diciembre 31, 2024

Memorias del Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba - año 2024

 Memorias del Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba

 Año 2024

Actividades Realizadas

En el transcurso de este año se continuó con el Programa de Radio “Cuba y Nosotros” en la emisora popular y comunitaria Gente de Radio, los martes de 19 a 20 hs. y que se retransmite los jueves por la mañana. Este programa se comenzó a emitir el 6 de julio de 2004, y este año se cumplieron 20 años ininterrumpidos en el aire, emitiéndose además el 11 de junio el Programa N° 1.000. (un mil).

Se continuó con el Círculo de Lectura, un espacio de formación política que comenzó en el mes de mayo de 2009 y que en total, durante estos quince años, se han realizado 188 encuentros, los primeros sábados de cada mes.

Entre los meses de abril y octubre continuamos con el Ciclo de videos-debate y películas cubanas, una vez al mes, en el salón del quincho del sindicato SITRAJUR. Al finalizar el ciclo de éste año y como agradecimiento por facilitarnos el uso del Salón Cultural, ya desde el año 2018, desde el Grupo les hemos regalado cuatro Sillas Plásticas (Línea Verona Grande).

Blog del Grupo. Desde su inauguración, el 30 de mayo de 2005 nuestro compañero Víctor Rocchi mantiene permanentemente actualizada la página web del Grupo, en el blog:

http://baricuba.blogspot.com

El 08 de febrero fuimos con Alejandra Arminio a la casa de Lali Huerta, que nos ofreció una serie de programas radiales en formato ya digitalizado de un programa que ella hizo en Gente de Radio en la década de los noventa.

El 24 de marzo y en conmemoración del golpe cívico militar sufrido en nuestro país en 1976, se colaboró con la repintada de los pañuelos en la plaza del Centro Cívico. Un par de ellos representan a dos diplomáticos cubanos desaparecidos en Buenos Aires durante la dictadura: Crescencio Galañega Hernández y Jesús Cejas Arias.

El 05 de julio en el Salón del Concejo Deliberante de nuestro municipio dimos una charla sobre el Ché y su pensamiento político.

El 08 de junio, y en conmemoración del 95 aniversario del natalicio del Che, en el habitual video debate en el SITRAJUR, proyectamos: “Ché, un hombre de este mundo”.

Desde el Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba, lamentamos mucho el fallecimiento de nuestro compañero de militancia y amigo Pancho De Haro, acaecido el 20 de junio.

En conmemoración del 98 aniversario del natalicio de Fidel Castro el 13 de agosto, en el programa de radio “Cuba y nosotros” le dedicamos todo el espacio a Fidel con audios de su propia interpretación, canciones dedicadas a él y textos publicados en los periódicos cubanos.

Entre los meses de agosto y septiembre desde el Grupo de Solidaridad con Cuba se dieron cuatro charlas en el Salón Cultural de “Incluyendo Bariloche”:

1.      “Cooperativismo, qué es y cómo funciona una cooperativa. Cooperativismo en Cuba”.

2.      “Un recorrido por la vida del Ché, y su pensamiento político”.

3.      “La Historia de la Revolución Cubana”.

4.      “José Martí y Nuestramérica”.

El 20 de octubre se conmemoró el día de la Cultura Cubana y se recordó el 31 aniversario de la formación de nuestro Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba, que fuera creado en el año 1993.

En el programa “Latinoamérica Habla” del miércoles 23 de octubre de una y media hora de duración, que conduce nuestra compañera Alejandra Arminio en Gente de Radio, ella lo dedicó íntegro a José Martí haciendo un entretenido y agradable relato acerca de su vida y obra, acompañado de temas musicales de Sara González.

diciembre 09, 2024

Síntesis y conclusiones del Círculo de Lectura Nº 188

 Síntesis y conclusiones del Círculo de Lectura Nº 188

Cuba: Uno de los peores escenarios en medio de la crisis electroenergética

Éste texto fue tomado el 25 de octubre de 2024 de “La Tizza”, una revista digital de Cuba que aspira a convertirse en plataforma de pensamiento para debatir el devenir del proyecto de la revolución cubana, su relación con las prácticas políticas del día, y sus futuros posibles.

Se refiere al colapso del Sistema Eléctrico Nacional ocurrido el pasado 18 de octubre, que se lo ha caracterizado como uno de los peores desenlaces en medio de la actual crisis electroenergética que vive la Isla, fue causado fundamentalmente por la falta suministro de combustible para mantener funcionando a las plantas generadoras de electricidad.

Es preciso entender las causas de la crisis energética, que debido a las políticas del bloqueo impuesto a Cuba por parte del gobierno de los Estados Unidos, han impedido en los últimos años contar con los financiamientos necesarios y la disponibilidad en tiempo y forma para conseguir el combustible.

Por otro lado las operaciones de persecución financiera de los barcos que transportan el combustible, así como la posibilidad de pagar ese combustible, han impedido un normal funcionamiento de la economía cubana.

A éstas políticas de asfixia debemos agregar otros factores que también inciden en la problemática que son un natural desgaste de sucesivas generaciones políticas, una tendencia a minimizar sus incidencias, un factor de desesperanza y desmovilización por parte de la población cubana, la ausencia de Fidel como líder de la Revolución lo cual también afecta al apoyo al gobierno actual.

Pero ante la necesidad de poder ver el cuadro completo, se debe tener en cuenta que no solo se trata del reciente “apagón total” sino que debido al acumulado sistemático de condiciones adversas para el pueblo desde el comienzo del bloqueo a partir del año 1960, se ha ido generando un gradual y progresivo descontento en la población, que si bien aún no ha alcanzado la masa crítica necesaria para desatar un estallido social colectivo, hay que estar muy atentos ya que de continuar ésta situación sí se podría dar.

Por otro lado hay que considerar que hoy una importante proporción de la población cubana están convencidos que existen posibilidades por parte de su gobierno revolucionario de que pueda ir sorteando las dificultades y de esta manera lograr la necesaria estabilidad.

Por parte del imperio hubo una especulación con respecto al natural deterioro de la gobernabilidad en Cuba debido a los enormes daños provocados a su economía, primero provocado por la pandemia del Covid19 en el verano del 2021 que privó a la isla de la necesaria afluencia de turismo, luego en el año 2022 por los daños causados debido al tremendo incendio que azotó a los principales depósitos de combustible ubicados en la ciudad de Matanzas donde dicho sea de paso el gobierno de los Estados Unidos tampoco aportó con ninguna ayuda, y luego en los años más recientes con los huracanes en el oriente de Cuba.

Hay que estar muy alerta ante todas estas controversias, ya que los sectores de derecha y ultraderecha contrarrevolucionaria dentro y fuera de Cuba están tratando de aprovechar la situación para provocar la desestabilización política en Cuba.

Hay fundamentalmente una complejidad histórica del momento actual que viene acumulando un creciente malestar en la población agravado por la agresión constante desde las redes sociales, proponiendo soluciones violentas ante ésta situación.

Finalmente, el texto concluye en una frase con un llamado a la solidaridad internacional, diciendo que: si cualquier persona de esos países siente como propio el dolor, la angustia y el sufrimiento de estos días en Cuba, si entiende que su deber es luchar y colocar esas demandas donde pueda hacerlo, es una contribución extraordinaria a la causa del pueblo cubano que, en este minuto, como hace mucho tiempo, es también la causa de los pueblos de la América Latina y el Caribe.

Durante el posterior debate se acordó que ésta nota es de carácter aclaratorio con un análisis objetivo y una crítica constructiva a la actual situación electroenergética en Cuba, con aportes positivos para encontrar los caminos de la remediación, teniendo en cuenta lo delicado del caso lo que claramente puede ser aprovechado por grupos de derecha y ultraderecha contrarrevolucionaria con la intención de provocar un caos y el desequilibrio en el gobierno mediante un estallido social.

