Círculo de Lectura #
176 - Diciembre de 2023
“Celia Sánchez
Manduley, la más autóctona flor de la Revolución"
9
de mayo de 2023 - Tomado de Cuba en Resumen Por Armando Hart Dávalos*
Celia
será siempre para todos sus compañeros la fibra más íntima y querida de la
Revolución Cubana, la más entrañable de nuestras hermanas, la más autóctona
flor de la Revolución.
A
Celia hay que situarla como genuina representación popular de la etapa en que Fidel y el pueblo cubano cambiaron el curso de la
historia de América y ayudaron de modo decisivo a la transformación
revolucionaria del mundo. En esta obra inmensa, ella tiene un destacadísimo
lugar de honor. Está junto al Che y a Camilo; como ellos entró por las puertas
de la eternidad como símbolo purísimo del pueblo cubano en la época de Fidel.
Para medir quién fue verdaderamente Celia, baste subrayar que será imposible
escribir la historia de Fidel Castro sin reflejar a la vez la vida
revolucionaria de Celia.
Hija
del doctor Manuel Sánchez Silveira y la manzanillera Acacia Manduley Alsina,
nació en Media Luna, antigua provincia de Oriente, el 9 de mayo de 1920. Su
padre influyó directamente en su educación patriótica; fue él quien le hablaba
de los próceres, la llevaba junto a sus hermanos a sitios históricos como San
Lorenzo y Dos Ríos, los incitaba a leer La Edad de Oro y la obra martiana.
Cuando
la familia se mudó para Pilón en 1940, quedó impactada con la situación de
miseria en que se encontraban los campesinos de la zona. Realizó entonces
disímiles actividades para ayudar a familias pobres y rápidamente comprendió
que la única opción que transformaría verdaderamente aquella sociedad era un
profundo cambio político. Se afilió al recién fundado Partido del Pueblo Cubano
(Ortodoxo), del cual su padre fue dirigente municipal. Después del golpe de
Estado perpetrado por Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952 comenzó a
participar en diversas organizaciones insurreccionales.
El
21 de mayo de 1953, año del centenario del nacimiento del Apóstol José Martí,
escaló junto a otros martianos a la cima del Pico Real del Turquino, la mayor elevación del país, para colocar en la
cumbre de la montaña un busto de bronce del Maestro que fue realizado por la
relevante escultora cubana Jilma Madera.
En
marzo de 1957, cuando se incorporó al Ejército Rebelde, comenzó su leyenda de
guerrillera, desde que empezó a compartir con Fidel las principales decisiones
de la guerra. Desde los meses anteriores al desembarco del Granma, no existió
un episodio de la lucha revolucionaria dirigida por Fidel en el que Celia no
haya estado en la primerísima línea de combate. Desde el momento mismo del
desembarco en Las Coloradas, hasta el instante de su muerte, su trabajo
permanente junto al Comandante en Jefe es uno de los hechos más hermosos,
humanos y revolucionarios de esa etapa de la historia de Cuba y quedará para
siempre en el corazón del pueblo como un ejemplo de lealtad política e
ideológica insuperable.
Era
una combatiente con excepcional intuición, sensibilidad e inteligencia. A su
valor personal, mostrado en toda su vida de revolucionaria y en especial en los
difíciles momentos de la guerra y en los instantes cruciales y decisivos por
los que ha atravesado nuestro proceso, se unían la sencillez, la modestia y una
exquisita delicadeza femenina.
El
sentimiento y la raíz de pueblo que Celia llevaba en su conciencia combatiente
eran parte sustancial de su propia naturaleza. Era, asimismo, capaz de
comprender y entenderse con el pueblo con toda profundidad, como pocos
revolucionarios han logrado. Es ampliamente conocida su extraordinaria
preocupación por las inquietudes, opiniones y problemas del pueblo. Nunca
relegó a un plano de segundo orden el interés de su nexo inmediato con la
población. Para ella no había cuestión más importante que promover y desarrollar
dicho vínculo. Pero no le bastaba mantener esa conducta, se interesaba también
por que los cuadros de dirección del Partido y el Estado se relacionaran con la
población y trataran muy concreta y directamente los problemas sobre los cuales
tenían responsabilidades. Es más, en los días en que grandes problemas
nacionales e internacionales tenían que absorber inevitablemente la atención de
Fidel, Celia desarrollaba con mayor pasión su comunicación popular. Esto servía
de manera importante para que él pudiera conocer en todo instante lo que el
pueblo sentía y quería.
