septiembre 29, 2025

Círculo de Lectura # 198 - Octubre de 2025

 Círculo de Lectura # 198 - Octubre de 2025

Socialismo: en busca del «eslabón perdido» entre utopía y realidad. Una visión desde Cuba.

Por Roberto Regalado Álvarez  La Tizza  Boletín electrónico 

Causas y consecuencias de la crisis actual

El VIII Congreso del PCC, efectuado del 17 al 19 de abril de 2021, era el evento donde se podía y se debía hacer un balance de los logros y malogros del proceso ideológico, político, económico y social iniciado en Cuba el 1ro. de enero de 1959, con énfasis en los resultados de las reformas emprendidas en 2010 y 2011. Cuatro días antes de la inauguración del VIII Congreso, escribí el primero de una serie de nueve artículos titulada «El “Triángulo de las Bermudas” por el que navega Cuba: acumulación de problemas propios, doble filo del bloqueo y reflujo de la izquierda latinoamericana». Aquel primer texto, «Planteamiento de la hipótesis», decía:

El socialismo cubano no ha encontrado el camino hacia «la tierra prometida». Esa metáfora apunta a que, a partir de la proclamación de su carácter socialista, la Revolución Cubana asumió el compromiso y la tarea estratégica de motivar, educar, formar, organizar, movilizar y conducir al pueblo en la transición hacia una sociedad de productores libres, en la que se aboliría el Estado y cada cual recibiría los bienes materiales y espirituales acordes con sus necesidades. La edificación de la nueva sociedad sería un proceso largo, complejo y arduo. Habría que resistir y vencer brutales agresiones, y hacer enormes sacrificios, pero el socialismo no sería una eterna batalla cuesta arriba: vencer agresiones y hacer sacrificios no sería un fin en sí mismo. Al final del camino, el pueblo cubano arribaría a la sociedad comunista: el comunismo era la tierra prometida. Sin embargo, el proceso revolucionario llega al cierre de su primer gran período histórico con un lacerante déficit en el desarrollo económico y social originalmente concebido, y sin que los ejercicios de prueba y error realizados en estos terrenos hayan dado, ni estén dando, resultados positivos. Este es un problema mayúsculo. Con esa vara, tirios y troyanos medirán lo que haga la dirección de relevo, en especial, su capacidad de:

1.   garantizar la continuidad de las grandes obras heredadas, y sobre todo, resolver los grandes problemas que también hereda, en un plazo y con una efectividad razonables;

2.   hacer más llevadera la cotidianidad del largo peregrinaje de la sociedad cubana en pos de la tierra prometida, que no se acerca, sino se aleja, en el horizonte; y,

3.   convocar y facilitar el debate de las peregrinas y los peregrinos en busca de respuestas que revivan, reaviven, renueven y fortalezcan sus motivaciones para seguir adelante: ¿Qué es la tierra prometida? ¿Cómo se llega a ella? ¿Cuánto más tendrán que seguir peregrinando? ¿Qué recompensa les espera allí? Dicho en otros términos, convocar y facilitar un proceso mediante el cual nuestras peregrinas y nuestros peregrinos conciban y construyan una nueva utopía socialista que, con palabras de Galeano, les sirva para caminar.

La frase «su primer gran período histórico» se refería a los más de 62 años que, en el momento de la celebración del VIII Congreso del PCC, la generación fundadora de la Revolución había ejercido el poder, referencia hecha a partir de la suposición de que en ese evento el poder sería transferido a una generación de relevo. Sin embargo, lo que se produjo fue una transferencia de los máximos cargos partidistas — dado que ya se habían transferido los estatales — y no una transferencia del poder. En esencia, la generación que recibió esos cargos no fue empoderada como relevo, sino designada como continuidad.