Por ahora toda ésta problemática está controlada, defendida y respaldada por el gobierno cubano y la gran mayoría del pueblo que lo acompaña en la búsqueda de soluciones adecuadas, lo que garantiza la lealtad a la actual conducción del gobierno y al propio Partido Comunista de Cuba.

Sin desmerecer a los actuales dirigentes y líderes de la Revolución cubana, la enorme confianza que generó Fidel a lo largo de cinco décadas al frente de la conducción del país, hoy ha dejado una especie de vacío. Se comentó que el hecho de que Cuba sea una isla, representa condiciones especiales para su desenvolvimiento.

Por un  lado está situada al lado del imperio fascista y militar más poderoso del mundo a solo algo más de cien kilómetros de distancia en el mar, no se puede invadir por medios terrestres pero sí con diferentes tipos de embarcaciones, y por otro lado la dificultad para el envío de ayuda, lo cual también está fuertemente condicionado por el bloqueo como se explica en éste texto ante el envío de fueloil y diésel para el correcto funcionamiento de las centrales termoeléctricas.

Finalmente se puso a consideración el reciente hecho de que el gobierno de Cuba haya solicitado su ingreso a los BRICS, lo cual significa que ya puede ir contando con la ayuda de sus países miembros, como es el caso de la Federación Rusa.

Por último se decidió abordar para el próximo espacio de lectura del sábado 04 de enero un texto tomado de Cubadebate de Rafael Acosta de Arriba, Una canción para la guerra y para la vida.

Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba, 07 de diciembre de 2024.

diciembre 05, 2024

Círculo de Lectura n° 188 – Diciembre de 2024

 Círculo de Lectura # 188  –  Diciembre de 2024

“Cuba: Uno de los peores escenarios en medio de la crisis electroenergética”

 25 de octubre de 2024 - La Tizza Cuba

https://medium.com/la-tiza/cuba-uno-de-los-peores-escenarios-en-medio-de-la-crisis-electroenerg%C3%A9tica-da21c027f752

 

Pasadas las 11 de la mañana del viernes 18 de octubre de 2024 se produjo el colapso del Sistema Eléctrico Nacional (SEN) en Cuba. En pocas palabras, se traduce en un «apagón» que abarcó todo el país. Puede afirmarse que este constituye uno de los peores desenlaces en medio de la actual crisis electroenergética que vive la Isla.

 

Un día antes, en el horario de la tarde, circuló un mensaje del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en el cual anunciaba: «He orientado al primer ministro, Manuel Marrero Cruz, junto a directivos del Ministerio de Energía y Minas, informar al pueblo en comparecencia especial hoy, a las 8:30 p.m., sobre la situación de emergencia energética que atraviesa el país».

 

Dicha comparecencia se retrasó varias horas por «problemas técnicos». En ella se señaló a la falta de combustible como el factor que más incide en el déficit energético. Asimismo, se mencionaron otros dos: el estado de la infraestructura y el incremento de la demanda. Además, se abordaron las perspectivas de trabajo a corto, mediano y largo plazos en este rubro. A pesar de ejemplificarse la complejidad del escenario existente, el mensaje final –emitido por el primer ministro apenas unas horas antes del colapso del CEN– fue: «Ya están los pasos próximos que nos permitirán ir a una recuperación, y lo más rápido es el combustible (fuel oil y diésel) [con] que ya cuenta el país para estabilizar la compleja situación actual».

 

Si nos ponemos rigurosos, ninguna de las informaciones transmitidas en el espacio «justificaron» la emisión de este programa especial; así como la connotación mediática que se le dio.

 

Para ejemplificar el alcance de la crisis, ya existente en la noche del 17 de octubre, puede mencionarse que desde hace varios meses el sistema electroenergético cubano no logra satisfacer la demanda. El día 10 de octubre la máxima afectación por déficit en la capacidad de generación alcanzó los 1153 Megawatts (MW), el viernes 11 se amplió a 1467 MW, el sábado 12 llegó a los 1278 MW, el domingo 13 de octubre –sin coincidir con el denominado «horario pico»– se afectaron 1346 MW, el lunes 14 el déficit máximo alcanza los 1358 MW y para el martes 15 se eleva hasta los 1641 MW (Gráfico 1).

En los últimos meses, la demanda máxima en Cuba oscila entre los 3000 y los 3500 MW. Contrario a lo que pudiera considerarse, es equiparable con la de otros países del área que presentan índices poblacionales similares al de la Isla. Para ejemplificar: la República Dominicana, con una población que ya en este 2024 supera a la cubana, registró el pasado 26 de junio un récord de demanda (hasta ese momento) de 3662,27 MW; en Bolivia, con 11,3 millones de habitantes según los datos oficiales de población obtenidos en el Censo de marzo, se reflejó una demanda máxima de potencia en el Mercado Eléctrico Mayorista (MEM) durante el mes de septiembre (día 25) de 1752,02 MW (aproximadamente, la mitad en comparación con Cuba); en el caso de Ecuador, país que supera a Cuba en unos siete millones de habitantes y hacia donde se ha producido un movimiento migratorio de cubanos y cubanas, la demanda ronda los 4000 MW y se ve impactado por un significativo déficit; y Haití, con cerca de once millones y medio de habitantes –país al cual muchos cubanos y cubanas se han dirigido a comprar productos y comercializarlos en la Isla luego–, demandaba en 2020 unos 500 MW [ello en un país en el cual el acceso a la electricidad (porcentaje de la población) se informó en 49, 3 % en 2022].

 

Causas: explicaciones y comprensiones

 

Como se mencionó, las principales causas de la crisis energética son:

 

la falta de combustible, el estado de la infraestructura y el incremento de la demanda. Las dos primeras, de manera particular, inciden en las salidas del sistema de las principales plantas generadoras.

 

Desde la perspectiva gubernamental, ambas reciben el impacto de la política de bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos a Cuba; la cual ha impedido en los últimos años contar con los financiamientos necesarios y la disponibilidad en tiempo y forma para conseguir el combustible.

 

No es solo cuestión de tener el dinero, sino de tenerlo a tiempo para pagarle a los proveedores y que llegue el combustible a las plantas generadoras de electricidad. Se debe considerar que cada barco que traslada combustibles a Cuba proporciona el suficiente para aproximadamente 10 días. Eso significa que hay que mantener y hacer los enlaces necesarios para que no se vea interrumpido el suministro a las centrales productoras de electricidad.

 

Los envíos han estado afectados en los últimos años, particularmente desde el segundo semestre de 2019. En el preámbulo de la pandemia de la Covid-19 se dificultaron más por la agudización de la política hostil norteamericana, que pudimos ver durante el mandato de Trump, política que se ha mantenido durante la administración de Biden.

 

En esas circunstancias, las operaciones de persecución financiera de los barcos de combustible y la posibilidad de pagar ese combustible, han impedido un normal funcionamiento de la economía cubana.

 

La política de asfixia y genocidio y su incremento se entiende no solo por la persecución financiera a esas transacciones para pagar a tiempo, sino porque la acción norteamericana también busca torpedear las principales fuentes de ingresos de la economía cubana. Un ejemplo: si se visualiza la composición de la economía cubana hace seis años, podemos observar que la venta de servicios profesionales –médicos, sobre todo– constituía una de las principales fuentes de ingresos. En este periodo ha caído significativamente la venta de servicios médicos (proveedores de recursos necesarios sobre todo orientados a la salud pública), así como el turismo, el cual ha sido desactivado o mermado por políticas públicas de migración como la Electronic System for Travel Authorization (ESTA). Se trata, en efecto, de un país que es objeto de un ataque planificado, quirúrgico y sistemático que no permite su funcionamiento en condiciones normales.

 

Por lo tanto, este pico de la crisis energética tiene que ver, durante los últimos meses, con la insuficiente capacidad financiera para contar con combustibles fósiles y con las piezas de repuesto y otros insumos básicos para poner en funcionamiento el Sistema Eléctrico Nacional, que hace apenas diez años tenía el doble de la capacidad actual (producto de la campaña dirigida por Fidel y conocida como «Revolución Energética»).