Ella
fue una genuina creación de esta etapa revolucionaria. Aquellos años decisivos
de la historia de la Revolución aparecen impregnados con el ejemplo de su vida,
abnegación, pasión, cariño hacia los trabajadores y lealtad a la causa del
pueblo. Como era una apasionada de la historia, emprendió en medio de aquellas
difíciles condiciones de la montaña la imprescindible tarea de cuidar la
historia de la archivística revolucionaria y por eso en su mochila de
combatiente, se encargó de guardar los documentos de la hazaña revolucionaria.
Porque desde el primer instante tuvo la sensibilidad y la conciencia que hacían
falta para comprender que vivía en el escenario de una epopeya histórica extraordinaria.
Cuidó con celo todos los documentos, materiales y escritos de Fidel y demás
combatientes, con el objetivo de conservarlos para la posteridad. Organizó un
gran archivo histórico con el inmenso arsenal de toda esa valiosa documentación
de la Revolución y de su máximo líder.
Recordarla
significa abrirnos el corazón y mostrar un pedazo de la historia que es parte
viva y sentida de cada hombre y mujer del pueblo. La huella que ha dejado en el
pueblo cubano no se podrá borrar jamás. Recuerdo la primera vez que oí hablar
de Celia. Fue muchos meses antes del desembarco del Granma. A Santiago de Cuba
fueron los compañeros Pedro Miret y Ñico López para entrar en contacto con
Frank País, recorrer la antigua provincia de Oriente y analizar las posibles
zonas que podríamos convertir en escenarios de combates revolucionarios. El
punto más decisivo de aquel viaje fue la región de Manzanillo. De Oriente
regresaron a La Habana contentos de las posibilidades que había en Manzanillo,
donde ella y otros compañeros organizaban núcleos clandestinos y alentaban el
movimiento popular contra la tiranía.
En
medio del trabajo clandestino, donde se les daba prioridad a los problemas que
suponía armarnos para la lucha, Ñico y Pedro nos transmitieron la impresión de
que en Manzanillo existían brotes de un movimiento popular, de masas, y
efervescencia de ideas progresistas muy avanzadas. Ellos llevaron a Fidel
informaciones útiles para el propósito de ser libres o mártires en 1956.
Recuerdo
también la primera vez que la vi en La Habana, cuando acudió a varios de
nosotros para que le diéramos vía y autorización para viajar a México con la
intención de regresar en lo que después fue la expedición del yate Granma. Sin
embargo, Frank quería que Celia permaneciera en Manzanillo organizando el apoyo
al desembarco. No vino en el Granma por decisión de la dirección del Movimiento
26 de Julio en Cuba. Posteriormente pudo comprobarse que el trabajo realizado
por ella en las zonas de Pilón, Niquero y Manzanillo fue de un valor
inestimable en los días del desembarco.
Se
le consideraba un valioso puntal del Movimiento 26 de Julio antes de la
expedición del Granma. Celia no solo se acercó al Movimiento: la dirección del
Movimiento también se acercó a Celia. Ella ejercía por aquel entonces, en la zona
de Manzanillo, una notable y creciente influencia política entre los sectores
más humildes de la población.
Por
la composición social de la región, y dada la influencia de las ideas
progresistas que en esta existía, la dirección del Movimiento en La Habana y en
Santiago de Cuba y, desde luego, Fidel, siempre consideraron a Manzanillo como
un importantísimo foco de las ideas revolucionarias.
Su
trabajo y el de los compañeros en aquella zona iría a convertirse, con el
desembarco de Fidel, en el punto de contacto más inmediato entre la Sierra y el
Llano. Durante algunos meses desarrolló una intensa actividad organizativa de
apoyo a los expedicionarios. Trabajó en el Llano manzanillero, es decir, en las
puertas de la Sierra, en la organización de la retaguardia serrana, y se
transformó de hecho en el principal contacto entre los grupos comandados por
Fidel y el movimiento clandestino que operaba en el resto de Cuba y
especialmente en Oriente.
