CHEgasé
Fabián Bazán
La desconocida relación de Ernesto Guevara con Rosario
y de la ciudad con el Che
De «honra de nuestra estirpe» a
«revolucionario profesional»
En 1958 Ernesto Guevara era un hombre tan poco conocido que hasta la CIA
ignoraba sus datos personales». Por eso, quizás, pudo mantener
correspondencia cotidiana con su familia y sus amigos más íntimos, al tiempo
que se preparaba para la operación que cambiaría su vida y la historia de esta
región. Sí se conocía, porque había realizado un muy hábil manejo de los
precarios medios de comunicación que existían en la época, al doctor Fidel
Castro, líder de los combatientes que se agrupaban en el Movimiento 26 de
julio.
El 7 de julio de
1953, el flamante doctor Ernesto Guevara de la Serna inicia su segundo viaje
por América, esta vez acompañado por su amigo Carlos Calica Ferrer. Después de
recorrer Bolivia, Perú, Ecuador, Panamá, Costa Rica y Guatemala (donde adhiere
al gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, en conflicto con los Estados
Unidos) llega, finalmente, a México. Allí conoce a un grupo de cubanos que
habían formado parte del fracasado asalto al cuartel de Moncada el 26 de julio
de 1953, entre ellos Fidel Castro; se casa con la economista peruana Hilda
Gadea; nace su hija Hildita; es detenido junto a otros 30 cubanos (también
Castro entre ellos) y, al salir, comienza su adiestramiento para embarcarse a
Cuba en el famoso yate Granma junto a otros 81 compañeros, apretujados unos con
otros. Desembarcan en una playa del oriente cubano el 2 de diciembre de 1956:
70 de los embarcados son “cosidos a balazos” (ver aclaración al final de éste
texto) por las tropas oficiales y los 12 sobrevivientes escapan a las montañas.
Comienza la odisea de Sierra Maestra. Comienza la revolución...
El diario La Capital de Rosario, como todos los medios del mundo, recoge la
noticia a través de las grandes agencias noticiosas internacionales; en este
caso, United Press, que el 3 de diciembre de 1956 emite un cable que el matutino
publica al día siguiente bajo el título «Es incierta la situación por la
que atraviesa Cuba». El cuerpo de la nota hace mención casi exclusiva a la
suerte corrida por Fidel Castro, a quien da por muerto en el desembarco: «La gran incógnita en Cuba hoy
es: ¿Ha aplastado el gobierno al movimiento revolucionario que prometió
derrocarlo o ha encendido la chispa patriótica que convertirá la república en
una antorcha?
La muerte rápida y salvaje que cayó sobre Fidel
Castro y su alto mando ha sacudido a la nación. La noticia pasó de boca en boca
como un reguero de pólvora.
Debido al obligatorio “descanso dominical”,
las estaciones de radio cubanas no difundieron la noticia ni los diarios la
publicaron, pues no aparecen durante el período de 24 horas entre las 11 del domingo a las 11 del lunes.
Castro se hallaba en Cuba para dirigir el
movimiento revolucionario que sus partidarios iniciaron en Santiago el viernes
último, de acuerdo con el plan de “lucha hasta la muerte” preparado con muchos
meses de anticipación.
Con Castro perecieron su brazo derecho Juan
Manuel Márquez y su hermano menor, Raúl. Para cumplir su campaña, Castro se dio
a sí mismo el rango de mayor general e hizo a Márquez —que dirigió la campaña
para reunir fondos en Miami, Tampa, Nueva York y otras ciudades norteamericanas— general, y a su
hermano, a quien nombró su ayudante de campo, capitán.
Castro había proclamado el “año de la
decisión” el de 1956 en su campaña solitaria
para derrocar al gobierno de Batista. También dijo que él y sus compañeros
serían “héroes o mártires” para fin de año; profecía que ahora se ha cumplido.
Sus contrarios confían en que su muerte y la de sus partidarios militares
significará el fin de los complots contra el gobierno». Como se ve, Ernesto
Guevara no existía en ese momento para los medios de comunicación y las
agencias noticiosas.
Ahora bien, ¿qué era
Cuba en ese entonces? Veámoslo en unas pocas líneas que no nos alejen demasiado
del centro del trabajo.
Cuba había sido la
última colonia americana en conquistar la independencia de España aunque su
destino no sería mejor, ya que quedó bajo el yugo norteamericano. Famosamente
llamada «el cabaret de los Estados Unidos»[1], la isla se debatió
durante siglos en la lucha por su independencia total, en la recuperación de
sus riquezas y en la conformación de un gobierno que, por una vez, no fuera
títere del poder de Washington. Pero las cosas iban de mal en peor y en 1940,
en medio de décadas de golpes de Estado de las más bananeras características,
llegó al poder el más bananero de los dictadores: Fulgencio Batista, un ex
sargento-taquígrafo rápidamente ascendido a coronel y nombrado Jefe del
Ejército (cualquier semejanza con nuestro José López Rega es pura
coincidencia), quien gobernó la isla a su antojo (en realidad, al antojo de los
Estados Unidos) entre 1940 y 1944 y desde 1952 hasta la llegada de la
revolución. El 1ro de enero de 1959 encuentra a Cuba, entonces, con
un grupo de rebeldes que han pasado tres años en las montañas haciéndose
fuertes y sumando voluntades a su lucha, y un gobierno títere al que sólo le
faltaba un empujón para caerse de la isla. El empujón será la historia.
Bien. Volvamos a lo
nuestro, habiéndonos puesto en tema.
Ya se dijo que eran
pocos los que conocían a ese nuevo personaje que estaba a punto de irrumpir
románticamente en las crónicas de todos los diarios del mundo, pero la prensa
internacional sí conocía a Fidel Castro, su lucha y sus ideales. Y,
básicamente, conocían a Batista. Tanto lo conocían que a nadie se le cruzaba
por la cabeza defenderlo.
Por eso, cuando se
produce el ingreso de las tropas rebeldes a La Habana, el mundo no tiene más
remedio que rendirse a «les barbus de Fidel», según la célebre
definición del semanario Paris Match[2].
La noticia, llegada a
Buenos Aires, no podía tener otra visión que la que cuenta Gambini: «Ese rostro de rasgos
finos y apellido aristocrático no interesaba a los obreros argentinos, ocupados
en reprocharle a Frondizi (a quien habían llevado a la presidencia diez meses
antes, por orden de Perón), el incumplimiento de sus promesas preelectorales.
Ernesto Guevara sólo llegaba hasta la clase media e impresionaba a los
intelectuales tanto de izquierda como de derecha. El Barrio Norte en cambio se
fascinaba con la idea de que un universitario argentino convertido en guerrillero
otorgara popularidad internacional a un modismo tan porteño como “che”. Era una nueva manera
de trascender y de que no se conociera a los argentinos solamente por Perón,
Evita, Fangio o Pascualito Pérez. Era también una forma de restaurar el machismo
nacional, tan deteriorado por la tremenda derrota futbolística de Suecia, donde
el seleccionado había caído por 6 a 1 frente a los checos, y también
una manera de sobreponerse a la insólita aparición de un cantante popular,
Billy Cafaro, que excitaba a los chicos de quince a dieciocho años con su
físico endeble, desgarbado, y quien, con una barbita y una tonta canción (“Pity,
Pity”, eclipsaba al tango en su momento más declinante.
Todo eso era el Che en Buenos Aires. Pero él
estaba en Cuba y no lo sabía. Si lo hubiese imaginado, seguramente le habría
dado fastidio encarnar a un personaje tan atractivo para la aristocracia,
mientras él soñaba con una revolución social. Los únicos que comenzaban a
advertir esa faceta ideológica del personaje fueron los estudiantes de
izquierda, aquellos que habían dado su apoyo estruendoso a Frondizi, para
conciliar a la universidad con la clase obrera en el pronunciamiento del 23 de febrero de 1958, tras el duro
enfrentamiento de 1945. (...) Para ellos El
Che era algo más que un “romántico aventurero que luchó en tierra ajena por la Libertad”,
como se leía en las almibaradas crónicas periodísticas.
Los que sospechaban algo más lo llamaron por
teléfono a La Habana. Fue una conversación periodística que los diarios iban a
recordar nueve años después, al producirse su muerte:
—
¿Qué
hay de cierto sobre las tendencias comunistas o extremistas que se le
atribuyen?
—
Entiendo
la pregunta, pero antes de contestarles quiero que se me aclare si se refiere
al Movimiento o a mí personalmente.
—
Con
respecto al Movimiento, pero puede incluirse usted si lo desea.
