Taller de Lectura # 149 - Septiembre de
2021
A raíz de la cuarentena por
la pandemia causada por el nuevo coronavirus, a partir del mes de abril de 2020
hemos decidido hacerlo en forma virtual.
Haremos nuestra devolución
escrita, por mail o por whatsapp, como una
reflexión o una evaluación acerca de la interpretación del texto leído.
Para ello hemos elegido una
publicación corta para facilitar su lectura tanto en el celular como en la
compu.
Autor: Katiuska Blanco (periodista
y ensayista cubana. Licenciada en Periodismo. Se ha dedicado a investigar y
profundizar sobre la vida de Fidel Castro).
13 de agosto de 2021 – Tomado
de Granma
http://www.granma.cu/cuba/2021-08-30/fidel-vuelve-a-nacer-13-08-2021-08-08-15
Sobre la ciudad cae una
lluvia torrencial que nubla el paisaje. El auto avanza presuroso por las
avenidas y apenas se distingue más allá del cristal de las ventanillas donde
chasquean goterones intensos. Durante el trayecto, converso con los jóvenes
escoltas sobre los minutos con los que contamos para llegar a tiempo a la cita.
El aguacero de mil demonios es un inconveniente súbito que demora el viaje.
Ellos serenan mi preocupación: tenemos algunos de reserva para llegar puntuales
al encuentro con el Comandante. De verde olivo, altos, robustos como montañas,
los admiro por su invariable educación, sencillez, y silenciosa discreción.
Muchos provienen de puro monte en el oriente del país. Nada es rústico en
ellos, su compostura resulta natural, delicada y recia en una extraordinaria
combinación del carácter. Recuerdo unas palabras pronunciadas por Fidel a
comienzos de la Revolución: «Todo el mundo sabe —dijo entonces— que los pocos que
andan conmigo son guajiritos, barbudos de la Sierra Maestra». Los observo
callada; han transcurrido muchos años, pero Fidel confía su vida, como siempre,
a los seres de raíz humilde, a los hombres y mujeres del pueblo.
Al llegar, me despido de los
escoltas, desciendo del auto y traspaso el umbral. Reconforta el calorcito de
la casa, a salvo de humedades y el frío afuera. Me recibe Alex y al paso, Dalia
me acoge con calidez en la quietud del hogar a esas horas.
«Pasa —me dice. ¡Qué bueno
que estás aquí porque cuando el tiempo está así, lluvioso y gris, se pone
triste».
Nunca, por reiteradas
ocasiones en que hiciera el mismo camino a la reunión con el Comandante en
Jefe, sentía tal circunstancia como algo habitual. En realidad no me
acostumbraba, sentía un desasosiego, un sobresalto que terminaba en euforia y
desvelo, deseos de hacer, escribir, conocer, estudiar, leer, estar al tanto de
la más reciente noticia; tenía la seguridad de que su presencia ejercía en mí
un influjo extraordinario, me daba fuerzas, me inspiraba. Un hombre como él,
que entró en la historia de la humanidad, no es un ser común. Sin embargo,
aquella frase de Dalia, amorosamente preocupada porque el Cedro no se sintiera
triste, me recordó como ninguna otra a lo largo de todos estos años, que Fidel,
el héroe, el pensador ilustre, el revolucionario eterno, era también, al mismo
tiempo, un hombre que podía sentir tristeza, nostalgia, en una tarde de lluvia
y viento, de lento y mustio languidecer.
Son las 5 y 15 de la tarde,
tal como habíamos acordado antes por teléfono. En unos instantes, el Comandante
aparece en la sala. Mientras tanto, reparé por primera vez en que la saleta
donde tantas veces conversamos, tiene portones-ventanales desde donde puede
apreciarse el jardín. Es una habitación toda pintada de blanco y protegida por
tela metálica —como llamamos a la malla sintética de textura de gasa o
mosquitero—. El jardín calado y hermoso. Observo los muebles de mimbre de color
malva; en las paredes, fotos de Fidel captadas por Alex, obras de algunos
pintores y un mural apaisado. Grandes helechos decoran la sala, un termómetro
registra parsimonioso las temperaturas y un reloj el tiempo, permanecen
inmutables los sillones de madera y mimbre, guardan silencio las finas violetas
en una pequeña maceta. En medio se encuentra el butacón de respaldar alto,
fijado por pesas en las patas, y las mesitas de trabajo, cada una con dos
pisos: encima de una de estas, frascos de cristal con anotaciones y cifras en
las tapas y el vidrio; contienen semillas de diversas variedades de moringa,
morera, tithonia y otras plantas.