Los
compañeros que laborábamos en la clandestinidad la consideramos una combatiente
del Llano y siempre consideramos que ella conocía los problemas y las
situaciones del Llano de la manera correcta. Había vivido intensamente la
clandestinidad en Oriente y conocía con mucha profundidad los sentimientos
revolucionarios de Frank y de los combatientes clandestinos.
En
febrero de 1957, Frank, Celia y un grupo de compañeros nos entrevistamos por
primera vez con Fidel, Raúl y el Che, así como con otros guerrilleros, en las
estribaciones de la Sierra Maestra. Allí fue donde ella conoció de manera
personal a Fidel. De aquel encuentro surgió la orientación de conducir
clandestinamente hacia la Sierra un fuerte contingente de hombres y armas que
habían intervenido en los sucesos del 30 de noviembre. En las semanas
subsiguientes, Celia, junto a Frank y varios compañeros, trabajamos sin
descanso en el empeño. Pero el alma y la dirección de aquella operación, fueron
ellos dos.
Esa
capacidad ejecutiva, ese don de convertir en hechos los más atrevidos
proyectos, esa formidable preocupación que tenía por los detalles y que todo el
pueblo de Cuba conoce, los pudimos apreciar de una manera ejemplar durante
aquellas semanas, tan cargadas de historia y de recuerdos. Mover en los
primeros meses de 1957 un destacamento armado de cerca de sesenta hombres desde
Santiago de Cuba y otras zonas de Oriente hacia Manzanillo; cobijarlos,
amparados en un marabuzal, durante más de dos semanas, a cortos kilómetros de
la entrada del pueblo y a unos pocos pasos de la carretera de Bayamo a
Manzanillo, y trasladarlos después a la Sierra Maestra, era tarea para la que
se exigía coraje, capacidad de organización, destreza, talento y audacia.
Es
cierto que tenía en Manzanillo una gran influencia en diversos sectores
populares, y esto le servía de mucho para sus propósitos. Pero el valor de su
trabajo en aquellos días ha de verse también en el hecho de que siendo conocida
por amplias capas de la población, siempre se las ingenió para trabajar en la
clandestinidad dentro de la zona, preparar operaciones audaces y no ser
descubierta.
La
labor organizativa realizada en las zonas de Manzanillo, Pilón y Niquero antes
del desembarco, la vasta red clandestina que allí había, constituida antes del
Granma, la tesonera tarea de los revolucionarios de la zona en las semanas que
van del 2 de diciembre de 1956 al 17 de febrero de 1957, cuando se produjo la
citada entrevista, unidas al trabajo exitoso que condujo a la operación de
llevar a la Sierra un destacamento armado, son tres hitos importantes por los
que empezó a entrar con personalidad propia en la historia de la Revolución.
Por
aquellos días fue transformándose en el enlace principal entre la Sierra y el
Llano. Poco después, una vez asegurada la retaguardia, pasó a trabajar
definitivamente en la Sierra, junto a Fidel, convirtiéndose en uno de los
principalísimos baluartes del movimiento guerrillero. Conocedora de la zona,
con innumerables contactos en el Llano manzanillero, con vínculos estrechos con
el Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba y con una confianza ilimitada en
el triunfo de la causa rebelde, se convirtió en la insuperable auxiliar de
Fidel. Se transformó así en un símbolo. Con su valor, constancia, abnegación,
laboriosidad y trabajo altamente eficaz al lado de Fidel, entró definitivamente
en la historia. En la Sierra no fue solo la heroína de la guerra; fue, además,
la heroína del trabajo. En ella la leyenda adquirió forma y contenido reales.