—
Le
responderé a las dos preguntas. El Movimiento profesa una doctrina revolucionaria
que ya ha expuesto y está a la vista de todo el mundo. No puede un movimiento,
como un individuo, esconderse u ocultar sus intenciones. Estas están escritas y
ampliamente difundidas. Sólo hay, pues, que verlas, estudiarlas y hacer el
análisis que, entiendo, no nos corresponde a nosotros mismos. Con respecto a mi
persona, le diré que creo ser víctima de la campaña internacional que siempre
se desata contra quienes defienden la libertad de América».
En realidad, la noticia fue
bien recibida por los diarios y, por ende, en general causó buena impresión en
los ciudadanos. En la República Argentina, el diario Crítica (el más importante entre
los intelectuales argentinos de la época) tituló «Encabezados por “Che”
Guevara entraron en La Habana los rebeldes. Las fuerzas libertadoras fueron
objeto de gran demostración», agregando un día después que «El argentino Guevara permitió al
pueblo cubano ser hoy material y moralmente libre, dicen los exiliados»; Clarín (incipiente
diario que había sido fundado por Roberto Noble 14 años antes) mencionaba que «Ernesto Guevara,
apodado “Che” por sus compañeros,
es uno de los principales lugartenientes de Castro. Joven de gran valentía, el
argentino dirigió varias de las operaciones más difíciles de la prolongada
lucha» y
hasta el conservador diario La Prensa daba la bienvenida a los revolucionarios
haciendo hincapié, desde su Editorial, en que «Ha huido, derrocado,
otro dictador de los que con su solo nombre ensombrecen la historia de América», en un discurso muy
parecido al que tuviera el diario La Capital de Rosario. También La Nación, desde su gorilismo
inclaudicable se alegraba de que el Che hubiera sido «uno de los 3.000 integrantes del
Grupo Monteagudo y, dentro de él, formó parte de la Acción Argentina, fuerza de
choque dirigida contra el dictador argentino» (Juan Domingo Perón,
obviamente...).
En el resto del mundo, la reacción
no sería muy diferente, aunque la imagen del Che pasara más desapercibida que
en nuestro país: el diario El Día de Montevideo (colorado batllista) tituló «Cayó el ominoso
régimen del sargento Batista»; para el New Chronicle de Londres «son los dictadores
los que están recibiendo las palizas. El último caudillo en ser echado es
Batista, de Cuba. No está aún claro si será reemplazado por otro dictador o si
el líder rebelde Fidel Castro” establecerá la democracia. Lo que está claro es
que en los últimos tres o cuatro años la gran región de América Central y del
Sur se ha movido hacia la libertad»; el ultraderechista diario El Mercurio, de Santiago de Chile,
expresaba que «todos
los demócratas latinoamericanos desean que la serenidad se imponga rápidamente
en Cuba para que un gobierno provisional pueda restablecer cuanto antes, las garantías
públicas y el orden indispensable para la convivencia democrática»; y el ABC de Madrid
recuerda que Batista «irrumpió en Cuba en 1933 seguido de ascensos
bruscos en su carrera militar y tuvo la habilidad de mantenerse entre bastidores
hasta 1940 presentando su
candidatura a la presidencia y triunfando en las elecciones».
En fin, volvamos a
Rosario. El panorama en nuestra ciudad no distaba demasiado de lo descripto por
Gambini sobre Buenos Aires (pecando, como todos los porteños, de un
etnocentrismo patológico) y de lo que daban cuenta los diarios del mundo, con
una pequeña diferencia: el Che había nacido aquí. Pocos lo sabían entonces,
pero la prensa se encargó de hacerlo conocer.
En aquella época
coexistían en Rosario tres diarios: La Capital, por supuesto, propiedad de la familia Lagos y
decano de la prensa argentina, La Tribuna (vespertino nacido el mismo año que Ernesto al abrigo del
Partido Demócrata Progresista pero que, a partir de 1950, fue gestionado por
sus propios trabajadores) y Crónica, propiedad de otro Lagos, Néstor Joaquín,
recordado como muy buen tipo, muy honesto, también integrante del Partido
Demócrata Progresista y del directorio de La Capital, Crónica y La Tribuna eran vespertinos muy leídos porque traían la información
de las carreras de caballos y la quiniela y vendrían a ser los diarios
«populares» de la ciudad, mientras que La Capital se sentía el vocero de la
clase media a la que, al mismo tiempo, representaba.
La noticia de la
Revolución Cubana fue tapa de los dos vespertinos, que tenían una diagramación
más parecida a los actuales diarios, mientras que La Capital siguió dedicándole sus tres primeras páginas a los
clasificados y recién colocó la noticia en su página 6, en lo que sería la sección
Internacionales. El Che sólo es mencionado en La Tribuna, que además coloca una foto con el epígrafe «Arriba,
podemos ver a un batallón de rebeldes “Castrits” (SIC) dirigido
por el rosarino “Che Guevara», aunque en la foto —de muy mala calidad,
acorde a la época—, no se lo identifica.
Además de dar la noticia,
la tapa del diario incluye un suelto que, bajo el título «Por Cuba libre
marcharan en Rosario»,
informa que «La
alegría que la caída del dictador cubano, Fulgencio Batista, ha provocado en la
ciudadanía de Rosario tendrá una entusiasta exteriorización en la marcha que
con los auspicios de la Federación Universitaria del Litoral, se realizará esta
tarde por la calle Córdoba. El acto, que tiene carácter de “reafirmación de la
hermandad que nos une con los rebeldes civiles cubanos”, se iniciará previa una
concentración a realizarse a dicha hora en Córdoba y Laprida.
Por su parte la Defensa Activa de la
Democracia y el Centro Juvenil “Democracia y Libertad” han “invitado a la
ciudadanía democrática de Rosario a concentrarse hoy, a las 19, en Córdoba y
Sarmiento para festejar el triunfo del movimiento revolucionario “26 de julio”, que
dirigido por Fidel Castro ha devuelto la libertad a Cuba. Asimismo, han dado
varios comunicados de adhesión el Movimiento Intransigente y Renovador de la
U.C.R. del Pueblo, el Partido Socialista, la Unión Socialista Libertaria y la Federación juvenil
Comunista».
Al día siguiente, también el Partido Demócrata Progresista da a conocer
«una
declaración ante el triunfo de la revolución cubana en la que expresa su
solidaridad con los patriotas del Caribe que sin desmayos y sin claudicaciones
han visto coronados ahora sus esfuerzos». Pero eso no es lo más
insólito, visto el hecho a más de cinco décadas, que traía el ejemplar de El
Decano en su edición del sábado 3 de enero de 1959: bajo el suelto titulado «El almirante Rojas
manifestó su adhesión al júbilo de la ciudadanía libre de Cuba», brindaba la siguiente
información: «Me
adhiero y siento de todo corazón el júbilo de la ciudadanía cubana y argentina
por la caída del dictador”, dijo el almirante Isaac F. Rojas, y agregó: “Este
es un triunfo que llenará de alegría, no sólo a los argentinos, sino a toda
América y a todo el mundo libre” La
palabra del ex vicepresidente del gobierno provisional fue requerida anoche,
poco después de las 24, por una numerosa
manifestación que se había congregado previamente frente a la embajada de Cuba
y que poco después se dirigió al domicilio del almirante Rojas, quien, a
requerimiento de la misma, se
hizo presente en uno de los balcones, desde donde pronunció un breve discurso»[3].
De especial interés a esta
investigación resulta el Editorial de La Capital de ese mismo sábado, «Un
paso adelante de la libertad», que, en sus puntos más
salientes, dice: «El 16
de septiembre de 1955
sella la suerte de los dictadores en Latinoamérica. Triunfante la Revolución
Libertadora en nuestra patria, una nueva etapa se abre en la historia del
continente. Con la caída de un régimen que sometía a nuestro pueblo y empobrecía
el país, empieza a palidecer el sol de los tiranuelos que azotaban América.
(...)
Después
de Argentina, Colombia y Venezuela, y ahora Cuba, sacudieron la opresión a que
estaban sometidos sus pueblos. Cayeron uno tras otro los dictadores, y en todos
los casos sus caídas no fueron ni dignas ni heroicas. (...) quienes no supieron
cumplir con el deber prometido de morir al frente de los suyos y se fugaron en
los momentos decisivos, no merecen que nadie se sacrifique por ellos.
En
el reciente caso de Cuba, la responsabilidad ante la historia y ante su pueblo del autócrata
depuesto es aún mayor. Dos años duró la guerra civil. Dos años de luto, de
dolor y de miseria impuestos a un pueblo digno. Dos años de duras restricciones
a la libertad, de crueles persecuciones y de debacle económica, para mantener
el poder obtenido mediante el motín y el fraude y apuntalado en la violencia
oficial. Se negó el patriotismo de los rebeldes que han admirado al mundo con
su denuedo y sacrificio, y se buscó el apoyo exterior para someterlos, no
obstante denunciarlos como grupos pequeños de salteadores, y se anunció su
exterminio repetidamente, mientras, en los refugios impenetrables de la Sierra
Maestra, se retemplaban espíritus y cuerpos para continuar la dura lucha por la
liberación de la nación del inmortal Martí.