La máxima gramsciana que el sistema conceptual e institucional cubano ignoró

Transcurridos cuatro años del VIII Congreso, y con nueve plenos de su Comité Central mediante, las y los «peregrinos», en vez de estar más cerca, están mucho más lejos de «la tierra prometida», porque el sistema conceptual e institucional cubano ignoró la advertencia realizada por Antonio Gramsci sobre «la máxima crisis a que se puede ver sometida una organización estatal y social».

Debería ser una máxima de gobierno — escribió Gramsci— el tratar de elevar el nivel de vida material del pueblo por encima de cierto nivel. En este sentido no hay que buscar un motivo especial «humanitario» y ni siquiera una tendencia «democrática»: incluso el gobierno más oligárquico y reaccionario debería reconocer la validez «objetiva» de esta máxima, o sea su valor esencialmente político (universal en la esfera de la política, en el arte de conservar y aumentar el poder del Estado). Ningún gobierno puede prescindir de la hipótesis de una crisis económica y especialmente no puede prescindir de la hipótesis de verse obligado a hacer una guerra, o sea tener que superar la máxima crisis a que se puede ver sometida una organización estatal y social. Y, como cada crisis provoca un descenso del nivel de vida popular, es evidente que se precisa la preexistencia de una zona de descenso suficiente para que la resistencia «biológica» y por tanto, sicológica, del pueblo no se quebrante al primer choque contra la nueva realidad. El grado de fuerza real de un Estado debe por lo tanto medirse también considerando este elemento, que además se coordina con los otros elementos de juicio sobre la solidez estructural de un país. Si las clases dominantes de una nación no han conseguido superar la fase económica corporativa que las lleva a explotar a las masas populares hasta el extremo permitido por las condiciones de fuerza, o sea reducidas a la sola vida biológica vegetativa, es evidente que no se puede hablar de fuerza del Estado, sino solo de apariencia de fuerza (Sic!).

En su intervención en la sesión final del VI Período Ordinario de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 18 de diciembre de 2010, el general de ejército Raúl Castro Ruz dijo:

Si queremos salvar la Revolución hay que cumplir lo que acordemos, y no permitir después del Congreso — como ha sido hasta ahora en muchos casos muy elocuentes— que los documentos vayan a dormir el sueño eterno de las gavetas, como se estuvo explicando en estos días de discusiones, fructíferas, democráticas y verdaderamente profundas. Así es como queremos que el pueblo continúe discutiendo esos lineamientos, cerca de 100 días hay para eso. O rectificamos o ya se acabó el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos, y hundiremos, como dijimos con anterioridad, el esfuerzo de generaciones enteras, desde el indio Hatuey, que vino de lo que hoy es la República Dominicana y Haití — el primer internacionalista en nuestro país—, hasta Fidel, que nos ha conducido genialmente por estas situaciones tan complicadas desde el triunfo de la Revolución.

Es notoria la similitud entre la situación prevista por Gramsci y la situación que Raúl llamó a evitar en el citado discurso de diciembre de 2010. Notorio es también el «borrón y cuenta nueva» ocurrido en la narrativa y la política actual del partido y del gobierno con respecto a la de 2010. A quince años de la apremiante alerta y de la convocatoria a rectificar realizada por Raúl, hoy solo se habla de una «situación compleja», de una «situación tensa», de una «situación difícil» que se rebasará con «creatividad» y «fe inquebrantable en el futuro».

¿Cómo es posible semejante desconexión y contradicción entre los discursos oficiales, públicos, conocidos, de un pasado reciente y los discursos actuales? Unos y otros son accesibles en fuentes cubanas, no en turbios medios de enemigos u odiadores. ¿Cómo explicar que una situación actual de extrema gravedad, posiblemente terminal, sea menos preocupante y más sencilla de resolver que cuando esa gravedad extrema se podía evitar, pero no se evitó?

El «sueño eterno de las gavetas» no solo es cuestión de irresponsabilidad, desidia, o falta de control y de constancia de los órganos partidistas y estatales que deberían ser competentes, ni de incontables e interminables «perfeccionamientos» y «redoblamientos» de esfuerzos, sino el resultado de un conjunto de elementos, algunos ajenos y otros propios, abordados en el presente texto.

