue fundada con el dinero y los desvelos del ciudadano Carrasco». La historia de Carrasco es curiosa en más de un sentido, ya que a los pocos años abandonó la sociedad con Lagos, quedando éste como único dueño del emprendimiento, condenándose al ostracismo a quien había puesto el dinero para que el proyecto viera la luz, gracias a una «operación de olvido que mantendrán con eficaz continuidad los descendientes de Lagos». En el año 2008, la propia Editorial del diario publica un libro con la historia de las calles de la ciudad y, al llegarle el turno a la que lleva su nombre (y que, vaya como curiosidad, en Google maps figura como Av. Eduardo Carrasco), se lee: «Carrasco, Eudoro. Av. (N-S) Av. Costanera de Puccio a Maestro Massa. (1824-1881) Periodista, publicista y político argentino, radicado en Rosario en 1853. Autor de la ordenanza que gestó la creación del Escudo Municipal de esta ciudad. Colaboró con Ovidio Lagos en la fundación del Diario “La Capital”. Dejó impresos libros de gran importancia en los que se documenta la historia de Rosario». Como vemos, a pesar de haber puesto el dinero para que el diario pudiera nacer, para La Capital (que ya en 1997 había vendido el 75% de sus acciones al Grupo Uno, de Daniel Vila y José Luis Manzano) sólo «colaboró con Ovidio Lagos en la fundación del Diario». Para que no queden dudas, en el mismo ejemplar, al contar la historia de la avenida Diario La Capital, la autora sostiene que lleva ese nombre «en homenaje al diario más antiguo del país, decano de la prensa argentina, fundado el 15 de noviembre de 1867 por Ovidio Lagos (1825-1891) quien a través de sus páginas bregara para que Rosario fuera declarada capital de la República». Aquí Carrasco ni siquiera colaboró... Tampoco lo hizo en la avenida Ovidio Lagos, ya que la misma llevaría su nombre en honor al «periodista, empresario y político argentino, diputado en la Legislatura de Santa Fe, fundador del ‘Diario La Capital’ de Rosario (15 de noviembre de 1867), el diario más antiguo del país».

[5] En la batalla de Caseros, recordemos, las tropas de Urquiza vencen a las de Rosas, dando comienzo al período de organización definitiva del país tal como hoy lo conocemos.
[6]  La historia de Nora Lagos es fascinante para quien desee conocerla. Corrió una suerte similar a la de Eudoro Carrasco ya que, al cumplirse el centenario de su fundación, el diario editó una revista especial, en la cual ni su foto ni su nombre aparecen entre los directores del matutino. Como bien dice el periodista Guillermo Lanfranco, «Si, como decía John Wiltiam Cooke, el peronismo fue el hecho maldito del país burgués, hasta sus últimos días el nombre de Nora resonó en forma similar entre la numerosa familia que manejó el decano de la prensa argentina durante 130 años».
[7] De manera desvergonzada e ignorante, 44 años después, un Editorial del diario LA NACION del 2 de septiembre de 2013, insiste en que el gobierno peronista de 1955 «no cayó por obra de las armas de la Revolución Libertadora» sino «básicamente porque su régimen se había agotado y abundaban los escándalos y las burdas muestras de autoritarismo».
[8] Reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder.”
La ucronía es aquello que pudo pasar, pero no pasó. Suele aplicarse a la historia, pero también es muy recurrida para los asuntos de la vida cotidiana.