Para honra de nuestra estirpe estaba allí, en
las primeras filas, donde no hay más camino que morir o triunfar, un
compatriota cuyo nombre pronuncian con respeto y admiración todos los hombres
libres del mundo, poniendo en la épica hazaña el recuerdo de nuestros próceres,
argentinos americanos a la vez, que soñaron con un continente que fuera refugio
y altar de la libertad y la democracia. El doctor Guevara, “Che Guevara”, como
lo llaman sus camaradas de heroicidad, ha prestado un extraordinario servicio a
América y a todas las democracias de la tierra.
Quedan aún en el continente algunos reductos
de nepotismo. Seguramente no durarán mucho. El clima americano ha cambiado
desde la Revolución Libertadora Argentina. Los dictadores han perdido ya,
definitivamente, el apoyo de los grandes intereses que los sostenían para hacer
con ellos dudosos negocios. Esa época de turbias maniobras en las que se jugaba
sin piedad el destino y el derecho de los pueblos ha terminado ya. Han de caer
como cayeron ya otros, porque las corrientes populares son invencibles y ellas
ya han definido claramente sus anhelos».
Se pueden rescatar
dos párrafos del Editorial: el primero, cuando dice que «El
16
de septiembre de 1955 sella
la suerte de los dictadores en Latinoamérica. Triunfante la Revolución
Libertadora en nuestra patria, una nueva etapa se abre en la historia del
continente. Con la caída de un régimen que sometía a nuestro pueblo y empobrecía
el país, empieza a palidecer el sol de los tiranuelos que azotaban América». Por aquel entonces,
la llamada Revolución Libertadora (que con el tiempo ha trocado, para muchos
historiadores, a Revolución Fusiladora) ya no tenía el control formal del país.
Arturo Frondizi había ganado en elecciones dudosamente democráticas (por la
proscripción del peronismo a presentarse en las mismas) y, al menos
formalmente, era el presidente argentino. Es decir que la prensa ya no debía
rendirle pleitesía a la dictadura. Sin embargo, La Capital lo hace. Crónica y La Tribuna, no. A partir de esa toma
de postura, iremos viendo una serie de dislates cuasi grotescos, donde las
primeras comparaciones entre la Revolución Libertadora y la Revolución Cubana
pasan en pocos meses al olvido, siempre en favor del rescate de la primera y la
condena a la segunda.
(En este punto, y a
modo de digresión, puede resultar interesante y oportuno reproducir una poco
conocida correspondencia entre Ernesto Sábato y su homónimo, el Che. En una carta
fechada el 1ro de febrero de 1960, el escritor de Santos Lugares le
dice al Comandante; «Esquemáticamente, el problema tiene
los siguientes aspectos que requieren un análisis:
1.
—
La Revolución cubana fue saludada con alborozo por la oligarquía argentina en
pleno, porque veía en ella la continuación o equivalente de la revolución de 1955 contra el peronismo.
El uso abstracto y equívoco de palabras como “libertad” y “tiranía” dio este
resultado paradojal. La misma causa que a tantos intelectuales argentinos nos
llevó a situarnos contra el auténtico pueblo argentino.
2.
— Como
consecuencia inevitable del hecho anterior, la inmensa mayoría del pueblo
trabajador tomó posición contra ustedes. Puede leerse en barrios obreros del
Gran Buenos Aires enormes carteles que dicen “Viva Perón, muera Fidel Castro”.
3.
— Con
el desarrollo de los acontecimientos cubanos sobre todo con la aplicación de
medidas sociales y “comunistas” las señoras de nuestra oligarquía y los
prohombres de nuestra democracia temen crecientemente haberse equivocado y ya
pueden oírse a muchos de ellos que sostienen que Castro se perfila como un
nuevo Perón. Por desgracia las masas populares no experimentan correlativamente
el movimiento inverso (tal es la confusión reinante) y Castro sigue siendo por
antonomasia, un libertador del mismo género que el almirante Rojas.
Cuando en momentos en que se producía la
revolución de 1955 yo vi modestas
sirvientitas llorando en silencio, pensé (por fin) que los árboles nos habían
impedido ver el bosque y que los afamados textos en que habíamos leído sobre
revoluciones químicamente puras nos habían impedido ver con nuestros propios
ojos una revolución sucia (como siempre son los movimientos históricos reales)
que se desarrollaba tumultuosamente ante nosotros».
Guevara le contesta por la
misma vía, en una carta fechada el 12 de abril de ese año y, lúcidamente, le
dice: «Sería
difícil explicarle por qué “esto” no es Revolución Libertadora; quizá tendría
que decirle que le vi las comillas a las palabras que usted denuncia en los
mismos días de iniciarse, y yo identifiqué aquella palabra con lo mismo que
había acontecido en una Guatemala que acabo de abandonar, vencido y casi
decepcionado. (...) No podíamos ser “libertadora” porque no éramos parte de un
ejército plutocrático sino éramos un nuevo ejército popular, levantado en armas
para destruir al viejo; y no podíamos ser “libertadora” porque nuestra bandera
de combate no era una vaca sino, en todo caso, un alambre de cerca latifundaria
destrozado por un tractor, como es hoy la insignia de nuestra INRA. No podíamos
ser “libertadora” porque nuestras sirvientas lloraron de alegría el día en que
Batista se fue de La Habana y hoy continúan dando datos de todas las
manifestaciones y todas las ingenuas conspiraciones de la gente Country Club
que es la misma gente Country Club que usted conociera allá y que fuera a veces
sus compañeros de odio contra el peronismo. Aquí la forma de sumisión de la intelectualidad
tomó un aspecto mucho menos sutil que en la Argentina. Aquí la intelectualidad
era esclava a secas, no disfrazada de indiferente, como allá, y mucho menos
disfrazada de inteligente; era una esclavitud sencilla, puesta al servicio de
una causa de oprobio, sin complicaciones, vociferaban simplemente. Pero todo
esto no es nada más que literatura. Remitirlo a usted, como lo hiciera usted
conmigo, a un libro sobre la ideología cubana, es remitirlo a un plazo de un
año adelante»
El segundo párrafo
notable de aquel primer Editorial de La Capital es aquel que dice: «Para
honra de nuestra estirpe estaba allí, en las primeras filas, donde no hay más
camino que morir o triunfar, un compatriota cuyo nombre pronuncian con respeto
y admiración todos los hombres libres del mundo, poniendo en la épica hazaña el
recuerdo de nuestros próceres, argentinos americanos a la vez, que soñaron con
un continente que fuera refugio y altar de la libertad y la democracia. El
doctor Guevara, “Che Guevara”, como lo llaman sus camaradas de heroicidad, ha
prestado un extraordinario servicio a América y a todas las democracias del
mundo».
Y se trata de un texto notable no sólo porque, evidentemente, fue redactado por
una buena pluma, sino porque La Capital siempre ha sido formador de opinión en
nuestra ciudad, sobre todo en aquella época en la cual, para informarse, sólo
había tres emisoras de radio, algunos pocos aparatos de televisión (que
repetían la programación del Canal 7 de Buenos Aires) y, siendo generosos, el
noticiero del cine. La clase media se ilustraba en las páginas de La Capital, se reflejaba en sus Editoriales, se miraba al
espejo en sus noticias sociales. Que ese medio haya escrito ese párrafo de la
manera en que lo hizo fue una bienvenida casi gloriosa del Che a su ciudad
natal, como si fuera una segunda entrada a La Habana, pero en tinta negra sobre
fondo blanco.
Al día siguiente, domingo
4, La Capital sí coloca en su ejemplar una
foto del Che, con el epígrafe «El médico rosarino Dr. Ernesto Guevara,
fotografiado en Sierra Maestra durante las luchas contra Batista, que ahora
culminaron con éxito» y, aunque no es mencionado en la nota principal, sí se le dedica otra
bajo el título «Arengó
Guevara a las tropas cubanas».
En un recuadro del 5 de
enero, Crónica informa acerca del «Inminente
reconocimiento al gobierno de Fidel Castro, y en otro, titulado «Declaraciones de E. Guevara», informa que «...otra cosa declaró
Guevara: Dijo que había terminado la operación bélica, y ahora comenzaba el
período de reorganización.
Todo esto lo dijo en una entrevista.
