Círculo de Lectura # 183 - Julio de 2024
“Glosas al
pensamiento de José Martí"
Un libro que
debe escribirse
Por Julio Antonio Mella
Hace mucho tiempo que llevo en el pensamiento un libro
sobre José Martí, libro que anhelaría poner en letras de imprenta. Puedo decir
que ya está ese libro en mi memoria. Tanto lo he pensado, tanto lo he amado,
que me parece un viejo libro leído en la adolescencia. Dos cosas han impedido
realizar el ensueño. Primero: la falta de tiempo para las cosas del
pensamiento. Se vive una época que hace considerar todo el tiempo corto para
hacer. Todos los días parece que mañana será “el día...”, el día ansiado de las
transformaciones sociales. Segunda razón: tengo temores de no hacer lo que la
memoria del Apóstol y la necesidad imponen. Bien lejos de todo patriotismo,
cuando hablo de José Martí, siento la misma emoción, el mismo temor, que se
siente ante las cosas sobrenaturales. Bien lejos de todo patriotismo, digo,
porque es la misma emoción que siento ante otras grandes figuras de otros
pueblos.
Pero, de todas maneras, ese libro se hará. Es una
necesidad, no ya un deber para con la época. Lo hará esta pluma en una prisión,
sobre el puente de un barco, en el vagón de tercera de un ferrocarril, o en la
cama de un hospital, convaleciente de cualquier enfermedad. Son los momentos de
descanso que más incitan a trabajar con el pensamiento. U otro hará el libro,
cualquiera de mis compañeros, hermanos en ideales, más hecho para el estudio
que para la acción. Pero, hay que afirmarlo definitivamente, el libro se
hará... Es necesario que se haga. Es imprescindible que una voz de la nueva
generación, libre de prejuicios y compenetrada con la clase revolucionaria de
hoy, escriba ese libro. Es necesario dar un alto, y, si no quieren obedecer, un
bofetón a tanto canalla, tanto mercachifle, tanto patriota, tanto adulón, tanto
hipócrita... que escribe o habla sobre José Martí.
Ora es el político crapuloso y tirano —crapuloso con los
fuertes, tirano con el pueblo— quien habla de Martí. Ora es el literato barato,
el orador de piedras falsas y cascabeles de circo, el que utiliza a José Martí
para llenar simultáneamente el estómago de su vanidad y el de su cuerpo. Ora
es, también, el “iberoamericanista”, el propagandista de la resurrección de la
vieja dominación española, el agente intelectual de los que buscan nuevamente
los mercados de la India, el que acomete la obra de “descubrirnos” a José
Martí...
Ya da náuseas tanto asco intelectual. ¡Basta! Martí —su
obra— necesita un crítico serio, desvinculado de los intereses de la burguesía
cubana, ya retardataria, que diga el valor de su obra revolucionaria
considerándola en el momento histórico en que actuó. Mas hay que decirlo, no
con el fetichismo de quien gusta adorar el pasado estérilmente, sino de quien
sabe apreciar los hechos históricos y su importancia para el porvenir, es
decir, para hoy.
Hay dos tendencias para aquilatar los acontecimientos
históricos. Una, que Blasco Ibáñez noveliza en “Los muertos mandan”, la de
aquellos que sienten sobre sí el peso de todas las generaciones pasadas. Para
éstos, el acontecimiento de ayer, es el acontecimiento supremo. Son los que en
política aman, como única panacea, la Revolución Francesa del 89. Las tumbas de
las generaciones pasadas pesan sobre sus espaldas como el cadáver del
equilibrista sobre las de Zaratrustra. Estos son los conservadores, los
patriotas oficiales, los reaccionarios, los estériles emuladores de la mujer de
Lot. Hay otra tendencia. Es fantástica y ridícula. Gusta de militar en las
extremas izquierdas de las izquierdas revolucionarias. Estos pedazos de lava
ambulantes no nacieron de madre alguna. Ellos son toda la historia. Su acción
—que rara vez sobresale de su cuarto de soñar— es la definitiva. Éstos ignoran,
o pretenden ignorar todo el pasado. No hay valores de ayer. Son los
disolventes, los inútiles, los egoístas, los antisociales. Hay una tercera
forma de interpretación histórica. Debe ser la cierta. Lo es, sin duda alguna.
Consiste, en el caso de Martí y de la Revolución, tomados únicamente como ejemplos,
en ver el interés económico social que “creó” al Apóstol, sus poemas de
rebeldía, su acción continental y revolucionaria: estudiar el juego fatal de
las fuerzas históricas, el rompimiento de un antiguo equilibrio de fuerzas
sociales, desentrañar el misterio del programa ultra-democrático del Partido
Revolucionario, el milagro —así parece hoy— de la cooperación estrecha entre el
elemento proletario de los talleres de la Florida y la burguesía nacional, la
razón de la existencia de anarquistas y socialistas en las filas del Partido
Revolucionario, etc., etc.