 

Es así que, a las 11:00 de la mañana del 18 de octubre, ese sistema fue a cero total. «Cero total» significa, en términos del suministro eléctrico, según los especialistas, una condición que es muy rara y es muy grave. Esto pone en evidencia la precariedad material en áreas claves que enfrenta el pueblo cubano.

 

Digamos que compartimos la perspectiva gubernamental, así como el diagnóstico sobre la responsabilidad que tiene en la actual crisis la política de asfixia estadounidense. No obstante, preguntémonos:

 

¿Se resuelve –y comprende por nuestra población– la crisis actual con la simple mención a la responsabilidad de dicha política de asfixia? No. Al menos cinco factores se conjugan:

 

El primero, un natural desgaste temporal. No es lo mismo enarbolar una consigna de resistencia, o de condena al imperialismo estadounidense, durante una década que por más de 65 años. Dicho desgaste se va acumulando con la irrupción de sucesivas generaciones políticas.

 

En segundo lugar, la complicidad entre varios actores –que se articulan por razones y desde enunciados diferentes– en disminuir el peso real y efectivo que continúa teniendo la política hostil de los Estados Unidos contra Cuba.

 

El tercero, la desesperanza y la desmovilización que son hijas de las crisis de larga duración. Ya son más de treinta años desde los inicios de los noventa.

 

Cuarto, el reto político que constituye dirigir un país con una práctica de liderazgo –el de Fidel Castro– que se dilató, cuando menos, casi medio siglo.

 

Y, finalmente, la afectación del prestigio, la legitimidad, el apoyo y la confianza que –por diversas causas– marca a la actual dirección nacional cubana en sus diferentes estructuras.

 

Necesidad de ver el cuadro completo

 

El asunto no se trata solo del apagón «total» y se debe ver el «cuadro completo»: las condiciones de hostilidad económica que han llevado a este momento. Esto es corolario de una política histórica puesta en práctica desde el 6 de marzo de 1960, cuando se plantea que la única manera previsible de lograr el derrocamiento de Fidel Castro y de la Revolución, es generar y mantener un curso de acción con medidas que provoquen la desafección al gobierno a partir de la desesperación en las personas. Es decir, la política de los Estados Unidos, enfocada en esta dirección, ha buscado y materializado medidas cuyas consecuencias lleven a un escenario como el actual, en el cual sea la desesperación de las personas la que solvente la protesta social contra un régimen legítimamente establecido.

 

En este plano, una cuestión evidente es que, al producir la destrucción progresiva y sistemática de las condiciones materiales de vida se pueden crear las circunstancias de posibilidad para que un tipo de convulsión social se manifieste.

 

Lo cierto es que hasta hoy eso no ha sucedido. Sí se han producido legítimas y puntuales expresiones de protestas en algunos lugares, que han trascendido y sido amplificadas utilitariamente por medio de las redes sociales reaccionarias.

 

Sin embargo, esto no ha logrado articularse en un tipo de convulsión social generalizada por un conjunto grande de factores: el primero de ellos es que, aun en esta difícil coyuntura, hay una importante proporción del pueblo cubano que tiene confianza en las posibilidades y en lo que pueda hacer el gobierno y el Estado cubanos.

 

Eso es importante y sigue siendo una fortaleza, pero no constituye un «cheque en blanco»: dicha confianza se fundamenta en que gobierno y Estado actúen, cada vez más, en representación de la Revolución.

 

De hecho, lo que se ha visto, pero que ha trascendido menos debido a los contextos de circulación de noticias falsas, son expresiones de organización popular en los barrios con el objetivo de ayudar a quienes se encuentran en condiciones más complejas, materializadas en caldosas y ollas colectivas y en la solidaridad de personas que, contando con generadores eléctricos o equipos de refrigeración, los han puesto a disposición de los demás.

 

No se está, por tanto, en un punto en que pueda ser inminente un tipo de convulsión social. No obstante, la agudización de las circunstancias, unidas a que no se aprecia en el horizonte la posibilidad de un cambio en la política norteamericana que permita hacer respirar a la economía cubana, hace muy difícil pensar en una mejoría rápida y real de las circunstancias vividas. Es un momento muy complejo y difícil, pero que no está en el punto de convulsión social. Para que esto se dé tienen que coincidir, al menos, «dos campos de posibilidad»:

 

Uno, las condiciones de orden material, es decir, la pauperización de la vida, que es lo que se ha intentado generar y que ahora evidencia un pico.

 

Dos, las condiciones de posibilidad desde el punto de vista subjetivo y cultural, es decir, la tensión psicológica que lleve a ese punto de desesperación. Este segundo campo de posibilidades no tiene masa crítica aún, sin embargo, hay que estar atentos pues el enemigo cuenta con más posibilidades y recursos para crear campañas en ese ámbito.

 

La gravedad de lo experimentado durante el pasado fin de semana consiste, no solo en el problema de las «personas que llevan muchas horas sin electricidad», sino en que es el escenario aspirado por los anticubanos para provocar algún tipo de ensayo de convulsión social, que termine o que le dé un golpe definitivo a la Revolución. El asunto, por tanto, es parte de las medidas que en los últimos años el imperialismo ha tomado contra la economía cubana, en la dirección de prefigurar escenarios como el que se está viviendo, configurando un virtual colapso del sistema. Política que, además, ha dado muestras de que el curso de acción es la no intervención (con el objetivo de dejar que la situación explote).

 

Esto fue lo que se experimentó, por ejemplo, en el verano de 2021 durante la pandemia de la Covid-19, cuando las principales plantas de producción de oxígeno medicinal del país se vieron interrumpidas por fallas, y que llevaron a la muerte de personas por falta de oxígeno, debido a que los Estados Unidos impidió la llegada a tiempo de las piezas y equipamiento necesario para echar a andar las plantas; lo que ocurrió en el verano del año 2022, mientras se quemaban los principales depósitos de combustible ubicados en la ciudad de Matanzas y en que el gobierno norteamericano no actuó teniendo las posibilidades de hacerlo; o en los últimos años, en el oriente de Cuba, con los huracanes y tormentas tropicales en que también se ha impedido acceder a financiamiento que contribuyan a mitigar las situaciones.

 

El contexto actual, entonces, da cuenta de un entramado de leyes y posiciones que hacen imposible el normal funcionamiento de la economía de cualquier país del mundo (ninguno ha estado tanto tiempo sometido a las condiciones de asfixia que posee Cuba).

 

A lo anterior se suma que este bloqueo se ha vuelto cada vez más clasista en su aplicación: mientras que por una parte impide al Estado cubano desempeñar su rol de distribución lo más justa posible y satisfacer las necesidades básicas de la población, por otro privilegia un incipiente sector privado que por su condición no tiene ni el propósito ni la vocación de satisfacer esas necesidades básicas, al menos, de la mayoría de la población.

 

Llamado a acciones y atenciones

 

En ese sentido, el llamado a las organizaciones sociales y políticas, y al movimiento popular de la América Latina y el Caribe, es a mantenerse atentos y a dimensionar la complejidad de la situación, comprendiendo las expresiones de descontento legítimo en algunos lugares del país. A su vez, es necesario entender de qué se trata y de dónde provienen estas situaciones, e identificar la responsabilidad histórica que tienen los gobernantes norteamericanos en estos eventos.