Los periodistas le preguntaron luego si era
comunista. Con un brazo vendado por una herida que recibió en Santa Clara,
contestó: “Numerosos
combatientes de la libertad de América latina, hombres como Lázaro Cárdenas y
Fidel Castro, fueron calificados de comunistas. Estoy muy contento de sentirme entre
ellos”.
El 10 de febrero, el
matutino entrega la noticia sobre la reforma de la Constitución cubana mediante
la cual Castro podría acceder a la presidencia de la isla al bajarse a 30 años
la edad requerida para el cargo, que era de 34 (Fidel tenía 33 en ese
entonces), y se hace saber que se le otorga al Che la calidad de «cubano
nativo»
(era la primera persona en 55 años en recibir tal distinción) con lo cual
quedaba en carrera para aspirar también a la presidencia de Cuba, como destacaba
el diario.
El 4 de mayo, la
aprobación de la Revolución Cubana por parte de La Capital llega a su punto más alto: Fidel Castro arriba a Buenos
Aires para una reunión de los 21 delegados de la Organización de Estados
Americanos (OEA) y brinda uno de sus acostumbrados brillantes y extensos
discursos. El diario de los Lagos no pierde la ocasión de editorializar, bajo
el título «La palabra de un líder americano», que Castro «habló
con claridad. No hubo en sus palabras desplantes ni reclamos plañideros. Se
convirtió en vocero de anhelos de pueblos viriles y capaces que se angustian
porque no se les abren los caminos de su progreso». Será la última vez
(y por décadas) que los rosarinos lean algo así con respecto a la Revolución
Cubana y a sus líderes. Será necesario demorarse unos párrafos para explicar
los motivos.
El diario de La
Capital fue fundado en 1867
como vespertino por dos periodistas porteños, Ovidio Lagos y (dato poco o nada
conocido) Eudoro Carrasco, quien fuera el socio capitalista de la empresa[4].
Cuentan los historiadores
Pigna y Cesaretti que el diario (en realidad, apenas se trataba de una hoja con
una tirada de 200 ejemplares), comenzó
siendo un medio faccionario de apoyo a Urquiza, lo que le costó la clausura y
el encierro en prisión del propio Lagos. «Digamos
que la actuación política de Lagos es tan activa como sinuosa: las causas ante
las que se opone, poniendo en juego la vida, más tarde merecen su apoyo con
idéntico tesón».
Así, apoya sucesivamente (en Buenos Aires) al Partido Federal Reformista, (en
Paraná) al Club del Pueblo, contrario a la federalización, (en Rosario) se
convierte en fervoroso Urquicista y opositor al gobernador Oroño, a quien apoya
después a través de Alsina y en 1886 «presta decidido apoyo a la
candidatura de Juárez Celman, luego de haber sido encarnizado opositor del
roquismo». En
fin, no es la intención cuestionar la figura de Lagos sino, por el contrario,
tratar de entender y dejar en claro que La Capital nació como algo diferente a
lo que hoy conocemos y a lo que se conocía en 1959: fue fundado con la noble
idea de ser un diario de combate político, en un momento en que todo estaba por
hacerse en este país.
El cambio se produce a la muerte de don
Ovidio: «...sus
hijos cambiarán el perfil de La Capital. El diario de combate
fue dando lugar a una empresa comercial que se afianza progresivamente no solo
en virtud del crecimiento demográfico de la población y el volumen de negocios
y mercado que esto conlleva, sino también por cambiar su inicial impronta
sectaria por un género discursivo que entiende común a toda la sociedad,
enmarcado por la defensa de determinados valores del orden burgués y los
principios del liberalismo. Paulatinamente va tomando distancia de las luchas
partidarias para asumir al mismo tiempo el rol de vocero y educador de las
clases dirigentes del entonces amplio hinterland de la rosarinidad, un espacio
que a principios del siglo XX ya desborda el sur santafecino y avanza sobre el
este cordobés y el norte bonaerense». Posteriormente, «ocultando el “rosista
pecado de juventud”
del patriarca, los Lagos harán del diario en el siglo XX un firme defensor de
la línea histórica “Mayo-Caseros” [5]
.Es esta una operación simbólica no menor, por medio de la cual La Capital
comienza ya por entonces a redefinir su lugar como “prensa seria”, y cuando en 1911
El Municipio deja de salir, acapara y monopoliza el negocio de los avisos
clasificados y asegura su subsistencia económica. Los adelantos técnicos y
editoriales aplicados significaron para La Capital el tránsito hacia una
posición con la que ningún otro medio de la ciudad estaba en condiciones de
competir (...) La construcción y posterior consolidación de una “prensa seria” en la ciudad, en
torno exclusivamente al diario La Capital constituye para los sectores burgueses,
uno de los más significativos logros. Su éxito en la consolidación de una
palabra escrita que legitima, más allá de las diferencias coyunturales, su rol
de clase que impone su hegemonía a los sectores subalternos, trascenderá los
tiempos y perdurará como parte del imaginario colectivo rosarino, cimentando
una empatía entre la ciudad de Rosario y “su” diario». En otra de las notas del blog, los
historiadores van un poco más allá: «Así como La Nación lo es en la Nación, La
Capital es en la ciudad que alguna vez aspiró a ser capital, el representante
principal de la prensa “seria”. Su solidez se sustenta en su amplia
circulación, su monopolio de los clasificados, los avisos y en la fama
consolidada como órgano de “opinión pública” racional y neutral.
Esta privilegiada posición es aceptada por el resto de los periódicos locales
que no intentan desplazarla mediante la competencia, sino que antes bien buscan
un modus vivendi lucrativo para todos, lo cual no excluye, claro, roces
significativos».
Esta marcha del
diario hacia su entronización como medio representante, portavoz y bandera de
la burguesía de la ciudad y la región sólo reconoce una desviación: entre el 20
de septiembre de 1953 y el 19 de septiembre de 1955, cuando La Capital es dirigida por Nora Lagos. Nacida en 1925 y bisnieta
directa del fundador, Nora abrazó fervientemente las banderas del peronismo y,
en una época en que el gobierno nacional (su partido) cerraba el cerco sobre
los diarios del todo el país que no le eran adictos, su presencia fue reclamada
por la propia familia —a pesar del disgusto que provocaba su ideología y su
propia persona— para salvar la empresa. Así, Nora Lagos se convirtió en la
única mujer directora en la historia del matutino, al que convirtió —con el
apoyo de los obreros—: en una herramienta más del partido gobernante
y editando, de paso, «el mejor suplemento cultural que tuvo
La Capital nunca,
superior al de La Nación. Cuando Perón es derrocado, Nora es echada de
la dirección por la propia familia que la había ido a buscar dos años antes y
La Capital retoma su camino de siempre[6].
Para la época de la
Revolución Cubana, el diario estaba en manos de tres directores que continuaban
la línea histórica de El Decano: Carlos Leopoldo Lagos (padre del Bocha Lagos,
quien terminó vendiendo La Capital al Grupo Uno, después de rechazar un ofrecimiento de La
Nación), acérrimo
anticomunista: todo lo que era «de izquierda» le provocaba
arcadas, aunque algunos aseguran que no tenía demasiados conocimientos sobre
aquello que aborrecía; Ovidio Constantino Lagos, a quien no le interesaban
demasiado las cuestiones políticas, y Carlos Ovidio Lagos (El alemán), el más
viejo de los tres, «que publicaba todo lo que le
llevábamos desde el Movimiento de Solidaridad con la Revolución Cubana siempre
que no le hincháramos mucho las pelotas», descendiente directo de don Ovidio (los otros dos no lo
eran, no eran hermanos entre sí y estaban todos peleados con todos). El
Secretario de Redacción y representante ante ADEPA era Jorge Washington Lagos.