Si
dadas las múltiples tareas y responsabilidades de Fidel no le era posible a
algún compañero explicarle directamente a él cualquier problema de interés, le
bastaba con planteárselo a Celia. Sabíamos de su sensibilidad, de su madurez y
de su conocimiento para interpretar al Comandante en Jefe. Cuando salíamos de
hablar con ella, sentíamos la seguridad de que, siguiendo sus consejos, nos
ajustaríamos fielmente a los criterios del líder de la Revolución.
Desde
los tiempos de la Sierra desempeñó este papel de compañera y ofreció su ayuda
fraternal a todos los combatientes. Se preocupaba hasta por los más mínimos
detalles e inquietudes personales de los combatientes. Lo hacía con fraternidad
y con un trato exigente y riguroso en las cuestiones de principios.
Apasionada,
pero al estilo de los que habló Martí cuando dijo que los apasionados eran los
primogénitos del mundo. Tenía la capacidad de entrega, el desprendimiento
personal, la sensibilidad humana y la exquisita dulzura de que solo son capaces
las mujeres. No había injusticia por reparar, no había problema humano por
resolver, no había cuestión de interés revolucionario por abordar y en los que
pudiera intervenir, que no lo hiciera con firmeza, con modestia, decisión y con
ferviente pasión revolucionaria.
En
su carácter se integraron la dulzura, el cariño, el afecto, la alegría de
vivir, con la más rigurosa exigencia en los principios y en el trabajo
revolucionario. Quizás fue esta combinación que la vida muestra como
excepcional, unida a su sentir de pueblo y a su modestia y sencillez, lo que le
facilitó una depurada, fina y profunda identificación política con Fidel.
Si
el Che dijo que, en su renuevo continuo e inmortal, Camilo era la imagen del
pueblo, de Celia podría decirse exactamente lo mismo. Su forma de actuar y
proceder, su estilo personal y sus reacciones ante los problemas de la vida
diaria, tipifican el carácter y el temperamento del pueblo cubano. Era una
típica cubana. Lo era en su alegría, en su dinamismo, en su carácter
extrovertido, abierto, en su fraternidad humana y en su exigencia y rigor.
Los
que tuvimos oportunidad de hablar con ella en los últimos años de su vida,
pudimos apreciar que la heroína legendaria mantenía la llama de la rebeldía
contra toda injusticia y contra todo lo mal hecho, pero que había adquirido, a
su vez, una conciencia madura para comprender la complejidad de los problemas
políticos, sociales y estatales que se plantean a una Revolución como la
nuestra.
Aunque
tenía el poder y la autoridad, no concebía utilizarlos para medrar o
acomodarse; gustaba, sí, de emplearlos, pero para construir y crear. No quería
la autoridad para otra cosa. La quería para contribuir a la obra colectiva. Y
siempre la empleó para llevar a cabo tareas concretas que fueran útiles a los
propósitos de la Revolución. Solo así es genuinamente revolucionaria la
autoridad que el pueblo y la Revolución nos entregan. En un revolucionario
verdadero no vale la pena tener autoridad ni tener poder para otro fin.
Así
la vimos en el trabajo de construcción socialista, procurando resolver
innumerables problemas en las más diversas esferas de nuestra vida social y
económica. En las granjas, en las fábricas, en las escuelas, en las
instituciones hospitalarias, en los centros de recreación, en los centros
laborales en general. Construyendo, reconstruyendo, reparando, rectificando,
luchando infatigablemente en las más diversas tareas. Preocupándose por los
detalles de numerosísimas obras de beneficio social o colectivo, todas ellas
inspiradas en los programas y en las ideas concebidos por Fidel. Y lo hacía con
imaginación, interesando a un gran número de personas en la ejecución de esos trabajos.
Charlaba con obreros, campesinos, técnicos, especialistas, estudiantes, jóvenes
e incluso con niños, para llevar a cabo los planes que se le habían
encomendado. Trabajaba infatigablemente noche y día, sin descanso; su vida
estuvo por entero dedicada a la Revolución.
Era
asimismo extraordinariamente sensible a los aspectos ideológicos de cada
situación política o histórica. En cuestiones de principios políticos, mantenía
un gran celo y exigencia y, a su vez, un apasionado interés por las interpretaciones
más justas y revolucionarias a cada situación.
