Taller
de Lectura # 153 - Enero de 2022
“La vacuna cubana podría terminar salvando millones de vidas”
Branko Marcetic. Escritor y periodista EEUU. Editor de
JACOBIN
1 diciembre, 2021 – Tomado de Gracus Edición 440
http://www.gracus.com.ar/2021/12/01/la-vacuna-cubana-podria-terminar-salvando-millones-de-vidas/
El sector de biotecnología y el compromiso del gobierno con la salud pública convierten hoy a Cuba en el único país de bajos recursos que hizo su propia vacuna. Pero los médicos de la isla no se contentan con haber salvado a la población cubana de la pandemia, sino que proponen extender su asistencia a millones de personas en todo el mundo.
«Es muy importante para las familias», dijo. «Todo el mundo siente un orgullo inmenso».
El poder de una medicina sin fines de lucro
Hay otro factor importante que hace que la vacuna cubana sea especial. «La vacuna cubana es producida íntegramente por el sistema público de biotecnología», dice Yaffe.
Si bien es cierto que en Estados Unidos y en otros países desarrollados la medicina que salva vidas resulta de la inversión pública, no por ello las empresas privadas dejan de sacar rédito y controlar la distribución. Pero el sector biotecnológico de Cuba es completamente estatal. Eso significa que Cuba desmercantilizó un recurso humano vital: es el opuesto exacto a lo que vivimos durante las últimas cuatro décadas de neoliberalismo.
Cuba viene invirtiendo miles de millones de dólares en la creación de una industria biotecnológica nacional, sobre todo a partir de los años 1980, cuando tuvo que reforzar el sector a causa de un brote de dengue y de las sanciones económicas impuestas por Ronald Reagan. A pesar del demoledor bloqueo de Estados Unidos, país responsable de un tercio de la producción farmacéutica mundial, el sector biotecnológico cubano logró prosperar: produce cerca del 70% de los ochocientos medicamentos que consumen los cubanos y ocho de las once vacunas que forman parte del programa nacional de inmunización del país, por no mencionar los cientos de vacunas que exporta cada año. Todos los ingresos que obtiene los reinvierte en el sector.
En referencia a la decisión de Cuba de desarrollar sus propias vacunas, Vérez Bencomo dice que «Todas las vacunas que resultan de la innovación científica son muy caras y son económicamente inaccesibles para el país».
En cualquier caso, Cuba es reconocida en el sector a nivel internacional. La isla ganó diez medallas de oro de la Organización de la Propiedad Intelectual de las Naciones Unidas (WIPO) por desarrollar, entre otras cosas, la primera vacuna del mundo contra la meningitis B. En 2015, Cuba se convirtió en el primer país en eliminar la transmisión madre-hijo del VIH y de la sífilis, gracias a sus drogas retrovirales y a su robusto sistema de salud pública.
En ese sentido, Cuba fue capaz de hacer lo impensable: desarrollar su propia vacuna y superar a una buena parte del mundo desarrollado en el combate contra la pandemia, todo a pesar de su tamaño, de sus ingresos reducidos y de la política de sofocamiento económico que llega del otro lado de la costa. Las campañas de solidaridad internacional también fueron fundamentales. Cuando el bloqueo de Estados Unidos provocó una escasez de jeringas que puso en peligro la campaña de vacunación en la isla, los grupos de solidaridad de Estados Unidos enviaron 6 millones de jeringas, el gobierno mexicano envió 800 000 y China otras 100 000.
Una fuente de esperanza
Aun así, el panorama es incierto. El uso de las vacunas en Venezuela fue objetado por los sindicatos de pediatras y las academias médicas y científicas, que recurren al mismo argumento que otros críticos: los resultados de las pruebas no fueron sometidos a un proceso de revisión por pares ni publicados en revistas científicas internacionales. La Organización Panamericana de la Salud convocó a Cuba a publicar sus resultados.
Por su parte, Vérez Bencomo culpa a la hostilidad que muestra la comunidad internacional contra Cuba. En una entrevista de septiembre, denunció que los científicos cubanos están siendo discriminados por las grandes revistas, a las que acusa de tener una larga trayectoria de rechazar la colaboración de los cubanos, aun cuando después publican investigaciones similares de colegas de otros países y de actuar como una «barrea que tiende a marginar el progreso científico logrado en los países pobres».
Es una denuncia muy grave en boca de un científico reconocido en todo el mundo. Ganador del Premio Nacional de Química de Cuba y de una medalla de oro de la WIPO, Vérez Bencomo dirigió un equipo junto al científico canadiense que desarrolló la primera vacuna semisintética del mundo, reduciendo los costos de inmunización contra la Haemophilus influenzae tipo B. Más tarde, cuando después de colaborar en el desarrollo de la vacuna contra la meningitis, quiso viajar a recibir un merecido premio en California, el Departamento de Estado de George W. Bush bloqueó su ingreso al país con el argumento de que su visita era «perjudicial para los intereses de los Estados Unidos». En 2015 recibió la Legión de Honor de manos del entonces ministro de Asuntos Sociales y Salud, que reconoció su obra y lo nombró «amigo de Francia» (en ese entonces, Vérez Bencomo se negó a dar una entrevista).
Aunque la recuperación de Cuba sugiere que la confianza de Bencomo y del gobierno cubano no es inapropiada, tal vez tenga que pasar un tiempo hasta que reciban el visto bueno de la comunidad científica internacional. Si eso sucede, sumaremos un buen argumento para impugnar el modelo de desarrollo de vacunas reinante en la actualidad, que, siguiendo el decálogo de las grandes farmacéuticas, sostiene que solo la competencia con fines de lucro es capaz de producir el tipo de innovación que el mundo necesita a la hora de salvar vidas.
Tal vez más importante todavía sea el hecho de que ayudará al mundo en vías de desarrollo a salir del agujero negro al que parece haberlo arrastrado la pandemia, y en el que está atrapado muchos meses después de que algunos países ricos completaron sus esquemas de vacunación. Los gobiernos occidentales siguen oponiéndose a los llamamientos del Sur Global a prescindir de las patentes y habilitar la fabricación o la compra de versiones genéricas de las vacunas. De esa manera, no solo vulneran a la mayoría de la población, sino que, irónicamente, nos ponen en peligro a todos, pues esas placas de Petri del tamaño de países enteros que crearon sus políticas, fomentan el desarrollo de nuevas mutaciones y de cepas resistentes a las vacunas. En ese sentido, todos deberíamos estar deseando que las vacunas de Cuba demuestren ser tan exitosas como afirman los científicos que las desarrollaron.
Traducción: Valentín Huarte
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