El Comandante lleva con
precisión la cuenta de las simientes de que dispone para sembrar, en un
proyecto que considera estratégico, vinculado directamente a la producción de
carne y leche para nuestra población y la del mundo, en especial, de los
pueblos más necesitados, pero también a la posibilidad futura de que el trabajo
en el campo pueda realizarse a la sombra. Vislumbra el incremento de las
temperaturas en el planeta, lo que sería dañino para los campesinos, así que,
al laborar, habrían de protegerse del sol todo lo posible. En numerosas
oportunidades me ha hablado de cuánto progresa y sueña en ese terreno, vuelve
hoy a hacerlo; con entusiasmo señala los avances. Calcula y apunta en el pequeño
block sus disquisiciones. Mi pensamiento se remonta a lo que Fidel conoce desde
los tiempos escolares, pues él se graduó del bachillerato en Belén como
Excelencia en la asignatura de Agricultura, así que tal inclinación maravillada
es muy arraigada en él. De Birán, pero también de los colegios, viene tal
disposición de hacer producir la tierra en bien de los pobladores de un país,
una región o la humanidad toda.
«En un abrir y cerrar de ojos
el mundo cambió», me dice con los ojos agrandados, muestra de sus asombros y
certitudes, y al momento agrega: «y las ideas». Tiene una visión crítica del
error de considerar a inicios de la Revolución que alguien sabía lo que era
construir el socialismo. Por el rumbo del paso del tiempo y las lecciones que
deja, hablamos de cuestiones casi filosóficas. Una vez más conversamos sobre la
existencia o no de seres vivos y de vida inteligente en el Universo, más allá
de nuestro planeta, en el cielo. Rememora la visita del Papa Juan Pablo II y la
presencia aquí de Joaquín Navarro Vals y de un anciano sacerdote español,
asistente del Papa en esa época y que luego fue Obispo, Monseñor Marini, quien
le causó una muy agradable impresión por su comportamiento discreto y sus
razonamientos profundos y ecuánimes. Había podido escucharlo, después de una
cena, cuya conversación de sobremesa se había prolongado horas. El Comandante
planteó un problema teológico al preguntar cuál era la posición de la Iglesia
Católica ante la posibilidad de la existencia de vida inteligente en otros planetas
del Universo. Monseñor Marini había reconocido la certidumbre de esa
circunstancia, lo que el Comandante no olvidaba. Navarro, siempre respetuoso y
medido, enfrente, y el sacerdote al lado.
De súbito, reflexivamente, el
Comandante me mira y pregunta: «¿Van a brillar todas las estrellas y existir
todo el Universo para que los pequeños humanos podamos contemplarlos? Sería
pretencioso de nuestra parte», concluye acerca de tal posibilidad cosmológica.
Intercambiamos sobre las
noticias del día y los peligros de la confrontación nuclear, ratifica la
situación de amenaza a la especie humana y al propio planeta. Repasamos todas
sus anotaciones en la maqueta del libro enviado con antelación.
Pormenorizadamente, había ya revisado sus respuestas. Con paciencia me comenta,
señala, precisa enmiendas o ampliaciones del material con nuevos datos. Luego
de ese trabajo conjunto, continuamos la charla sobre el mundo, la religión, los
hombres, el tiempo, ese fugaz que se escurre, pero también, de alguna forma,
permanece.
El ánimo melancólico de Fidel
se diluye y desliza sin honduras en el alma. La pena no consigue adentrarse
definitivamente en él. Hay una buena razón, conmovedora y reveladora: su
infinita fe en el ser humano. El rostro del Comandante desborda alegría y satisfacción. Habla apasionado y
feliz de quienes, vecinos de una pequeña comunidad aledaña, considerada
compleja por la situación de sus pobladores —algunos no incorporados al
trabajo, mujeres con hijos que hasta entonces solo eran amas de casa, ancianos
jubilados— se habían sumado a las labores y planes de siembra y desarrollo con
entusiasmo febril y respondido a la convocatoria de fundar, crear, trabajar.
Jubiloso, el Comandante me invita: «una mañanita de estas tienes que ir por
allí». La tristeza se ha disipado en el aire fresco, calado, de la tarde. Me
mira y sus ojos brillan: «Katiuska, a la gente lo que hay es que motivarla».
De regreso a casa, hago el
viaje abstraída, reconcentrada, caen a cántaros en la memoria las palabras de
Fidel, sus desvelos y todo lo estudiado antes. Observo ensimismada a los
muchachos de su escolta, si algún día fuera necesario interpondrían sin dudarlo
toda su imponente presencia para salvarle la vida al Comandante. Admirada,
estoy convencida que los lleva a tal determinación resuelta la propia lealtad
de Fidel al pueblo, hilo mágico que enhebra la historia. Vuelven a mi memoria
pasajes de lo discursado por el Comandante casi al triunfo de la Revolución, el
24 de Enero, en Caracas:
Yo creo en los pueblos como
en algo vivo, como en algo capaz de hacer la historia, porque son los pueblos
los que han hecho la historia, no los hombres.