Sentía
la lucha de liberación nacional de América Latina y el Caribe como algo muy
íntimo. Sufría con la miseria de otros pueblos y con los atropellos que el
imperialismo cometía en cualquier área del mundo; para sus sentimientos
revolucionarios no había fronteras.
Poseía
un finísimo sentido de lo hermoso, y cuando podía influir, procuraba que se
creara belleza en el medio ambiente y en las obras constructivas e
instalaciones que acometía la Revolución. Por su profundo sentimiento patrio,
se inclinaba a la exaltación de las formas cubanas de lo bello. Ha dejado la
huella de la belleza cubana y tropical en muchas de nuestras instalaciones.
A
su sentido humano y a su sencillez unía un rechazo al tratamiento formalista de
los problemas; iba a su esencia y a su solución práctica. Rehuía las
formalidades y buscaba siempre el aspecto más eficaz, positivo y funcional de
las cuestiones.
La
guerrillera de las montañas de Oriente, a quien le agradaba dormir en hamacas o
recorrer un camino serrano y nunca perdió el gusto por ese estilo de vida fue,
sin embargo, capaz de promover, organizar y desenvolverse con el porte preciso
dentro de las formalidades de la vida oficial que inevitablemente tiene que
realizar todo Estado. Sin embargo, a pesar de haberse movido con la destreza
necesaria para ello, no dejó de ser la guerrillera rebelde y ejemplar que
mochila al hombro acompañaba al Comandante en Jefe. No dejó de ser la
combatiente de las vicisitudes de la Sierra, la trabajadora abnegada que junto
a Fidel recorría los planes agrícolas, los centros de trabajo, las escuelas,
los hospitales.
Fue
también capaz de promover y organizar nuestra vida oficial y protocolar y eso
también lo hizo con eficiencia e imaginación. Lo pudo hacer porque sabía que
era un requerimiento y una necesidad de la Revolución y del trabajo de Fidel.
Celia fue siempre la garantía definitiva de la atención y la precisión con que
se lograron ejecutar con éxito cada uno de los detalles de la inmensa obra en
la que fue protagonista de excepción.
Esa
fue Celia: grande en su abnegación heroica y en su lealtad incondicional,
grande en su identificación con el pueblo, en su amor a la obra de la
Revolución y en su interés apasionado por los demás, grande en su preocupación
por los aspectos más concretos y decisivos de cada obra de la Revolución,
grande — quizás sobre cualquier otra virtud— en su modestia y sencillez.
Entre
todas sus cualidades debemos destacar su rechazo a cualquier forma de
ostentación y su apego a las maneras simples y sencillas de vivir y trabajar.
Esta era una de sus más conmovedoras virtudes. Su carácter me recuerda aquellos
versos de Martí: “El arroyo de la sierra / me complace más que el mar”. Y no
podía ser de otra manera quien estaba tan unida a Fidel.
Ella
nos da fuerzas, nos da aliento y nos impulsa con el ejemplo de su vida. Nos
enseña las virtudes que debemos desarrollar, nos estimula en esta hora que viven la patria, América y el mundo para
continuar luchando por un mundo mejor y más pleno para todos.
(Versión
del discurso que pronunció Armando Hart Dávalos en la despedida de duelo de
Celia Sánchez Manduley, en la Necrópolis de Colón, La Habana, el 12 de enero de 1980)
(*)
Armando Hart Dávalos - La Habana, 13 de junio de 1930 - La Habana, 26 de
noviembre de 2017. Destacado intelectual y político cubano; ferviente estudioso
del pensamiento y la obra de José Martí, el Héroe Nacional Cubano. Integró la
Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio, desde su fundación en 1955 y
tras el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista fue designado como
Ministro de Educación del gobierno revolucionario cubano. Al crearse el Partido
Comunista de Cuba en 1965 fue elegido miembro de su Comité
Central y de su Buró Político.
Fue
designado Ministro de Cultura desde la apertura de dicho ministerio en
diciembre de 1976 hasta abril de 1997, en que fundó y pasó a dirigir la Oficina
del Programa Martiano, adscripta al Consejo de Estado y la Sociedad Cultural
José Martí.
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