Tras esta larga pero
necesaria parrafada sobre la historia de La Capital y lo que el diario significaba en la sociedad rosarina y
de la región hacia mediados del siglo XX, tal vez se pueda entender mejor el
viraje que fue teniendo el matutino en su relación con la Revolución Cubana y
con la propia figura del Che. En un brillante trabajo académico, los
historiadores Oscar Aelo y Pablo Pérez Branda brindan un detallado estudio
acerca de la evolución de la postura que tuvo el diario porteño La Nación con
respecto al mismo tema, eje que se utilizará para hablar de La Capital, ya que los intereses por los que se movían
dichos matutinos están íntimamente ligados. Como se vio, El Decano, al igual
que su par porteño, era (mucho) más que un diario: era un actor político que
formaba opinión, en una época en la que, como vimos también, no tenía
demasiados contrincantes en la arena. O, en palabras de los historiadores
citados, «actúa con las estrategias y tiempos
de aplicación que ya hemos visto en función de su propia construcción de
ciudadanía y del asumirse —en el caso específico de La
Nación y La Capital, a nivel nacional y local, respectivamente— no
solo como voceros de los intereses de la clase dominante sino como parte activa
y fundante de ese poder burgués al actuar en los conflictos de manera autónoma,
manejando discursivamente los tiempos y la estrategia a aplicar en la defensa
de esos intereses de acuerdo a sus propios criterios»(1 72). La Capital, ante el hecho histórico irrevocable de una
revolución que desalojaba de su cargo a un dictador impresentable, se vio en la
necesidad de tomar partido por les barbus de Fidel, pero forzando una
comparación entre éstos y los militares golpistas argentinos que habían
protagonizado la sangrienta Revolución Libertadora. Recordemos, para ello, además
de la carta que Ernesto Sábato le escribiera a Ernesto Guevara, el Editorial
del 3 de enero de 1959 ya citado, donde afirmaba que «El
16
de septiembre de 1955
sella la suerte de los dictadores en Latinoamérica. Triunfante la Revolución
Libertadora en nuestra patria, una nueva etapa se abre en la historia del
continente. Con la caída de un régimen que sometía a nuestro pueblo y empobrecía
el país, empieza a palidecer el sol de los tiranuelos que azotaban América.
Después de Argentina, Colombia y Venezuela, y
ahora Cuba, sacudieron la opresión a que estaban sometidos sus pueblos. Cayeron
uno tras otro los dictadores, y en todos los casos sus caídas no fueron ni
dignas ni heroicas. (...) quienes no supieron cumplir con el deber prometido de
morir al frente de los suyos y se fugaron en los momentos decisivos, no merecen
que nadie se sacrifique por ellos». Notas como éstas no sólo no
fueron la excepción entre los Editoriales del diario, sino que constituyeron
casi una constante: el 16 de septiembre del mismo año (1959), al cumplirse
cuatro años del golpe de Estado, el editorialista escribía un panegírico según
el cual, «La
Revolución Libertadora triunfó no por el argumento de los cañones sino en
virtud de un mandato del alma argentina, ofendida y humillada»[7], lo cual, al menos
en Rosario, se veía desmentido dramáticamente con aquel famoso grafiti
aparecido por la época en el sureño barrio de Villa Manuelita, donde una mano
anónima escribió: «Los
yanquis los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora Villa Manuelita
no», en
un ejemplo de dignidad popular que no sería justo olvidar.
Probablemente (los
Editoriales de los «diarios serios» no llevaban firma) el citado haya sido
escrito por el mismo que, unos días antes, había dicho de Fidel Castro que «nadie
puede negar su esfuerzo en favor de la libertad de su pueblo y del abatimiento
de los totalitarismos del continente».
Tal la paradoja
argentina de aquel entonces, para usar las palabras de Sábato.
Sin embargo, «el curso de la
Revolución Cubana no siguió los derroteros esperados por la opinión liberal
latinoamericana. El golpe final que, en apariencia, los “barbudos” aplicaban
contra la dictadura batistiana se comprendía en términos del avance inexorable
de la democracia: de Perón a Rojas Pinilla, de Pérez Jiménez a Batista, los más
enconados adversarios de tal régimen político yacían derrotados. Sólo rémoras
quedaban, simbolizadas por Trujillo, Stroessner y algún otro dictador de vieja
estirpe. Pero a contramano de tal visión idealizada, el régimen castrista
emprendió una serie de avances nacionalistas e igualitarios que, poco a poco,
fueron encendiendo luces amarillas en ese supuesto camino hacia la democracia “sin
adjetivos”. La primera ley de reforma agraria, supuso de por sí un creciente
antagonismo con el gobierno norteamericano, convertido en una especie de vocero
de los intereses terratenientes afectados en Cuba. (...) Para el diario (los autores, recordemos,
se refieren a La Nación, pero se puede utilizar el
mismo criterio para con La Capital, N. del R.), peligroso era un
exceso de igualitarismo en función gubernativa. Pero el inesperado curso
revolucionario implicaba otras facetas.
Y estas se vinculaban
con el creciente control gubernamental sobre las informaciones periodísticas.
En Cuba, como ha ocurrido en otros procesos revolucionarios, o por lo menos
igualitarios, el régimen gubernamental ha sido poco amigo de la crítica de la
acción de gobierno. Ciertamente, en períodos de aguda lucha política, con
tensiones crecientes entre los grupos y clases sociales, nada sería menos
esperable que una absoluta libertad de expresión. Adicionalmente, debería
considerarse seriamente que esta “libertad” no ha sido, en ningún caso
conocido, “igualitaria algunos grupos cuentan con ella, y otros no».
Hacia finales de
1959, la simpatía que despertó en sus comienzos la Revolución Cubana en general
y la figura del Che («honra de nuestra estirpe») en particular, había
trocado en, al menos, una decepción casi de clase: el rosarino, dueño de un
halo romántico que embelesaba a las mujeres de clase media y alta, hijo de una
familia de alcurnia (aunque, como ya se vio, los Guevara de la Serna tenían más
apellido que efectivo), médico graduado en la Universidad argentina y revolucionario
que luchaba por la dignidad de los pueblos, pasaba a ser un integrante más de
una especie de banda que pretendía «con una desaprensión
absoluta, imponer otro tipo de dictadura en esta América ya tan sufrida por
causa de los despotismos.
Y no podrá ser que se implante un
nuevo régimen de servilismo, el colectivo, en esta tierra nuestra del
individualismo», después de hablar, en
el mismo texto, de «la gloriosa Revolución Libertadora,
la primera que se hizo en todos los tiempos por la virtud y el esfuerzo propio
de un pueblo».
El matutino local priorizaba abiertamente la concepción individualista de la
existencia, en lo más tremendo que esta corriente filosófica y política
despliega como bandera. Obviamente, el Che y la Revolución Cubana apuntaban
hacia otra dirección. No podía haber acuerdo entre las partes.
La Capital en Rosario, tal como lo
hacía La
Nación en
Buenos Aires, veía un «parecido de familia” (...) entre castrismo y peronismo,
el cual, por inducción, tornaba al primero cuestionable. (...) Es interesante
remarcar esta visión, porque ofrece una pauta de las dificultades para “clasificar”
el régimen cubano en el contexto epocal».
Así fueron transcurriendo
los meses, y los Editoriales del diario rosarino se fueron poniendo cada vez
más agresivos y, en algunos casos, grotescos: el 23 de enero de 1960 acusan al
nuevo gobierno cubano de actuar «como agentes proselitistas de una tendencia
que no puede ocultarse, ni siquiera disimularse»; el 17 de abril dice casi
patéticamente que «Queríamos
la caída del déspota, pero no para sustituir su reinado por una tiranía
materialista y asiática»; el 15 de mayo carga contra Castro, diciendo que «ha cambiado su papel
de combatiente legendario y heroico por el de demagogo y parece que gusta de
reunir las muchedumbres para volcar en ellas el excitante de sus consignas
extremistas»;
apenas tres días después afirma que «La revolución cubana, saludada jubilosamente
en el momento de su lucha contra la dictadura de Batista, y de su triunfo al
término de un larga proeza épica, se ha convertido ya en el más formidable fraude
realizado en mucho tiempo contra las esperanzas de la libertad del continente
americano» y,
(último, pero no menos importante) el 9 de agosto el editorialista pone sobre
el tapete el tema del derecho de propiedad, valor supremo para la clase que representa:
«Cuba
también termina de señalar, a través de sus actuales gobernantes, el más
completo olvido hacia el cumplimiento de compromisos anteriormente suscriptos
con el organismo que representa a las Naciones Unidas, con su desconocimiento
de los principios que nutren la Declaración de los Derechos Humanos dado por
éste, con su oportuno asentimiento como parte componente del mismo. En esa
declaración se establece —artículo xy, inciso
z— que “nadie será
privado arbitrariamente de su propiedad”, simplemente aplicable al movimiento
nacionalista concretado en las últimas expropiaciones de bienes extranjeros.
Dichos bienes importan un valor calculado en setecientos setenta millones de
dólares y comprenden la posesión de aquel gobierno de diversas compañías que han
contribuido, desde su instalación, al progreso de aquella nación, así como a
mejorar ostensiblemente la vida de sus habitantes».
Como vemos, la figura
romántica del Che había sido echada al arcén de los malos recuerdos no sólo por
el matutino de los Lagos, sino casi por la ciudad en general. Nadie recordaba
ya, salvo algunas excepciones que se verán más adelante, su imagen de
guerrillero heroico. Era el tiempo de ajustar cuentas con un régimen que se
vislumbraba como «el más formidable fraude realizado en
mucho tiempo contra las esperanzas del continente americano».
De todos modos, no
había que asustarse: 1961 sería aún peor.