 

Además, se alerta de estar no solo atentos a la situación particular y nacional, sino a dilucidar cómo están jugando la derecha y la ultraderecha contrarrevolucionarias más allá de Cuba, las cuales intentan utilizar este momento para provocar condiciones de posibilidad y generar noticias que solventen y legitimen algún tipo de convulsión social, proyectada como el caldo de cultivo para cualquier otro tipo de acción más grave en el país. Esto no es una exageración retórica, sino que se fundamenta en las campañas de desinformación de prensa de Miami o Madrid, por ejemplo, en las cuales un pequeño grupo de la migración cubana se ha dedicado, durante estos días y de manera particular, a estimular a la población buscando este tipo de salida. Esta salida, desde una perspectiva histórica, encuentra sus orígenes en la política amparada en la aplicación de la Ley Helms-Burton –cuyo nombre original era Ley Bacardí–, una legislación norteamericana que desde el año 1996 contempla los pasos para una hipotética caída de la Revolución cubana y la cual fue promovida por una familia de emigrados cubanos cuyas propiedades les fueron expropiadas legítimamente.

 

Debemos tener en cuenta, entonces, el carácter histórico de la complejidad del momento actual, toda vez que los enemigos históricos y actuales así la reconocen, saben que han trabajado para ello y se preparan en función de eso, hacen sus llamados y copan las redes sociales y los medios informativos. Es decir, percatarse de los objetivos del imperialismo: por una parte, distorsionar la realidad, las causas y las responsabilidades; por la otra, buscar una salida violenta a la actual situación.

 

En ese plano, se necesita saber y socializar que hay en curso un intento de hacer desaparecer materialmente las condiciones de vida de una población y que se conozcan y se entiendan las causas de otros fenómenos asociados a este asunto primordial. También se necesita acompañamiento, pero un acompañamiento de verdad, solidario, que se expresa tanto en las declaraciones –porque hace falta que la gente sepa que Cuba no está sola– y también en la agencia de aquellos espacios que sí tienen condiciones de posibilidad real de hacer cosas: demandar, en instancias internacionales, la eliminación definitiva del bloqueo.

 

Este llamado a la solidaridad internacional se acompaña de un certeza: está claro que nadie puede luchar por nosotros mismos, que nadie puede hacer lo que nos corresponde a nosotros. Se trata de una lucha que data de varias generaciones. Lo aprendimos en carne propia, y también admirando la resistencia del pueblo palestino. Ahora el mundo habla de Palestina, pero los cubanos llevamos a Palestina en la sangre hace muchos años.

 

De ellos aprendimos a no pedir que se ocupe nuestro lugar en la lucha, pero que la solidaridad entre los pueblos sustituye cualquier relación entre Gobiernos. Nuestra América es una sola, y si una argentina, un chileno, una mexicana, un ecuatoriano (por no mencionar cualquiera de los otros 33 países de la región, comenzando por los países del Caribe que mantienen una actitud muy valiente, porque son islas pequeñísimas, tienen mucho que perder y han sido muy firmes y solidarias en relación con Cuba), si cualquier persona de esos países siente como propio el dolor, la angustia y el sufrimiento de estos días en Cuba, si entiende que su deber es luchar y colocar esas demandas donde pueda hacerlo, es una contribución extraordinaria a la causa del pueblo cubano que, en este minuto, como hace mucho tiempo, es también la causa de los pueblos de la América Latina y el Caribe.

 

noviembre 03, 2024

Síntesis y conclusiones del Círculo de Lectura Nº 187

 Síntesis y conclusiones del Círculo de Lectura Nº 187

“Auge y ocaso de la Doctrina Monroe”

El texto fue tomado de la Revista Digital cubana “La Tizza” y escrito por el economista argentino, investigador del CONICET y profesor de la UBA Claudio Katz. La Doctrina Monroe, que originalmente ha sido concebida como un instrumento de defensa del nuevo imperio de los Estados Unidos frente a las ambiciones colonialistas europeas, finalmente ha impuesto su dominio en todo el continente, desde su creación en año 1823, bajo la consigna “América para los americanos”, incorporando su dominio al resto del continente como si fuera su patio trasero.

Esta concepción nace de la consigna que traían los colonizadores Anglo Sajones del llamado “Destino Manifiesto”, que justificaba la expansión territorial de Estados Unidos por mandatos divinos. Y así fue como en el año 1845 se produjo primero la anexión de Texas y luego otros estados mexicanos a favor de los Estados Unidos, arrebatándoles finalmente la mitad de su territorio original.

Después en el año 1898 vino a la anexión de Puerto Rico.

Luego provocaron la escisión de lo que hoy es Panamá de la república de Colombia, transformándola en colonia y protectorado yanqui, para poder construir allí el canal interoceánico y así usufructuar las ganancias generadas y favorecer el comercio norteamericano desde ambas costas oceánicas Pacífico - Atlántico.

A lo largo de todo el siglo XX los Estados Unidos han perpetuado múltiples incursiones militares en el resto del continente y han propiciado golpes de Estado en diversos países, con el único objetivo de imponer su supremacía en lo que ellos consideran su “patio trasero”, reafirmando de esta manera su original proyecto expansivo de carácter imperialista como política de estado de la Casa Blanca, por supuesto compartida plenamente por Demócratas y Republicanos.

Ya entrando en el siglo XXI aparece un nuevo protagonista en la región con fuertes capacidades comerciales y políticas, ofreciendo otro tipo de relaciones con los países emergentes sin ejercer las acostumbradas presiones políticas a la que fueran sometidas bajo el yugo norteamericano.

Éste nuevo actor es China, la emergente potencia mundial, que viene a ofrecer inversiones e intercambios comerciales bajo la consigna de que ambos tienen el derecho de ganar y sin la imposición de condiciones políticas de carácter imperial.

 Lo curioso es que frente a éste nuevo rival, la Doctrina Monroe comienza a perder fuerzas frente a un desafío de este tipo. A pesar de todas las presiones ejercidas por el Departamento de Estado norteamericano, ningún país de la región ha renunciado al incremento de relaciones comerciales con el gigante asiático.

Por otro lado la Doctrina Monroe también comienza a perder terreno en el campo ideológico poniendo en duda la supuesta superioridad de los anglosajones del norte sobre los latinos del sur, teniendo en cuenta además la creciente crisis económica y financiera de ese capitalismo tan promovido por los Estados Unidos de Norteamérica.

Y finalmente, con el asalto al corazón de la democracia yanqui que fue la incursión violenta por parte de los seguidores de Trump en el Capitolio en el año 2021, deja serias dudas sobre la consistencia política del sistema democrático capitalista.

Durante el posterior debate, se concluyó que desde el mismo inicio de la expansión de carácter imperialista de los Estados Unidos, durante el siglo XIX, ya se puso claramente de manifiesto su intención expansionista hacia el resto del continente, ampliando el concepto de la llamada Doctrina Monroe de: “América para los Americanos” a “América para los Norte Americanos”.

Se recordó también cuando en 1961 durante la conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la OEA, llamada Conferencia de Punta del Este, que se desarrolló en Uruguay donde también participó Cuba representada por Ernesto Che Guevara, se presentó el programa llamado “La Alianza para el Progreso” de ayuda económica, política y social de EE. UU. para América Latina, que incluía la posibilidad de efectuar pequeñas reformas agrarias sin afectar los verdaderos intereses de las grandes oligarquías terratenientes regionales, pero con el objetivo fundamental de evitar que otros países de la región no siguieran el ejemplo del triunfo victorioso de la Revolución cubana de 1959.

Cabe destacar que cuando el Che denunció estas espurias intenciones de los yanquis, Cuba fue expulsada de la Organización de Estados Americanos, el llamado ministerio de colonias de los Norteamericanos.

Un claro ejemplo de lo que desde la Doctrina Monroe siempre se impuso que es la política del “garrote y la zanahoria” para tratar de mantener al patio trasero bajo su órbita y sumisión.

Luego se analizó la situación social que nos fue llevando de lo colectivo a lo individual con ayuda de la revolución tecnológica y mercantilista.

Antes nosotros mirábamos una película en el cine con una pantalla enorme entre unos cien espectadores.

Luego pasamos a ver las películas en la pantalla de un televisor entre cuatro o cinco personas, luego desde una computadora entre no más de dos personas, y hoy cada uno ve su propia “película” en la pantallita de su Celular, fomentando de esa manera la cultura del individualismo de carácter narcisista.