Un antecedente para analizar las causas de la crisis actual es aquel «ya se acabó el tiempo de seguir bordeando el precipicio», de 2010, debido a que proyectó hacia la sociedad una esperanza, una certeza, de que: esta vez sí — ¡sin duda alguna sí!— se va a cumplir todo lo acordado y prometido. Esa certeza la avalaban: 1) la lucidez de este y de otros planteamientos hechos entonces por

Raúl; 2) la eliminación y/o flexibilización excelentemente recibida por la sociedad de políticas y prácticas restrictivas hasta ese momento vigentes; y, 3) sobre todo, lo bien concebidos que daban la impresión de estar los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución aprobados en 2011.

En términos gramscianos, la explicación, fundamentación o reconocimiento de lo ocurrido es que, debido a su total incompatibilidad con el sistema conceptual e institucional imperante en Cuba, los Lineamientos, la Conceptualización y el Plan Nacional de Desarrollo hasta 2030: 1) no cumplieron con la «máxima de gobierno [de] elevar el nivel de vida material del pueblo por encima de cierto nivel»; 2) desestimaron la alerta hecha por Raúl en diciembre de 2010 — ¡la alerta hecha nada menos que por el subsistema que opera por encima del sistema político!—, equivalente al llamado de Gramsci a crear la condiciones para «superar la máxima crisis a que se puede ver sometida una organización estatal y social»; 3) no establecieron «una zona de descenso suficiente para que la resistencia “biológica” y por tanto, psicológica, del pueblo no se [quebrantase] al primer choque contra la nueva realidad»; y, 4) permitieron que las condiciones de vida de la mayoría de la sociedad hayan sido «reducidas a la sola vida biológica vegetativa».

La segunda gran crisis ideológica, política, económica y social cubana posterior al derrumbe del llamado bloque socialista europeo es más grave que la primera porque:

1.   Se produce a tres décadas de la anterior, cuando se suponía que ya el país debería marchar por la senda del desarrollo económico y social conducente a la «tierra prometida».

2.   En el enfrentamiento a la gran crisis anterior se tuvo en cuenta que, por escasos que fueran los recursos del país, era imprescindible establecer un balance entre la inversión económica y la inversión social, balance que fue el puntal de la Batalla de Ideas, mientras una de las causas de la gran crisis actual fue el sacrificio de la inversión social en función de la inversión económica, con el criterio de que «la desigualdad es positiva».

3.   En esta ocasión no existen condiciones políticas, económicas, ni sociales que permitan compensar los efectos de la crisis con movilizaciones como las realizadas a favor del regreso del niño Elián o de la liberación de los Cinco Héroes.

4.   Los sistemas conceptual e institucional imperantes son los causantes de la crisis y, por consiguiente, resultan incompetentes para resolverla.

5.   El sacrificio de la sociedad está por debajo de la zona de «resistencia “biológica” y, por tanto, “psicológica”, del pueblo».

6.   No es que no se vea, sino que no hay «una luz al final del túnel», a menos que se produzca una refundación revolucionaria del socialismo cubano.

Aunque muchas veces se aseguró que esto jamás sucedería en Cuba, la Tarea ordenamiento, fallida unificación monetaria, iniciada el 1ro. de enero de 2021, con la cual se pretendía fortalecer el peso cubano, fue el núcleo de una terapia de shock que pulverizó el ya de por sí bajo poder adquisitivo de los salarios y, más aún, de las jubilaciones de las cubanas y los cubanos que dedicamos nuestras vidas a trabajar dentro de la Revolución, por la Revolución y para la Revolución, durante treinta, cuarenta, cincuenta, y hasta más años.

