Taller
de Lectura # 153 - Enero de 2022
“La vacuna cubana podría terminar
salvando millones de vidas”
Branko Marcetic. Escritor y periodista EEUU. Editor de
JACOBIN
1 diciembre, 2021 – Tomado de Gracus Edición 440
http://www.gracus.com.ar/2021/12/01/la-vacuna-cubana-podria-terminar-salvando-millones-de-vidas/
El sector de biotecnología y el compromiso del gobierno con la salud
pública convierten hoy a Cuba en el único país de bajos recursos que hizo su
propia vacuna. Pero los médicos de la isla no se contentan con haber salvado a
la población cubana de la pandemia, sino que proponen extender su asistencia a
millones de personas en todo el mundo.
La cobertura de prensa de Cuba se centró la semana pasada en
una serie de protestas contra el gobierno que finalmente no se realizaron.
Mucha menos atención recibió un acontecimiento que podría tener un enorme impacto
a nivel mundial: la campaña de vacunación de la isla.
Después de doce meses difíciles, en los que una reapertura
demasiado veloz llevó a una nueva ola de propagación del virus y al incremento
de las muertes en todo el mundo, el éxito de las campañas de vacunación
transformó la naturaleza de la pandemia. Hoy Cuba es uno de los pocos países de
bajos ingresos que no solo vacunó a la mayoría de su población, sino que lo
hizo con una vacuna propia.
La saga indica una salida posible para los países en vías de
desarrollo, que siguen luchando contra la pandemia en el marco de un apartheid
de las vacunas. Además, prueba en términos más generales la potencialidad de
una ciencia médica que no responde a las ganancias privadas.
La apuesta más segura
De acuerdo con la Universidad John Hopkins, mientras escribo
estas palabras, el 78% de la población cubana completó el esquema de
vacunación. De esa manera, la isla se posiciona en el noveno lugar del ranking
mundial, por encima de países ricos como Dinamarca, China y Australia (Estados
Unidos, con poco menos del 60% de la población vacunada, está en el puesto 56).
El vuelco que provocó el inicio de la campaña de vacunación en mayo revivió la
economía del país frente a las crisis gemelas de la pandemia y la intensificación
del bloqueo estadounidense.
Después de un pico de cerca de diez mil infectados y cerca
de cien muertes diarias, los números empezaron a caer en picada. Una vez que el
100% de la población hubo recibido al menos una dosis, el 15 de noviembre el
país reabrió sus fronteras al turismo, que representa aproximadamente un 10% de
sus ingresos económicos y hace poco reabrió las escuelas. Esto convierte a Cuba
en una caso atípico entre los países de bajos ingresos, que en conjunto
vacunaron al 2,8% de sus poblaciones. El resultado obedece sobre todo al
acaparamiento de dosis en el que incurrieron los países desarrollados y a la
celosa vigilancia ejercida sobre los monopolios de patentes, que impide que los
países más pobres desarrollen versiones genéricas de todas las vacunas,
financiadas en última instancia con dinero del sector público.
Clave en este sentido fue la decisión de Cuba de desarrollar
sus propias vacunas, dos de las cuales —Abdala, bautizada en homenaje a un
poema escrito por uno de los héroes de la independencia, y Soberana 2— fueron
aprobadas oficialmente en julio y en agosto. En palabras de Vicente Vérez
Bencomo, respetado director del Instituto Finlay, el país hizo una «apuesta
segura» cuando decidió no acelerar el proceso de desarrollo de las vacunas. De
esta forma, Cuba no solo logró evitar la dependencia de aliados más grandes,
como Rusia y China, sino que garantizó la posibilidad de sumar un nuevo
producto a sus exportaciones en un momento de enormes adversidades económicas.
Los resultados están a la vista. Vietnam, con solo el 39% de
su población completamente vacunada, firmó un acuerdo con Cuba para comprar 5
millones de dosis y su aliado comunista envió hace poco el primer lote de 1
millón, con 150 000 en concepto de donaciones. Venezuela (con el 32% de la
población completamente vacunada) también acordó comprar un lote de la vacuna
de tres dosis por un equivalente a 12 millones de dólares y empezó a
administrarla hace poco, mientras que Irán (51%) y Nigeria (1,6%) firmaron un
convenio con el país para desarrollar sus propias vacunas. Y, hace poco, Siria
(4,2%) empezó a discutir con las autoridades cubanas la posibilidad de hacer lo
mismo.