En enero de ese año,
la Unión (como se llamaba casi servilmente a los Estados Unidos) rompe
relaciones diplomáticas con Cuba (Argentina se demoraría un año en hacer lo
mismo) e inicia el bloqueo económico a la isla que aún continúa. El 17 de
abril, tropas adiestradas por la CIA desembarcan en Playa Girón. Son derrotadas
por las fuerzas cubanas en apenas 72 horas. Entonces, la posición de Castro se
endurece: en un discurso organizado a raíz de los acontecimientos, declara que «...lo
que no pueden perdonarnos los imperialistas es que estemos aquí, lo que no
pueden perdonarnos los imperialistas es la dignidad, la entereza, el valor, la
firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del
pueblo de Cuba (Aplausos). Eso es lo que no pueden perdonarnos, que estemos ahí
en sus narices ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias
narices de Estados Unidos! (Aplausos y exclamaciones de: “¡Pablante y pa´lante,
y al que no le guste que tome purgante!”). ¡Y que esa Revolución socialista la
defendemos con esos fusiles! (Aplausos); ¡y que esa Revolución socialista la
defendemos con el valor con que ayer nuestros artilleros antiaéreos
acribillaron a balazos a los aviones agresores! (Aplausos y exclamaciones de: “¡Venceremos!;
“¡Fidel, Jruschov, estamos con los dos!”, y otras consignas revolucionarias.).
Y esa Revolución, esa Revolución, esa Revolución no la defendemos con
mercenarios; esa Revolución la defendemos con los hombres y las mujeres del
pueblo».
Ahora sí, los jugadores estaban cada uno de su lado y nadie podía hacerse el
distraído. Lo que hasta ese momento había sido el problema de «clasificar» al
régimen cubano, fue simplificado por la torpe y criminal acción norteamericana
y las palabras de Castro: la cubana era una revolución socialista. Para fin de
ese mismo año, Castro agregaría: «Soy marxista leninista y lo
seré siempre»,
con lo que ponía fin a cualquier discusión: el héroe revolucionario de la
Sierra Maestra, el líder que había cautivado al mundo entero con su inigualable
verba y su demostrado valor, el abogado que se había educado en una escuela de jesuitas
y que se había puesto al frente de un heterodoxo grupo de fervorosos militantes
que provenían del evangelismo de Frank País, del romanticismo de Echeverría y
de un minoritario sector del Partido Comunista, el barbudo que había hecho la
revolución con la imagen de la Virgen de la Caridad (patrona de Cuba) colgada
al cuello, se declaraba a sí mismo y, por ende, a toda la revolución, de
izquierda. No es la intención de este trabajo debatir si el viraje se debió a
la ceguera de los Estados Unidos que no logró cobijarlo o a decisiones
personales y/o grupales que resultaron inevitables; lo cierto es que la
historia se dio así y así debemos verla. Otra cosa son las ucronías[8].
En medio de todas
estas revueltas, Cuba debía enviar un representante a la Conferencia Económica
Interamericana que se desarrollaría en agosto (de 1961) en la ciudad de Punta
del Este, Uruguay, y donde se trataría la Alianza para el progreso, plan
propuesto por el presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy para el
continente. La Revolución decide mandar a Ernesto Guevara, que pocos meses
antes había sido designado Ministro de Industrias de la isla. Lo primero que
hace el Comandante es chicanear al presidente norteamericano: «el
Che envió un mensaje de agradecimiento al presidente Kennedy por intermedio de
Richard Goodwin, un joven secretario de la Casa Blanca. “Gracias por Playa
Girón —dijo—. Antes de la invasión, la revolución flaqueaba. Ahora está más
fuerte que nunca».
La Capital decide cubrir el evento de una manera
bastante inusual para la época: manda a un enviado especial, el periodista
Felipe Ordóñez. Quizás la proximidad geográfica del evento (aún en esa época,
Punta del Este estaba cerca de Rosario), o quizás la confirmación de la visita
del rosarino más famoso hayan decidido tal cobertura. Lo cierto es que Ordóñez
(de pensamiento ultra conservador según lo recuerda algún compañero de trabajo)
fue a la Cumbre con el discurso del diario, o por lo menos así lo demuestran
sus más que interesantes relatos. Crónica y La Tribuna también informaron
sobre el encuentro, pero no con enviados, sino a través de los cables
provenientes de la agencia norteamericana United Press International (U.P.I.),
por lo que no tienen el mismo valor para el análisis.
El domingo 6 de agosto de 1961, La Capital (que continuaba
dedicando sus primeras páginas a los clasificados relegando al interior todas
las noticias, aún las más importantes, como los golpes de estado y los cambios
de presidente) publica en página 6 el título «Abrió
sus deliberaciones la Conferencia Interamericana», ilustrando la nota
con dos fotografías, una del Secretario del Tesoro norteamericano, Douglas
Dillon y la otra de «Ernesto Guevara, jefe de la representación
cubana, en el momento de su llegada al lugar de las deliberaciones».
Sobre nuestro
personaje sólo dice, en el subtítulo «Oposición de Guevara», que «El ministro
de Industrias de Cuba, Ernesto Guevara, se opuso enérgicamente a una moción
peruana de que Estados Unidos ocupase la vicepresidencia de la comisión de
trabajo sobre información pública. No obstante, la oposición de Guevara fue vencida
por categórica mayoría de votos».
Al día siguiente, 7 de agosto, Ordóñez firma
la nota «El espíritu de la conferencia surge de las palabras de Haedo y de
Beltrán», en la que da cuenta que «El ‘Che’ Guevara tuvo a su cargo izar la bandera
de Cuba. Cuando llegó a la tribuna desfilando a pie unas dos cuadras desde
donde las delegaciones debían dejar su vehículo y en el momento en que abandonó
el palco para dirigirse al mástil, siendo el único jefe de delegación que fue
acompañado por un nutrido grupo de personas. No se escucharon ni aplausos ni
silbidos. Hubo un silencio frío, pero elocuente. Se presentó vistiendo el
uniforme verde oliva con sacón cerrado a cremallera y bien lustrados borceguíes
negros y tocado con una boina que sólo se quitó cuando se ejecutaron las
estrofas del himno nacional uruguayo». El 8 de agosto informa que «El ministro de
Industrias de Cuba, Ernesto Guevara, abandonó el recinto de sesiones de la
Conferencia económica Interamericana en momentos en que se recibía con grandes
aplausos el discurso del jefe de la delegación norteamericana, secretario del
Tesoro, Douglas Dillon.
Guevara, seguido de toda la delegación cubana,
atravesó el recinto y desapareció en un lavatorio situado junto a la antesala.
Cuando uno de los corresponsales de la United
Press International lo siguió para preguntarle:
“¿Se propone contestar el discurso de Dillon?”,
Guevara declaró: “¿Para qué he de hacerlo?, no dijo nada”.
“¿Por qué abandonó la sala de reuniones? —Preguntó el periodista— ¿Está enojado?”.
“No —contestó el jefe cubano con una sonrisa
forzada —. Quería tomar un poco de aire».
Hasta aquí, sólo
color, aunque es de destacar que, al contrario de aquellos ya lejanos momentos
en que el Che era la «honra de nuestra estirpe», aquí ni siquiera
se menciona su calidad de hijo de Rosario.
Los días posteriores
llegó la opinión.
El jueves 10 de agosto
(1961, recordemos), Ordóñez firma una nota... rara. Al leerla, uno no puede
menos que esbozar una sonrisa, ya que se tiene la sensación que el cronista
hace todo lo posible para denostar «por deporte» (o por historia, o por
convicción, o por lo que fuera) a quien lo ha deslumbrado sin que lo “pudiera
evitar. Dice Ordóñez, bajo el título «El discurso de Guevara causó algunos
impactos»: «Así terminó el
discurso de 135 minutos del “Che”,
que había despertado sobre todo en la nube de curiosos y curiosas que asisten a
las deliberaciones de la conferencia una expectación tan extraordinaria que,
como adelantáramos en nota anterior, se ocuparon todos los asientos disponibles
en la sala Uno, se llenaron los pasillos, y en la sala contigua, donde están
los aparatos del circuito cerrado de TV, hubo un público numeroso y atento
durante el largo tiempo que duró la exposición.
El comandante de la milicia cubana, actual
ministro de Industrias, y en este caso jefe de la delegación de su país a la
Conferencia del C.I.E.S., habló de pie. Hasta ahora sólo lo había hecho desde
el estrado de la mesa directiva el presidente del Banco Interamericano de
Desarrollo, doctor Herrera, y el subsecretario de la O.E.A. para los asuntos
económicos latinoamericanos, doctor Prebisch. Los jefes de delegación, hasta el
momento todos habían leído sus exposiciones sentados.