De esa manera además el imperio puede tener a cada uno de nosotros individualmente vigilados mediante la sofisticada tecnología informática del Internet.

 Para poder salir de ese individualismo artificial debemos volver a integrar los tejidos sociales de carácter presencial (no virtual) marcando nuestra presencia física en los espacios de lucha colectiva con responsabilidad y compromiso político.

Es preciso que entre todos logremos visualizar a nuestro enemigo común, unificando todas las luchas, ya que nuestra única fortaleza está basada en la unidad.

Por último se decidió abordar para el próximo espacio de lectura del sábado 07 de

diciembre un texto tomado de la Revista Digital cubana “La Tizza” y publicado recientemente titulado: “Cuba: uno de los peores escenarios en medio de la crisis electroenergética”.

 

Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba, 02 de noviembre de 2024.

octubre 29, 2024

Círculo de Lectura N° 187 – Noviembre de 2024

Círculo de Lectura N° 187  –  Noviembre de 2024

 

“Auge y ocaso de la Doctrina Monroe”

Por Claudio Katz, economista argentino, investigador del CONICET, y  profesor de la UBA.

Tomado de Medium – La Tizza    

https://medium.com/la-tiza/qui%C3%A9nes-somos-175a7e267f5a

La Doctrina Monroe ha organizado la primacía de Estados Unidos en todo el continente desde hace 200 años. Sintetiza la estrategia que concibieron los fundadores de la mayor potencia contemporánea para controlar la región. Ese principio exige el manejo del territorio por el Norte y el desplazamiento de cualquier competidor del mandante yanqui. Todos los gestores de la Casa Blanca aplicaron y perfeccionaron esa guía.

 La Doctrina fue inicialmente concebida como un instrumento defensivo de la naciente potencia, para contrarrestar las ambiciones del colonialismo europeo. Surgió cuando Monroe rechazó la propuesta de una acción conjunta de Estados Unidos con Inglaterra y Francia, para bloquear los intentos de reconquista española en 1823.

 Esa negativa ya incluyó un principio de supremacía de la emergente nación sobre el resto del continente, que fue codificada con la curiosa denominación de «América para los americanos». Esa frase no implicaba la soberanía de la población autóctona sobre su territorio, sino la sustitución de la dominación europea por el manejo estadounidense.

 El planteo que hace dos siglos fue expuesto como proyecto de un país en surgimiento, orientó la conversión de esa nación en la potencia dominante de la región. Monroe postuló la legitimidad de ese derecho por el papel inaugural que tuvo Estados Unidos en la independencia del continente. Consideró que esa anticipación le confería a su país la responsabilidad de comandar todo el desenvolvimiento zonal.

 Durante la primera mitad del siglo XIX, Inglaterra, Francia y España desafiaron esa pretensión. Intentaron frenar la ampliación del territorio estadounidense o forzar su partición, pero perdieron una batalla que se desenvolvió en todos los rincones de América Latina.

 El debut imperial

La Doctrina Monroe inspiró la propia definición de las fronteras estadounidenses, a través de la absorción de territorios que pertenecían al ámbito hispanoamericano. Esa expropiación signó, desde su origen, el gran impulso del nuevo país a extenderse hacia al sur y a considerar a todo el continente como un área de pertenencia propia.

 El primer motor de esa ampliación fue la captura de tierras por parte de los plantadores esclavistas. Necesitaban esparcir sus campos en forma permanente, para acrecentar una modalidad de cultivo intrínsecamente extensiva. Como esa forma de explotación precapitalista sustituía las mejoras de la productividad agraria por la mera multiplicación de las zonas sembradas, la absorción de nuevas tierras era indispensable para la supervivencia de los Confederados del Sur.

 Ese expansionismo precipitó el despojo de México, que terminó perdiendo la mitad de su configuración original. Esa amputación comenzó con la revuelta separatista y la anexión de Texas en 1845 y derivó en una guerra que fue zanjada con dinero. La emergente potencia del Norte se apropió por muy pocos dólares de las enormes porciones del suroeste, que conformaron el perfil definitivo de Estados Unidos.

 Esa captura determinó los contornos limítrofes, pero no diluyó las ambiciones del nuevo coloso sobre su debilitado vecino. Las tropas yanquis ingresaron a México en incontables oportunidades durante la segunda mitad del siglo XIX para neutralizar las expediciones de los rivales europeos. Con esas incursiones frustraron la pretensión de reconquista española y una aventura de apoderamiento francés.

 Los marines irrumpieron también en las primeras décadas de la centuria pasada, para lidiar con los efectos de la Revolución mexicana de 1910. La pretensión expansionista ya no fue tan gravitante en esas intervenciones, como la intención de sofocar la acción de los rebeldes en la frontera del nuevo imperio. Las tropas yanquis anticiparon con esa acción el rol de gendarme internacional que desplegó el Pentágono durante todo el siglo XX.

 Un proceso semejante se desenvolvió en la misma época en el Mar Caribe. Con la captura de Puerto Rico en 1898 y las sucesivas ocupaciones de Cuba (1899–1902 y 1906–1909), Haití (1915–1934) y República Dominicana (1916–1924), el gigante del Norte tanteó el sueño imperial de un Mediterráneo estadounidense. Ese objetivo sólo fue consumado a medias, mediate la absorción de algunas islas y la dominación efectiva de una enorme configuración marítima.

 Washington ocupó las aduanas de varios países para garantizar el cobro de dudosos pasivos, se apropió de plantaciones de azúcar e impuso su manejo de los puertos. También garantizó una presencia militar permanente y se asoció con distintas elites para incentivar enfrentamientos locales y sofocar los levantamientos populares en las islas invadidas.

 

En estas intervenciones se verificó el carácter temprano y fulminante del proyecto expansivo estadounidense. El nuevo imperio mixturó las viejas formas de dominación colonial con los novedosos mecanismos de la sujeción semicolonial. La Doctrina Monroe sintetizó ambas dimensiones.

 Otra variedad del mismo expansionismo fue implementada en Centroamérica, luego del intento de apropiación consumado por el filibustero Walker (1855–56). La incursión a Nicaragua de este aventurero texano que se autoproclamó presidente fracasó, pero pavimentó la sucesión posterior de ocupaciones que perpetraron los marines hasta 1925.

 Esa combinación de emprendimientos militares privados con intervenciones formales del Ejército perfiló otra modalidad, que reapareció en numerosas oportunidades ulteriores. Basta recordar la labor autónoma de los mercenarios contratados por el Pentágono en Afganistán o Irak, para notar la continuidad de esa mixtura de uniformados con pistoleros en las incursiones de Estados Unidos.

 Al igual que en México y el Caribe, la activa presencia de los marines en las primeras décadas del siglo XX reforzó el desplazamiento de los rivales que resistían la primacía estadounidense. Los británicos no pudieron afianzar sus frágiles bases en Honduras y comenzó a dirimirse la disputa con varias potencias europeas por la construcción del Canal de Panamá. En esa batalla por el control del tránsito interoceánico quedó transparentada la fuerza del nuevo imperialismo frente a sus pares del Viejo Continente. El principio Monroe se afianzó con ese desenlace.

 Estados Unidos hizo valer también en Sudamérica su amenaza militar frente a los competidores europeos. Exhibió ese poder en varios conflictos por el usufructo de los recursos naturales de Chile, Perú, Bolivia y Paraguay. Ese protagonismo yanqui fue especialmente relevante frente al bloqueo de las costas de Venezuela por parte de Inglaterra, Alemania e Italia para exigir el cobro de una deuda en 1902.

 En ese caso, Estados Unidos impuso su arbitraje advirtiendo que no toleraría la incursión de las naves europeas. Esa contundente intervención demostró quién tenía la última palabra en el Nuevo Mundo.

 Theodore Roosevelt explicitó ese predominio con su política de las cañoneras e introdujo la conversión de los embajadores yanqui en funcionarios dominantes de la política local latinoamericana. Esa primacía ratificó en cada ámbito nacional la preeminencia del principio Monroe.