Las dos vacunas son
parte de un paquete de cinco vacunas que Cuba está desarrollando en este
momento. Eso incluye una vacuna, única en su género, administrada por vía
nasal, que en este momento atraviesa la fase II de las pruebas clínicas y que,
según uno de los científicos que dirige la investigación, en caso de que se
probaran su seguridad y su efectividad, sería de gran utilidad, pues la cavidad
nasal es la principal vía de acceso del virus al cuerpo. En el mismo paquete se
cuenta una vacuna de refuerzo, pensada sobre todo para quienes recibieron una
vacuna distinta y testeada recientemente en turistas italianos. Desde
septiembre, Cuba está en proceso de obtener la aprobación de sus vacunas por
parte de la Organización Mundial de la Salud. Eso abriría la puerta a la
generalización de su uso.
Una vacuna diferente
Según Helen Yaffe, profesor titular de Historia Social y
Economía en la Universidad de Glasgow, más allá de su país de origen, son
muchos los aspectos hacen de las vacunas cubanas un caso singular. En primer
lugar está la decisión de buscar una vacuna mucho más tradicional, que funciona
en base a proteínas, en vez de las más experimentales, basadas en la tecnología
ARNm utilizada en las vacunas contra el COVID más conocidas, que contaba con
solo algunas décadas de desarrollo antes de la irrupción de la pandemia.
Eso hace que la vacuna cubana pueda ser conservada en un
refrigerador común o incluso a temperatura ambiente, a diferencia de las
condiciones de ultrafrío que requiere la vacuna Pfizer o las temperaturas bajo
cero que exige la vacuna Moderna. «En el Sur Global, donde enormes porciones de
la población no tienen acceso a la electricidad, [la refrigeración] es un
obstáculo tecnológico suplementario», dice Yaffe.
Además, como la tecnología ARNm nunca antes fue utilizada en
niños, en el mundo desarrollado la diferencia en los ritmos de vacunación
fueron considerables (las vacunas dirigidas a niños menores de cinco años
todavía están en vías de desarrollo). Por el contrario, Cuba apuntó desde el
comienzo a crear una vacuna que sirva en ambos casos. Este mes, más del 80% de
la población isleña de dos a dieciocho años completó su esquema de vacunación.
Mientras que, desde septiembre, casi el 70% de los niños de
América Latina y el Caribe dejaron de asistir a la escuela, Cuba reabrió las
aulas. Gloria La Riva, activista y periodista independiente que visitó Cuba
todo el año y está en La Habana desde mediados de octubre, describió la
reapertura de la Ciudad Escolar 26 de Julio.
«Es muy importante para las familias», dijo. «Todo el mundo
siente un orgullo inmenso».
El poder de una
medicina sin fines de lucro
Hay otro factor importante que hace que la vacuna cubana sea
especial. «La vacuna cubana es producida íntegramente por el sistema público de
biotecnología», dice Yaffe.
Si bien es cierto que en Estados Unidos y en otros países
desarrollados la medicina que salva vidas resulta de la inversión pública, no
por ello las empresas privadas dejan de sacar rédito y controlar la
distribución. Pero el sector biotecnológico de Cuba es completamente estatal.
Eso significa que Cuba desmercantilizó un recurso humano vital: es el opuesto
exacto a lo que vivimos durante las últimas cuatro décadas de neoliberalismo.
Cuba viene invirtiendo miles de millones de dólares en la
creación de una industria biotecnológica nacional, sobre todo a partir de los
años 1980, cuando tuvo que reforzar el sector a causa de un brote de dengue y
de las sanciones económicas impuestas por Ronald Reagan. A pesar del demoledor bloqueo de Estados Unidos, país responsable de un
tercio de la producción farmacéutica mundial, el sector biotecnológico cubano
logró prosperar: produce cerca del 70% de los ochocientos medicamentos que
consumen los cubanos y ocho de las once vacunas que forman parte del programa
nacional de inmunización del país, por no mencionar los cientos de vacunas que
exporta cada año. Todos los ingresos que obtiene los reinvierte en el sector.
En referencia a la decisión de Cuba de desarrollar sus
propias vacunas, Vérez Bencomo dice que «Todas las vacunas que resultan de la
innovación científica son muy caras y son económicamente inaccesibles para el
país».