Al menos una parte de los ideólogos, los decisores y/o los ejecutores de la Tarea ordenamiento tenía, necesariamente, que saber cuáles serían sus devastadoras consecuencias para la inmensa mayoría de la sociedad, pero, en última instancia, ninguna otra causa posible los exime de la responsabilidad por el daño infligido al pueblo. Esa responsabilidad no solo se refiere a la Tarea ordenamiento, sino a la acumulación de causas de la crisis económica que llevó a recurrir a esa terapia de shock.

A pesar de la extrema gravedad de las condiciones materiales y espirituales de vida existentes, las autoridades afirman que no hay comparación entre la política cubana actual y los ajustes estructurales de signo neoliberal realizados en otros países a partir de los años ochenta y noventa del siglo pasado; debido a que en Cuba hay «líneas rojas» que no se han traspasado. Pero, en realidad, las «líneas rojas» sí se han traspasado. No hay duda de que la esencia y la fundamentación de la doctrina neoliberal es diferente a la esencia y la fundamentación del sistema conceptual e institucional cubano, aunque la noción de «la desigualdad es positiva», invocada como una de las premisas de la actualización del modelo económico y social, me recuerda a Hayek.

Al utilizar el argumento de las «líneas rojas» se debe considerar que el neoliberalismo sí dispone de un recurso, la focalización del gasto, para no golpear en demasía a sectores o grupos de la sociedad cuya organización, movilización, y lucha social y política, pudieran afectar la estabilidad del sistema capitalista. Focalizar el gasto es lo que el Estado cubano trató de hacer al estallar la crisis actual, pero la pulverización de los salarios y las jubilaciones causada por la Tarea ordenamiento, a la que se sumó la escalonada desaparición de facto de la llamada canasta básica normada, que era lo único accesible con esos salarios y con esas jubilaciones, no dejaron margen para focalización alguna.

La apuesta del «todo por el todo» al levantamiento del bloqueo: la normalización de relaciones con Obama

La dirección del partido y el gobierno cubanos cotidianamente repite que el bloqueo de los Estados Unidos es la causa única o la causa principal de la crisis económica que azota al país. En el presente texto se argumenta que Cuba no solo sufre una crisis económica, sino una crisis ideológica, política, económica y social. Sin duda alguna, el bloqueo es el principal factor externo de la dimensión económica de la crisis multifactorial que flagela a Cuba; además de ser «un pequeño país archipiélago con escasos recursos naturales, que arrastraba las secuelas del subdesarrollo resultante de su pasado colonial y neocolonial, azotado por huracanes y ciclones». No obstante, tanto la dimensión económica como la dimensión social de la crisis son también el resultado de factores internos, en primer término, de la crisis ideológica y de la crisis política que impiden el desarrollo de las fuerzas sociales.

En lo que respecta el bloqueo hay que partir de su esencia criminal, cínicamente plasmada por escrito por Lester Mallory, y de que, excepto durante los dos fugaces procesos de normalización de relaciones entre ambos países, ha sido sistemática y crecientemente ampliado y endurecido. Dicho esto, si el bloqueo hoy llega a ser aún más lesivo que en épocas anteriores, en gran parte esto se debe a la apuesta del «todo por el todo» a su levantamiento, que fue una de las premisas fundamentales de la reforma de la política económica y la política exterior iniciada entre 2010 y 2011. Si el bloqueo es hoy aún más dañino que antes, en ello hay una gran cuota de responsabilidad propia.

La única explicación plausible a la desproporcionada transferencia de recursos de otros renglones económicos y sociales hacia el turismo, sobre la base de que «no podemos esperar a que levanten el bloqueo para construir los hoteles», es que la dirección del partido y el Estado decidió hacer una apuesta del «todo por el todo»: 1) a que se normalizarían las relaciones con los Estados Unidos; 2) a que Estados Unidos levantaría el bloqueo a Cuba; y 3) a que la gran potencia agresora contra Cuba durante seis décadas se convertiría en su principal socio económico y comercial, en especial, como emisor de turismo, cuyo flujo compensaría la pérdida de las privilegiadas relaciones mantenidas con la Unión Soviética, entre 1972 y 1985, y con Venezuela, entre 2004 y 2015.

Si no era de los Estados Unidos: ¿De dónde se suponía que viniese la mayor parte de los ocho, nueve o más millones de turistas anuales, para los que se construyeron y se han seguido construyendo hoteles? ¿De dónde se suponía que viniese la mayor parte de los cientos de empresarios para los que construyeron y se han seguido construyendo inmobiliarias?.

septiembre 10, 2025

Cine Cubano en el Sindicato de Trabajadores Judiciales

 Cine Cubano en el Sindicato de Trabajadores Judiciales

En el marco del ciclo de Cine Cubano y Videos Debate el Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba invita a la proyección del film:

“La crisis de los misiles en Cuba”

La Crisis de los Misiles de Cuba de octubre de 1962 fue una confrontación directa y peligrosa entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría, y el momento en que las dos superpotencias estuvieron más cerca de un conflicto nuclear. 

Duración: 45 min.

Las y los esperamos este viernes 12 de septiembre a las 20 hs. en el Sindicato de Trabajadores Judiciales, en calle Albarracín 1135 (casi esquina Ruiz Moreno). 

Con entrada libre y gratuita. 

Invita el Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba.

septiembre 08, 2025

Síntesis y conclusiones del Círculo de Lectura Nº 197

 Síntesis y conclusiones del Círculo de Lectura Nº 197

 “Un mundo llamado Alejo”

 Se trata de un texto tomado en diciembre de 2024 de Cubadebate, escrito por Roberto Méndez Martínez. Poeta, ensayista, crítico de arte, investigador literario y narrador. Licenciado en Sociología en la Universidad de La Habana, Cuba (1980). Miembro del Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y del Ejecutivo de la Asociación de Escritores de ésta. Pertenece además a la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC). Posee la Distinción “Por la Cultura Nacional”. Roberto Méndez comenta cómo, desde que él era muy joven, comenzó a deleitarse con los libros escritos por Alejo Carpentier. Así fue conociendo por ejemplo la cultura haitiana, y diferentes géneros como el ensayo hasta la poesía y la de la música, la cultura de la Cuba colonial y la nobleza criolla en el siglo XIX. También dedicado al periodismo, Alejo fue crítico de teatro y comentarista de las temporadas de ópera. En los últimos años de su existencia, fue también consejero cultural de la embajada de Cuba en Francia, en general un trabajador infatigable por la cultura, y siempre será preciso releer sus libros mayores con ojos nuevos.

 Después, en el transcurso del posterior debate se comentó acerca de la importancia de la lectura crítica y del aprendizaje. Más allá de la necesidad de promover la lectura, fundamentalmente entre los más jóvenes para que adquieran el hábito, está el placer que provoca su práctica. Nos enseña a corregir faltas ortográficas, a interpretar los textos, a incentivarnos para que nosotros también podamos escribir textos de manera más fluida con la riqueza literaria que vayamos adquiriendo con su práctica. Es notable cómo el ensayista Roberto Méndez Martínez pudo describir a Alejo Carpentier, quien naciera en Lausana, ciudad de la suiza francesa junto al lago de Ginebra, y luego viajara a Cuba junto a sus padres, cuando sólo contaba con cuatro años de edad y que finalmente eligió a la isla mayor del Caribe como su patria dejándole como legado una obra sin la cual no se entendería a cabalidad la cultura de nuestro siglo XX.

 Finalmente se propuso abordar para el próximo espacio de lectura del sábado 04 de octubre un texto tomado de la revista digital cubana La Tizza, de Roberto Regalado Álvarez, Socialismo: en busca del «eslabón perdido» entre utopía y realidad. Una visión desde Cuba.