Los hombres pueden interpretar algo, adivinar, intuir una situación
histórica determinada, las cualidades de un pueblo; pero si no hay pueblo no
hay ni estadistas, ni generales, ni guerreros, ni nada absolutamente. Es una
verdad tan grande que si analizamos, por ejemplo, el caso de uno de los más
grandes guerreros de la historia, Napoleón Bonaparte, a quien se le atribuye el
genio de aquellas victorias, muy pocos se detienen a considerar por qué podía
lograr aquellas victorias. Si las cosas
las cambian y a los ejércitos que Napoleón derrotaba se lo ponen a sus órdenes
y ponen al pueblo de Francia frente a Napoleón, Napoleón no gana una sola batalla.
Del pueblo surgen los
estrategas, los tácticos, los líderes, todo surge del pueblo, y nosotros
acabamos de presenciar eso.
Era lógico que cuando un
mariscal de Napoleón lanzaba una carga de caballería no quedaba nadie delante,
los ejércitos eran divididos en dos y destrozados. No era el mérito de
Napoleón, era el mérito del pueblo francés, del cual surgieron todos aquellos
valores. (1)
Una vez le escuché decir que
el pecado original de la Revolución Cubana había sido ese: ser pueblo, razón
por la cual era ferozmente agredida desde el imperio norteamericano. Él mismo
hizo el recuento el 3 de febrero de 1959, en Guantánamo:
[…] yo tenía una
extraordinaria necesidad de volver al pueblo, porque con el pueblo es como me
siento bien. Yo tenía una extraordinaria necesidad de volver a Oriente, de
volver a la Sierra Maestra, porque allí fue donde se gestó la Revolución, allí
fue donde se inspiró el pueblo, allí fue donde se despertó la fe a la nación
entera. Y nosotros debemos regresar al pueblo constantemente; constantemente
debemos estar regresando al pueblo, para oír al pueblo y para seguir pensando y
sintiendo junto al pueblo. […].
Toda la moral se concentra en
ese hombre humilde del pueblo; yo me siento entre el pueblo en mi ambiente, y
al pueblo lo necesito, y con el pueblo estoy dispuesto a librar todas las
batallas.
Hay veces que los pueblos van
delante de los líderes señalando el camino, y hay veces que los líderes ven un
poco más lejos y trazan una pauta determinada. (2)
Así se disponía él a vivir toda
su vida entonces, así, a la altura de varias décadas, continuaba viviéndola sin
cansancios. Fidel no se apartaba un instante de su fidelidad. Había trazado la
bitácora de la expedición una vez más al expresar que la patria nueva habría de
ser esencialmente distinta a la patria vieja; la Revolución nunca se detendría,
estaría en pie mientras hubiera una injusticia por reparar.
En todo esto yo meditaba
durante el trayecto de regreso a casa. Concluía que la jornada intensa y
maravillosa había significado extraordinarias enseñanzas: lo más impresionante:
Fidel habla de fuego y frío en Venus y Marte, respectivamente; tiene la certeza
de los riesgos tremendos que vive nuestro planeta y nuestra amada islita como
parte de esa geografía, y ante el desafío, no pierde nunca la voluntad de
luchar. Fidel persevera: «Hay que luchar. Es el único camino».
Una segunda y definitiva
cuestión me maravilla, su inagotable convicción en la nobleza, su fe martiana
en los valores del pueblo, razón de vida y lucha de todo su ser, algo que
alienta su espíritu como una fuerza de la naturaleza.
Son casi las doce de la noche
cuando desciendo del auto y me despido nuevamente de los escoltas. Cesó el
temporal, se aquietó el viento. En el cielo, despejado y oscuro, brillan las
estrellas. Fidel vive. Fidel vivirá. Fidel vuelve al pueblo. Así será, sin
soledades, olvidos ni naufragios.
Aquella noche transparente no
podía anticipar que el 13 de agosto de 2021, después de los días, la lluvia, la
muerte, las ventiscas, con la llegada de las perseidas como cada año por la
misma temporada, Fidel renacerá en todos los que salieron y salen a las calles
a crear y fundar, a defender la Revolución y ponerle corazón a Cuba. Fidel
vive. Fidel vivirá. Fidel vuelve al pueblo en una decisión de sus hombres y
mujeres: ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!
(1) Discurso pronunciado por el Comandante
Fidel Castro Ruz, en el Parlamento de Caracas, Venezuela, 24 de Enero de 1959.
(2) Discurso
pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, en Guantánamo, 3 de Febrero de
1959.