Guevara se guió con unas notas, y demostró
que es un actor consumado, manejando con justeza suma la distancia del
micrófono, la amplitud de las pausas y las inflexiones de su voz. Su discurso
fue de una poco común habilidad. Contestó las citas de Martí con las que míster
Dillon inició su discurso, con sustanciosos párrafos de los muchos que el gran
patriota cubano tiene magistralmente escritas contra el imperialismo, e inició
una dura diatriba contra la política de los Estados Unidos, cuidándose de no
rozar a Latinoamérica, en cuyo pueblo busca respaldo la revolución cubana.
Definió a la misma como una revolución agraria antifeudal y antiimperialista, a
la que las circunstancias y las agresiones, que detalló a su conveniencia, le
habían llevado a definirse socialista.
Guevara, hay que reconocerlo, aunque no se
comulgue con su pensamiento, mantuvo un tono brillante de su exposición hasta
la media hora. De ahí en adelante fue perdiendo altura, y sus humoradas, que
fueron finas en el primer período, cayeron en lo chabacano. Se colocó en la
posición de vocero de los pueblos postergados de Latinoamérica, y ofreció la
colaboración de Cuba para conseguir que los 200 millones de
latinoamericanos logren elevar su nivel de vida.
(-)
El discurso del “Che” ha hecho impacto en
algunos asesores de delegaciones, y hasta en algún delegado, que lo considera
como un valioso aporte dentro de la conferencia, en favor de la suerte de los
países que están al sur del río Bravo. Habrá que esperar las respuestas, porque
seguramente hay muchas afirmaciones en el aire que, en cuanto al plan de
desarrollo cubano, a cuya explicación dedicó cuarenta minutos, varias naciones
de Latinoamérica, y entre ellas Argentina, que han pasado por el duro trance de
la dictadura, han conocido que estos fabulosos planes no dejan en concreto más
que toneladas de papel impreso y mucho dinero gastado sin resultado práctico
alguno. De cualquier manera, si el “Che” Guevara buscó
presentarse espectacularmente, sin duda que lo ha conseguido. Ahora cabe
esperar la colaboración “fraternal” que ha prometido prestar en las comisiones,
cuando negara enfáticamente que venía a sabotear la conferencia».
Este tono, que iba entre la
admiración (inconsciente, seguramente) y el respeto, viró claramente al día
siguiente, viernes 11, en una nota en la cual el título ya anticipa su tono: «Descaro y audacia
demostró en una reunión de prensa el “Che” Guevara». La parte de texto que nos
interesa es la que sigue: «Sin eufemismos, descaradamente, “el doctor
Ernesto “Che” Guevara3 —así rezaba la
invitación fijada en el tablero de la sala de periodistas, copia de la nota
transmitida a la oficina de protocolo de la conferencia— definió al régimen
imperante en Cuba.
En una reunión de prensa realizada en el
Plaza Hotel, lugar de alojamiento de la numerosa delegación cubana en Punta del
Este, en la que no todos los asistentes eran periodistas, respondió a preguntas
que le fueron formuladas, después de haber censurado severamente a la prensa
uruguaya por “haber tergiversado” su discurso de la reunión plenaria. Negó que
aquí los diarios hubieran dicho la verdad y afirmó que en Cuba sí la decían.
Ante tal afirmación y la promesa de que todos
podían preguntar lo que quisieran, pero que debían publicar lo que se les
contestaba sin deformar la verdad, alguien inquirió si alguna persona que no
estuviese de acuerdo con el gobierno de Cuba tenía en aquella nación la
posibilidad de difundir sus ideas, formuló la siguiente respuesta que motivó
aplausos en un sector de la concurrencia que en total alcanzaba a unas
trescientas personas, sector evidente no periodista: “En Cuba no permitimos
voces de la oposición porque éstas, por rara casualidad, están siempre al
servicio del imperialismo”.
Rápida surgió la pregunta aclaratoria:
“¿Quién determina cuándo están al servicio
del imperialismo?
Respuesta también rápida y tajante, como para
cortar el diálogo:
¡Nosotros!”
Explicó después Guevara —que en muy pocas
oportunidades menciona a Fidel Castro— que Cuba es un estado revolucionario en el
que el pueblo no quiere elecciones. “Así lo demostró —afirmó— en asambleas
populares de un millón de personas”.
Otra vez surgió una pregunta aclaratoria:
“¿Quién las contó?
“Se contabilizaron por el entusiasmo”,
fue la respuesta. Y agregó mordiendo las palabras: “La voluntad del resto de la
población se calcula cuando hay que aplastar una invasión de gusanos”.
Le fueron también formuladas preguntas sobre
la religión en Cuba, a las que respondió que “su país” era un Estado no religioso,
pero que permite absolutamente la libertad de cultos. Admitió que los colegios
religiosos habían sido nacionalizados y que ahora son del Estado y gratuitos, y
cuando se le preguntó si seguían siendo escuelas católicas, respondió: “Son
escuelas...”, respuesta que motivó aplausos en el sector aludido y carcajadas
en otros.
Derivó la conferencia de prensa hacia otros
temas, entre ellos la posibilidad de trueque de trabajo uruguayo por azúcar y
otros productos, pero con la parte del diálogo transcripto queda perfectamente
denunciado por uno de sus más altos voceros, quizás el más alto, el tiempo lo
dirá, el régimen dictatorial que impera en Cuba».
Quizás a alguien
llame la atención la reproducción extensa de estas notas periodísticas perdidas
en el tiempo. Se hace en la creencia de estar contando una historia que, de lo
contrario, sería más difícil de comprender. Se trata de entender cómo veía la
ciudad de Rosario al Che y a la Revolución que él representaba cinco o seis
décadas atrás. Para ello, habrá que hacer el esfuerzo intelectual de situarse
en los momentos históricos de estos textos, ver cómo la primera confusión entre
la Revolución Cubana y la Revolución Libertadora es saludada con júbilo por los
medios y cómo, al quedar al descubierto las insalvables diferencias entre estos
dos movimientos —uno revolucionario, el otro golpista—, esos mismos medios
—entre los cuales La Capital tenía una importancia no menor, incluso a
nivel nacional— se vuelven hostiles hacia todo lo que tuviera siquiera el más
mínimo olor a Cuba, y eso incluía también al hijo de la ciudad. ¿O acaso es
gratuito resaltar entre comillas aquello de «su país», refiriéndose a Cuba?
Para ello es necesario tener al alcance de la mano el texto lo más completo
posible y la mayor cantidad de los que resulten importantes para el análisis.
Porque, además, de esta manera se informaba el rosarino medio en aquellos años:
exclusivamente a través de «su diario», sin tener opciones para escuchar otro
punto de vista que no fuera el que La Capital le contaba y que era tomado, casi, como una
verdad revelada. ¿O nunca escuchamos a nuestros mayores?, los que leían el
diario allá por 1960, decir casi religiosamente «Lo dice La Capital...»,
poniendo
fin de ese modo, con ese simple pensamiento —absolutamente convencidos de ello,
por otra parte—, a cualquier discusión posterior. Por lo tanto, no hay otra
forma de encarar el tema que no sea a través de estos largos párrafos que, por
otra parte, denotan una forma de escribir bien distinta a la que se puede leer
en los diarios actuales. Y revelan, además, que la discusión que se da
actualmente en la República Argentina acerca del periodismo militante no es
nueva: en cada época los periodistas fueron militantes; algunos de sus ideas,
otros de los intereses de sus empleadores. Resulta difícil entender que una
profesión en la que hay que vivir dando información pero también opinión, se pueda
ejercer despojado de toda subjetividad, a no ser que uno sea un venusino recién
arribado al planeta Tierra, sin historia, sin vivencias previas y sin
ideología. Lo más lógico es tener una ideología y defenderla, y lo más honesto
sería blanquearla para que todos sepan desde donde informa, opina o pontifica
cada uno, sin ocultarse bajo un halo de independencia que es imposible
conseguir, máxime en estos tiempos. Por otra parte, no está de más recordar que
en la República Argentina se celebra el día del periodista el 7 de junio, en
homenaje a la aparición del primer número de la Gazeta de Buenos Aires, primer periódico de la etapa independentista
nacional, fundado por Mariano Moreno secundado por Manuel Belgrano y Juan José
Castelli, a quienes se podrá tachar de lo que cada uno quiera según su modo de
entender la historia, menos de no comprometidos, de tibios, de objetivos. En
suma, de no ser militantes de las causas que defendían.