 Grupo Bariloche de Solidaridad con Cuba, 06 de septiembre de 2025.

septiembre 03, 2025

Circulo de lectura n° 197 - Un mundo llamado Alejo

 Un mundo llamado Alejo

Roberto Méndez Martínez – Cubadebate - 25 diciembre 2024.

Todavía recuerdo el momento en que retiré aquel ejemplar de cubierta azul intenso de la biblioteca de mi padre. Era adolescente y estaba descubriendo el mundo de la literatura. Aquella modesta edición de El reino de este mundo que leí de asombro en asombro me descubrió un nuevo modo de narrar, muy diferente al de los autores románticos, costumbristas o realistas que ya conocía. Iba adentrándome en la historia de Haití, pero no con el didactismo o el fárrago de datos de otros autores, sino a través de una fabulación alucinante: las metamorfosis de Mackandal; la construcción de la ciudadela La Ferriere, cuya argamasa llevaba sangre de toros para hacerla invencible; la corte de Christophe con su estilo operático y hasta el delirio de Solimán cuando descubre en Roma que su antigua ama Paulina Bonaparte se ha convertido en la fría Venus de Cánova. De una vez, sin necesidad de teorías, había descubierto “lo real maravilloso”.

Así entró en mi vida Alejo Carpentier, alguien a quien nunca vi, pero con quien compartía y comparto más de una pasión: la de la novela totalizadora, en la que caben todos los demás géneros, desde el ensayo hasta la poesía y la de la música, arte que él supo cultivar como pocos, no solo porque pudiera leer partituras y ejecutar obras al piano sino porque conocía su historia y sus obras fundamentales al dedillo.

Nunca lo leí de manera ordenada. Me iba llegando en oleadas, con piezas que hallaba aquí y allá. Viaje a la semilla me fascinó, no solo por su inversión del tiempo que hacia viajar al protagonista desde el olvido a la muerte y desde allí hasta la disolución en el seno materno, otro olvido, sino por su homenaje a la cultura de la Cuba colonial, su minuciosa reconstrucción de la vida y costumbres de una familia de la nobleza criolla en el siglo XIX. Después, según pude irlos hallando en librerías fui sumergiéndome en El acoso, ese relato donde la Sinfonía heroica de Beethoven ejecutada en un concierto del Auditorium es el pretexto para mostrar los azarosos días de un antihéroe, un delator de conspiradores contra la dictadura de Gerardo Machado.

Si bien, desde la primera lectura consideré El siglo de las luces una novela perfecta, confieso que mi verdadera pasión, desde los años de preuniversitario, vino a concentrarse en dos obras muy distintas pero llenas de secretos vínculos: Los pasos perdidos, con su contrapunto entre el tiempo europeo, fatigado por guerras mundiales y movimientos artísticos que se agotaban, y el de América, marcado a la vez por el pasado remoto de sus culturas autóctonas y por el promisorio deber de imponer su sello diverso al mundo; y por otro lado Concierto barroco, ese divertimento sobre el que he vuelto muchas veces, con sus conciertos de Vivaldi, su ópera Montezuma y hasta el desayuno en el cementerio de Venecia donde él junto a Handel y Scarlatti juzgan desde su siglo a personajes muy posteriores como Stravinski. En Alejo, felizmente las teorías se convertían en novelas fabulosas y no al revés.

Recuerdo que hará un poco más de cuarenta años el público lector cubano estaba dividido entre los que disfrutaban como yo de la escritura del creador de El recurso del método y aseguraban aprender muchísimo con su redescubrimiento del mundo americano siempre en contrapunto con el resto del universo y los que de manera discreta o escandalosa aseguraban que era “un pedante”, “un autor que solo se puede leer con el diccionario al lado” o sencillamente alguien extraño a la literatura de nuestra tierra, “un afrancesado”. El tiempo ha puesto las cosas en su sitio. Carpentier, nacido en Lausana y que llegó a la Isla tras un periplo que incluyó Bakú y París, aunque viviera parte de su vida en la Ciudad Luz y otra en Caracas, eligió a Cuba como su patria y le dejó como legado una obra sin la que no se entendería a cabalidad la cultura de nuestro siglo XX. A mi juicio es una de las dos figuras máximas de la primera generación de vanguardia, junto a Nicolás Guillén.