 Despegue económico en la región

La consolidación económica de Estados Unidos como un imperialismo ascendente se consumó en las primeras décadas del siglo pasado en el espacio latinoamericano. En este territorio se expandieron inicialmente sus empresas, que usufructuaron todas las ventajas de la inversión externa.

 La nueva potencia disputó exitosamente con los rivales europeos el control de los mares y el botín de los recursos naturales. América Latina fue el gran mercado de arranque para una economía que se expandió a un ritmo vertiginoso. Entre 1870 y 1900 la población de Estados Unidos se duplicó, el PIB se triplicó y la producción industrial se multiplicó por siete.

 Al sur del Río Grande se forjaron las rutas marítimas requeridas para descargar los excedentes y capturar las apreciadas materias primas. El 44 % de todas las inversiones yanquis fue localizada en esta zona, con gran centralidad en el transporte (rutas, canales, ferrocarriles) y las actividades más rentables de la época (minería, azúcar, caucho, bananas).

 

El modelo de los enclaves exportadores tuvo preeminencia junto a un proceso de recolonización. Estados Unidos combinó la ocupación de territorios (Puerto Rico, Nicaragua, Haití, Panamá) con la apropiación de aduanas (Santo Domingo), el manejo del petróleo (México), el dominio de las minas (Perú, Bolivia, Chile), el control de los frigoríficos (Argentina) y la gestión de las finanzas (Brasil).

 

La nueva potencia tomó la delantera en un lapso muy reducido, transformando las convocatorias iniciales de Monroe en realidades palpables. La soberanía de los países latinoamericanos quedó abruptamente reducida por ese avasallamiento económico foráneo.

 

La emancipación política temprana — que Latinoamérica había logrado en sintonía temporal con Estados Unidos — fue drásticamente revertida. Centroamérica fue balcanizada, extranjerizada e invadida a gusto por el hermano mayor, mientras Sudamérica iniciaba una asociación subordinada con el gigante del Norte.

 

El proyecto Panamericano sintetizó la ambición yanqui de predominio irrestricto. La idea inicial de una gran Unión Aduanera bajo el comando de Washington (1881) fue propiciada en tres conferencias sucesivas. Incluía la construcción de un ferrocarril transcontinental y distintos contratos para asegurar la primacía estadounidense, mediante un tribunal de arbitraje controlado por el Norte.

 

Ese plan falló por la resistencia convergente que interpusieron los tres objetores de la iniciativa. Los cuestionamientos del sector más proteccionista del capitalismo yanqui empalmaron con los reparos de las economías más autónomas (como Argentina) y de las presiones de Inglaterra, en retirada de la región.

 

Ese temprano fracaso del Panamericanismo ilustró el gran peso del sector industrial americanista hostil al comercio irrestricto, en un escenario altamente favorable para los exportadores estadounidenses. Cien años después la misma oposición ha bloqueado varios intentos norteamericanos de competir con China en la arena del libre comercio. Lo que a principios del siglo XX pasó desapercibido como un episodio menor del ascenso estadounidense, constituye en la actualidad una manifestación de la crisis que afronta la primera potencia.

 

Desplazamiento de España e Inglaterra

El perfil explícitamente ofensivo de la Doctrina Monroe comenzó a plasmarse en la guerra contra España (1898–99). Ese conflicto consagró el viraje hacia operaciones agresivas de Estados Unidos sobre toda la región. Adelantando una argucia que repitió en incontables episodios posteriores, el Departamento de Estado fraguó una agresión externa para apoderarse de las viejas colonias hispanas del Caribe y logró transformar a todas las islas de ese entramado en protectorados yanquis.

 

El paso ulterior fue el desplazamiento de los rivales británicos de Centroamérica, mediante una combinación de intervenciones militares, capturas geopolíticas y ventajosos negocios. La apropiación de Panamá ilustró quién era el vencedor de la disputa.

 

Luego de frustrar los intentos ingleses (y franco-alemanes) de construir el canal a través de Nicaragua, Estados Unidos compró la concesión para construir el paso interoceánico en 1903. Para efectivizar esa obra convirtió a Panamá en una colonia bajo su estricto dominio. De esa forma conectó las dos costas de su territorio y aseguró el comercio del Pacífico, que abrió previamente con la adquisición de Filipinas.

 

La Doctrina Monroe fue utilizada con la misma intensidad para motorizar el desplazamiento menos vertiginoso del competidor inglés de sus bastiones sudamericanos. Estados Unidos apuntaló a su aliado peruano en las disputas con los anglófilos gobiernos chilenos e hizo valer su autoridad arbitral en los conflictos de Venezuela con Gran Bretaña por la Guayana.

 

Inglaterra perdió la preeminencia que había mantenido desde principio del siglo pasado a través de mayores inversiones que el desafiante estadounidense. Ese balance fue revertido con la gran expansión manufacturera de Estados Unidos, que igualó primero (1880) y duplicó después (1894) la producción industrial británica. En ese cimiento económico se asentó el predominio yanqui en Centroamérica antes de la Primera Guerra Mundial y en Sudamérica luego de esa conflagración.

 

La victoria estadounidense sobre Inglaterra quedó totalmente consumada al concluir la Segunda Guerra. El dominador del Norte irrumpió como ganador por la inconmensurable ventaja que le aportó su retaguardia territorial propia. No emergió como sus competidores del Viejo Mundo desde una localización pequeña (Holanda, Portugal), o mediana (Gran Bretaña), sino apoyado en el gigantesco asentamiento que poblaron torrentes de inmigrantes.

 

Ese territorio maleable y diversificado alimentó un modelo económico autocéntrico (nutrido del mercado interno), muy superior al esquema extrovertido (dependiente del mercado mundial) de sus rivales. Con ese cimiento la nueva potencia contó con un margen temporal suficiente para ampliar primero su frontera agrícola, desenvolver posteriormente una industria protegida y forjar finalmente la poderosa banca que facilitó su conquista del mundo.

 

Mientras que Gran Bretaña debió salir rápidamente al exterior (para colocar sus sobrantes industriales elaborados con materias primas importadas), Estados Unidos emergió como el gran exportador de ambos recursos. En lugar de expulsar mano de obra excedentaria, absorbió masas de pobladores ajenos a las rémoras no mercantiles y atraídos por la alta movilidad social.

 

Estados Unidos también logró una superioridad militar que Gran Bretaña no alcanzó ni siquiera durante su esplendor victoriano. Obtuvo un control del espacio más significativo que el manejo inglés de los mares y, con esa ventaja, hizo valer la Doctrina Monroe en todo el continente americano.

 

Consolidación político militar

La Primera Guerra Mundial fue un punto de giro para la primacía estadounidense en América Latina, no sólo por el avance económico sobre el rival británico. Washington conquistó su dominio con instrumentos geopolíticos, al comprometer al grueso del hemisferio en el ingreso a la contienda bélica.

 

Impuso esa adhesión a ocho gobiernos que declararon la guerra y a otros cinco que rompieron relaciones diplomáticas con el adversario. Los pocos países que mantuvieron su neutralidad, exhibieron una autonomía que Estados Unidos se empeñó en recortar por distintas vías.

 

Las conflagraciones mundiales irrumpieron como un novedoso terreno para erradicar díscolos y consumar la subordinación a la supremacía del Norte.

 

En los años de entre guerras, la Casa Blanca comenzó a practicar la política de Estado hacia América Latina, que comparten Republicanos y Demócratas. Perfeccionó el uso del garrote y la zanahoria y mixturó las amenazas con la cooptación. La virulencia agresiva de Theodore Roosevelt quedó articulada con los mensajes de buena vecindad de Franklin Delano Roosevelt. Ese juego de agresividad y consideración siempre siguió un libreto definido por el establishment de Washington para garantizar su control del hemisferio.