Aquí no estaría terminada la obra. Habría que ver los
antagonismos nacientes de las fuerzas sociales de ayer. La lucha de clases de
hoy. El fracaso del programa del Partido Revolucionario y del Manifiesto de
Montecristi, en la Cuba republicana, que “vuelve —al decir de Varona, y todos
lo vemos— con firme empuje hacia la colonia”.
El estudio debe terminar con un análisis de los principios
generales revolucionarios de Martí, a la luz de los hechos de hoy. Él,
orgánicamente revolucionario, fue el intérprete de una necesidad social de
transformación en un momento dado. Hoy, igualmente revolucionario, habría sido
quizás el intérprete de la necesidad social del momento. ¿Cuál es esta
necesidad social? Preguntas tontas no se contestan, a menos de hacernos tontos.
Martí comprendió bien el papel de la República cuando dijo a uno de sus
camaradas de lucha —Baliño— que era entonces socialista y que murió militando
magníficamente en el Partido Comunista: “¿La Revolución? La Revolución no es la
que vamos a iniciar en las maniguas, sino la que vamos a desarrollar en la
República”.
He aquí una interpretación fugaz de sus palabras:
¿Del tirano? Del
tirano
di todo. ¡Di más!; y clava
con furia de mano esclava
sobre su oprobio al tirano.
¿Del error? Pues del
error
di el antro, di las veredas
oscuras: di cuanto puedas
del tirano y del error.
(Y, si después de haberlo dicho todo, apóstol y maestro, la
palabra no basta, no es oída, ¿qué hacer?).
Martí cree posible la democracia pura, la igualdad de todas
las clases sociales. Soñaba una República “Con todos y para todos”. No creía
que tirano fuese sólo el denominador español. Presagiaba que podían existir
tiranos nacionales y, por esto, hizo sus veros: los mató antes de que nacieran.
Conveniente sería que hubiese vivido hasta nuestros días. ¿Qué hubiera dicho y
hecho ante el avance del imperialismo, ante el control de la vida política y
económica por el imperialismo, ante las maniobras de éste entre los nacionales,
para salvaguardar sus intereses? Hubiera tenido que repetir su segunda estrofa
sobre el error, ponerla en práctica: “No hay democracia política donde no hay
justicia económica”, que hubiera tenido que afirmar.
“El Gobierno no es más que el equilibrio de los elementos
naturales del país”. Puede ser. Pero donde no hay equilibrio, donde no hay
“elementos naturales” — no lo es nunca el rico capitalista aburguesado y
opresor, o su amo, el imperialismo— donde no hay gobierno, donde no hay nada.
Es necesario eliminar los elementos no “naturales”.
Él expresó más de una vez, sus ideas sobre la desigualdad
social, sobre el peligro del imperialismo y tópicos similares. En su lenguaje
poético de siempre dijo:
“El pueblo más grande no es aquel en que una riqueza
desigual y desenfrenada produce hombres crudos y mujeres venales y egoístas...”
“Si se es honrado y se nace pobre, no hay tiempo para ser
sabio y rico”.
No conozco otra manera mejor de llamarle a nuestros ricos,
a los hijos del azúcar, lo que son: ¡Ladrones! ¡Ignorantes!
Sobre los Estados Unidos decía:
“Mi palabra es como la onda de David. He vivido en la
entraña del monstruo y lo conozco...”
Respecto a lo que debía ser la política cubana:
“...ponerse en los labios todas las aspiraciones definidas
y legítimas del país, bien que fuese entre murmullos de los timoratos, bien que
fuese con la repugnancia de los acomodaticios, bien que fuese entre tempestades
de rencores: si ha de ser más que la compensación de intereses mercantiles, la
satisfacción de un grupo social amenazado y la redención tardía e incompleta de
una raza... (la negra) ... entonces brindo por la política cubana...”
En 1879 en Guanabacoa ya reconocía Martí la existencia de
una lucha de clases en la sociedad y gritaba por la liberación del negro.
En su bello trabajo sobre los mártires de Chicago nos habla
de “cómo esta República —los Estados Unidos— por su culto a la riqueza ha ido
cayendo en los mismos vicios de los imperios...”
A pesar de ser José Martí un patriota, es decir, un
representante genuino de la revolución nacional tipo francesa del 1789, fue,
como decía Lenin de Sun Yat- sen, representante de una democrática burguesía
capaz de hacer mucho, porque aún no había cumplido su misión histórica. Luchaba
por Cuba porque era el último pedazo de tierra del continente que esperaba la
revolución. Pero jamás ignoró el carácter internacional de la lucha
revolucionaria. Se decía que era un hijo de la América. Cierto. Sólo hay que
leer “Madre América” y entonces podremos afirmar:
No ha habido otro revolucionario de los finales del siglo
pasado que amase más al continente y que lo sirviese mejor con la pluma, la
palabra y la espada. Siempre es la América lo que le obsesiona. Aún más, así
como Cuba no es más que un pedazo del continente amado, éste no es más que un
laboratorio de la futura sociedad universal. Tuvo, sin duda alguna, el concepto
del internacionalismo. No es necesario para ser internacionalista odiar el
suelo en que se nace, olvidarlo, despreciarlo y atacarlo. Así afirman
estúpidamente las plumas reaccionarias y mercenarias que somos los
internacionalistas de hoy, los revolucionarios del proletariado. No.
Internacionalismo, significa, en primer término, liberación nacional del yugo
extranjero imperialista y, conjuntamente, solidaridad, unión estrecha con los
oprimidos de las demás naciones. ¿Que solamente los socialistas puros pueden
ser internacionalistas? No es nuestra culpa que el proletariado sea la clase
revolucionaria y progresista en el momento actual.
Esta es una de las más importantes facetas de la vida de
José Martí. Debe ser el más curioso capítulo del libro que sobre él ha de
escribirse. Como enemigo del feudalismo, José Martí fue amigo del negro
¡cuántas cosas grandes y nobles dijo de él! y como amigo de la Revolución
Nacional contra el yugo del Imperio Español y contra todos los otros yugos
imperialistas, amigo fue también del proletariado. Comprendió las grandes
fuerzas revolucionarias y constructivas que el proletariado tiene en sí. Por
esta razón, durante su estancia en la Florida entre los tabaqueros de Tampa, no
sólo sació su hambre física con el óbolo que orgullosos daban los proletarios
de la “chaveta”, sino que su espíritu se asomó a ese gran paraíso del
socialismo internacional...
“Los pueblos [...] son como los obreros a la salida del
trabajo: por fuera cal y lodo, pero en el corazón las virtudes respetables”.
Aquí reconoce poéticamente —como siempre— que es la clase
obrera quien más moral atesora por las mismas condiciones de la vida que lleva.
“La verdad se revela mejor a los pobres a los que padecen”.
“Para el revolucionario —dijo Saint Just— no hay más
descanso que la tumba. Las universidades deben ser talleres...” Así podría
seguirse toda una búsqueda de su respeto y admiración por el proletariado.
Si la envidia de los roedores el genio no lo hubiese
llevado a inmolarse prematuramente en Dos Ríos, él habría estado al lado de
Diego Vicente Tejera en 1899 cuando fundó el Partido Socialista de Cuba, el
primer partido que se fundó en Cuba, después de la dominación española, como
Baliño y Eusebio Hernández están hoy con nosotros. Pero quede todo esto, y
mucho más para el futuro narrador, crítico y divulgador de la personalidad de
José Martí. Basta para un artículo fugaz esta insinuación y esta prueba de la
necesidad de ese libro. Terminemos tomando unos cuantos pensamientos del
Apóstol y haciéndole una rápida glosa a manera de “letanía revolucionaria”. Lo
necesita el pueblo de Cuba en estos instantes. Puede no ser inútil un recordatorio
e interpretación de algunas de sus sentencias.
“En la cruz murió el hombre un día; pero se ha de aprender
a morir en la cruz todos los días”. “Todas las grandes ideas tienen su
Nazareno”.
¿Dónde están los ciudadanos que no aprendieron esto? Hoy
tus compatriotas no mueren en las cruces. Pero sí clavan en ellas al pueblo.
“¡La Tiranía no corrompe, sino prepara!”
El comentario es secreto. En nuestro interior se escucha el
himno de las revoluciones y se ve el flamear de las banderas rojas. ¡Viva la
Justicia Social!
“Las redenciones han venido siendo teóricas y formales: Es
necesario que sean efectivas y fundamentales”.
Esto lo repite diariamente el proletariado y por esas
palabras sufre persecuciones, asesinatos y prisiones...
“Ver en calma un
crimen es cometerlo”.
¡Cuántos criminales
hay en Cuba!
“Un hombre que oculta
lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado”.
No piensan así en la República que tú fundaste.
“La palabra de un hombre es ley”.
Hoy se dice La ley es la palabra del ‘hombre’.
“Juntarse: esta es la palabra del mundo”.
Hoy siguiendo
tu orden, decimos concretamente: “¡Proletarios de todos los países, unios!”
“Trincheras de ideas valen tanto como trincheras de
piedras”.
¡Que tus palabras se cumplan! ¡Aunque serían mejor ambas
trincheras a la vez!
[Diciembre de 1926]
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