Hay una zona de su creación que solo en años recientes ha comenzado a conocerse y aquilatarse como es debido: su periodismo. Sabemos que llegó a ese adictivo oficio en la adolescencia, por urgencias económicas. Comenzó por escribir reseñas de libros y luego fue crítico de teatro, comentarista de las temporadas de ópera que organizaba el empresario Adolfo Bracale en el Teatro Nacional y divulgador de la obra de autores musicales como Wgner y Debussy.
Lo admirable en el periodismo de Carpentier es que, aunque casi siempre haya tenido que escribirlo con urgencia y desprenderse del texto tras una somera revisión, no hay página suya donde la información novedosa esté acompañada por un personal juicio crítico y un estilo elegante que demuestra desde temprano un singular dominio del idioma. Era un periodismo que informaba y a la vez educaba y lo hacía desde la belleza.

En los años que estuvo en París, exiliado tras su prisión por la dictadura machadista, colaboró de manera continua con varias publicaciones cubanas. Son relevantes los artículos que envió a Social, la revista del miembro del Grupo Minorista, caricaturista, animador cultural y hombre mundano Conrado Massaguer. Se suponía que la revista se financiaba no solo por sus anuncios, sino porque muchos de sus lectores eran miembros de la alta sociedad habanera y quería verse retratados en sus páginas, como asistentes a bailes de máscaras, regatas y eventos benéficos. El escritor lo sabía y empleaba estrategias y por ejemplo, si se estrenaba una partitura importante en la Ópera de París, como excelente camarógrafo, hacía primero un paneo del público que ascendía por la gran escalera y se detenía después en el “grand foyer”, detallaba el modo en que algunas mujeres vestían, señalaba algunas de las firmas de alta costura que diseñaron aquellos atuendos y no olvidaba referirse a ciertos adornos, joyas y perfumes, antes de entrar en la sala y contemplar desde un palco la ópera, el ballet, la cantata, que era capaz de hacer revivir al lector, sin tecnicismos pero con una plasticidad superior a la de los críticos habituales.

Gracias a él los cubanos más cercanos al mundo cultural pudieron saber por primera vez de los Ballets de Diaguilev, de las escandalosas composiciones de Stravinski, Enesco, Varése, así como de la pintura de Picasso, sin olvidar los triunfos parisinos de los cubanos Wifredo Lam y Eduardo Abela. Estaba en todas partes, lo sabía todo, escribía no como gacetillero sino como artista. Años más tarde, sostuvo por muchos años la columna Letra y solfa en El Nacional de Caracas. La mayoría de esos textos han sido recogidos en libros y sorprende al leerlos su frescura, su madurez, la pertinencia de sus juicios cuando lo mismo juzga una novela de Herman Broch, una obra tardía Stravinski, los cuadros de madurez de Picasso o una temporada del Ballet Alicia Alonso en Venezuela. Era un comunicador por excelencia, sabía elogiar pero también señalar con habilidad las limitaciones, las fallas de una obra o artista e iba siempre hacia las creaciones sustanciales.

Cuando revisamos su copiosa obra no solo nos sorprende su labor de edificador en la narrativa, en la que no solo hay novelas monumentales sino cuentos de excelente factura como los del volumen Guerra del tiempo. Junto a eso su periodismo ocupa varios tomos que siguen siendo un desafío educativo para los que hoy se forman en ese quehacer y aun habría que hacer espacio para el ensayista. Un libro como Tientos y diferencias, es grande aunque no sea voluminoso: allí está esa página tan especial sobre el escultor Alexander Calder y el texto que escribiera para el reportaje fotográfico La ciudad de las columnas, uno de sus grandes homenajes a La Habana, que puede leerse como un ensayo independiente si se separa de las fotos de Paolo Gasparini que lo motivaron.