 

La primacía yanqui alcanzó una contundencia mayor en la segunda mitad del siglo XX. Su dominación se tornó indisputada, tanto por el desplazamiento económico de Europa como por la conversión de América Latina en un área de confrontación con la Unión Soviética. Estados Unidos hizo valer su comando del sistema imperial para reafirmar la pertenencia de toda la región a sus dictados.

 

Washington dejó nítidamente establecida esa dominación sobre los opresores locales, como prenda de pago a su protección contra el peligro del socialismo. América Latina quedó delineada como un Patio Trasero del gendarme, que batallaba contra la insurgencia popular en todos los rincones del planeta. El Pentágono aseguró esa cruzada mundial imponiendo una opresión política ilimitada en el continente.

 

Esa dominación asumió formas de control militar directo luego de la imposición del pacto bélico TIAR en 1947 y la creación de la OEA un año después, para alinear a toda la región con una fanática campaña contra el comunismo.

 

América Latina fue convertida en una gran retaguardia de la Guerra fría, con intervenciones descaradas del Departamento de Estado para contener el peligro rojo. Esa escalada de agresiones desestabilizó estructuralmente a toda la región.

 

Para garantizar la preeminencia de gobiernos serviles, Estados Unidos recurrió al auxilio de feroces dictaduras. Sólo entre 1962 y 1968 digitó 14 golpes de Estado, con la presencia enmascarada de la CIA en algunos casos (Guatemala 1954) o con incursiones de los marines en otros (República Dominicana 1965). La Guerra fría fue una era de sangrientas tiranías intercaladas con pausas de fachada constitucional. La cruzada anticomunista fue la cobertura que utilizó el imperialismo norteamericano para consolidar su reinado absoluto en la región.

 

El uso del garrote (Truman, Eisenhower) fue nuevamente combinado con mensajes de cooperación (Roosevelt, Kennedy), anticipando la mixtura posterior de la prepotencia (Reagan, Bush, Trump) con la contemplación (Carter, Clinton, Obama). La dominación imperial estadounidense de América Latina quedó naturalizada en ese período, como un dato corriente del escenario regional.

 

Una doctrina perdurable, pero inefectiva

El principio Monroe fue durante la segunda mitad del siglo XX la brújula del Departamento de Estado para América Latina. Ningún rival europeo desafió a Washington y en todos los conflictos primó la subordinación a la Casa Blanca. En la guerra de Malvinas, por ejemplo, Thatcher actuó en permanente consulta con su par estadounidense. Esa misma orientación prevaleció en todas las administraciones.

 

En el contexto de mayor adversidad del nuevo milenio, Obama hizo un amago de jubilar a la Doctrina Monroe en 2009. Anunció el inicio de una nueva «relación entre iguales» con los países de la región. Su vicepresidente declaró incluso, en forma explícita, el fin del principio vigente desde 1823.

 

Pero ese viraje fue sepultado en la década siguiente por Trump, que revitalizó la Doctrina para confrontar con Rusia y China en 2018. Esa norma fue recreada con la misma intensidad que todo el léxico de la Guerra fría.

 

En realidad, el magnate se limitó a enunciar la continuidad de un principio que nunca fue abandonado. El sometimiento de América Latina a los dictados de Washington no fue reconsiderado seriamente por ningún administrador de la Casa Blanca.

 

El sistemático acoso padecido por Venezuela ha sido la evidencia más reciente de esa continuidad. Todos los mandatarios estadounidenses apuntalaron complots para aplastar a los gobiernos bolivarianos. Se confirmó que la Doctrina Monroe bloquea la presencia de cualquier otra potencia en la región, porque previamente sofoca cualquier atisbo de soberanía latinoamericana.

 

También Biden confirmó la actualidad de la Doctrina en la Cumbre de las Américas. Dispuso la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela del encuentro, haciendo valer ese principio de supremacía imperial. Esa discriminación ilustró hasta qué punto la norma de Monroe continúa orientando la política de Washington.

 

Pero esa Cumbre también demostró que el Departamento de Estado ya no puede manejar a Latinoamérica como una marioneta. En el encuentro, Biden no logró implementar ninguna de sus iniciativas. Quedó aislado, desprestigiado y debilitado porque la Doctrina Monroe ya no permite someter a los países de la región con la naturalidad del pasado. Ese principio tampoco es efectivo para frenar al nuevo desafiante asiático.

 

Impotencia frente al nuevo rival

La vertiente trumpista reaviva el estandarte de Monroe frente a la presencia económica de China en América Latina. Sus exponentes, como Matt Gaetz, exigen la urgente actualización de ese principio para expulsar a Beijing, en sintonía con declaraciones previas de otros funcionarios, como Tillerson. Impulsan una geoestrategia neomonroísta para el siglo XXI, con la mirada puesta en expulsar al gigante asiático del Patio Trasero.

 

Esa agresividad es complementada en los casos más extremos con un lenguaje extraído del universo gansteril. Pero nadie ha podido transformar esas brutales convocatorias en acciones efectivas. Los funcionarios de Biden han repetido con más elegancia los mismos llamamientos con idénticos resultados.

 

Esa impotencia de las dos vertientes del establishment norteamericano es muy ilustrativa del retroceso que afecta a la primera potencia. Por primera vez en dos siglos, el principio Monroe es simplemente ignorado por un rival. La causa de ese fracaso está a la vista. Washington hacía valer sobre América Latina una supremacía económica que está perdiendo frente a la pujanza inversora, comercial y financiera de China.

 

La región nunca tuvo para el gigante oriental la misma gravitación que para su competidor. No es el territorio vecino que sostiene el despegue de la nueva potencia. Los mercados asiáticos jugaron ese papel en el debut de la expansión de Beijing. Por ese lugar, secundario para China y decisivo para Estados Unidos, la disputa por Latinoamérica es doblemente ilustrativa del avance oriental y el retroceso occidental.

 

La Doctrina Monroe sirvió para atrincherar primero a la naciente economía estadounidense frente a Europa y para desplazar posteriormente al Viejo Continente. En esa era de elevada competitividad, Estados Unidos impuso convenios de comercio e inversión amoldados a sus ventajas. Para asegurar la protección de su inmenso mercado interno evitó aplicar a pleno el libre comercio, pero utilizó todos los mecanismos del liberalismo para afianzar su manejo de América Latina.

 

Esa misma carta juega ahora China en la región con los tratados que suscribe en desmedro del mandante yanqui. Concreta una gran variedad de TLCs con más celeridad y efectividad que los precedentes Panamericanos. Una comparación entre ambos procesos, confirma que el vertiginoso cambio en curso se asienta en la pérdida de competitividad estadounidense.

 

La pertenencia de «América» (Latina) a los «americanos» (del Norte) que postuló la Doctrina Monroe siempre sostuvo los negocios de Estados Unidos con la amenaza militar. Ese pilar bélico se mantiene inalterable, pero ahora debe apuntalar a una economía en repliegue frente a un desafiante que desconcierta a Washington.

 

En el pasado, los marines hacían valer la preeminencia de Estados Unidos en la región con guerras fulminantes (España), desembolsos expeditivos (Francia) o maniobras de liderazgo (Inglaterra). Otros contendientes de menor influencia (Japón, Alemania) nunca se atrevieron a pisar el terreno del dominador yanqui.

 

Pero en el siglo XXI, China desembarca en América Latina con atractivos negocios que despiertan la codicia de los socios locales, mientras elude cualquier conflicto con el Pentágono. La Doctrina Monroe carece de respuestas frente a un desafío de ese tipo. Basta observar lo ocurrido con Panamá para corroborar esa dificultad.

 

El bastión que el imperialismo norteamericano erigió en torno al Canal ha quedado erosionado por la privilegiada relación financiero-comercial que Beijing ha concertado con los gobernantes del istmo. Sin enviar un solo gendarme, amenazan el histórico control de Washington sobre un cruce esencial para el dominio de los océanos.