Con mayor ascetismo
informó el matutino rosarino sobre la sorpresiva reunión entre Guevara y el
entonces presidente Arturo Frondizi (aquel día en que, como vimos, el Che le
preguntó al chofer que lo transportaba el resultado del partido que había
disputado Rosario Central el último domingo). «Visitó
al Jefe de Estado el Ministro de Cuba Dr. Guevara
Inesperadamente llegó a Buenos Aires el
ministro de Industria de Cuba, doctor Ernesto “Che” Guevara, y tras su arribo
concurrió a la residencia presidencial de Olivos, donde fue recibido por el
jefe de Estado, doctor Arturo Frondizi. La versión oficial de la conferencia se
produjo a las 13, a través del
secretario de Prensa de la Presidencia de la Nación, doctor Juan Carlos
Taboada. Dos horas antes había existido la versión de que el delegado cubano a
la Conferencia del C.I.E.S. de Punta del Este se encontraba en esta metrópoli,
pero no pudo confirmarse hasta que Taboada lo hizo público.
Ernesto Guevara había solicitado en la
antevíspera su deseo de conferenciar con Frondizi. El mandatario argentino
accedió a la solicitud y telefónicamente se arreglaron los detalles para la
reunión.
Guevara llegó a Buenos Aires por vía aérea,
en una máquina que aterrizó en el aeródromo bonaerense de Don Torcuato. El
avión, de matrícula uruguaya, fue el CX-AKP. En la estación aérea fue aguardado
por personal de la custodia presidencial.
El ministro visitante llegó acompañado —según se supone— por los señores
Carretoni y Raúl Aja Castro. Inmediatamente se trasladó en un automóvil a la
residencia de Olivos».
Esta sería, por mucho
tiempo, la última noticia que los rosarinos tuvieran sobre el Che Guevara,
salvo la foto publicada el 10 de diciembre de 1964, cuando el Comandante viajó
a Nueva York para dar su famoso discurso en las Naciones Unidas.
Anexos
Diario La Tribuna del 2 de enero de 1959
|
Diario La Capital del 3 de enero de 1959
|
Diario La Capital del 4 de enero de 1959
|
http://www.elortiba.org/memoria3.html
|
Diario La Capital del 6 de agosto de 1961.
|
|
Nota:
En la primera
página dice: …de los 82 expedicionarios del yate Granma, desembarcados el 2 de
diciembre de 1956, 70 son “cosidos a balazos”… hay que aclarar que: después del
desembarco y durante el combate de Alegría de Pío, el día 5 de diciembre
cayeron 3 combatientes y 79 lograron retirarse del lugar. Perseguidos por la
tiranía, 38 expedicionarios fueron apresados por la soldadesca, 18 de ellos
asesinados alevosamente, y los 20 restantes fueron juzgados por el Tribunal de
Urgencia de Santiago de Cuba y condenados a penas de seis años de prisión. En
total, de los 82 expedicionarios, solo 21 de ellos murieron, 20 fueron
condenados a seis años de prisión, y el resto lograron llegar a las ciudades
más cercanas y allí se reincorporaron nuevamente a la lucha revolucionaria.
[1] Quien tenga ocasión —o
deseos— de leer Nuestro Hombre en la Habana, novela de Graham Greene
fechada en el exacto año de 1958, podrá encontrarse con párrafos como éste: «En la época de Batista me gustaba la idea de que
uno podía obtener lo que deseara, fuesen drogas, mujeres o cabras. En cada
esquina había hombres que gritaban ‘taxi’ como si fuera un extraño y a lo largo
del Paseo, a intervalos de pocos metros, los proxenetas lo abordaban maquinalmente,
sin mucha esperanza. ‘¿Puedo servirle, señor?’ ‘Conozco a todas las muchachas
bonitas.’ ‘¿Desea una mujer hermosa?’ ‘¿Postales?’ ‘¿Quiere ver una película
verde?».
También se puede ver la película Havana, dirigida por Sydney Pollack e interpretada por
Robert Redford, Lena Olin y Raúl Juliá. No es gran cosa, en realidad, pero
muestra claramente lo que era Cuba en los días previos a la Revolución.
[2] Cuenta Julio Cortázar, que por la
época ya estaba instalado en París, que «entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa
extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba,
que estaban luchando por echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún
nombres precisos: a esa gente se los llamaba ‘los barbudos’ y Batista era un nombre
de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos) ».
[3] Para
quienes no lo recuerden, Rojas fue uno de los principales actores en el golpe
de Estado de 1955, vicepresidente tanto de Eduardo Lonardi como de Pedro
Eugenio Aramburu, responsable de la represión al levantamiento del general
Valle y de los fusilamientos de José León Suárez y, entre otras tropelías,
firmante del surrealista decreto 4161 del 5 de marzo de 1956 por el cual
quedaba «prohibida
en todo el territorio de la Nación (...) la fotografía, retrato o escultura de
los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista,
el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones
‘peronismo’, ‘peronista’, ‘justicialismo’, ‘justicialista’, ‘tercera posición’,
la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las
composiciones musicales ‘Marcha de los Muchachos Peronista’ y ‘Evita Capitana’
o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa
o fragmentos de los mismos»
[4] En 1870,
cuando el diario es acusado de haber sido solventado por el Gral. Justo José de Urquiza, Lagos
se defiende diciendo «La Capital, es notorio, fue fundada con el dinero y
los desvelos del ciudadano Carrasco». La historia de Carrasco es curiosa en
más de un sentido, ya que a los pocos años abandonó la sociedad con Lagos,
quedando éste como único dueño del emprendimiento, condenándose al ostracismo a
quien había puesto el dinero para que el proyecto viera la luz, gracias a una «operación
de olvido que mantendrán con eficaz continuidad los descendientes de Lagos».
En el año 2008, la propia Editorial del diario publica un libro con la historia
de las calles de la ciudad y, al llegarle el turno a la que lleva su nombre (y
que, vaya como curiosidad, en Google maps figura como Av. Eduardo Carrasco), se
lee: «Carrasco, Eudoro. Av. (N-S) Av. Costanera de Puccio a Maestro Massa.
(1824-1881) Periodista, publicista y político argentino, radicado en Rosario en
1853. Autor de la ordenanza que gestó la creación del Escudo Municipal
de esta ciudad. Colaboró con Ovidio Lagos en la fundación del Diario “La
Capital”. Dejó impresos libros de gran importancia en los que se
documenta la historia de Rosario». Como vemos, a pesar de haber puesto el
dinero para que el diario pudiera nacer, para La Capital (que ya en 1997 había
vendido el 75% de sus acciones al Grupo Uno, de Daniel Vila y José Luis
Manzano) sólo «colaboró con Ovidio Lagos en la fundación del Diario».
Para que no queden dudas, en el mismo ejemplar, al contar la historia de la
avenida Diario La Capital, la autora sostiene que lleva ese nombre «en
homenaje al diario más antiguo del país, decano de la prensa argentina, fundado
el 15 de noviembre de 1867 por Ovidio Lagos (1825-1891) quien a través de sus
páginas bregara para que Rosario fuera declarada capital de la República».
Aquí Carrasco ni siquiera colaboró... Tampoco lo hizo en la avenida Ovidio
Lagos, ya que la misma llevaría su nombre en honor al «periodista,
empresario y político argentino, diputado en la Legislatura de Santa Fe,
fundador del ‘Diario La Capital’ de Rosario (15 de noviembre de 1867), el
diario más antiguo del país».
[5] En la batalla de Caseros,
recordemos, las tropas de Urquiza vencen a las de Rosas, dando comienzo al
período de organización definitiva del país tal como hoy lo conocemos.
[6] La historia
de Nora Lagos es fascinante para quien desee conocerla. Corrió una suerte
similar a la de Eudoro Carrasco ya que, al cumplirse el centenario de su
fundación, el diario editó una revista especial, en la cual ni su foto ni su
nombre aparecen entre los directores del matutino. Como bien dice el periodista
Guillermo Lanfranco, «Si, como decía John Wiltiam Cooke, el peronismo fue
el hecho maldito del país burgués, hasta sus últimos días el nombre de Nora resonó
en forma similar entre la numerosa familia que manejó el decano de la prensa
argentina durante 130 años».
[7] De manera desvergonzada e ignorante, 44 años después, un Editorial del
diario LA NACION del 2 de septiembre de 2013, insiste en que el gobierno
peronista de 1955 «no cayó por obra de las armas de la Revolución
Libertadora»
sino «básicamente porque su régimen se
había agotado y abundaban los escándalos y las burdas muestras de
autoritarismo».
[8] Reconstrucción
lógica, aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no
sucedidos, pero que habrían podido suceder.”
La
ucronía es aquello que pudo pasar, pero no pasó. Suele aplicarse a la historia,
pero también es muy recurrida para los asuntos de la vida
cotidiana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario