Círculo de Lectura # 198 - Octubre de 2025
Socialismo: en busca del «eslabón perdido» entre utopía y realidad. Una visión desde Cuba.
Por Roberto Regalado Álvarez La Tizza Boletín electrónico
Causas y consecuencias de la crisis actual
El VIII Congreso del PCC,
efectuado del 17 al 19 de abril de 2021, era el evento donde se podía y se
debía hacer un balance de los logros y malogros del proceso ideológico,
político, económico y social iniciado en Cuba el 1ro. de enero de 1959, con
énfasis en los resultados de las reformas emprendidas en 2010 y 2011. Cuatro
días antes de la inauguración del VIII Congreso, escribí el primero de una
serie de nueve artículos titulada «El “Triángulo de las Bermudas” por el que
navega Cuba: acumulación de problemas propios, doble filo del bloqueo y reflujo
de la izquierda latinoamericana». Aquel primer texto, «Planteamiento de la
hipótesis», decía:
El socialismo cubano no ha
encontrado el camino hacia «la tierra prometida». Esa metáfora apunta a que, a
partir de la proclamación de su carácter socialista, la Revolución Cubana
asumió el compromiso y la tarea estratégica de motivar, educar, formar,
organizar, movilizar y conducir al pueblo en la transición hacia una sociedad
de productores libres, en la que se aboliría el Estado y cada cual recibiría
los bienes materiales y espirituales acordes con sus necesidades. La
edificación de la nueva sociedad sería un proceso largo, complejo y arduo.
Habría que resistir y vencer brutales agresiones, y hacer enormes sacrificios,
pero el socialismo no sería una eterna batalla cuesta arriba: vencer agresiones
y hacer sacrificios no sería un fin en sí mismo. Al final del camino, el pueblo
cubano arribaría a la sociedad comunista: el comunismo era la tierra prometida.
Sin embargo, el proceso revolucionario llega al cierre de su primer gran
período histórico con un lacerante déficit en el desarrollo económico y social
originalmente concebido, y sin que los ejercicios de prueba y error realizados
en estos terrenos hayan dado, ni estén dando, resultados positivos. Este es un
problema mayúsculo. Con esa vara, tirios y troyanos medirán lo que haga la
dirección de relevo, en especial, su capacidad de:
1.
garantizar la
continuidad de las grandes obras heredadas, y sobre todo, resolver los grandes
problemas que también hereda, en un plazo y con una efectividad razonables;
2.
hacer más
llevadera la cotidianidad del largo peregrinaje de la sociedad cubana en pos de
la tierra prometida, que no se acerca, sino se aleja, en el horizonte; y,
3.
convocar y
facilitar el debate de las peregrinas y los peregrinos en busca de respuestas
que revivan, reaviven, renueven y fortalezcan sus motivaciones para seguir
adelante: ¿Qué es la tierra prometida? ¿Cómo se llega a ella? ¿Cuánto más
tendrán que seguir peregrinando? ¿Qué recompensa les espera allí? Dicho en
otros términos, convocar y facilitar un proceso mediante el cual nuestras
peregrinas y nuestros peregrinos conciban y construyan una nueva utopía
socialista que, con palabras de Galeano, les sirva para caminar.
La frase «su primer gran período
histórico» se refería a los más de 62 años que, en el momento de la celebración
del VIII Congreso del PCC, la generación fundadora de la Revolución había
ejercido el poder, referencia hecha a partir de la suposición de que en ese
evento el poder sería transferido a una generación de relevo. Sin embargo, lo
que se produjo fue una transferencia de los máximos cargos partidistas — dado
que ya se habían transferido los estatales — y no una transferencia del poder.
En esencia, la generación que recibió esos cargos no fue empoderada como
relevo, sino designada como continuidad.
La máxima gramsciana que el
sistema conceptual e institucional cubano ignoró
Transcurridos cuatro años del
VIII Congreso, y con nueve plenos de su Comité Central mediante, las y los
«peregrinos», en vez de estar más cerca, están mucho más lejos de «la tierra
prometida», porque el sistema conceptual e institucional cubano ignoró la
advertencia realizada por Antonio Gramsci sobre «la máxima crisis a que se
puede ver sometida una organización estatal y social».
Debería ser
una máxima de gobierno — escribió Gramsci— el tratar de elevar el nivel de vida
material del pueblo por encima de cierto nivel. En este sentido no hay que
buscar un motivo especial «humanitario» y ni siquiera una tendencia
«democrática»: incluso el gobierno más oligárquico y reaccionario debería
reconocer la validez «objetiva» de esta máxima, o sea su valor esencialmente
político (universal en la esfera de la política, en el arte de conservar y
aumentar el poder del Estado). Ningún gobierno puede prescindir de la hipótesis
de una crisis económica y especialmente no puede prescindir de la hipótesis de
verse obligado a hacer una guerra, o sea tener que superar la máxima crisis a
que se puede ver sometida una organización estatal y social. Y, como cada
crisis provoca un descenso del nivel de vida popular, es evidente que se
precisa la preexistencia de una zona de descenso suficiente para que la
resistencia «biológica» y por tanto, sicológica, del pueblo no se quebrante al
primer choque contra la nueva realidad. El grado de fuerza real de un Estado
debe por lo tanto medirse también considerando este elemento, que además se
coordina con los otros elementos de juicio sobre la solidez estructural de un
país. Si las clases dominantes de una nación no han conseguido superar la fase
económica corporativa que las lleva a explotar a las masas populares hasta el
extremo permitido por las condiciones de fuerza, o sea reducidas a la sola vida
biológica vegetativa, es evidente que no se puede hablar de fuerza del Estado,
sino solo de apariencia de fuerza (Sic!).
En su intervención en la sesión
final del VI Período Ordinario de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional
del Poder Popular, el 18 de diciembre de 2010, el general de ejército Raúl
Castro Ruz dijo:
Si queremos salvar la Revolución
hay que cumplir lo que acordemos, y no permitir después del Congreso — como ha
sido hasta ahora en muchos casos muy elocuentes— que los documentos vayan a
dormir el sueño eterno de las gavetas, como se estuvo explicando en estos días
de discusiones, fructíferas, democráticas y verdaderamente profundas. Así es
como queremos que el pueblo continúe discutiendo esos lineamientos, cerca de
100 días hay para eso. O rectificamos o ya se acabó el tiempo de seguir
bordeando el precipicio, nos hundimos, y hundiremos, como dijimos con
anterioridad, el esfuerzo de generaciones enteras, desde el indio Hatuey, que
vino de lo que hoy es la República Dominicana y Haití — el primer
internacionalista en nuestro país—, hasta Fidel, que nos ha conducido
genialmente por estas situaciones tan complicadas desde el triunfo de la
Revolución.
Es notoria la similitud entre la
situación prevista por Gramsci y la situación que Raúl llamó a evitar en el
citado discurso de diciembre de 2010. Notorio es también el «borrón y cuenta
nueva» ocurrido en la narrativa y la política actual del partido y del gobierno
con respecto a la de 2010. A quince años de la apremiante alerta y de la
convocatoria a rectificar realizada por Raúl, hoy solo se habla de una
«situación compleja», de una «situación tensa», de una «situación difícil» que
se rebasará con «creatividad» y «fe inquebrantable en el futuro».
¿Cómo es posible semejante
desconexión y contradicción entre los discursos oficiales, públicos, conocidos,
de un pasado reciente y los discursos actuales? Unos y otros son accesibles en
fuentes cubanas, no en turbios medios de enemigos u odiadores. ¿Cómo explicar
que una situación actual de extrema gravedad, posiblemente terminal, sea menos
preocupante y más sencilla de resolver que cuando esa gravedad extrema se podía
evitar, pero no se evitó?
El «sueño eterno de las gavetas»
no solo es cuestión de irresponsabilidad, desidia, o falta de control y de
constancia de los órganos partidistas y estatales que deberían ser competentes,
ni de incontables e interminables «perfeccionamientos» y «redoblamientos» de
esfuerzos, sino el resultado de un conjunto de elementos, algunos ajenos y
otros propios, abordados en el presente texto.
Un
antecedente para analizar las causas de la crisis actual es aquel «ya se acabó
el tiempo de seguir bordeando el precipicio», de 2010, debido a que proyectó
hacia la sociedad una esperanza, una certeza, de que: esta vez sí — ¡sin duda
alguna sí!— se va a cumplir todo lo acordado y prometido. Esa certeza la
avalaban: 1) la lucidez de este y de otros planteamientos hechos entonces por
Raúl; 2) la eliminación y/o
flexibilización excelentemente recibida por la sociedad de políticas y
prácticas restrictivas hasta ese momento vigentes; y, 3) sobre todo, lo bien
concebidos que daban la impresión de estar los Lineamientos de la Política
Económica y Social del Partido y la Revolución aprobados en 2011.
En términos gramscianos, la
explicación, fundamentación o reconocimiento de lo ocurrido es que, debido a su
total incompatibilidad con el sistema conceptual e institucional imperante en
Cuba, los Lineamientos, la Conceptualización y el Plan Nacional de Desarrollo
hasta 2030: 1) no cumplieron con la «máxima de gobierno [de] elevar el nivel de
vida material del pueblo por encima de cierto nivel»; 2) desestimaron la alerta
hecha por Raúl en diciembre de 2010 — ¡la alerta hecha nada menos que por el
subsistema que opera por encima del sistema político!—, equivalente al llamado
de Gramsci a crear la condiciones para «superar la máxima crisis a que se puede
ver sometida una organización estatal y social»; 3) no establecieron «una zona
de descenso suficiente para que la resistencia “biológica” y por tanto,
psicológica, del pueblo no se [quebrantase] al primer choque contra la nueva
realidad»; y, 4) permitieron que las condiciones de vida de la mayoría de la
sociedad hayan sido «reducidas a la sola vida biológica vegetativa».
La segunda gran crisis
ideológica, política, económica y social cubana posterior al derrumbe del
llamado bloque socialista europeo es más grave que la primera porque:
1.
Se produce a
tres décadas de la anterior, cuando se suponía que ya el país debería marchar
por la senda del desarrollo económico y social conducente a la «tierra prometida».
2.
En el
enfrentamiento a la gran crisis anterior se tuvo en cuenta que, por escasos que
fueran los recursos del país, era imprescindible establecer un balance entre la
inversión económica y la inversión social, balance que fue el puntal de la Batalla
de Ideas, mientras una de las causas de la gran crisis actual fue el sacrificio
de la inversión social en función de la inversión económica, con el criterio de
que «la desigualdad es positiva».
3.
En esta
ocasión no existen condiciones políticas, económicas, ni sociales que permitan
compensar los efectos de la crisis con movilizaciones como las realizadas a
favor del regreso del niño Elián o de la liberación de los Cinco Héroes.
4.
Los sistemas
conceptual e institucional imperantes son los causantes de la crisis y, por
consiguiente, resultan incompetentes para resolverla.
5.
El sacrificio
de la sociedad está por debajo de la zona de «resistencia “biológica” y, por
tanto, “psicológica”, del pueblo».
6.
No es que no
se vea, sino que no hay «una luz al final del túnel», a menos que se produzca
una refundación revolucionaria del socialismo cubano.
Aunque muchas veces se aseguró
que esto jamás sucedería en Cuba, la Tarea ordenamiento, fallida unificación
monetaria, iniciada el 1ro. de enero de 2021, con la cual se pretendía
fortalecer el peso cubano, fue el núcleo de una terapia de shock que pulverizó
el ya de por sí bajo poder adquisitivo de los salarios y, más aún, de las
jubilaciones de las cubanas y los cubanos que dedicamos nuestras vidas a
trabajar dentro de la Revolución, por la Revolución y para la Revolución,
durante treinta, cuarenta, cincuenta, y hasta más años.
Al menos una parte de los
ideólogos, los decisores y/o los ejecutores de la Tarea ordenamiento tenía,
necesariamente, que saber cuáles serían sus devastadoras consecuencias para la
inmensa mayoría de la sociedad, pero, en última instancia, ninguna otra causa
posible los exime de la responsabilidad por el daño infligido al pueblo. Esa
responsabilidad no solo se refiere a la Tarea ordenamiento, sino a la acumulación
de causas de la crisis económica que llevó a recurrir a esa terapia de shock.
A pesar de la extrema gravedad
de las condiciones materiales y espirituales de vida existentes, las
autoridades afirman que no hay comparación entre la política cubana actual y
los ajustes estructurales de signo neoliberal realizados en otros países a
partir de los años ochenta y noventa del siglo pasado; debido a que en Cuba hay
«líneas rojas» que no se han traspasado. Pero, en realidad, las «líneas rojas»
sí se han traspasado. No hay duda de que la esencia y la fundamentación de la
doctrina neoliberal es diferente a la esencia y la fundamentación del sistema
conceptual e institucional cubano, aunque la noción de «la desigualdad es
positiva», invocada como una de las premisas de la actualización del modelo
económico y social, me recuerda a Hayek.
Al utilizar el argumento de las
«líneas rojas» se debe considerar que el neoliberalismo sí dispone de un
recurso, la focalización del gasto, para no golpear en demasía a sectores o
grupos de la sociedad cuya organización, movilización, y lucha social y
política, pudieran afectar la estabilidad del sistema capitalista. Focalizar el
gasto es lo que el Estado cubano trató de hacer al estallar la crisis actual,
pero la pulverización de los salarios y las jubilaciones causada por la Tarea
ordenamiento, a la que se sumó la escalonada desaparición de facto de la
llamada canasta básica normada, que era lo único accesible con esos salarios y
con esas jubilaciones, no dejaron margen para focalización alguna.
La dirección del partido y el gobierno cubanos
cotidianamente repite que el bloqueo de los Estados Unidos es la causa única o
la causa principal de la crisis económica que azota al país. En el presente
texto se argumenta que Cuba no solo
sufre una crisis económica, sino una crisis ideológica, política, económica y
social. Sin duda alguna, el bloqueo es el principal factor externo de la dimensión
económica de la crisis multifactorial que flagela a Cuba; además de ser «un
pequeño país archipiélago con escasos recursos naturales, que arrastraba las
secuelas del subdesarrollo resultante de su pasado colonial y neocolonial,
azotado por huracanes y ciclones». No obstante, tanto la dimensión económica
como la dimensión social de la crisis son también el resultado de factores
internos, en primer término, de la crisis ideológica y de la crisis política
que impiden el desarrollo de las fuerzas sociales.
En lo que respecta el bloqueo hay que partir de su
esencia criminal, cínicamente plasmada por escrito por Lester Mallory, y de
que, excepto durante los dos fugaces procesos de normalización de relaciones
entre ambos países, ha sido sistemática y crecientemente ampliado y endurecido.
Dicho esto, si el bloqueo hoy llega a ser aún más lesivo que en épocas
anteriores, en gran parte esto se debe a la apuesta del «todo por el todo» a su
levantamiento, que fue una de las premisas fundamentales de la reforma de la
política económica y la política exterior iniciada entre 2010 y 2011. Si el
bloqueo es hoy aún más dañino que antes, en ello hay una gran cuota de
responsabilidad propia.
La única explicación plausible a la
desproporcionada transferencia de recursos de otros renglones económicos y
sociales hacia el turismo, sobre la base de que «no podemos esperar a que
levanten el bloqueo para construir los hoteles», es que la dirección del
partido y el Estado decidió hacer una apuesta del «todo por el todo»: 1) a que
se normalizarían las relaciones con los Estados Unidos; 2) a que Estados Unidos
levantaría el bloqueo a Cuba; y 3) a que la gran potencia agresora contra Cuba
durante seis décadas se convertiría en su principal socio económico y
comercial, en especial, como emisor de turismo, cuyo flujo compensaría la
pérdida de las privilegiadas relaciones mantenidas con la Unión Soviética,
entre 1972 y 1985, y con Venezuela, entre 2004 y 2015.
Si no era de los Estados Unidos: ¿De dónde se
suponía que viniese la mayor parte de los ocho, nueve o más millones de
turistas anuales, para los que se construyeron y se han seguido construyendo
hoteles? ¿De dónde se suponía que viniese la mayor parte de los cientos de
empresarios para los que construyeron y se han seguido construyendo inmobiliarias?.
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