 

En el pasado la Casa Blanca habría resuelto esa adversidad con una advertencia militar de envergadura. El Pentágono contempla esa opción en la actualidad, pero sus márgenes de intervención han quedado significativamente reducidos.

 

Este sustancial cambio en curso se verifica también en el comportamiento de las clases dominantes latinoamericanas. Todas las presiones del Departamento de Estado para anular los convenios que ese sector suscribe con el gobierno chino han sido infructuosas. Ningún país ha renunciado al incremento de sus exportaciones o al arribo de las inversiones que provee Beijing. A diferencia del pasado, Washington exige una subordinación geopolítica sin ofrecer contrapartidas económicas.

 

Esta orfandad explica la resistencia que exhiben los grandes capitalistas latinoamericanos al alineamiento pasivo con las peticiones del Departamento de Estado. Ante la guerra de Ucrania el grueso de los gobernantes de la región optó por la declamación o el aval diplomático, soslayando las penalidades contra Moscú.

 

Esa respuesta dista mucho de la ruptura de relaciones o el envío de tropas que primó durante la Primera o la Segunda Guerra Mundial. Tampoco sintoniza con la total subordinación de las elites latinoamericanas a la posterior cruzada anticomunista. También en este plano, la Doctrina Monroe ya no disuade los negocios de las clases dominantes con su rival asiático.

 Repliegue ideológico

La Doctrina Monroe también flaquea en el plano ideológico. Ese principio nutrió los conceptos propagados por los teóricos del imperialismo para postular la superioridad de los anglosajones del Norte sobre los latinos del Sur.

Ese supuesto comenzó con la idea de un hemisferio occidental separado de la matriz europea, corporizado en la denominación «América» que los políticos estadounidenses adoptaron como sinónimo de su propio país. Esa apropiación presupuso de entrada la inexistencia (o descalificación) del resto del continente.

 Esa identificación lingüística afianzó el sentido del principio de Monroe («América para los americanos») como una pertenencia de todo el continente al dominador del Norte. Esa asociación se consolidó aún más con otra generalización idiomática para el resto del continente.

 La vieja denominación de Hispanoamérica o Iberoamérica (previa a la Independencia) fue sustituida por América Latina, adoptando un apelativo de cuño francés que contraponía el universo latino-romano con su equivalente anglosajón. Esa designación, inspirada en un distanciamiento crítico hacia el coloso del Norte, derivó posteriormente en la captura estadounidense del término América (a secas) para su propio y excluyente uso.

 

Esas peripecias de la Lengua tuvieron serias connotaciones ideológicas para el sentido que asumió cada término. En la mirada imperial, América quedó definitivamente identificada con la prosperidad, el bienestar y el padrinazgo del Norte. Por el contrario, Latinoamérica fue asemejada al subdesarrollo, la corrupción y la incapacidad para el autogobierno.

 Durante las dos centurias de surgimiento y apogeo del expansionismo yanqui, esa contraposición fue motorizada por los ideólogos del imperio y aceptada por las elites del continente. El declive actual de la primera potencia ha erosionado ese legado. América continúa como sinónimo corriente de Estados Unidos, pero sin la carga de elogio, admiración o reverencia del pasado.

 El mismo declive se extiende a otros conceptos, como el «destino manifiesto» que justificaba la expansión territorial de Estados Unidos. Ese término fue introducido a mitad del siglo XIX para convalidar con mandatos divinos la violenta ampliación de la frontera mediante el genocidio de los indios, la esclavización de los negros y el sometimiento de los latinos.

 La captura de territorios era presentada como una misión encomendada por Dios, para hacer valer la superioridad de la blancura anglosajona y las creencias protestantes. La misma mitología fue utilizada en la segunda mitad de esa centuria para enaltecer las masacres de los marines en el exterior.

 Esa ideología imperial combinó la exhibición de superioridad con mensajes paternalistas de domesticación del vecindario latinoamericano, que era frecuentemente encasillado en algún estereotipo de salvaje o incivilizado. El Panamericanismo debía corregir esas rémoras precoloniales con el liberalismo cultural que aportaban los inversores, funcionarios e intelectuales que Estados Unidos ofrecía a sus vecinos.

Ninguna de estas oprobiosas caracterizaciones persiste en la actualidad con la crudeza del pasado. Sus propagadores suelen endulzarlas o encubrirlas para disimular su obsolescencia. El retroceso económico quita credibilidad al autoelogio estadounidense.

Por las mismas razones ya no es tan sencillo estigmatizar a los latinos con los descalificativos que previamente se utilizaron para despreciar a los pueblos originarios. El contraste entre el próspero emprendedor anglosajón con el inepto asalariado del Sur, choca con el manifiesto fracaso del capitalismo estadounidense para hacer frente a un competidor asiático significativamente alejado del prototipo occidental.

Sin fórmulas para dominar

Hasta hace poco tiempo los chinos ocupaban un lugar semejante a otras etnias menospreciadas por el dominador occidental. La derrota económica que sufre Estados Unidos en el territorio latinoamericano frente al rival asiático, socava todos los vestigios de identificación del capitalista anglosajón con el éxito mercantil.

 

Como ese retroceso económico ha impactado sobre el sistema político estadounidense, tampoco la plutocracia bipartidista (que comparten los Demócratas con los Republicanos) puede repetir las falacias del pasado. Después del asalto que perpetraron los seguidores de Trump al Capitolio han perdido sentido las burlas imperiales a las «Repúblicas Bananeras» de América Latina. En Washington anida el mismo golpismo y las mismas disputas entre mafias que en los despreciados territorios de la región.

También los contrapuntos entre americanistas del interior y globalistas de las costas acentúan la erosión de la mitología estadounidense. Esas tensiones siempre afectaron al gigante del Norte, como correlato de los intereses que contraponen a la enorme economía doméstica con los negocios en el exterior.

Esa fractura quedó atemperada en la posguerra, a través de la síntesis que generó un programa común de dominación económica global. Esa convergencia reconcilió el aislacionismo rural e industrial del Medio Oeste, con el internacionalismo financiero de las Costas. Las fortunas generadas en otros países incrementaban los beneficios de todos los sectores internos.

Pero la vieja división ha reaparecido en las últimas décadas al compás de los fracasos económicos y esa fractura se proyecta al exterior. Los discursos y actitudes de personajes como Trump, demuelen la vieja veneración de las elites latinoamericanas por el hermano mayor.

 

La ideología imperial estadounidense ha sido más perdurable que su par europea porque sustituyó el viejo discurso colonialista por la simple exaltación del capitalismo, enalteció como su antecesor la superioridad del hombre blanco, potenció los prejuicios eurocentristas y exaltó las virtudes de Occidente. Pero reemplazó el mensaje de primacía colonial por una vacua veneración de la libertad, buscando suscitar identificaciones emblemáticas con los ideales del desarrollo y la democracia. Sustituyó la obsoleta veneración del colonizador por una ilusión de bienestar asociada con la expansión del capitalismo estadounidense.

Ese mito logró un gran arraigo en incontables lugares del planeta, pero en América Latina siempre chocó con las modalidades descarnadas de la opresión estadounidense. Incluso la singularidad no colonial del imperialismo yanqui estuvo muy acotada en el Patio Trasero, que padeció un récord de ocupaciones, intervenciones y golpes de Estado. 

La idea de un imperio estadounidense meramente informal — con presencias militares breves y restringidas — y sustento estructural en la dominación económica, no se aplica a pleno en la región. América Latina fue siempre un escenario de la Doctrina Monroe contra los rivales foráneos y las rebeliones antiimperialistas.

La singularidad del Patio Trasero como un coto privilegiado de la supremacía estadounidense afronta actualmente un cuestionamiento inédito. La presencia de China hace tambalear ese presupuesto bicentenario y empuja a los gestores de la Casa Blanca a buscar alguna forma de conservación de la vieja hegemonía. Ningún mandatario encontró hasta ahora la fórmula de esa preservación, en la gran disputa con China que analizaremos en un próximo artículo