En un principio, en casas de sólida traza, un tanto toscas en su aspecto exterior, como la que se encuentra frente a la Catedral de La Habana, pareció la columna cosa de refinamiento íntimo, destinada a sostener las arcadas de soportales interiores. Y era lógico que así fuera -salvo en lo que se refería a la misma Plaza de la Catedral, a la Plaza Vieja, a la plaza donde se alzaban los edificios destinados a la administración de la isla- en ciudad cuyas calles eran tenidas en voluntaria angostura, propiciadora de sombras, donde ni los crepúsculos ni los amaneceres enceguecían a los transeúntes, arrojándoles demasiado sol en la cara. Así, en muchos viejos palacios habaneros, en algunas ricas mansiones que aún han conservado su traza original, la columna es elemento de decoración interior, lujo y adorno, antes de los días del siglo XIX, en que la columna se arrojara a la calle y creara -aun en días de decadencia arquitectónica evidente- una de las más singulares constantes del estilo habanero: la increíble profusión de columnas, en una ciudad que es emporio de columnas, selva de columnas, columnata infinita, última urbe en tener columnas en tal demasía.

Y junto a tal riqueza barroca están sus reflexiones sobre la novela americana, su “teoría de los contextos”, su mirada a Cuba unida a los detalles recogidos en diversos puntos del mundo como viajero infatigable.

Y todavía, después de tantas páginas notables quedaría a un lector acucioso acercarse a un libro como La música en Cuba, que primero fue un encargo de la editorial Fondo de Cultura Económica pero fue el punto de arrancada del musicólogo para investigar a fondo las raíces de ese arte en la Isla lo que le permitió descubrir en los archivos de la catedral de Santiago de Cuba las partituras de Esteban Salas y hallar en ellas la ejecutoria del primer compositor cubano de relieve. Allí están las sustanciosas valoraciones sobre sus contemporáneos y amigos, Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, voces musicales de la vanguardia por excelencia y juicios sobre autores aun no consagrados como Gisela Hernández y Harold Gramatges. Más allá de cualquier limitación que pueda señalarse hoy a esta obra, es un libro de referencia imprescindible.

El Alejo de los últimos años de su existencia, Consejero cultural de la embajada de Cuba en Francia, conferencista privilegiado por el mundo académico de Europa y América, novelista multipremiado, articulista de lujo en grandes órganos de prensa, era además un hombre memorioso. En esa clave me gusta leer La consagración de la primavera, que tal vez no sea su novela más perfecta pero en ella se mezclan el protagonista y el narrador en las andanzas por La Habana, Madrid, París, la música del son oriental con los compases salvajes del ballet de Stravinski que le da título, la Guerra Civil española y el desarrollo del ballet y la danza moderna en Cuba, marcados por la tradición europea pero con savia propia. Es uno de esos casos donde la ficción se alza sobre la memoria viva y no parece haber fronteras entre ambas.

Hace ya 120 años de que viera la luz un escritor que ninguna moda podrá apartar, un trabajador infatigable por una cultura que hizo suya y contribuyó a edificar. Su obra inédita sigue ofreciendo sorpresa tras sorpresa, mientras que es preciso releer sus libros mayores con ojos nuevos. Sigue en pie ese desafío que nos dejó en sus palabras de agradecimiento al recibir el Premio Cervantes en 1977:

No hay ni habrá crisis de la novela, mientras la novela sea novela abierta, novela de muchos, novela de buenas y fuertes variaciones —valga el término musical— sobre los grandes temas de la época, como lo fue en su tiempo la ejemplar novela, a la vez local y universal, de Miguel de Cervantes Saavedra.
Es precisamente a uno de esos grandes herederos de Cervantes al que honramos hoy.