En cualquier caso, Cuba es reconocida en el sector a nivel
internacional. La isla ganó diez medallas de oro de la Organización de la
Propiedad Intelectual de las Naciones Unidas (WIPO) por desarrollar, entre
otras cosas, la primera vacuna del mundo contra la meningitis B. En 2015, Cuba
se convirtió en el primer país en eliminar la transmisión madre-hijo del VIH y
de la sífilis, gracias a sus drogas retrovirales y a su robusto sistema de
salud pública.
En ese sentido, Cuba fue capaz de hacer lo impensable:
desarrollar su propia vacuna y superar a una buena parte del mundo desarrollado
en el combate contra la pandemia, todo a pesar de su tamaño, de sus ingresos
reducidos y de la política de sofocamiento económico que llega del otro lado de
la costa. Las campañas de solidaridad internacional también fueron
fundamentales. Cuando el bloqueo de Estados Unidos provocó una escasez de
jeringas que puso en peligro la campaña de vacunación en la isla, los grupos de
solidaridad de Estados Unidos enviaron 6 millones de jeringas, el gobierno
mexicano envió 800 000 y China otras 100 000.
Una fuente de
esperanza
Aun así, el panorama es incierto. El uso de las vacunas en
Venezuela fue objetado por los sindicatos de pediatras y las academias médicas
y científicas, que recurren al mismo argumento que otros críticos: los
resultados de las pruebas no fueron sometidos a un proceso de revisión por
pares ni publicados en revistas científicas internacionales. La Organización
Panamericana de la Salud convocó a Cuba a publicar sus resultados.
Por su parte, Vérez Bencomo culpa a la hostilidad que
muestra la comunidad internacional contra Cuba. En una entrevista de
septiembre, denunció que los científicos cubanos están siendo discriminados por
las grandes revistas, a las que acusa de tener una larga trayectoria de
rechazar la colaboración de los cubanos, aun cuando después publican
investigaciones similares de colegas de otros países y de actuar como una
«barrea que tiende a marginar el progreso científico logrado en los países
pobres».
Es una denuncia muy grave en boca de un científico
reconocido en todo el mundo. Ganador del Premio Nacional de Química de Cuba y
de una medalla de oro de la WIPO, Vérez Bencomo dirigió un equipo junto al
científico canadiense que desarrolló la primera vacuna semisintética del mundo,
reduciendo los costos de inmunización contra la Haemophilus influenzae tipo B.
Más tarde, cuando después de colaborar en el desarrollo de la vacuna contra la
meningitis, quiso viajar a recibir un merecido premio en California, el
Departamento de Estado de George W. Bush bloqueó su ingreso al país con el
argumento de que su visita era «perjudicial para los intereses de los Estados
Unidos». En 2015 recibió la Legión de Honor de manos del entonces ministro de
Asuntos Sociales y Salud, que reconoció su obra y lo nombró «amigo de Francia»
(en ese entonces, Vérez Bencomo se negó a dar una entrevista).
Aunque la recuperación de Cuba sugiere que la confianza de
Bencomo y del gobierno cubano no es inapropiada, tal vez tenga que pasar un
tiempo hasta que reciban el visto bueno de la comunidad científica
internacional. Si eso sucede, sumaremos
un buen argumento para impugnar el modelo de desarrollo de vacunas reinante en
la actualidad, que, siguiendo el decálogo de las grandes farmacéuticas,
sostiene que solo la competencia con fines de lucro es capaz de producir el
tipo de innovación que el mundo necesita a la hora de salvar vidas.
Tal vez más importante todavía sea el hecho de que ayudará
al mundo en vías de desarrollo a salir del agujero negro al que parece haberlo
arrastrado la pandemia, y en el que está atrapado muchos meses después de que
algunos países ricos completaron sus esquemas de vacunación. Los gobiernos
occidentales siguen oponiéndose a los llamamientos del Sur Global a prescindir
de las patentes y habilitar la fabricación o la compra de versiones genéricas
de las vacunas. De esa manera, no solo vulneran a la mayoría de la población,
sino que, irónicamente, nos ponen en peligro a todos, pues esas placas de Petri
del tamaño de países enteros que crearon sus políticas, fomentan el desarrollo
de nuevas mutaciones y de cepas resistentes a las vacunas. En ese sentido,
todos deberíamos estar deseando que las vacunas de Cuba demuestren ser tan
exitosas como afirman los científicos que las desarrollaron.
Traducción: Valentín Huarte