La cultura del odio
Por:
Graziella Pogolotti - Crítica de arte, ensayista e intelectual cubana. Premio
Nacional de Literatura (2005). Presidenta del Consejo Asesor del Ministro de
Cultura, vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, miembro
de la Academia Cubana de la Lengua y presidenta de la Fundación Alejo
Carpentier.
Cubadebate
- 29 marzo 2020
La
pandemia del coronavirus estremece al planeta y evoca las pestes que asolaron a
Europa a partir de la Edad Media e inspiraron buen número de obras literarias,
desde el célebre Decamerón hasta El camino de Santiago, de Alejo Carpentier.
Según el relato del cubano, al puerto de Amberes llega un barco de mercancías.
El cargamento de naranjas reluce como el oro. De las bodegas de la nave escapan
las ratas, portadoras del mal. Juan, el protagonista, enferma.
Angustiado
por el miedo y el sufrimiento, promete, de salvarse, marchar como peregrino a
Santiago de Compostela. Emprende el viaje, pero se deja tentar por las
ilusiones del oro de América. Llega a La Habana. Comete un delito. Encuentra
refugio en un entorno boscoso, donde sobrevive gracias a los productos que
ofrece la naturaleza virgen y feraz. Allí coincide con otros perseguidos, un
luterano y un judío. Han descubierto el espacio en la utopía para la
convivencia armónica despojada de la intolerancia. Sin valorar la paz
conquistada, regresan a España, donde los dos herejes serán condenados por la
intransigencia del poder dominante.
Mientras
la pandemia se extiende y monopoliza los espacios informativos, la historia
sigue su curso. Ante la recesión económica, el capital financiero asegura sus
intereses. La lucha por afianzar el poder hegemónico muestra señales de extrema
gravedad. El lenguaje populista electorero apunta hacia el renacer de una
ideología fascista, proclama el supremacismo blanco norteamericano, exalta la
xenofobia e induce al ejercicio de la violencia.
Para
analizar la contemporaneidad vale la pena recordar algunos hechos del pasado.
Alemania había desarrollado una importante cultura. Albergó a filósofos como
Kant, Hegel, sin olvidar a Carlos Marx y Federico Engels, que tuvieron gran influencia en el mundo. Anunció el
surgimiento del romanticismo. Contó con escritores de la talla de Goethe,
Schiller y Heine, por citar tan solo algunos ejemplos. Al consolidar su unidad
nacional, cobró fuerza el militarismo. El país había llegado tarde al reparto
de las colonias. Su derrota en la Primera Guerra Mundial dejó un rastro de
miseria y un sentimiento de humillación. Sobre esa base, la República de Weimar
resultaba demasiado frágil para afrontar las circunstancias. En ese panorama,
el ascenso de Hitler contó con apoyo popular, alentado por la proclamación de
la supremacía aria y el destino manifiesto que le otorgara el derecho al
dominio del mundo.
Más
cerca en el tiempo, la aplicación de las doctrinas de los Chicago Boys agigantó
la brecha social entre la minoría privilegiada y los más desfavorecidos.
Ocurrió de manera dramática en los países del llamado Tercer Mundo, donde
impulsó los intentos de emigración masiva hacia los territorios que parecían
ofrecer mejores oportunidades. Sucedió también en cierta medida en los países
industriales. En ellos fueron desapareciendo las políticas del bienestar y se
deterioraron las conquistas alcanzadas por la clase obrera en años de dura
lucha. Las acciones bélicas insensatas desencadenaron una migración
incontenible por el mar en embarcaciones rudimentarias, ofrecidas por los
traficantes de personas.
Los
sobrevivientes arribaban a los puertos europeos y hoy reciben el rechazo de
comunidades para las que resultan una posible carga pública y una oferta de
mano de obra barata. Este conjunto de
factores alienta el racismo y la xenofobia. De ahí la progresiva aparición de
una extrema derecha con un discurso político de acento fascista impensable hace
pocos años. La estrategia diseñada con fines electoreros y con el propósito de
asegurar el control del poder hegemónico consiste en propagar la cultura del
odio. De esa manera, se tiende una cortina de humo que obnubila la capacidad de
analizar racionalmente los datos de la realidad.
Antes
de la aparición de la pandemia había comenzado la edificación del muro en la
frontera que separa a Estados Unidos de México. La imagen de los latinos,
muchas veces portadores de otro color de piel, se asociaba a la introducción de
todos los males. Se asumía, como derecho natural, el confinamiento de
emigrantes en campamentos y la separación de padres e hijos. Ahora, el
Presidente de Estados Unidos insiste en denominar «virus chino» al nuevo
coronavirus. Ya se han producido hechos de violencia contra ciudadanos de
apariencia asiática. La entrada de la pandemia en el país del norte ha inducido
—reacción insólita— al aumento de la compra de armas. Se venden online, sin
verificar el estado mental del cliente. La cultura del odio y la exacerbación
de la violencia son señales inequívocas del renacer del fascismo, aventura que
costó millones de vidas, pérdida de materiales y de irrecuperables valores
patrimoniales. Ante la gravísima emergencia sanitaria que amenaza a todos, hay
que oponer, en aras de la protección de la Humanidad, la cultura de la
solidaridad, así como favorecer la colaboración y el intercambio entre las
instituciones científicas de más alto nivel. Así pudieron conjurarse las pestes
que asolaron el planeta en otro tiempo.
La
cultura de la solidaridad se construye desde abajo, en el vínculo con la vecina
que solicita un poco de sal, en la disposición a tender la mano a los más
desvalidos, en el cumplimiento consciente de las medidas adoptadas para evitar
el contagio de otros, en la disposición a la ayuda mutua en situaciones
difíciles. Sobre esa base esencialmente humanitaria se levanta, a otra escala,
la generosa cooperación internacional. En esa conducta se manifiesta uno de los
valores fundamentales de nuestro pueblo, forjado en una historia de lucha en la
que, sin embargo, martianamente, nunca se sembró el odio contra el adversario.
Constituye uno de nuestros bienes más preciados, el que contribuirá a
preservarnos en medio de los avatares de la pandemia.
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